Paco, Juan y Manolo son unos
jóvenes que, a falta de otra cosa, trabajan en la reparación de unas obras de
la vieja-nueva línea del Metro, ésa cuyos fondos se acabaron porque los
superhéroes que iban a salvar la patria de la ruina prefirieron gastar el
dinero de los ciudadanos en carreras de Ferraris, parques zoológicos ruinosos,
Palacios de la Ópera con goteras, aeropuertos sin aviones y demenciales
proyectos urbanísticos mega-faraónicos que nunca se materializarán.
Es la hora del almuerzo y
los chavales sacan sus bocatas y unos botes de las mochilas. Para ellos, ese
rato es el más agradable del día, porque les permite charlar abiertamente de lo
que realmente les interesa.
-Escuchad, mientras tiraba el hormigón me estaba preguntando ¿Qué es
peor, el sufrimiento eterno o la nada? ¿Vosotros qué opináis?
-Hombre Manolo, dice Paco desenvolviendo el bocadillo, yo siempre he sido de la opinión de que la "nada" en su esencia básica sería peor infierno
que el sufrimiento y dolor eterno planteado en la Biblia como "El
Infierno". La Nada es la negación absoluta de Dios en todo su esplendor.
Si Dios implica alguna forma de existencia aunque ésta no sea más que
"Dolor", sería desechado con la idea de la "Nada". La Nada
es la inexistencia absoluta, es algo que aterrorizaría al mismo Satanás.
-Perdona, Manolo –indica
Juan tras dar un sorbo de cerveza- pero
creo que la pregunta que planteas sólo puede responderse desde la fe y la
religión y no desde los parámetros de la filosofía. La idea de infierno no
tiene cabida en la filosofía y la definición de la nada como “inexistencia absoluta” es la propia del pensamiento judío y
cristiano, que la entiende como lo absolutamente opuesto a Dios, que es la
perfección absoluta.
Si el Universo surgió o no surgió de la Nada (entiéndase la Nada como Absoluta)
es una cuestión que no podremos saber jamás. Podremos postular una u otra
solución, pero jamás llegaremos a saberlo.
-Yo,
dice
Manolo después de engullir un bocado de pan relleno de mortadela, si tengo que elegir entre el
sufrimiento eterno y la nada, creo que me quedo con la nada. Total, el Universo
tiene 13.700 millones de años, y sólo durante unos 90 ó 100 millones de ellos
(una cantidad, por tanto, despreciable) estamos vivos. En realidad hemos estado
ya una eternidad no-vivos. ¿Por qué temer, pues, a la "nada", si
llevamos 13.700 millones de años de "nada"? Lo que es una excepción
es que estemos vivos. La vida, como ha señalado alguna vez Jesús Mosterín, es
una excepción.
-Y no olvidemos, conviene Juan, que
la nada es la garantía de la libertad, según Sartre. La libertad, esa
condena-privilegio del hombre que a tantos aterroriza, hasta el punto de desear
renunciar a su misma condición humana.
-Bueno, dice Paco, en
realidad tampoco sabemos si la muerte es límite de algo. Hemos de suponer que
sí. Pero esa suposición parte de la propia vida que, por definición es lo
contrapuesto a la muerte. Así que de la misma forma que me puedes decir que de
la vida deducimos que la muerte es el límite, también te puedo decir que de la
muerte deducimos que la muerte no lo es.
-La
cuestión no es si hay algo después o no, la cuestión es el hecho mismo del
vivir en contraposición a lo que supondríamos que es el no vivir aún siendo una
incertidumbre, y sólo existe una reafirmación desde la propia vida. Reafirmar
algo es volver a afirmar en oposición a algo, pero esa oposición no se refiere
a una realidad concreta, explica Juan.
-Sí, sí, pero la nada es algo
impensable, sostiene
Paco mirando de reojo al capataz que se acerca. Siempre que pensamos en la "nada" no podemos evitar pensar
en algo, por lo que se contradice su esencia. No
puede haber "nada" porque si "hay" nada, entonces algo está
habiendo, y si está habiendo ese algo no puede ser nada. En cambio, la nada
puede ser. Aunque si la nada es, ninguna otra cosa puede ser, porque si algo
más es, entonces algo existe, mas no nada. Y mientras la nada existe, no puede
haber otra cosa, porque si algo hay, no hay la nada.
-Buenoh, señoritoh, avé si acabamoh con
lah pamplinah esah rapiditoh, que paíce que va’lloveh y aún endemos d’apreparar
el mortero pa la rampa.