Se entrenaban para estar muertos
cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo de su condenada existencia. Aunque
unos fuesen arrancados de las tetas de la madre para aprovechar la ternura de
sus carnes, la mayoría eran esmeradamente adiestrados en las artes más prosaicas:
comer, beber, copular, dormir…
Nunca conocieron la libertad, ni
falta que les hizo. Los expertos aseguraban que constituían una de las especies
más inteligentes, lo cual no evitó que poderosas religiones entrasen en juego
para prohibir primero su comercio, su crianza después.
¡ Y pensar que a mí me gustaban hasta sus
andares !
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