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sábado, 12 de marzo de 2016

El viaje




Condujo silencioso durante todo el viaje. Me desperté cuando se detuvo en medio de un extraño páramo. Abrió y con una voz desagradable, muy distinta a la que utilizaba cuando me conoció, ordenó que bajase. Pero no me importó; mientras obedecía le dediqué, como siempre, mi mejor semblante. A continuación subió de nuevo al coche y sin decir una palabra arrancó, dejándome allí, ladrando desconsoladamente.

martes, 14 de abril de 2015

ConsPIGación




Cuando me dirigía al baño tras la siesta, percibí extraños cuchicheos provenientes del salón. Me aproximé silenciosamente y asomé parte del rostro. Mientras se revolcaba en el sofá, el cerdo vietnamita que tenemos por mascota decía a alguien por teléfono: 

 —Tranquilo, no sospechan nada. Será esta misma noche. ¡Oink!


sábado, 8 de marzo de 2014

Judas



El bueno de Bernabé, con setenta y dos años a las espaldas, arrastraba con decencia su viudez desde hacía un lustro. Distintos retratos de Manolita, la difunta, colgaban en las paredes de la entrada, del pasillo y del pequeño pero acogedor salón. Sobre la mesilla de noche, una foto de la pareja tomada el día de su boda era objeto de constante besuqueo por parte del otrora ferviente novio y marido.

Bernabé vivía con la única compañía de un viejo gato castrado, bautizado por Manolita con el nombre de Sansón. Pero llegó el día en el que, tras horas de dolorosa agonía, la mascota resolvió emigrar en busca de su antigua propietaria para compartir con ella el descanso eterno.

Fue entonces cuando Mateo y Luisa, los hijos de nuestro solitario personaje, decidieron regalarle un periquito para mantener al padre entretenido y acompañado, mitigando de paso la pena de haber perdido a su amigo el gato. Aunque disimuló como pudo, por no contrariarles, el hombre recibió malhumorado tal obsequio; parecía mentira que sus propios descendientes ignorasen, a estas alturas de la vida, que siempre le habían repelido los bichos con plumas. Ojalá en una de éstas reapareciera Sansón, o uno de sus congéneres, para merendarse al pajarito.

Resignado no obstante a convivir con el perico, lo primero que hizo fue ponerle nombre: lo llamaría Judas, pues no se le ocurrió un apelativo más detestable. Luego colgó la jaula en un rincón de la estrecha terraza que asomaba desde la segunda planta a un gran patio de luces. Bernabé sonrió maliciosamente al recordar que la ciudad sufría una plaga de milanos empeñados en aniquilar el mayor número posible de aves domésticas. Con algo de suerte, Judas tendría los días contados.

Pero esos días fueron transcurriendo uno tras otro y las aves de rapiña brillaban por su ausencia en aquel barrio suyo. Llegó la triste fecha del aniversario, se cumplían cincuenta años de su matrimonio, y por motivos relacionados o ajenos al acontecimiento Bernabé tuvo la rutilante idea de enseñar al pájaro blanquiazul a piar su nombre.

-¡BER-NA-BÉ!, ¡BER-NA-BÉ-!, ¡BER-NA-BÉ! –comenzó a gritar a la jaula de Judas con entusiástica intensidad.

-¡BER-NA-BÉ!, ¡BER-NA-BÉ-!, ¡BER-NA-BÉ! -repitió sin descanso durante días enteros enfrente del atontado plumífero, que solo emitía graves gorgoritos ininteligibles o murmuraba frases pajariles sin sentido.

El viudo empezaba a hartarse de la evidente ineptitud de Judas para entonar el sencillo vocablo y una mañana en la que, desobedeciendo las pautas del médico, tomó junto al almuerzo dos rebosantes vasos de vino que nublaron su pensamiento, agarró la jaula y la lanzó por los aires, profiriendo un contundente “¡A LA MIERDA!”

La caja de alambres se estrelló con violencia en la galería de la planta baja. Contra cualquier pronóstico, la avecilla sobrevivió al impacto y, aprovechando el resquicio que dejaron unos barrotes desprendidos, salió volando hacia la vivienda de Bernabé. Sosteniéndose en el antepecho de la terraza, Judas se quedó mirando fijamente al agresor y antes de salir revoloteando con rumbo desconocido, le espetó con claridad:

-¡A LA MIERDA! ¡BERNABÉ!




jueves, 13 de febrero de 2014

Desmontando a Gustav


Ringo, a la edad de cinco años, divirtiéndose en la feria local


1

“Lego al mundo el maravilloso descubrimiento del mestizaje de las especies. Aún recuerdo cuando en mi juventud intentaba el cruce de moscas y arañas, de arañas y lagartos, de lagartas y gatos, de gatas y perros, de perras y leones. En tales casos el primer animal sucumbía, devorado o destrozado por el segundo. Pero, aunque amigos y familiares se mofaban, yo proseguía mis investigaciones entre impertérrito y entusiasmado.

Comprendí que existen criaturas incompatibles con otras y, espoleado por la idea de experimentar con nuestro propio género, en 1952 yo mismo me apareé con Gladys, la legendaria osa patinadora del Circo Ringling. Al cabo de varios meses nació Ringo, nuestro precioso hijo, el primer grizzly híbrido de la historia, al que eduqué personalmente en la disciplina humana. Con mucha dedicación e infinita paciencia he conseguido que articule algunas palabras; también que lea y escriba con fluidez, esto último sirviéndose de un artilugio especial que ordené fabricar a la medida de sus enormes pezuñas. Fuma habanos, disfruta en el cinematógrafo con las películas de Humphrey Bogart y adora el jazz, el be-bop en concreto. Come algodón de azúcar y le pirra montar en los autos de choque de Coney Island. Si bien es clavadito a su madre, representa el triunfo de la ciencia sobre el escepticismo, los prejuicios y el conservadurismo más recalcitrantes.

Vaya desde aquí mi sincero perdón a aquellos biólogos que tacharon de farsa mis éxitos, que me vilipendiaron y calumniaron por razones que  ellos conocerán. Solo espero y deseo que mi trabajo sea reconocido, que pase a los anales de la genética con el honor que merece.

En este libro revelo con todo lujo de detalles los secretos acerca de mis investigaciones. Confío en que su lectura animará a jóvenes científicos a tomar el testigo que la enfermedad que me mantiene postrado me obliga a ceder irremisiblemente.” (1)

(1) Extracto del prólogo a “El desafío evolutivo. Manual para la simbiosis de los especímenes terrestres” (Apocalypsis Editions, 1960), escrito por Gustav Yurinsky Jr. dos años antes de su defunción.


2

“Gustav Yurinsky Jr. tan solo contaba 42 años cuando falleció en la primavera de 1962, tras una larga y terrible dolencia. Tengo ahora 20 años, lo cual es mucho para un grizzly como yo. Creo que ha llegado el momento. Antes de traspasar la negra barrera, me siento obligado a declarar la verdad sobre los estudios de quien estaba convencido de ser mi padre. Porque hay que reconocer que su vida fue un auténtico fiasco. Cuando Yurinsky ayuntó con Gladys, desconocía que ella ya estaba preñada de Fenton, el oso que hacía malabares con antorchas encendidas mientras rodaba con una bicicleta por un alambre a diez metros del suelo. Fue mi propia madre la que me lo confesó, en nuestro propio lenguaje úrsico, durante una de mis escasas visitas a la sucia jaula que ocupaba en aquel maldito circo. También me aseguró que Gustav no dejaba de acosarla y abusar sexualmente de ella, con la finalidad de proporcionarme un hermano.

A pesar de su locura, de su compulsión obsesiva por unos experimentos disparatados, contrarios a cualquier lógica y ética natural, agradezco a mi falso padre que me mantuviese alejado de aquel inmundo negocio, donde los animales son vejados y maltratados de forma sistemática. También he de reconocer el tremendo esfuerzo que mostró para adiestrarme en la lectura y la escritura, gracias a lo cual he podido deleitarme con las grandes obras de los clásicos americanos: Poe, Melville, Twain y tantos otros. Ello también me ha permitido ganarme la vida decentemente como crítico literario en Time ya que, como el solfeo y la interpretación musical, los números nunca se me dieron bien, jamás logré pasar de la tabla del dos.

Sin embargo, a través de estas breves líneas deseo expresar mi ardiente deseo de que los discípulos de Gustav Yurinsky, si es que alguna vez llegó a tener alguno en cualquier recóndito rincón del planeta, renuncien a continuar unas investigaciones abocadas al más estrepitoso fracaso. Soy un triste embuste cubierto de un espeso pelo parduzco. Ustedes dirán que podría o debería haber declarado todo esto hace mucho tiempo. Tienen razón, es cierto. Pero comprendan que, aunque no soy humano y nunca lo seré, en mi interior albergaba serios temores acerca de las consecuencias ulteriores, de la imprevisible reacción de esos miles de personas que cada semana han seguido fielmente mis artículos en esta revista. Revista, por otro lado, que confío me contratase atendiendo a mi destreza profesional y no a mi supuesta singularidad biológica.

Imploro ahora sinceras disculpas desde esta eminente atalaya, por haber demorado la proclamación de la cruda realidad. Solo me resta suplicar clemencia. Si, como se suele decir, errar es de humanos, imagínense lo que puede hacer un plantígrado. Hasta siempre, mis queridísimos lectores.” (2)

(2) Último de los artículos publicados por Ringo Yurinsky en la columna titulada “Las osadías de Ringo”. Revista Time, 23 de Junio de 1972. Su autor murió a principios del año siguiente en el Circo Ringling, que reclamó su propiedad amparado en el contenido de esta publicación. En aquel cautiverio, Ringo fue  obligado a exhibir sus habilidades literarias: los espectadores elegían tres palabras al azar y con ellas, en cuestión de dos minutos, el inteligente grizzly escribía en una pizarra un estimable microrrelato.


martes, 7 de enero de 2014

Un gato blanco




Una de mis hijas
 trajo a casa estas Navidades
 un gato blanco abandonado.
Aún ignoramos si es macho o hembra,
pero sabemos que está sordo.
La ventaja es que no necesita nombre.
El inconveniente, que no puedes llamarlo.
Un gato blanco y sordo
sirve para bien poca cosa
 excepto para amarlo
como al resto del mundo.
Bueno, creo que exagero.
Como al resto del mundo
menos a toda esa gente
que habla de defender la vida
invocando la pena de muerte,
cerrando hospitales,
y encareciendo los medicamentos.
A esa gente que habla de transparencia
detrás de una tv de plasma
e insulta nuestra inteligencia
soltando una sarta de embustes
ni simulados ni diferidos.
A esa gente que habla de progreso
mientras se llena los bolsillos,
saqueando a los ciudadanos,
congelando los sueldos más miserables.
A esa gente que habla de libertad
amordazando al pueblo
y tratándolo a garrotazos.
A esa gente adicta a las procesiones,
a los rosarios y al incienso,
que recita los mandamientos
para luego no cumplir ninguno.
A esa gente que habla de paz
lanzando misiles,
que habla de ecologismo
contaminando ríos y mares,
talando bosques y aniquilando especies.
A esa gente que abandona mascotas.
Un gato blanco y sordo
sirve de bien poca cosa
excepto para amarlo
y discernir por quiénes no lo cambiaríamos
ni hartos de vino, ni locos,
ni por todo el oro de este mundo.


jueves, 5 de diciembre de 2013

Ojalá los sueños




Se durmió soñando que él también podía volar, que era un marabú más surcando el luminoso cielo que cubría su comarca. Imaginó que desde la altura divisaba su poblado, las cimas de montañas sagradas y una nutrida manada de ñus desplazándose hacia el sur. Observó a los niños jugando alegremente en las riberas y a un grupo de cazadores adentrándose en la espesura del bosque. Creyó distinguir a sus padres, que lloraban angustiados a la entrada de la choza. Y cuando se disponía a acercarse para confortarlos, un golpe de mar primero y un latigazo después desvanecieron cualquier ilusión.




domingo, 28 de julio de 2013

Mi Rat Pack (1)




Me llamo Frank y en mi casa tengo el nuevo y actualizado Rat Pack. Mi gato se llama Martin, es blanco con una mancha oscura en forma de pajarita bajo el cuello. Es un felino seductor, que maúlla y ronronea tentadoramente a las hembras que recorren el tejado. Por otro lado, a mi perro le puse Sammy; lo encontré un día sentado a la salida de casa, como esperando que me hiciese cargo de él. Es negro y tampoco pertenece a ninguna raza cotizada, más bien parece un vulgar chucho callejero, pero enseguida me robó el corazón con sus zalamerías. Al pobre le faltaba el ojo izquierdo, es posible que un gamberro se lo sacara de una paliza. El veterinario le colocó en el hueco uno de cristal, de ahí su apelativo.

Lo alucinante de Sammy es que en multitud de ocasiones se planta delante, mirándome fijamente. Entonces observo en su ojo sano mi reflejo pero en el de cristal se reproducen imágenes de esas actividades que aparco de forma indefinida y que debería haber hecho o estar haciendo en ese momento: visitar a mis padres o a un amigo enfermo, pintar el salón, escribir una carta a mi hermana que vive en un lejano país, reparar los desagües, reemprender la escritura de la novela que empecé hace años y duerme en un cajón, invitar a los vecinos a una barbacoa, volver a colaborar con aquella organización humanitaria, telefonear a Grace y hacer las paces… Es como si el ojo de cristal de Sammy intentase convencerme con sus películas de ficción que valore y emplee mi vida,  que no malgaste el tiempo en idioteces. Que hay personas que me quieren, tal vez que me necesitan, y todavía confían en mí.

Cualquier día de estos me pillará en la hora tonta y atenderé alguna de las súplicas de Sammy. Mientras tanto, seguiré viviendo “a mi manera”.

(1) Rat Pack (Pandilla de ratas) fue el nombre con el que se conoció a un grupo de actores y músicos estadounidenses que, reunidos como amigos, se generó alrededor primero de Humphrey Bogart y, a su muerte, alrededor de Frank Sinatra, y que trabajaron juntos en películas, conciertos, espectáculos, incluso en eventos políticos. Activo entre mediados de la década de 1950 y mediados de la de 1960, sus miembros más conocidos fueron, aparte de Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop, como núcleo principal.


miércoles, 3 de julio de 2013

El dudoso arte del tormento




El dolor retuerce mis entrañas en este lecho de arena mientras vomito oscuros borbotones de sangre y la muerte, cercana, me acecha. Son unos perturbados. Arrancado de mi familia, me condujeron al macabro escenario donde ahora me mortifican con sus brillantes armas. Ni los agrios quejidos ni la mirada suplicante han infundido un ápice de compasión en tan hábiles y despiadados verdugos. Incapaz de resistir un nuevo martirio, he caído finalmente de rodillas expresando una rendición  inequívoca. Aún así, entre los bárbaros hay quien con aspecto todavía más desequilibrado y detrás de un humeante habano, clama desde el tendido: “¡Descabello!”


viernes, 28 de junio de 2013

Venganza




El maníaco que ha estado persiguiéndome casi todo el día para intentar matarme, está ahora a mi merced. Yace dormido sobre una cama junto a la que parece su esposa. Al lado hay una cuna en la que también descansa un dulce bebé. La oscuridad de la noche va a facilitar mi venganza. Los tres van a pagar caro las asesinas intenciones de esa bestia. Voy a saciar mi sed con su sangre. Palabra de mosquito.


viernes, 26 de abril de 2013

El secreto del viejo Colt




Brad Lewis es un joven de Kansas City que está pasando por una difícil situación personal. Acaba de divorciarse de una mujer a la que ama, dieron la custodia de su hijita Peggy a la ex, ha cerrado la empresa en la que era Jefe Administrativo y le han diagnosticado una enfermedad degenerativa incurable. Brad está decidido a acabar con su vida. Dispone de un viejo Colt de colección heredado de su padre y un cargador con siete balas, aunque deberían sobrarle seis de ellas. Pero antes ha dado buena cuenta de una opípara cena en Café Provence, el mejor restaurante de la ciudad, luego ha visitado el burdel más lujoso de los alrededores para contratar un ménage a trois con las pupilas más bellas (y caras) y finalmente ha invitado a su amigo Fred a unas cuantas copas de Blanton Reserva Especial en un club de élite.

De vuelta a casa, Brad abre un cajón, saca un estuche y extrae del mismo un Colt M 1911 que comienza a limpiar con un paño de algodón. El arma emite un largo sonido, un siseo similar al de un espray o aerosol y su cañón empieza a expeler un denso e inodoro vapor que en cuestión de segundos invade toda la habitación. Brad, sorprendido, atraviesa la espesa bruma y abre la ventana para que el aire de la madrugada disipe esa extraña niebla. Cuando la habitación recupera la claridad que permite la débil bombilla de la lámpara, tiene delante a un delgado cincuentón que, luciendo un bigotillo al estilo Clark Gable, parece un personaje sacado de una película ambientada en los locos años veinte: traje cruzado oscuro con finas rayas y grandes solapas, chaleco a juego, corbata ancha, sombrero y zapatos bicolor. Espantado, Brad toma temblorosamente el Colt e introduce rápidamente el cargador en su cámara, apuntando al desconocido.

-¿Pero qué haces apuntándome con esa arma, muchacho?

-¿Quién es usted y cómo ha entrado en mi casa? ¿Qué es lo que quiere?

-Bueno, chico, creo que te llamas Brad, perdona si te tuteo, pero soy como de la familia… ¿Nunca te contaron el cuento de Aladino?

-¿Qué puñetas dice usted?  ¿Cómo sabe mi nombre?

-Bueno, veo que no conoces el cuento… ¿Cómo te lo explicaría? Brad, empecemos por el principio: Tu bisabuelo, Harry Lewis adquirió ese Colt en el año 1921. De él pasó a tu abuelo, Graham, luego a tu padre Benedict y ahora lo tienes tú.
-Vale, ahora cuénteme una historia que no conozca. De momento no me ha dicho nada nuevo.

-De acuerdo, empecemos por Aladino: era un chico árabe que encontró una lámpara, la frotó y de ella salió un genio que estaba atrapado en ella y que, en recompensa por su liberación, le concedió tres deseos. Bueno, pues yo soy el genio de tu Colt…

-¿Quiere decir que usted es un ser fantástico que vive dentro de una pistola?

-Brad, soy tan fantástico como tú quieres que sea y sí, he estado viviendo dentro de esa pistola desde su fabricación en 1918. Como hasta ahora nadie la había frotado, permanecía a la espera de que alguien me liberase, y ése has sido tú.

-Pero ¿cómo diablos llegó a la pistola? ¿Quién le introdujo allí?

-Yo también vivía en una vetusta lámpara de aceite, pero la fundieron junto con otros materiales para obtener el metal con el que se fabricó esa pistola. Y allí me quedé.

-Todo eso me parece increíble. ¿Cómo puedo saber que usted no es un farsante que me está tomando el pelo?

-Bien, no debería hacer estas cosas, Brad. Observa esto.

El genio se queda mirando fijamente a una estantería llena de voluminosos libros, extiende sus brazos con las manos abiertas hacia ella y da una rápida palmada. De repente, la estantería se encoge hasta quedar del tamaño del mueble de una casa de muñecas, mostrando en la pared la marca que el tiempo y el polvo han grabado a sus espaldas.

-¡Cielos! ¡Realmente hace usted magia!

-La hago, por supuesto, es lo que tenemos los genios. Y tú eres ahora mi amo, hasta que te conceda el deseo que quieras pedirme.

-Pero, ¿no eran tres deseos?

-Eso te recuerdo que era en el cuento de Aladino. Sólo me está permitido concederte uno, y además con las siguientes condiciones: a) no me pidas que cause mal a nadie, b) no puedo producir emociones en las personas, eso significa que no me pidas que alguien se enamore de ti o de otra persona y c) no estoy autorizado a curar enfermedades. Perdón, se me olvidaba, tampoco puedo alterar el curso de la naturaleza.

-Pues vaya fastidio…

-Hay otra condición, Brad, y es que tienes diez minutos para pensarlo. Te daré una pista: dinero.

-El dinero no resuelve mis principales problemas, genio. Creo que me pondré otra copa más antes de tomar una decisión. ¿Me acompañas?

-Bien, no diré que no a un trago, amigo.

Brad cierra los ojos y piensa y piensa, mientras saborea un whisky de malta. El genio interrumpe sus reflexiones.

-Amigo, te queda un minuto…

-Genio, respecto al impedimento de alterar las condiciones de la naturaleza, ¿qué significa?

-Bueno, no puedo cambiar el curso de los ríos, trasladar montañas, convertir desiertos en selvas, desecar mares, modificar órbitas planetarias, etcétera.

-Pero, ¿podrías convertirme en perro?

-Entiendo que sí. ¿Alguna raza en especial?

-¿Qué tal un westies?

-No problem, Brad.

-OK, estoy decidido. ¿Podría ser un cachorro?

-Bueno, me imagino que sí. ¿Qué edad en concreto?

-¿Tres meses te parece bien?

-De acuerdo, Brad. Cuando quieras.

-Vale, un westies de tres meses. Y deja la puerta abierta, por favor.

-Bien, Brad. ¿Listo?

-Sí, adelante.

El genio se atusa el bigotito y el plateado cabello que cubre sus sienes y hace un rápido movimiento de manos. Brad queda instantáneamente transformado en un simpático perrillo blanco, que empieza a ladrar al mago para recordarle que abra la puerta.

Brad, es decir, el perro en el que ha mutado, cruza la entrada y pone rumbo a la casa de su ex-esposa. Mientras camina hacia allí, recuerda que Peggy siempre quiso tener un westies, a lo que él siempre se opuso contra la opinión de su mujer. Está convencido que lo adoptarán sin rechistar en cuanto les haga dos gracias. Y piensa, además, que la enfermedad que sufre no la pueden contraer los chuchos, por lo que ya no ha de seguir preocupándose por ella. Sin duda Brad Lewis, el Aladino de Kansas City, ha acertado con su decisión. Nunca un intento de suicidio pudo acabar mejor…


domingo, 21 de abril de 2013

Amor cautivo




Fue un amor a primera vista, pero un amor absurdo, imposible. Él sabía que las circunstancias y, por encima de todo, la genética, siempre les separarían. De ahí su apenado semblante, el torpe y lento caminar, la mirada taciturna...

La pasión había nacido en el confín de sus hogares, al borde de la empalizada. El rinoceronte se enamoró perdidamente de la llama cuando ésta le obsequió con un dulce escupitajo.


jueves, 18 de abril de 2013

El tío Ceba




Enjuto, alto y calvo, con un amable rostro, su piel está más que tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a la vieja costumbre de la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus amigos dicen que hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de la Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le llaman Ramonet o Tío “Ceba”. Tiene setenta y cinco años y es de los últimos labradores de Benimaclet, un popular y entrañable barrio al norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con sus administrativas fauces.

El sobrenombre de “Ceba” (pronunciado seba, cebolla en lengua valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova en el pueblo. De pequeño era “Cebateta”, hijo de “Cebeta” y nieto del Tío “Ceba”. A fuerza y medida de los inevitables mutis generacionales, Ramonet fue ascendiendo en la escala onomástica. Hace muchos años a su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde pedáneo, el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas, bautizos y entierros de sus antepasados.

La historia familiar cuenta que, como él, todos sus ascendientes por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería que hasta ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado continúa creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una amplia huerta que es también de su propiedad.

Ramonet Casanova contrajo nupcias a principio de los sesenta con Amparito Forment “Pollereta” (pollerita), apodada así por ser hija de un criador de aves local. En los primeros años de matrimonio Amparito sufrió una grave afección que la condenó a una esterilidad permanente. Desde que la “Pollereta” muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es  la única compañía de Ramón Casanova, último eslabón de la dinastía “Ceba” de Benimaclet.

Ramonet, además de con las paellas, el truc y el dominó, siempre ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles tierras, admiración de los agricultores vecinos. Pero también  ha sufrido la creciente amenaza del urbanismo devorador, que acerca cada vez más los descomunales edificios y las amplias avenidas a su paraíso particular. En plena burbuja inmobiliaria declinó reiteradas y sensacionales ofertas por su propiedad. Presumidos y prepotentes constructores, adictos a los habanos y los descapotables, más que bien relacionados con el consistorio público, le presionaron durante meses hasta acabar todos convencidos de que el viejo “Ceba” está completamente majareta. Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de que todo en esta vida, incluso los principios, se puede comprar o vender, por más empeño que pongan jamás comprenderán que para ese hombre sin responsabilidades familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y da sentido a su vida, tiene el máximo valor pero ningún precio.

Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova Seguí recibió una notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el contenido de la misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que suministra el agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho de la mañana y que en determinada fecha del mes próximo habrá de franquear la entrada a las primeras máquinas excavadoras.

Son las siete y empieza a clarear. Portando un fardo en una mano y una caja de fruta en la otra, el Tío “Ceba” sale de la barraca y se dirige al olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el bulto, o lo que es lo mismo, los restos de Miliki, al que acaba de degollar sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la superficie de la pequeña tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae una soga que lanza al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al cajón y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo que deja caer la base le propina una patada, alejándola unos metros. El cuerpo se balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los cantos de los pájaros.

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P.S. Lo que ya nunca sabrá el bueno de Ramonet es que el pueblo se movilizó en masa tras su muerte para detener aquellas obras. Los tribunales reconocieron que el olivo milenario no se debía cortar, arrancar ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en el mismo emplazamiento. Ahora, en la antigua alquería se levanta el Parque del Tío “Ceba”, con una estatua del hombre y su perro a la sombra del viejo árbol.


martes, 9 de abril de 2013

Nostalgia de los perdedores




Se entrenaban para estar muertos cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo de su condenada existencia. Aunque unos fuesen arrancados de las tetas de la madre para aprovechar la ternura de sus carnes, la mayoría eran esmeradamente adiestrados en las artes más prosaicas: comer, beber, copular, dormir…

Nunca conocieron la libertad, ni falta que les hizo. Los expertos aseguraban que constituían una de las especies más inteligentes, lo cual no evitó que poderosas religiones entrasen en juego para prohibir primero su comercio, su crianza después.

 ¡ Y pensar que a mí me gustaban hasta sus andares !


sábado, 6 de abril de 2013

El Blues del perro pastor




El rebaño contempló alucinado al chucho cuando éste, indignado por la brutalidad con que el amo sometía a sus animales, les propuso huir juntos antes del amanecer, mientras aquél dormía en un risco cercano. Pero los corderos, faltos de criterio e ignorantes de su trágico futuro, acabaron dándose la vuelta para continuar masticando la hierba fresca.


sábado, 23 de marzo de 2013

El poder de su mirada



Torero y astado estaban bordando un lance de los que hacen época, una exhibición antológica cuya crónica merecía enmarcarse en oro para leer y releer hasta la extenuación. Joselete, que caló la raza y bravura de su oponente desde el primer instante, ya había prevenido al picador que abreviara el castigo de su puyazo para ofrecer a la res la posibilidad de conservar sobrada energía en los tercios siguientes.
En las gradas, que eran una fiesta, el entregado público asistía boquiabierto a un espectáculo sin parangón. Nadie sabía si admirar más la primorosa faena del matador, que al son de los pasodobles y sirviéndose de las florituras justas hacía con su muleta gala de una técnica superlativa, no por ello exenta de riesgo, o el trapío, el arrojo y los redaños del audaz cornúpeta, que no rehusaba ni una sola de las continuas citas y llamadas del diestro.

En esas estábamos cuando, inesperadamente, Joselete resbaló sobre un rastro de sangre fresca y vino a caer delante del bicho, que frenó en seco su embestida y se plantó, bufando de dolor y apenas a unos centímetros, cara a cara con él. Cara a cara verdugo y víctima. Cara a cara vida y muerte. Sus miradas se cruzaron durante los segundos infinitos que empleó la cuadrilla en llegar y hacer el quite de rigor, alejando a Aceituno de su maestro.

Ignoramos el mensaje que los ojos del animal transmitieron al hombre en ese fugaz momento, pero el hecho es que, una vez repuesto del trance y de vuelta del burladero, Joselete caminó muy lentamente hasta el centro del ruedo envuelto en un silencio sepulcral. Una vez allí, se arrodilló sobre la arena y juntando las palmas de sus manos, las elevó al cielo. Tras erguirse de nuevo se cortó la coleta y desatendiendo la costumbre, que dicta que esa petición deben hacerla los aficionados, solicitó al Presidente el indulto del noble morlaco.


lunes, 18 de marzo de 2013

El dulce y suave perfume




Los últimos días George mostró un misterioso comportamiento. Había bajado casi por completo todas las persianas, nunca encendía las luces  (varias veces tropezó conmigo al cruzarnos de noche por el negro pasillo), mantenía desconectado su teléfono y bebía y fumaba nerviosamente. Tampoco se sentaba al ordenador ni salía de casa, aunque la débil bombilla del refrigerador iluminaba cada vez menos alimentos. Se afeitó la barba, apenas me hablaba y evitaba cualquier contacto físico, se le notaba muy preocupado y en ocasiones le sorprendí llorando a escondidas, estremecido.

La pasada madrugada, mientras yo dormía y él se dedicaba como siempre a ver la televisión, llamaron a la puerta insistentemente. Desde el umbral de la habitación pude ver cómo George desconectó el  receptor y se quedó inmóvil en el sofá, con las palmas de las manos cubriendo sus oídos, los ojos cerrados y la cabeza entre sus rodillas. Oí un fuerte impacto, seguido de un ruido de tablas rotas, bisagras chirriantes, el interruptor de la luz y los pasos de dos personas dirigiéndose apresuradamente al salón. Inquieto, me oculté a hurtadillas en la penumbra del baño; allí me quedé, observando cómo un extraño con la señal de un profundo arañazo en el rostro agarraba del cabello a George y lo alzaba, reventándole la nariz con su puño. Aunque le estaban gritando, no acerté a comprender lo que decían. Escuché palabras extrañas como joder, coca, jefe, pasta, cabrón y otras que ni recuerdo ni conozco, solo sé que George, tumbado sobre la alfombra, se mantuvo todo el tiempo callado, emitiendo únicamente jadeos de dolor. Los dos tipos se alternaron en patear su vientre de forma repetida y después el del arañazo, eso sí lo recuerdo bien, pronunció la frase vas a morir, maldito hijo de puta. Sacó un extraño objeto reluciente del bolsillo y dirigiéndolo a la cabeza de George lo hizo estallar dos veces. De su sien comenzó a brotar un espeso líquido rojo, que por lo que pude percibir no olía nada mal.


Al instante el otro desconocido giró la cabeza, me miró fijamente y apuntó también algo metálico hacia mí. Su compañero dijo una cosa rara, algo así como andando, al gato que le den y se fueron deprisa, por donde habían venido.