Los últimos días George mostró un misterioso
comportamiento. Había bajado casi por completo todas las persianas, nunca
encendía las luces (varias veces tropezó
conmigo al cruzarnos de noche por el negro pasillo), mantenía desconectado su
teléfono y bebía y fumaba nerviosamente. Tampoco se sentaba al ordenador ni salía
de casa, aunque la débil bombilla del refrigerador iluminaba cada vez menos
alimentos. Se afeitó la barba, apenas me hablaba y evitaba cualquier contacto físico,
se le notaba muy preocupado y en ocasiones le sorprendí llorando a escondidas,
estremecido.
La pasada madrugada, mientras yo
dormía y él se dedicaba como siempre a ver la televisión, llamaron a la puerta insistentemente.
Desde el umbral de la habitación pude ver cómo George desconectó el receptor y se quedó inmóvil en el sofá, con
las palmas de las manos cubriendo sus oídos, los ojos cerrados y la cabeza
entre sus rodillas. Oí un fuerte impacto, seguido de un ruido de tablas rotas, bisagras
chirriantes, el interruptor de la luz y los pasos de dos personas dirigiéndose apresuradamente
al salón. Inquieto, me oculté a hurtadillas en la penumbra del baño; allí me
quedé, observando cómo un extraño con la señal de un profundo arañazo en el
rostro agarraba del cabello a George y lo alzaba, reventándole la nariz con su
puño. Aunque le estaban gritando, no acerté a comprender lo que decían. Escuché
palabras extrañas como joder, coca, jefe,
pasta, cabrón y otras que ni recuerdo ni conozco, solo sé que George,
tumbado sobre la alfombra, se mantuvo todo el tiempo callado, emitiendo
únicamente jadeos de dolor. Los dos tipos se alternaron en patear su vientre de
forma repetida y después el del arañazo, eso sí lo recuerdo bien, pronunció la
frase vas a morir, maldito hijo de puta.
Sacó un extraño objeto reluciente del bolsillo y dirigiéndolo a la cabeza de
George lo hizo estallar dos veces. De su sien comenzó a brotar un espeso líquido
rojo, que por lo que pude percibir no olía nada mal.
Al
instante el otro desconocido giró la cabeza, me miró fijamente y apuntó también
algo metálico hacia mí. Su compañero dijo una cosa rara, algo así como andando, al gato que le den y se fueron deprisa,
por donde habían venido.
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