Ese
puñetero despertador no tiene ni alma ni sentimientos ni conciencia. Estoy
convencido de que el endemoniado artefacto, inventado en Estados Unidos en 1787
por un relojero malnacido, fue patrocinado por los amos de esclavos, los detestables
negreros explotadores de cuerpos y de vidas. Ese trasto inmundo, especializado
en pulverizar nuestros mejores sueños, debería recordarnos cada mañana de
mierda que no nos pertenecemos, que si no reaccionamos estamos condenados a ser
eternos prisioneros de un sistema injusto. A permanecer cautivos en una
perversa organización que, desde que irrumpes con tu primer llanto, te programa
para que te creas (incluso para que te sientas) libre. Porque, si rascas un
poco, descubres enseguida que solo eres un número más en una estructura inhumana,
que solo representas una desdeñable insignificancia y además vegetas en el peldaño
inferior, debajo del cual ya únicamente se oculta el otro infierno, el infierno
hipotético. Lo que no comprendo es que a ese maldito artilugio, que parece que
disfrute jodiéndonos los mejores sueños cada mañana de mierda, le denominen
despertador. En torno a mi solo alcanzo a contemplar prójimos durmientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario