martes, 30 de abril de 2013

Krenz informa




Krenz es mi mejor amigo y vive en un pequeño y lejano país al que llamaremos W, un lugar cuya actualidad, sembrada de insignificancias y miserias, ignoran por sistema todos los noticieros. Krenz no es, ni mucho menos, su verdadero nombre o apellido; tampoco revelaré cómo nos conocimos ni cuál es su profesión, para evitar someterle a cualquier tipo de riesgo o peligro. No obstante les aseguro que lo que narraré a continuación me sucedió hace dos semanas y hasta donde yo sé es rigurosamente cierto.

Tal y como acostumbramos a hacer cada seis meses, nos reunimos en un punto intermedio del mapa para disfrutar en familia un divertido weekend. Nuestras esposas e hijos siempre se han entendido a las mil maravillas y pasan excelentes ratos juntos. Mientras ellos se refrescaban en la piscina del hotel, aprovechamos para compartir unas cervezas en la terraza. Fue entonces cuando Krenz, con semblante preocupado, comenzó a contarme algo que le había ocurrido desde nuestro anterior encuentro, algo muy serio que todavía no conocía nadie pero precisaba relatarme y además, en persona.

Me veo ahora en la necesidad de puntualizar que conozco a Krenz desde hace veinte años. Aunque es un hombre equilibrado y sensato en el que confío plenamente, me he tomado la molestia de confirmar que los hechos que me desveló (al menos los pocos que en estos momentos permiten su comprobación) son verídicos.

Me contó que un día, hace cuatro meses, estando en el despacho telefoneó a casa para hablar con su mujer y se sorprendió al contestar él mismo, con voz deprimida. Tras varios minutos de conversación surrealista entre sus dos yos, concluyeron que el Krenz de la oficina llamaba desde el año 2012 y el Krenz del hogar contestaba en el año 2018. A partir de ese momento, la charla tomó otros derroteros y se fue alargando. El Krenz actual preguntó por el ulterior estado de sus parientes y amigos pero el Krenz futuro no quiso entrar en grandes detalles, si bien le informó que uno de sus hijos, sin precisar cuál, había muerto recientemente a consecuencia de las políticas puestas en práctica por el nuevo gobierno del partido A (W es un país en el que el 80% de los votos se los reparten los partidos A y B). Tras las últimas elecciones, el partido A, liderado por un voceras llamado X, especialista en cambiar falsas promesas por votos, desbancó al B del Gobierno y emprendió una interminable serie de medidas impopulares, antisociales, autoritarias, inhumanas, plutócratas. Una de tantas fue privar a toda la población del derecho a la sanidad pública y gratuita. Su hijo tuvo la desdicha de contraer una terrible enfermedad, cuyo costosísimo tratamiento Krenz, sin recursos después de haber sido despedido por su empresa, no pudo afrontar. Finalmente el chico falleció. El Krenz del futuro instó entonces al Krenz del presente que asesinase a X. Eso tal vez no impediría que el partido A triunfase de todas formas y aprobase después las mismas leyes, sin embargo, habría en el mundo un embustero menos, un tipo cruel y sin escrúpulos que de seguir existiendo sería uno de los responsables, más bien El Responsable, de la muerte de su hijo y a saber de cuántos ciudadanos más. El Krenz del presente se convenció fácilmente de que debía intentarlo, ya se sabe que cuando la vida de un hijo está en juego no te paras a pensar en nada. Comprendió que es más fácil cargarse a un simple politiquillo, como era X en ese momento, que a un candidato o a un Presidente con toda su parafernalia de seguridad y guardaespaldas. Maquinó durante días y hasta el último detalle el atentado, que perpetró eficazmente, sin dejar un solo rastro. X desapareció del mapa, se multiplicó por cero. Es simple pasto para peces en el fondo de un embalse.

Pero más tarde, hace alrededor de un mes, Krenz recibió una llamada de su casa. Era el Krenz del futuro para informarle que, gracias a su audaz acción, ahora seguía gobernando el partido B. Lamentablemente el nuevo gabinete había adoptado medidas similares por no decir peores que las promovidas por el partido A de haber ganado las elecciones. Ahora no solo su hijo estaba muerto, su mujer agonizaba a la espera de una vacuna que Krenz tampoco podía pagar. Tendría que acabar también con Y, el  Presidente entrante.


lunes, 29 de abril de 2013

Porque te adoro...




No intentes resolver
los crucigramas de mi mente,
ni pretendas esclarecer
entresijos en mi alma.

Tampoco te aventures a indagar
tras la frontera de mis soledades,
nunca desenmascares
recónditos sentimientos.

Porque me espanta imaginar
que si descubres mi yo verdadero
acaso interpretes que he sido un fraude,
que me pienses una podrida estafa,
el premio de una apuesta loca por la Nada.

Y entonces derribes puentes de seda
para levantar murallas de hielo
y me viertas en el sumidero de tus olvidos
cerrando puertas, anegando estancias.

No lo hagas, te lo imploro.
Porque te necesito,
porque te quiero.
Porque te adoro…


O sí




Si la infiel mujer, entregada sin pudor aparente al sexo con amantes casuales como consecuencia de una permanente insatisfacción conyugal, hubiera siquiera intuido que era en realidad su marido quien clandestinamente y por distintos medios le procuraba esos lascivos encuentros, tal vez no habría sufrido el peso de la culpa sobre su conciencia y, quizá, no habría acabado suicidándose (o sí).



domingo, 28 de abril de 2013

Víctimas



-  ¡Alto ahí!  Dame inmediatamente toda la pasta que lleves encima.


     -   ¿Cómo? ¡De eso nada! Si quiere mi dinero habrá de matarme.

     -   Pero hombre, ¿quién te ha dicho que yo quiera matarte?

    -     Para quitarme el dinero antes tendrá usted que usar esa pistola.

    -     Vale, de acuerdo. A ver, convénceme de que no debo hacerlo.

    -     Tengo mujer y dos hijos.

    -     Yo parienta, tres críos y un periquito.

      -     Estoy desde hace dos años en el paro, antes trabajaba de contable en una empresa que se trasladó a Marruecos.

   -     Joder, ¡qué casualidad! Hace más de tres años que no tengo curro; yo era albañil.

  Si no consigo por lo menos cuatro mil euros en el plazo de una semana, nos desahuciarán. ¡Malditos bancos!

   ¡Hijos de puta! ¡Me cago en ellos! A nosotros ya nos tiraron a la calle hace seis meses; ahora vivimos en una caravana robada.

    -   Mi madre está muy enferma. No puedo comprar los medicamentos que necesita y que ya no proporciona la Seguridad Social.

   ¡Qué me vas tú a contar! Tengo un crío medio ciego, no me dan ninguna ayuda y estamos dos años en lista de espera. ¡Políticos de mierda!

   -  Sí, tiene usted toda la razón, ¡vaya gobernantes inútiles y vendidos! A veces me entran unas insoportables ganas de suicidarme y mandarlo todo al carajo.

   Bueno, oye, por favor, tranquilízate, mejor que no sigas. ¿No tendrás un par de euros?, así nos hacemos unas cañitas y seguimos hablando.

     -    Hombre, si solo son dos euros y deja de apuntarme con esa arma…

    -     Pero bueno, ¿no te has dado cuenta? ¡Si solo es una pistola de juguete que encontré en un contenedor! Lo siento, perdona, es que estoy desesperado ¿sabes? Me llamo Paco.

  De acuerdo, encantado, Paco. Le comprendo, pero entienda que me ha dado un susto. Mi nombre es Eduardo.

   -   Disculpa otra vez, Eduardo, mucho gusto. Y háblame de tú, colega. Mira, yo pago la segunda ronda. Oye, ¿sabes que le tengo echado el ojo a otra caravana? He pensado que luego te daré mis señas, por si al final os desahucian ¿qué te parece?

Y los hombres se encaminaron hablando amigablemente hacia el bar más cercano.


viernes, 26 de abril de 2013

El secreto del viejo Colt




Brad Lewis es un joven de Kansas City que está pasando por una difícil situación personal. Acaba de divorciarse de una mujer a la que ama, dieron la custodia de su hijita Peggy a la ex, ha cerrado la empresa en la que era Jefe Administrativo y le han diagnosticado una enfermedad degenerativa incurable. Brad está decidido a acabar con su vida. Dispone de un viejo Colt de colección heredado de su padre y un cargador con siete balas, aunque deberían sobrarle seis de ellas. Pero antes ha dado buena cuenta de una opípara cena en Café Provence, el mejor restaurante de la ciudad, luego ha visitado el burdel más lujoso de los alrededores para contratar un ménage a trois con las pupilas más bellas (y caras) y finalmente ha invitado a su amigo Fred a unas cuantas copas de Blanton Reserva Especial en un club de élite.

De vuelta a casa, Brad abre un cajón, saca un estuche y extrae del mismo un Colt M 1911 que comienza a limpiar con un paño de algodón. El arma emite un largo sonido, un siseo similar al de un espray o aerosol y su cañón empieza a expeler un denso e inodoro vapor que en cuestión de segundos invade toda la habitación. Brad, sorprendido, atraviesa la espesa bruma y abre la ventana para que el aire de la madrugada disipe esa extraña niebla. Cuando la habitación recupera la claridad que permite la débil bombilla de la lámpara, tiene delante a un delgado cincuentón que, luciendo un bigotillo al estilo Clark Gable, parece un personaje sacado de una película ambientada en los locos años veinte: traje cruzado oscuro con finas rayas y grandes solapas, chaleco a juego, corbata ancha, sombrero y zapatos bicolor. Espantado, Brad toma temblorosamente el Colt e introduce rápidamente el cargador en su cámara, apuntando al desconocido.

-¿Pero qué haces apuntándome con esa arma, muchacho?

-¿Quién es usted y cómo ha entrado en mi casa? ¿Qué es lo que quiere?

-Bueno, chico, creo que te llamas Brad, perdona si te tuteo, pero soy como de la familia… ¿Nunca te contaron el cuento de Aladino?

-¿Qué puñetas dice usted?  ¿Cómo sabe mi nombre?

-Bueno, veo que no conoces el cuento… ¿Cómo te lo explicaría? Brad, empecemos por el principio: Tu bisabuelo, Harry Lewis adquirió ese Colt en el año 1921. De él pasó a tu abuelo, Graham, luego a tu padre Benedict y ahora lo tienes tú.
-Vale, ahora cuénteme una historia que no conozca. De momento no me ha dicho nada nuevo.

-De acuerdo, empecemos por Aladino: era un chico árabe que encontró una lámpara, la frotó y de ella salió un genio que estaba atrapado en ella y que, en recompensa por su liberación, le concedió tres deseos. Bueno, pues yo soy el genio de tu Colt…

-¿Quiere decir que usted es un ser fantástico que vive dentro de una pistola?

-Brad, soy tan fantástico como tú quieres que sea y sí, he estado viviendo dentro de esa pistola desde su fabricación en 1918. Como hasta ahora nadie la había frotado, permanecía a la espera de que alguien me liberase, y ése has sido tú.

-Pero ¿cómo diablos llegó a la pistola? ¿Quién le introdujo allí?

-Yo también vivía en una vetusta lámpara de aceite, pero la fundieron junto con otros materiales para obtener el metal con el que se fabricó esa pistola. Y allí me quedé.

-Todo eso me parece increíble. ¿Cómo puedo saber que usted no es un farsante que me está tomando el pelo?

-Bien, no debería hacer estas cosas, Brad. Observa esto.

El genio se queda mirando fijamente a una estantería llena de voluminosos libros, extiende sus brazos con las manos abiertas hacia ella y da una rápida palmada. De repente, la estantería se encoge hasta quedar del tamaño del mueble de una casa de muñecas, mostrando en la pared la marca que el tiempo y el polvo han grabado a sus espaldas.

-¡Cielos! ¡Realmente hace usted magia!

-La hago, por supuesto, es lo que tenemos los genios. Y tú eres ahora mi amo, hasta que te conceda el deseo que quieras pedirme.

-Pero, ¿no eran tres deseos?

-Eso te recuerdo que era en el cuento de Aladino. Sólo me está permitido concederte uno, y además con las siguientes condiciones: a) no me pidas que cause mal a nadie, b) no puedo producir emociones en las personas, eso significa que no me pidas que alguien se enamore de ti o de otra persona y c) no estoy autorizado a curar enfermedades. Perdón, se me olvidaba, tampoco puedo alterar el curso de la naturaleza.

-Pues vaya fastidio…

-Hay otra condición, Brad, y es que tienes diez minutos para pensarlo. Te daré una pista: dinero.

-El dinero no resuelve mis principales problemas, genio. Creo que me pondré otra copa más antes de tomar una decisión. ¿Me acompañas?

-Bien, no diré que no a un trago, amigo.

Brad cierra los ojos y piensa y piensa, mientras saborea un whisky de malta. El genio interrumpe sus reflexiones.

-Amigo, te queda un minuto…

-Genio, respecto al impedimento de alterar las condiciones de la naturaleza, ¿qué significa?

-Bueno, no puedo cambiar el curso de los ríos, trasladar montañas, convertir desiertos en selvas, desecar mares, modificar órbitas planetarias, etcétera.

-Pero, ¿podrías convertirme en perro?

-Entiendo que sí. ¿Alguna raza en especial?

-¿Qué tal un westies?

-No problem, Brad.

-OK, estoy decidido. ¿Podría ser un cachorro?

-Bueno, me imagino que sí. ¿Qué edad en concreto?

-¿Tres meses te parece bien?

-De acuerdo, Brad. Cuando quieras.

-Vale, un westies de tres meses. Y deja la puerta abierta, por favor.

-Bien, Brad. ¿Listo?

-Sí, adelante.

El genio se atusa el bigotito y el plateado cabello que cubre sus sienes y hace un rápido movimiento de manos. Brad queda instantáneamente transformado en un simpático perrillo blanco, que empieza a ladrar al mago para recordarle que abra la puerta.

Brad, es decir, el perro en el que ha mutado, cruza la entrada y pone rumbo a la casa de su ex-esposa. Mientras camina hacia allí, recuerda que Peggy siempre quiso tener un westies, a lo que él siempre se opuso contra la opinión de su mujer. Está convencido que lo adoptarán sin rechistar en cuanto les haga dos gracias. Y piensa, además, que la enfermedad que sufre no la pueden contraer los chuchos, por lo que ya no ha de seguir preocupándose por ella. Sin duda Brad Lewis, el Aladino de Kansas City, ha acertado con su decisión. Nunca un intento de suicidio pudo acabar mejor…


jueves, 25 de abril de 2013

Obsequio mortal




Un buen día aquel extraño individuo, al que le faltaba una costilla y  que estaba unido por capricho divino a una mujer llamada Eva, que correteaba desnuda por el jardín y en ocasiones hablaba con serpientes, comenzó injustificadamente una exclusiva dieta de manzanas que mantendría toda su vida. A su primogénito lo nombró Caín, y en su decimoquinto cumpleaños le regaló una quijada de asno que éste empleó años después para golpear a su hermano menor hasta la muerte.



En París, bajo la lluvia





Es 1958 y nunca hasta hoy visité París. Nunca hasta hoy tuve necesidad ni intención de ello, pero he de confesar que ahora me arrepiento de no haberlo hecho antes. La estampa que tengo ante mí, de un tipo bajo la lluvia protegiendo con su paraguas un violonchelo, compensa las calamidades de este viaje. Es una escena melancólica y entrañable, en la que un hombre de mediana edad con una gabardina y una gorra prefiere quedar empapado a que su instrumento sufra algún percance. Cualquiera podría intuir que es lo más parecido a una metáfora viviente.

Decía que ha sido un recorrido calamitoso, aunque no por su duración y las adversidades encontradas en el camino, que también las hubo y no relataré. Ha sido triste porque he viajado con un cadáver, concretamente con las cenizas de mi mejor amigo. Fernando me arrancó el compromiso de que cuando muriese, porque él era consciente de tener los días contados, yo personalmente derramaría sus restos en el Sena. Además, no debía hacerlo solo. Antes tenía que contactar con Gabrielle, su antigua novia, la única mujer a la que amó, para que me acompañase en el ritual de esparcir esos residuos bajo el Puente de los Inválidos, desde el lugar exacto donde se dieron el primer beso.

Esta mañana he conocido a Gabrielle, además de unos fascinantes ojos tiene una sonrisa maravillosa. Pensé que se negaría a complacer los deseos de un muerto, pero me equivoqué. Los franceses están hechos de otra pasta, eso es indudable. Después de la lúgubre ceremonia, a la que también ha asistido un aguacero que no estaba invitado, hemos tomado un café y nos hemos despedido con un beso. Luego he empezado a pasear y me he emocionado con la imagen del violonchelista. Ahora comprendo la metáfora: el chelo, o es un sueño, o es una mujer.

Vuelvo a pensar en los ojos y la sonrisa de Gabrielle; siento, estoy convencido, que me he enamorado de ella.


martes, 23 de abril de 2013

Lágrimas colaterales




El pequeño Abdul subió corriendo a la segunda planta, donde antes había estado el apartamento familiar, incumpliendo las desesperadas órdenes de su madre. Entre cascotes y escombros penetró en la maltrecha vivienda con la intención de recuperar aquel muñeco viejo que tanto adoraba. Pero cuando abrió la puerta de su dormitorio descubrió que ni había armario ni quedaba pared: en su lugar aparecía un sorprendente mirador, desde el que en primer término solo se vislumbraba muerte, devastación y miseria; al fondo, cual broma pesada o presagio inimaginable, un espléndido arco iris. El niño se dejó caer de bruces y rompió a llorar amargamente.


Canallada útil




A ese insigne político europeo de labia fácil y afición a los improperios con vocación de gobernante, que pretendía erradicar fulminantemente la inmigración de baja estofa, le gastaron una solemne putada, o por mejor decir, le dieron su justo merecido cuando, una noche y por medios desconocidos, unos sujetos anónimos le narcotizaron y lo trasladaron a una región del África subsahariana con la que no existían relaciones diplomáticas y se encontraba en guerra con sus vecinos.


Cuando el hombre despertó al amanecer, se encontró solo y sin recursos en medio de un barrio mísero de una ciudad y un país desconocidos, en el que la gente no hablaba su idioma y además le miraba como a un bicho raro. Le habían dejado allí sin documentación y era incapaz de hacerse entender con los nativos. Lo intentó con unos policías que le salieron al paso; pero cuando éstos se percataron de que carecía de papeles, le llevaron a la comisaría y después de interrogarlo con violencia, le sustrajeron el reloj y el anillo de oro y lo echaron de allí. Durante semanas deambuló alrededor del lugar donde diariamente se celebraba un mercado de alimentos, peleando con otros desahuciados por conseguir los desperdicios de los vendedores al final de su jornada. Comía pues lo que podía y dormía donde le dejaban, ya que la cantidad de indigentes era impresionante. Enfermó, probablemente a causa del consumo de alimentos crudos y en mal estado, y quedó literalmente tirado en la calle hasta que una familia se apiadó de él y lo acogió en su hogar, si así se puede denominar a aquella chabola sucia y maloliente. La mujer, una negraza oronda, culpable con la complicidad de un chatarrero borrachín de la existencia de cuatro niños y dos niñas, cuidó como mejor supo del hombre blanco hasta su recuperación. Fue entonces cuando el político, al que hasta hacía poco se le erizaba el vello cuando oía hablar de la redistribución de la riqueza, empezó a considerar el verdadero valor de compartir la miseria.


Nadie sabe cómo, pero la noticia de su secuestro y perentoria situación llegó meses después al máximo responsable del Gobierno de su país, rival directo en su carrera al Palacio Presidencial, quien puso inmediatamente en marcha toda la maquinaria jurídica y diplomática a su alcance para, a través de ministros de terceros estados, lograr la urgente repatriación del candidato. Éste, de vuelta en casa, decidió abandonar la política y nunca después se supo más de él.


lunes, 22 de abril de 2013

Libro gratis para blogueros de PRINTCOLOR


Hoy he recibido el libro que PRINTCOLOR regala a los blogueros.




Lo cierto es que no esperaba un producto de tan alta calidad (claro, que mis textos se la merecen, ja ja ja).
Ha superado con creces mis mejores expectativas y además  ¡ es completamente GRATIS !




Recomiendo a cualquiera que lea esta entrada y disponga de un blog que vaya a la página:
y encargue su propio libro. Es muy sencillo. No dejéis pasar esta formidable oportunidad.




Y desde aquí, por supuesto, ¡ gracias, PRINTCOLOR !



Una tumba vacía




La tenemos justo delante. Es pálida como un fantasma, paciente como una semilla esperando germinar. Silenciosa como una tumba vacía. Amable y expectante, como una mano tendida hacia nosotros. Nos vigila sin ojos y tiembla cuando respiramos. La amamos, pero también la odiamos. Su única posibilidad de sobrevivir es que, después de ser mancillada por nuestros despiadados lápices, nos cautive el fruto engendrado. Solo así evitará acabar marchita y arrumbada, cuando no dividida en mil tristes pedazos.


Recuerde su nombre




-Herminio Ramírez, recuerde su nombre. Es el hombre que me mató. Impida que le ponga una mano encima.

El anciano me había susurrado eso al oído mientras permanecía sobre una camilla en los servicios de urgencia del hospital, esperando resultados de las pruebas que me habían realizado ante un probable ataque de apendicitis.

Observé que el hombre entraba y salía libremente de los distintos boxes, vestido con un pijama celeste y ayudándose de un bastón. Los sanitarios no le prestaban ninguna atención, pasaban a su lado ignorándolo como si formase parte del decorado de esa unidad médica.

-Hemos comprobado que efectivamente se trata de una inflamación del apéndice vermicular. Hay que operarle de inmediato, me dijo el doctor que me estaba atendiendo. No debe preocuparse, el compañero que practicará la intervención es estupendo. No le quedará la menor cicatriz

-¿Cómo se llama ese cirujano?, inquirí.

-Fernando Rosales, es catedrático en la universidad. Le repito que es un excelente profesional. Puede usted estar tranquilo. Comenzaremos en veinte minutos.

-De acuerdo, asentí, mientras contenía un espantoso dolor abdominal y rezaba para que los minutos transcurriesen volando.

Después de rasurarme y untar la zona afectada con un yodo amarillento, los enfermeros me trasladaron al quirófano. Una vez allí, un tipo enfundado en un burka verde, con ojos inquietos, se dirigió respetuosamente al jefe del equipo:

-Rosales, estamos listos. Cuando quieras.

-OK, Herminio, puedes empezar con la sedación del paciente.


domingo, 21 de abril de 2013

Amor cautivo




Fue un amor a primera vista, pero un amor absurdo, imposible. Él sabía que las circunstancias y, por encima de todo, la genética, siempre les separarían. De ahí su apenado semblante, el torpe y lento caminar, la mirada taciturna...

La pasión había nacido en el confín de sus hogares, al borde de la empalizada. El rinoceronte se enamoró perdidamente de la llama cuando ésta le obsequió con un dulce escupitajo.


viernes, 19 de abril de 2013

Un espíritu rebelde




Ha tenido multitud de nombres pero carece de uno concreto. Los milenarios maestros re-encarnadores saben de su incontenible propensión a morir pronto para nacer inmediatamente en el cuerpo de un nuevo prójimo. Aunque esos veteranos artesanos del reciclaje han probado a enviarlo atrás y adelante en el tiempo, el colega no tiene remedio. Es un alma inquieta, un culo de mal asiento, un picaflor, como diría un amigo mío. Desconocen si es que se ha enviciado hasta la adicción con la placentera sensación de la muerte o si lo que desea es establecer un récord inalcanzable, probar constantemente inéditas emociones o no perderse ni un ápice de lo que aconteció, acontece y acontecerá en el mundo material. Siempre crece rápido y muere joven; en sus planes no entra para nada madurar, envejecer y expirar en la cama de un frío hospital. Es un espíritu rebelde que cuando vive lo hace a tope, contrayendo los máximos riesgos, caminando de puntillas y sin red sobre el delgado alambre de la autodestrucción. Un alambre que invariablemente se acaba rompiendo. Y entonces el espíritu, otra vez, renace.


La vidente




Después de varias conversaciones telefónicas de más  de dos horas cada una, la vidente solo consiguió acertar que el mes siguiente tendría que afrontar serias dificultades económicas.
La verdad sea dicha, el coste de aquellas llamadas desequilibró completamente mi presupuesto.


jueves, 18 de abril de 2013

El tío Ceba




Enjuto, alto y calvo, con un amable rostro, su piel está más que tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a la vieja costumbre de la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus amigos dicen que hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de la Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le llaman Ramonet o Tío “Ceba”. Tiene setenta y cinco años y es de los últimos labradores de Benimaclet, un popular y entrañable barrio al norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con sus administrativas fauces.

El sobrenombre de “Ceba” (pronunciado seba, cebolla en lengua valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova en el pueblo. De pequeño era “Cebateta”, hijo de “Cebeta” y nieto del Tío “Ceba”. A fuerza y medida de los inevitables mutis generacionales, Ramonet fue ascendiendo en la escala onomástica. Hace muchos años a su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde pedáneo, el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas, bautizos y entierros de sus antepasados.

La historia familiar cuenta que, como él, todos sus ascendientes por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería que hasta ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado continúa creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una amplia huerta que es también de su propiedad.

Ramonet Casanova contrajo nupcias a principio de los sesenta con Amparito Forment “Pollereta” (pollerita), apodada así por ser hija de un criador de aves local. En los primeros años de matrimonio Amparito sufrió una grave afección que la condenó a una esterilidad permanente. Desde que la “Pollereta” muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es  la única compañía de Ramón Casanova, último eslabón de la dinastía “Ceba” de Benimaclet.

Ramonet, además de con las paellas, el truc y el dominó, siempre ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles tierras, admiración de los agricultores vecinos. Pero también  ha sufrido la creciente amenaza del urbanismo devorador, que acerca cada vez más los descomunales edificios y las amplias avenidas a su paraíso particular. En plena burbuja inmobiliaria declinó reiteradas y sensacionales ofertas por su propiedad. Presumidos y prepotentes constructores, adictos a los habanos y los descapotables, más que bien relacionados con el consistorio público, le presionaron durante meses hasta acabar todos convencidos de que el viejo “Ceba” está completamente majareta. Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de que todo en esta vida, incluso los principios, se puede comprar o vender, por más empeño que pongan jamás comprenderán que para ese hombre sin responsabilidades familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y da sentido a su vida, tiene el máximo valor pero ningún precio.

Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova Seguí recibió una notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el contenido de la misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que suministra el agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho de la mañana y que en determinada fecha del mes próximo habrá de franquear la entrada a las primeras máquinas excavadoras.

Son las siete y empieza a clarear. Portando un fardo en una mano y una caja de fruta en la otra, el Tío “Ceba” sale de la barraca y se dirige al olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el bulto, o lo que es lo mismo, los restos de Miliki, al que acaba de degollar sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la superficie de la pequeña tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae una soga que lanza al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al cajón y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo que deja caer la base le propina una patada, alejándola unos metros. El cuerpo se balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los cantos de los pájaros.

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P.S. Lo que ya nunca sabrá el bueno de Ramonet es que el pueblo se movilizó en masa tras su muerte para detener aquellas obras. Los tribunales reconocieron que el olivo milenario no se debía cortar, arrancar ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en el mismo emplazamiento. Ahora, en la antigua alquería se levanta el Parque del Tío “Ceba”, con una estatua del hombre y su perro a la sombra del viejo árbol.


miércoles, 17 de abril de 2013

La teletienda



(Imaginemos una rubia despampanante con  minifalda y escote de infarto agudo de miocardio, junto a un presentador maduro pero delgado, alto y apuesto, que peina canas y se exhibe más elegante que George Clooney en un anuncio de Nespresso. Ambos lucen sonrisas de oreja a oreja y van turnando sus entusiastas comentarios, al tiempo que se proyectan imágenes fijas y móviles del producto; asimismo se intercalan filmaciones de personas anónimas mientras leen el periódico, ven los telediarios u observan situaciones de alto dramatismo, como por ejemplo que se incendia su propia casa, siempre con expresión sonriente rayana en la estupidez más extrema, también inconcebibles testimonios de individuos con aspecto entre zombie y extraterrestre).

ZYTE, DE FELIZYTEITOR
La pulsera electromagnética que le proporcionará el equilibrio y la felicidad



¿Han deseado ustedes alguna vez conseguir la flema británica, la relajación oriental y el meninfotisme[1] valenciano? Seguro que la respuesta es sí.

Pues aquí tenemos el placer de presentarles el producto definitivo para conseguir el estado ideal de cualquier persona: ZYTE, de FELIZYTEITOR, una pulsera electromagnética de última generación, diseñada por ingenieros de la NASA y fabricada en Nueva Zelanda con la tecnología más avanzada a partir de rodio, tolueno, polvo de cuerno de rinoceronte blanco de Zimbabue y esencia de horchata de chufa con denominación de origen Alboraya, acabada en un lujoso baño dorado de 24 quilates.

Impulsada por la energía que le suministra una nano-batería incrustada en su armazón, auto-recargable a través de un generador catalotermoiónico que no habrá de sustituir jamás, el ZYTE de FELIZYTEITOR le procurará eterna felicidad y completa ausencia de malestares y desasosiegos, sin importar cuáles sean su edad, sexo, raza, estado civil y tampoco sus circunstancias personales y profesionales.

ZYTE, de FELIZYTEITOR, emite unas ondas invisibles e intangibles que envuelven su cuerpo e invaden sus sentidos con un aura especial, eliminando de raíz los sentimientos negativos y reforzando su actitud positiva ante sí mismo, los demás y la sociedad.

¿Discusiones familiares, con vecinos, compañeros del trabajo? ¿Su pareja le engaña, el jefe le fastidia, explota y minusvalora, su vecino le tortura aporreando un piano a deshoras? ¿Se le estropeó el coche y tiene que desplazarse en bicicleta, se suicidó su mascota, siente una permanente insatisfacción sexual, se le inundó el sótano? ¿Dejó de fumar y tiene un humor de perros, los niños se vuelven rebeldes y le dan al botellón, le diagnostican una enfermedad incurable, un camión atropelló a su bisabuela? ¡Tonterías! Todo eso le parecerán auténticas nimiedades una vez acomode en su muñeca la pulsera ZYTE de FELIZYTEITOR. El asombroso poder narcotizante del tolueno disipará todas esas contrariedades y volverá usted a ser la persona feliz a la que todo el mundo adora.

¡Tampoco se inquiete ya nunca más por incómodos temas políticos! Con ZYTE, de FELIZYTEITOR, le garantizamos que olvidará cualquier polémica sobre estafas electorales, corrupción, malversaciones de fondos, sobornos, tráfico de influencias, robo de dinero público, evasión de capitales y fraude fiscal. ¿Y por qué no mencionar los salvajes recortes de los gobiernos en educación, sanidad e investigación? Ninguno de ellos  volverá a ser su problema, porque el polvo de cuerno de rinoceronte blanco de Zimbabue que contiene esta extraordinaria joya se ha comprobado científicamente que neutraliza en un 97,5% de los casos ese tipo de inútiles preocupaciones.

¿Y qué me dice usted de los quebraderos de cabeza que a veces suscitan esos superficiales inconvenientes económicos que a todos nos incordian y molestan tanto? Esa vivienda que no puede comprar, ese préstamo que no puede pagar, ese trabajo que no encuentra tras años en el paro, la subida de las facturas de la luz, el agua, el gas, los incrementos de precios de los transportes, de la gasolina, de las matrículas universitarias, los desproporcionados aumentos de impuestos y tasas en general para pagar el rescate bancario, las obras megalómanas y los aeropuertos sin aviones, la eliminación de los subsidios y las ayudas, la congelación y suspensión de nóminas, etc. ¡Hágase un favor y olvide ya todo eso! Deje de pensar en negativo y concéntrese en la marcha de la Liga y de la Champions, del Mundial de Fórmula I, en el desarrollo de la nueva temporada de Gran Hermano-24 horas, siga los mejores culebrones y reality shows… Porque además de sus maravillosos efectos, testados por laboratorios suizos del mayor prestigio, si usted adquiere ahora una pulsera ZYTE de FELIZYTEITOR  ¡le regalamos la suscripción por un mes a Canal Imaplus Digital!

¿Qué le parece esta oferta? ¿Increíble, no? Pues eso no es todo: si es usted una de los tres primeros millones de personas en reservar este fantástico artículo le regalaremos, en DVD o Blu Ray, los mejores conciertos de Isabel Pantoja y dos discos en alta definición de los partidos que dieron a La Roja los Campeonatos Mundial y Europeo de fútbol, con entrevistas a sus protagonistas. Además, si usted es empleado público o funcionario y nos lo acredita, añadiremos a estos fabulosos regalos la colección completa de los discursos navideños del Rey.

La exclusiva pulsera ZYTE, de FELIZYTEITOR, está valorada en 950 euros, pero el Gobierno, velando por el bienestar y satisfacción del pueblo, desea que ningún español sin excepción se vea forzado a prescindir de las admirables propiedades de este excelente producto. Es por eso que ha subvencionado su compra y el precio final, impuestos y gastos de envío incluidos, es nada menos que de   ¡15 EUROS por pulsera!

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[1] Meninfotisme es la forma valenciana de dar a entender la actitud indiferente y sadomasoquista de una persona ante cualquier cuestión, aunque ésta le afecte gravemente. Es una característica propia de gran parte del  pueblo valenciano.