martes, 23 de abril de 2013

Lágrimas colaterales




El pequeño Abdul subió corriendo a la segunda planta, donde antes había estado el apartamento familiar, incumpliendo las desesperadas órdenes de su madre. Entre cascotes y escombros penetró en la maltrecha vivienda con la intención de recuperar aquel muñeco viejo que tanto adoraba. Pero cuando abrió la puerta de su dormitorio descubrió que ni había armario ni quedaba pared: en su lugar aparecía un sorprendente mirador, desde el que en primer término solo se vislumbraba muerte, devastación y miseria; al fondo, cual broma pesada o presagio inimaginable, un espléndido arco iris. El niño se dejó caer de bruces y rompió a llorar amargamente.


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