Ha tenido multitud de nombres pero carece
de uno concreto. Los milenarios maestros re-encarnadores saben de su
incontenible propensión a morir pronto para nacer inmediatamente en el cuerpo
de un nuevo prójimo. Aunque esos veteranos artesanos del reciclaje han probado
a enviarlo atrás y adelante en el tiempo, el colega no tiene remedio. Es un
alma inquieta, un culo de mal asiento, un picaflor, como diría un amigo mío.
Desconocen si es que se ha enviciado hasta la adicción con la placentera
sensación de la muerte o si lo que desea es establecer un récord inalcanzable, probar
constantemente inéditas emociones o no perderse ni un ápice de lo que aconteció,
acontece y acontecerá en el mundo material. Siempre crece rápido y muere joven;
en sus planes no entra para nada madurar, envejecer y expirar en la cama de un
frío hospital. Es un espíritu rebelde que cuando vive lo hace a tope, contrayendo
los máximos riesgos, caminando de puntillas y sin red sobre el delgado alambre
de la autodestrucción. Un alambre que invariablemente se acaba rompiendo. Y entonces
el espíritu, otra vez, renace.
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