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lunes, 1 de febrero de 2016

Yatedigo



Kevyn, ¿meskuchas oké? Haze rato kestás aí tókieto, silenzioso, kon kara de panoli y babeando. Joder, mírame, Kevyn, ke testoy ablando. Soy la Yessi, kolega. Y komo te dezía, keske no komprendo a los jóvenes doy en día, tío. Kestán hidiotas. Esta tarde han venío a berme mis nietos y he flipao, chaval. ¿Pero kete passa, nano? Pareze ketayan dao una sobredosis de pastiyas dessas ke nos merkábamos en las fiestukis kuando aún no nezesitábamos bastón o siya de ruedas pa desplazarnos, kolega. Pues eso, kean venío mis nietos a felizitarme el año. ¿A ke no sabes ké nombres les puso mi hija? Aluzina: José Vizente, Amparo y Agustín. Agustín se kedaría ella, la muy jilipollas. ¿Se pué ser más konvenzional e idiota? A la pobre Vanessa ya la notaba yo zierto retraso de pekeña, pero kuando krezió se le azentuó mucho, joder. Valla nombres de mierda. Los kríos lan salío a ella, mekago en el kopón de la baraja. ¿Pues no les da por la mússika klásika y la poesía? ¿Serán memos? El pekeño, el Agustín, kestá medio bizko, se ha puesto a tokar kon el violín una de Mozar en desafinao mallor. Y lo peor eske en lugar de mearme de la risa he tenío ke kontenerme y kaplaudir pa no erir su autohestima. La Amparito, más kursi kel unikornio de la Barbi, ma rezitao de memoria unas rimas de Beker, la madrekelaparió. Ni de Bukoski eran los poemas, kon lo ke sabe su madre keamí me mola ese borrachuzo. Y yo ayí, poniendo mallormente kara de felizidá mientras me daban ganas denviarla a kagar bajo de un pino. ¿Pero ké koño aze esa jente en el kole, tronko? Yo makuerdo de nuestra époka, nos eskakeábamos a todaora pazernos unos porritos, ponernos tatus y pirsings, bailar en el parke bachata y reguetón con la músika del móbil y edukarnos en el sekso. A estos pabos lesadao por estudiar, komo si fueran luego a ser ministros o direktores de algo, kon lo achuchá kestá la puta bida. Y no te pierdas lo del tontolaba del Josevi, ké fuerte tío, ma largao ke kiere azer la karrera de ade, un noséké de empresas y la poya en binagre. Lee dicho kadelante, por no pegarle un ostión ayí en medio de tós nuestros kompis, tete. A muerto dambre es a lo ke va a aspirar esestirao, kes komo su padre, un másmemerezkoyó, un pijo de kuidao, yatedigo. En lugar de pasta pa las estrenas les he endiñao unos bales deskuento del Burgerkin ke metío en unos sobres; kuando los abran en su kassa se van a jiñar de la rabia.

Kevyn, testás poniendo muy pálido, kolega. Kevyn, ¿vas de kachondeo? No me gastes bromas, ke tengo la mecha korta y me konozko. Tío, ¿ké te passa?

—¡Enfermera! ¡Enfermera! ¡Ke me pareze kel Kevyn no respira! Joder, agan algo, leche. Kon la ilusión ke tenía él de yegar al 2080…

sábado, 19 de septiembre de 2015

Celebración


Fotografía de Eva Swensen      https://www.flickr.com/photos/evaswensen/


Arrastrando sus pies
el anciano
se acerca
todos los lunes
sin falta
a la administración
de lotería
donde comprueba
in situ
que todo
permanece
armónicamente igual
Donde celebra
que ha vuelto
a ganar
una semana
más a la vida
Por eso
sonríe dichoso
aunque no le haya tocado nada
ni siquiera el maldito reintegro


sábado, 11 de julio de 2015

Arrugas



Retrato de Iturrino (1919) – Juan de Echevarría



No le salieron gratis. Ni por generación espontánea. Fueron los golpes que sufrió los que labraron en su cara esos tristes surcos. Después de perder un hijo en la guerra de Cuba y ver fallecer a su mujer de tuberculosis, las lágrimas no derramadas dejaron unas indelebles estelas de dolor en el rostro de Iturrino. Por eso desde entonces es incapaz de  sonreír. Por eso, en lugar de estar posando para un amigo pintor, preferiría estar muerto.


Nota: Micro creado a partir de la imagen sugerida por mi buen amigo Nicolás Jarque en su muro de Facebook.



lunes, 15 de diciembre de 2014

La alternativa




Cuando llega ese día
En el que el crepúsculo
Dura veinticuatro horas
En el que el horizonte
Nos da la espalda
En el que el futuro
Se burla en tus narices
Ese día que llevas años esperando
O no
Pero se aparece de repente
Solo tienes dos alternativas
Pensar que la vida es una mierda
Y rendirte, y proclamarlo
Como un auténtico perdedor
O agradecerle lo que te ha dado
Todas las miserias o alegrías
El sabor de las naranjas
El azul del cielo, las avispas
La injusticia y el jazz
Ver nacer a tus hijos
Incluso las tormentas de granizo
Cada amigo y alguna traición
Poder acariciar a un perro
La artrosis y los orgasmos
Los impuestos y el invierno
La niñez al lado de tus padres
Discutir con los vecinos
Las lágrimas y el pan recién cocido
El acné y las resacas
El fútbol y los desengaños
Agradecerlo todo
Seguir viviendo, seguir sintiendo
Lo bueno y lo malo
Las viejas fotografías
Ese olor del mar y sus algas
El tic tac del reloj, la cerveza
Las ingratitudes y la luna llena
El calentamiento global
Los desagües atascados
El olvido y el cinematógrafo
Hasta la revolución tecnológica
Y los castillos de fuegos artificiales
Pero quizás también el amor
Sí, sobre todo el amor
Seguir viviendo, seguir sintiendo
Como un admirable campeón
Hasta el último escalofrío

lunes, 8 de diciembre de 2014

Bodas de oro





       Había escrito cien veces "te quiero". Con mano temblorosa, en el reverso de un folleto publicitario. Con otro de colores y gran dosis de paciencia, el anciano confeccionó una flor rudimentaria. Entró con sigilo en el dormitorio y depositó aquellos regalos sobre la mesita de noche de su esposa, a la que besó en la frente. Era su homenaje en el quincuagésimo aniversario de matrimonio. Ahora ya podría llamar a sus hijos para decirles que se suspendían las celebraciones, que su madre había muerto.


martes, 21 de octubre de 2014

Sobrevivir



Microphone - Paul Hudson  -  https://www.flickr.com/photos/pahudson/


En la residencia murmuran que estoy loco. Pero se equivocan, debieron ser las nuevas pastillas. Aquella tarde en el karaoke me sentía eufórico, más enérgico que nunca a pesar de mis ochenta y tres años. Por eso cuando Nati -una del coro- se desplomó muerta a mi lado, seguí cantando como un poseso “I will survive”.


jueves, 12 de junio de 2014

Su última visita




Foto de Patrick Blart - http://500px.com/Baudesign


Estuvo durante dos años viniendo casi todos los días a eso de la una. Con su portafolios bajo un brazo y colgando del otro su bolso, oscuro la mitad del año y en tonos pastel el otro medio. Le encantaba llevar botas y gabardina en invierno, vestidos floreados y sandalias cuando llegaba el buen tiempo. Es posible que no hubiese cumplido los cuarenta, pero no me atrevería a jurarlo, ya se sabe que una de las grandes virtudes en las mujeres es disimular su edad a toda costa, mientras calculan siempre con rigurosa exactitud la de sus conocidas. Se plantaba en mi cola aunque fuese más larga que la de Luis Galván, mi compañero, que no le invitaba a pasar por su mostrador al conocer esa preferencia a ser atendida por un servidor. Tan sorprendente favoritismo me confundía, pues Luis era infinitamente más apuesto y simpático, no en vano siempre le precedió una legendaria y bien ganada fama de conquistador. Durante los escasos cinco minutos en los que resolvía el papeleo que solía traer, nunca -a pesar de todas mis tretas de perro viejo próximo a la jubilación- soltó prenda respecto a su vida privada. Esquivaba con habilidad cualquier pregunta y cabeceaba alegre cuando le comentaba mis propios asuntos; sin mostrar indiferencia, jamás picó el anzuelo de la réplica. A menudo, la breve conversación se convertía en un monólogo del que escribe o un intercambio de insulsos comentarios sobre el tiempo o las últimas noticias. Pero todo eso no me importaba mientras siguiese trayendo, como marca de fábrica, esa sonrisa de ensueño instalada bajo sus hechizantes ojos negros.


La casualidad quiso que a los pocos días de interrumpir sus visitas diarias, me detectasen una incurable enfermedad degenerativa. La empresa tramitó mi solicitud de incapacidad laboral y me enviaron a casa. Ahora que mis piernas ya no responden y la conexión entre el cerebro y las cuerdas vocales también está dañada, me entretengo mirando por la ventana, sufriendo la televisión y escribiendo bobadas. Escribiendo, por ejemplo, que desde hace varios días la mujer del papeleo pasa invariablemente a eso de la una por la acera de enfrente y se queda observándome, sonriente, durante cinco eternos minutos. Escribiendo, por ejemplo, que está exactamente igual que hace ocho años, cuando la vi por última vez. Escribiendo, por ejemplo, que ya he alcanzado a comprender que no se trata de una simple mujer, que es la Muerte personificada y sonríe para transmitirme que muy pronto me rendirá su última visita.


viernes, 23 de mayo de 2014

El corazón de Laila


Konzentrationslager Auschwitz - Yam Amir (http://500px.com/yamamir)


Recorrió conscientemente miles de kilómetros, desoyendo los consejos de sus médicos. Mas cuando llegó a Jerusalén, solo consiguió descargar ochenta y siete penosos años sobre sus rodillas mientras derramaba las lágrimas más amargas de su vida. En contra de lo que dictaba su cabeza, el sabio y longevo corazón de Laila suplicaba a gritos no traspasar las puertas del Yad Vashem[1].



[1] Yad Vashem: Museo del Holocausto, en Jerusalén.


jueves, 21 de noviembre de 2013

Stand-by




Paco está bien, pero que bien jodido. Apuesto a que este año no se come los turrones. Mucho coñac y demasiado tabaco ha tragado ese esmirriado cuerpo, con el que no comprendo cómo llegó a ser bombero. Y Olvido, la futura viuda, menuda broma le gastaron sus padres eligiendo semejante nombre. El maldito alemán ha devorado sus neuronas en una contrarreloj; hace solo dos meses era la reina de los chismes y mírala ahora. Todo son calamidades en este submundo del stand-by. Los que salen con los pies por delante proporcionan hueco a nuevos okupas en la estación por la que solo pasa un tren canalla, al que nadie quiere subir. Bueno, nadie menos Gregorio, que nos taladra sin piedad con su empeño en mudarse al otro barrio. Aunque ya lo dicen: mala hierba, nunca muere. Ojalá aguante, el muy pelma, porque aquí en la residencia cada vez hay menos personal que juegue decentemente al dominó.


domingo, 13 de octubre de 2013

Los peces muertos





Cuarenta años han pasado ya. Y como cada tarde, desde hace cuarenta años, Prudencia se asoma tras la cortina que cuelga en la entrada de su casa. A través de ese tenue tejido la anciana semeja un pez atrapado en la red, aunque su expresión es, ciertamente, la de un pez muerto.

Como cada tarde, desde hace cuarenta años, la mujer escruta los rostros silenciosos o parlanchines de los marineros que vuelven de faenar. Se dice que los peces no tienen memoria, pero Prudencia conserva intacto el recuerdo de cada mirada, cada caricia, cada piropo y cada beso de su hombre. Solo su esperanza va empequeñeciendo a medida que pasa el tiempo: intuye que Agustín y sus cuatro compañeros jamás regresarán, pues un océano egoísta y caprichoso se prendó de ellos y decidió retenerlos consigo.

Prudencia envidia a los peces muertos sin imaginar que es, desde hace mucho tiempo, uno de ellos. Solo desea que llegue pronto el día en que el corazón se detenga, para que embarquen su cuerpo rumbo al paraíso de los pescadores desaparecidos.


lunes, 7 de octubre de 2013

La sombra




Vivo en un pequeño pueblo en el que todos nos conocemos. Cuando de chiquillo me cruzaba con los viejos, con los abuelos y abuelas de mis amigos, los evitaba a toda costa. Si se acercaban hacia mí, tomaba la primera calle a derecha o izquierda o bien daba media vuelta, aunque tuviese que desviarme mucho de mi ruta. Si los veía venir de lejos, me ocultaba detrás de un árbol o de una esquina hasta que pasaban de largo. Cualquier cosa antes que sentir sus voces, que tener que saludarles. Cada uno de esos ancianos arrastraba, cosida a su cuerpo, una oscura y funesta sombra que me horrorizaba. Después crecí y, afortunadamente, dejé de percibir esas manchas siniestras.

Esta mañana me he topado con Asun, una de las nietas de mi primo Tomás. La niña, a la que tuve en brazos el día de su bautizo, me ha ignorado con poco disimulo cruzando al otro lado de la calle. Su expresión de espanto era inequívoca: ha vislumbrado mi sombra, esa extraña imagen que solo algunos niños pueden advertir y que representa el preludio del fin.


lunes, 23 de septiembre de 2013

El viejo músico





El viejo músico se queda mirando, pasmado, la portada de ese antiguo disco de vinilo en la que aparecen sonriendo un hombre blanco y otro de color. El primero de ellos sujeta una trompeta, el segundo un saxo. El fan, que adora esa grabación y se moría por un autógrafo, desconocía que su ídolo, con el brazo derecho paralizado y la mente en otro universo, baila el último vals sobre la silla de ruedas que conducen las enfermeras de un geriátrico en un apartado pueblo del medio oeste. El artista sigue observando en silencio la cubierta de esa joya imperecedera y comienza a acariciar con su mano izquierda el que hace décadas fue su propio rostro. En la otra, en la mano muerta, los dedos resucitan un instante: sus yemas tamborilean sobre el pantalón del pijama, como si quisieran pulsar unos pistones invisibles. De repente gira la cabeza y, dirigiéndose a su admirador, le pregunta: “¿Dónde está mi trompeta, Harry?”. El visitante, que ni se llama Harry ni tiene la más remota idea del paradero del instrumento aunque daría todo lo que posee por averiguarlo, no consigue reprimir una lágrima. Con la voz entrecortada le responde: “Mañana te la traigo, Buck”. Entonces el anciano sonríe, tal y como hacía el joven de la foto cincuenta y cinco años atrás. El buen samaritano le abraza y se aleja apesadumbrado. Sabe cabalmente que dentro de diez minutos Buck ya no recordará nada.


martes, 17 de septiembre de 2013

Los pasos lentos




Siento cómo poco a poco se van desvaneciendo mis recuerdos. Percibo claramente los pasos lentos de mi mente sobre la angustiosa senda del olvido, al final de la cual me espera con los brazos abiertos la nada absoluta. Ayer decidí no tomar más pastillas, no permitir que la maldita química impida a la naturaleza resolver mi destino. Porque he entendido que a veces ignorar lo vivido puede ayudarnos a morir en paz.


lunes, 17 de junio de 2013

El amor, al cabo


Esta mañana, cuando iba a tomar café, me crucé con una pareja de ancianos que iban cogidos de la mano; a los pocos metros alcancé a otra que también caminaba con sus dedos artríticos entrelazados. A sus espaldas fui testigo de cómo esas manos contribuían a crear una energía atómica admirable y odié entonces no disponer de una cámara fotográfica, porque juro que era la expresión más maravillosa y pura del amor que jamás pude imaginar.


jueves, 6 de junio de 2013

Vida y muerte de Fulano


Nunca sintió reparos en asegurar que no tenía miedo a morir porque había leído estudios médicos sobre experiencias cercanas a la muerte que demostraban, con poca cancha para la duda, que existía otra vida tras el bastidor del último suspiro. Y cada vez que lo mencionaba, ninguno de los presentes –muchos de ellos personas (en apariencia y al contrario de él) creyentes y profundamente fieles a su religión- dejaba de ocultar expresiones de asombro y desconfianza, eso cuando no iniciaban un airado ataque definiendo de absurdos e irracionales los argumentos empleados, que por otra parte y como hemos indicado no eran propios, sino de reconocidos científicos.

Pero pasó el tiempo y tanto él como sus conocidos fueron creciendo en años, en canas (aquellos que podían permitirse ese lujo) y en dolencias. Y entonces algunos que rememoraban sus palabras se atrevían a pensar “A lo mejor Fulano tenía razón…”, sin acabar de comprender, maldita sea, y perdonen ustedes la reiteración, que Fulano únicamente se había limitado a exponer hipótesis ajenas, conclusiones basadas en métodos de investigación empírico-analíticos.

A Fulano lo enterraron ayer. En su sepelio todavía hubo alguien que apostilló: “Pobrecillo, qué chasco se habrá llevado”.


Puedes  escuchar la narración de este microrrelato en la revista digital La Esfera Cultural:




jueves, 18 de abril de 2013

El tío Ceba




Enjuto, alto y calvo, con un amable rostro, su piel está más que tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a la vieja costumbre de la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus amigos dicen que hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de la Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le llaman Ramonet o Tío “Ceba”. Tiene setenta y cinco años y es de los últimos labradores de Benimaclet, un popular y entrañable barrio al norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con sus administrativas fauces.

El sobrenombre de “Ceba” (pronunciado seba, cebolla en lengua valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova en el pueblo. De pequeño era “Cebateta”, hijo de “Cebeta” y nieto del Tío “Ceba”. A fuerza y medida de los inevitables mutis generacionales, Ramonet fue ascendiendo en la escala onomástica. Hace muchos años a su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde pedáneo, el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas, bautizos y entierros de sus antepasados.

La historia familiar cuenta que, como él, todos sus ascendientes por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería que hasta ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado continúa creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una amplia huerta que es también de su propiedad.

Ramonet Casanova contrajo nupcias a principio de los sesenta con Amparito Forment “Pollereta” (pollerita), apodada así por ser hija de un criador de aves local. En los primeros años de matrimonio Amparito sufrió una grave afección que la condenó a una esterilidad permanente. Desde que la “Pollereta” muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es  la única compañía de Ramón Casanova, último eslabón de la dinastía “Ceba” de Benimaclet.

Ramonet, además de con las paellas, el truc y el dominó, siempre ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles tierras, admiración de los agricultores vecinos. Pero también  ha sufrido la creciente amenaza del urbanismo devorador, que acerca cada vez más los descomunales edificios y las amplias avenidas a su paraíso particular. En plena burbuja inmobiliaria declinó reiteradas y sensacionales ofertas por su propiedad. Presumidos y prepotentes constructores, adictos a los habanos y los descapotables, más que bien relacionados con el consistorio público, le presionaron durante meses hasta acabar todos convencidos de que el viejo “Ceba” está completamente majareta. Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de que todo en esta vida, incluso los principios, se puede comprar o vender, por más empeño que pongan jamás comprenderán que para ese hombre sin responsabilidades familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y da sentido a su vida, tiene el máximo valor pero ningún precio.

Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova Seguí recibió una notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el contenido de la misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que suministra el agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho de la mañana y que en determinada fecha del mes próximo habrá de franquear la entrada a las primeras máquinas excavadoras.

Son las siete y empieza a clarear. Portando un fardo en una mano y una caja de fruta en la otra, el Tío “Ceba” sale de la barraca y se dirige al olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el bulto, o lo que es lo mismo, los restos de Miliki, al que acaba de degollar sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la superficie de la pequeña tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae una soga que lanza al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al cajón y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo que deja caer la base le propina una patada, alejándola unos metros. El cuerpo se balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los cantos de los pájaros.

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P.S. Lo que ya nunca sabrá el bueno de Ramonet es que el pueblo se movilizó en masa tras su muerte para detener aquellas obras. Los tribunales reconocieron que el olivo milenario no se debía cortar, arrancar ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en el mismo emplazamiento. Ahora, en la antigua alquería se levanta el Parque del Tío “Ceba”, con una estatua del hombre y su perro a la sombra del viejo árbol.


viernes, 12 de abril de 2013

Querida Eva




Como cada día a esas horas, la linda anciana extrae del bolsillo el amarillento papel. Después de desplegarlo se lo tiende a Rubén, que lo toma entre sus viejas y torpes manos y se queda mirando medio pasmado.

-  Lee, mi amor —propone Eva con dulzura.

Rubén se coloca temblorosamente las gafas que cuelgan de su arrugado cuello y comienza a balbucear, sin medida ni entonación alguna, el texto allí caligrafiado:

Perdona querida Eva,
Si alguna vez olvido decirte
Que eres el sol de mis días,
La luna de mis noches,
La única estrella en mi firmamento.

Perdona querida Eva,
Si alguna vez olvido decirte
Que por ti brillan mis ojos,
Que por ti vivo y respiro,
Que estás en todos mis sueños.

Perdona querida Eva
Si alguna vez olvido tu nombre,
Si no te conozco,
Si niego mi vida entera,
Si a nuestros hijos no recuerdo.

Perdona querida Eva
Estos cursis y tristes versos
Que me gustaría leer a tu lado
Cada mañana mientras pueda,
Cada tarde mientras me muero.

Y perdona finalmente querida Eva
Que no sepa agradecerte
Tus infinitos desvelos
Tu santísima paciencia,
Tus cariñosos y sinceros besos.

Rubén se quita las gafas, esboza una sonrisa hueca y deposita sobre la mesa camilla el manuscrito que él mismo escribió aquel día que le diagnosticaron la terrible enfermedad. Eva se levanta, le besa, le acaricia las mejillas con sus cálidas manos y dice como siempre, con entregada ternura:

- Hoy lo has hecho muy bien, cariño. Te quiero.


martes, 9 de abril de 2013

Manuel, que fotografía nubes




Vive un viejo en mi pueblo que se llama Manuel y fotografía nubes. Hace años sus hijos le regalaron una cámara y cada mañana, cada tarde, lo ves pasear por caminos y sendas recogiendo el testimonio de esas lindas masas de sutil algodón. Hay quienes sostienen que en ocasiones también le han oído gritar al firmamento.

Para Manuel un cielo raso o completamente encapotado representa una maldición. Asimismo le disgusta el viento, que aleja tan deprisa a sus vaporosos modelos. En casa tiene paredes repletas de sus imágenes preferidas, que son decenas. Cuando le preguntan el por qué de su afición, responde que cada nube lleva dentro el alma de alguien. Entonces, señalando algunas de las fotos enmarcadas, comenta: “Mira, en este sencillo cúmulo reconozco a mi madre, en la parte izquierda de aquel estrato se ve el perfil de mi tío Agustín, en ese nimbo viaja mi mujer, que me está diciendo adiós, estos preciosos cirros transportan a mis abuelos…”

La gente del pueblo murmura que sufre demencia senil, aunque yo estoy convencido de que es precisamente el envejecimiento lo que le ha dotado de una sensibilidad especial, de un enigmático pero valioso don. Manuel me ha prestado un libro y me ha prometido que cuando sepa distinguir las diversas clases de nubes me explicará cómo reconocer en ellas a mis familiares y amigos. Estoy deseándolo, para encontrar a Marta y gritarle lo que jamás me atreví a confesarle en vida, gritarle con todas mis fuerzas que la amo.


viernes, 5 de abril de 2013

Super Mario




Es cierto que algunas personas tienen y cumplen sueños semejantes, pero cuando Mario planteó su reto sumaba setenta y un años y ocho nietos. Y con esa edad no solo su mujer, también sus hijos estaban persuadidos de que debían tutelar estrechamente al otrora director y mentor del clan. Al final, un orgulloso Mario aseguró que no permitiría que nadie forzase su santa voluntad, interponiéndose en un proyecto innegociable nacido de un juicio cuerdo y cabal como el suyo.

El domingo siguiente se lanzó en paracaídas en la provincia de Guadalajara y los equipos de rescate todavía lo están buscando. La familia gratificará a quien proporcione cualquier indicio sobre su paradero.