viernes, 26 de abril de 2013

El secreto del viejo Colt




Brad Lewis es un joven de Kansas City que está pasando por una difícil situación personal. Acaba de divorciarse de una mujer a la que ama, dieron la custodia de su hijita Peggy a la ex, ha cerrado la empresa en la que era Jefe Administrativo y le han diagnosticado una enfermedad degenerativa incurable. Brad está decidido a acabar con su vida. Dispone de un viejo Colt de colección heredado de su padre y un cargador con siete balas, aunque deberían sobrarle seis de ellas. Pero antes ha dado buena cuenta de una opípara cena en Café Provence, el mejor restaurante de la ciudad, luego ha visitado el burdel más lujoso de los alrededores para contratar un ménage a trois con las pupilas más bellas (y caras) y finalmente ha invitado a su amigo Fred a unas cuantas copas de Blanton Reserva Especial en un club de élite.

De vuelta a casa, Brad abre un cajón, saca un estuche y extrae del mismo un Colt M 1911 que comienza a limpiar con un paño de algodón. El arma emite un largo sonido, un siseo similar al de un espray o aerosol y su cañón empieza a expeler un denso e inodoro vapor que en cuestión de segundos invade toda la habitación. Brad, sorprendido, atraviesa la espesa bruma y abre la ventana para que el aire de la madrugada disipe esa extraña niebla. Cuando la habitación recupera la claridad que permite la débil bombilla de la lámpara, tiene delante a un delgado cincuentón que, luciendo un bigotillo al estilo Clark Gable, parece un personaje sacado de una película ambientada en los locos años veinte: traje cruzado oscuro con finas rayas y grandes solapas, chaleco a juego, corbata ancha, sombrero y zapatos bicolor. Espantado, Brad toma temblorosamente el Colt e introduce rápidamente el cargador en su cámara, apuntando al desconocido.

-¿Pero qué haces apuntándome con esa arma, muchacho?

-¿Quién es usted y cómo ha entrado en mi casa? ¿Qué es lo que quiere?

-Bueno, chico, creo que te llamas Brad, perdona si te tuteo, pero soy como de la familia… ¿Nunca te contaron el cuento de Aladino?

-¿Qué puñetas dice usted?  ¿Cómo sabe mi nombre?

-Bueno, veo que no conoces el cuento… ¿Cómo te lo explicaría? Brad, empecemos por el principio: Tu bisabuelo, Harry Lewis adquirió ese Colt en el año 1921. De él pasó a tu abuelo, Graham, luego a tu padre Benedict y ahora lo tienes tú.
-Vale, ahora cuénteme una historia que no conozca. De momento no me ha dicho nada nuevo.

-De acuerdo, empecemos por Aladino: era un chico árabe que encontró una lámpara, la frotó y de ella salió un genio que estaba atrapado en ella y que, en recompensa por su liberación, le concedió tres deseos. Bueno, pues yo soy el genio de tu Colt…

-¿Quiere decir que usted es un ser fantástico que vive dentro de una pistola?

-Brad, soy tan fantástico como tú quieres que sea y sí, he estado viviendo dentro de esa pistola desde su fabricación en 1918. Como hasta ahora nadie la había frotado, permanecía a la espera de que alguien me liberase, y ése has sido tú.

-Pero ¿cómo diablos llegó a la pistola? ¿Quién le introdujo allí?

-Yo también vivía en una vetusta lámpara de aceite, pero la fundieron junto con otros materiales para obtener el metal con el que se fabricó esa pistola. Y allí me quedé.

-Todo eso me parece increíble. ¿Cómo puedo saber que usted no es un farsante que me está tomando el pelo?

-Bien, no debería hacer estas cosas, Brad. Observa esto.

El genio se queda mirando fijamente a una estantería llena de voluminosos libros, extiende sus brazos con las manos abiertas hacia ella y da una rápida palmada. De repente, la estantería se encoge hasta quedar del tamaño del mueble de una casa de muñecas, mostrando en la pared la marca que el tiempo y el polvo han grabado a sus espaldas.

-¡Cielos! ¡Realmente hace usted magia!

-La hago, por supuesto, es lo que tenemos los genios. Y tú eres ahora mi amo, hasta que te conceda el deseo que quieras pedirme.

-Pero, ¿no eran tres deseos?

-Eso te recuerdo que era en el cuento de Aladino. Sólo me está permitido concederte uno, y además con las siguientes condiciones: a) no me pidas que cause mal a nadie, b) no puedo producir emociones en las personas, eso significa que no me pidas que alguien se enamore de ti o de otra persona y c) no estoy autorizado a curar enfermedades. Perdón, se me olvidaba, tampoco puedo alterar el curso de la naturaleza.

-Pues vaya fastidio…

-Hay otra condición, Brad, y es que tienes diez minutos para pensarlo. Te daré una pista: dinero.

-El dinero no resuelve mis principales problemas, genio. Creo que me pondré otra copa más antes de tomar una decisión. ¿Me acompañas?

-Bien, no diré que no a un trago, amigo.

Brad cierra los ojos y piensa y piensa, mientras saborea un whisky de malta. El genio interrumpe sus reflexiones.

-Amigo, te queda un minuto…

-Genio, respecto al impedimento de alterar las condiciones de la naturaleza, ¿qué significa?

-Bueno, no puedo cambiar el curso de los ríos, trasladar montañas, convertir desiertos en selvas, desecar mares, modificar órbitas planetarias, etcétera.

-Pero, ¿podrías convertirme en perro?

-Entiendo que sí. ¿Alguna raza en especial?

-¿Qué tal un westies?

-No problem, Brad.

-OK, estoy decidido. ¿Podría ser un cachorro?

-Bueno, me imagino que sí. ¿Qué edad en concreto?

-¿Tres meses te parece bien?

-De acuerdo, Brad. Cuando quieras.

-Vale, un westies de tres meses. Y deja la puerta abierta, por favor.

-Bien, Brad. ¿Listo?

-Sí, adelante.

El genio se atusa el bigotito y el plateado cabello que cubre sus sienes y hace un rápido movimiento de manos. Brad queda instantáneamente transformado en un simpático perrillo blanco, que empieza a ladrar al mago para recordarle que abra la puerta.

Brad, es decir, el perro en el que ha mutado, cruza la entrada y pone rumbo a la casa de su ex-esposa. Mientras camina hacia allí, recuerda que Peggy siempre quiso tener un westies, a lo que él siempre se opuso contra la opinión de su mujer. Está convencido que lo adoptarán sin rechistar en cuanto les haga dos gracias. Y piensa, además, que la enfermedad que sufre no la pueden contraer los chuchos, por lo que ya no ha de seguir preocupándose por ella. Sin duda Brad Lewis, el Aladino de Kansas City, ha acertado con su decisión. Nunca un intento de suicidio pudo acabar mejor…


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