Ese día, al salir de casa me tropecé
con una mañana espléndida. Una sensacional mañana de primavera, en la que solo
faltaban unos coros de gospel alabando al Señor por tamaña bendición. Me
convencí de que en tales circunstancias encerrarse en la fábrica, justamente esa
inacabable jornada de tedioso inventario, constituiría un sacrilegio. Compré pues
un periódico, determinado a leerlo en el bar del parque mientras tonificaba mi
cuerpo con una cálida taza de té. De camino hacia allí y con la ayuda de cinco
euros, persuadí a una adolescente que se dirigía al Instituto de que llamase desde
mi móvil y haciéndose pasar por mi hija informara a Rodríguez, mi jefe, que estaba
en cama con cuarenta de fiebre. Una desgraciada casualidad quiso que esa criatura
fuera precisamente Marisol, la pequeña de Rodríguez.
Por
favor, si se enteran de una vacante de administrativo en alguna empresa de la
ciudad o alrededores, les ruego me avisen. Soy un tío serio y competente y
ustedes, que son comprensivos, saben bien que un desliz lo tiene cualquiera,
que errar es de humanos.
Eso se llama tener mala suerte ir a tropezar con la niña menos indicada, era visto que las mentiras siempre adolecen de verdad.
ResponderEliminarUn abrazo
Puri
La justicia del azar, aunque no siempre actúe igual para todos. Un abrazo, Puri.
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