viernes, 19 de abril de 2013

Un espíritu rebelde




Ha tenido multitud de nombres pero carece de uno concreto. Los milenarios maestros re-encarnadores saben de su incontenible propensión a morir pronto para nacer inmediatamente en el cuerpo de un nuevo prójimo. Aunque esos veteranos artesanos del reciclaje han probado a enviarlo atrás y adelante en el tiempo, el colega no tiene remedio. Es un alma inquieta, un culo de mal asiento, un picaflor, como diría un amigo mío. Desconocen si es que se ha enviciado hasta la adicción con la placentera sensación de la muerte o si lo que desea es establecer un récord inalcanzable, probar constantemente inéditas emociones o no perderse ni un ápice de lo que aconteció, acontece y acontecerá en el mundo material. Siempre crece rápido y muere joven; en sus planes no entra para nada madurar, envejecer y expirar en la cama de un frío hospital. Es un espíritu rebelde que cuando vive lo hace a tope, contrayendo los máximos riesgos, caminando de puntillas y sin red sobre el delgado alambre de la autodestrucción. Un alambre que invariablemente se acaba rompiendo. Y entonces el espíritu, otra vez, renace.


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