Cuarenta años han pasado ya. Y como
cada tarde, desde hace cuarenta años, Prudencia se asoma tras la cortina que
cuelga en la entrada de su casa. A través de ese tenue tejido la anciana semeja
un pez atrapado en la red, aunque su expresión es, ciertamente, la de un pez
muerto.
Como cada tarde, desde hace
cuarenta años, la mujer escruta los rostros silenciosos o parlanchines de los marineros
que vuelven de faenar. Se dice que los peces no tienen memoria, pero Prudencia
conserva intacto el recuerdo de cada mirada, cada caricia, cada piropo y cada beso
de su hombre. Solo su esperanza va empequeñeciendo a medida que pasa el tiempo: intuye que Agustín y sus cuatro compañeros jamás regresarán, pues un océano
egoísta y caprichoso se prendó de ellos y decidió retenerlos consigo.
Prudencia
envidia a los peces muertos sin imaginar que es, desde hace mucho tiempo, uno
de ellos. Solo desea que llegue pronto el día en que el corazón se detenga,
para que embarquen su cuerpo rumbo al paraíso de los pescadores desaparecidos.
Me encanta,Rafa! Qué bien has escogido cada palabra para describir la tristeza, la nostalgia... Muy bueno!
ResponderEliminarGracias, Amparo. Te estamos esperando.
EliminarCuanta verdad hay en estas palabras Rafa, muchas mujeres envejecieron esperando por su hombre al que se lo llevo el mar y ellas enamoradas esperan ese desenlance que las lleve con ellos. Muy bien narrado el tema y muy bien dibujada la escena.
ResponderEliminarUn abrazo Rafa.
Puri
Gracias por leer y comentar, Puri. Eres muy amable. Un abrazo.
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