Krenz es mi mejor amigo y vive en
un pequeño y lejano país al que llamaremos W, un lugar cuya actualidad,
sembrada de insignificancias y miserias, ignoran por sistema todos los
noticieros. Krenz no es, ni mucho menos, su verdadero nombre o apellido;
tampoco revelaré cómo nos conocimos ni cuál es su profesión, para evitar
someterle a cualquier tipo de riesgo o peligro. No obstante les aseguro que lo
que narraré a continuación me sucedió hace dos semanas y hasta donde yo sé es rigurosamente
cierto.
Tal y como acostumbramos a hacer
cada seis meses, nos reunimos en un punto intermedio del mapa para disfrutar en
familia un divertido weekend.
Nuestras esposas e hijos siempre se han entendido a las mil maravillas y pasan
excelentes ratos juntos. Mientras ellos se refrescaban en la piscina del hotel,
aprovechamos para compartir unas cervezas en la terraza. Fue entonces cuando Krenz,
con semblante preocupado, comenzó a contarme algo que le había ocurrido desde
nuestro anterior encuentro, algo muy serio que todavía no conocía nadie pero precisaba
relatarme y además, en persona.
Me veo ahora en la necesidad de
puntualizar que conozco a Krenz desde hace veinte años. Aunque es un hombre
equilibrado y sensato en el que confío plenamente, me he tomado la molestia de confirmar
que los hechos que me desveló (al menos los pocos que en estos momentos permiten
su comprobación) son verídicos.
Me contó que un día, hace cuatro meses, estando en el despacho telefoneó a casa para hablar con su mujer y se sorprendió al contestar él mismo, con voz deprimida. Tras varios minutos de conversación surrealista entre
sus dos yos, concluyeron que el Krenz de la oficina llamaba desde el año 2012 y
el Krenz del hogar contestaba en el año 2018. A partir de ese momento, la
charla tomó otros derroteros y se fue alargando. El Krenz actual preguntó por
el ulterior estado de sus parientes y amigos pero el Krenz futuro no quiso
entrar en grandes detalles, si bien le informó que uno de sus hijos, sin
precisar cuál, había muerto recientemente a consecuencia de las políticas
puestas en práctica por el nuevo gobierno del partido A (W es un país en el que
el 80% de los votos se los reparten los partidos A y B). Tras las últimas elecciones,
el partido A, liderado por un voceras llamado X, especialista en cambiar falsas
promesas por votos, desbancó al B del Gobierno y emprendió una interminable serie
de medidas impopulares, antisociales, autoritarias, inhumanas, plutócratas. Una
de tantas fue privar a toda la población del derecho a la sanidad pública y
gratuita. Su hijo tuvo la desdicha de contraer una terrible enfermedad, cuyo
costosísimo tratamiento Krenz, sin recursos después de haber sido despedido por
su empresa, no pudo afrontar. Finalmente el chico falleció. El Krenz del futuro
instó entonces al Krenz del presente que asesinase a X. Eso tal vez no
impediría que el partido A triunfase de todas formas y aprobase después las
mismas leyes, sin embargo, habría en el mundo un embustero menos, un tipo cruel
y sin escrúpulos que de seguir existiendo sería uno de los responsables, más
bien El Responsable, de la muerte de su hijo y a saber de cuántos ciudadanos
más. El Krenz del presente se convenció fácilmente de que debía intentarlo, ya
se sabe que cuando la vida de un hijo está en juego no te paras a pensar en
nada. Comprendió que es más fácil cargarse a un simple politiquillo, como era X
en ese momento, que a un candidato o a un Presidente con toda su parafernalia
de seguridad y guardaespaldas. Maquinó durante días y hasta el último detalle
el atentado, que perpetró eficazmente, sin dejar un solo rastro. X desapareció
del mapa, se multiplicó por cero. Es simple pasto para peces en el fondo de un
embalse.
Pero más tarde, hace alrededor de un
mes, Krenz recibió una llamada de su casa. Era el Krenz del futuro para
informarle que, gracias a su audaz acción, ahora seguía gobernando el partido B.
Lamentablemente el nuevo gabinete había adoptado medidas similares por no decir
peores que las promovidas por el partido A de haber ganado las elecciones.
Ahora no solo su hijo estaba muerto, su mujer agonizaba a la espera de una
vacuna que Krenz tampoco podía pagar. Tendría que acabar también con Y, el Presidente entrante.
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