lunes, 18 de marzo de 2013

El dulce y suave perfume




Los últimos días George mostró un misterioso comportamiento. Había bajado casi por completo todas las persianas, nunca encendía las luces  (varias veces tropezó conmigo al cruzarnos de noche por el negro pasillo), mantenía desconectado su teléfono y bebía y fumaba nerviosamente. Tampoco se sentaba al ordenador ni salía de casa, aunque la débil bombilla del refrigerador iluminaba cada vez menos alimentos. Se afeitó la barba, apenas me hablaba y evitaba cualquier contacto físico, se le notaba muy preocupado y en ocasiones le sorprendí llorando a escondidas, estremecido.

La pasada madrugada, mientras yo dormía y él se dedicaba como siempre a ver la televisión, llamaron a la puerta insistentemente. Desde el umbral de la habitación pude ver cómo George desconectó el  receptor y se quedó inmóvil en el sofá, con las palmas de las manos cubriendo sus oídos, los ojos cerrados y la cabeza entre sus rodillas. Oí un fuerte impacto, seguido de un ruido de tablas rotas, bisagras chirriantes, el interruptor de la luz y los pasos de dos personas dirigiéndose apresuradamente al salón. Inquieto, me oculté a hurtadillas en la penumbra del baño; allí me quedé, observando cómo un extraño con la señal de un profundo arañazo en el rostro agarraba del cabello a George y lo alzaba, reventándole la nariz con su puño. Aunque le estaban gritando, no acerté a comprender lo que decían. Escuché palabras extrañas como joder, coca, jefe, pasta, cabrón y otras que ni recuerdo ni conozco, solo sé que George, tumbado sobre la alfombra, se mantuvo todo el tiempo callado, emitiendo únicamente jadeos de dolor. Los dos tipos se alternaron en patear su vientre de forma repetida y después el del arañazo, eso sí lo recuerdo bien, pronunció la frase vas a morir, maldito hijo de puta. Sacó un extraño objeto reluciente del bolsillo y dirigiéndolo a la cabeza de George lo hizo estallar dos veces. De su sien comenzó a brotar un espeso líquido rojo, que por lo que pude percibir no olía nada mal.


Al instante el otro desconocido giró la cabeza, me miró fijamente y apuntó también algo metálico hacia mí. Su compañero dijo una cosa rara, algo así como andando, al gato que le den y se fueron deprisa, por donde habían venido.



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