lunes, 22 de abril de 2013

Recuerde su nombre




-Herminio Ramírez, recuerde su nombre. Es el hombre que me mató. Impida que le ponga una mano encima.

El anciano me había susurrado eso al oído mientras permanecía sobre una camilla en los servicios de urgencia del hospital, esperando resultados de las pruebas que me habían realizado ante un probable ataque de apendicitis.

Observé que el hombre entraba y salía libremente de los distintos boxes, vestido con un pijama celeste y ayudándose de un bastón. Los sanitarios no le prestaban ninguna atención, pasaban a su lado ignorándolo como si formase parte del decorado de esa unidad médica.

-Hemos comprobado que efectivamente se trata de una inflamación del apéndice vermicular. Hay que operarle de inmediato, me dijo el doctor que me estaba atendiendo. No debe preocuparse, el compañero que practicará la intervención es estupendo. No le quedará la menor cicatriz

-¿Cómo se llama ese cirujano?, inquirí.

-Fernando Rosales, es catedrático en la universidad. Le repito que es un excelente profesional. Puede usted estar tranquilo. Comenzaremos en veinte minutos.

-De acuerdo, asentí, mientras contenía un espantoso dolor abdominal y rezaba para que los minutos transcurriesen volando.

Después de rasurarme y untar la zona afectada con un yodo amarillento, los enfermeros me trasladaron al quirófano. Una vez allí, un tipo enfundado en un burka verde, con ojos inquietos, se dirigió respetuosamente al jefe del equipo:

-Rosales, estamos listos. Cuando quieras.

-OK, Herminio, puedes empezar con la sedación del paciente.


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