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domingo, 7 de abril de 2013

Despedidas



Al cierre de cada jornada en la oficina, Arturo se despedía siempre con la expresión “Un día menos de vida, compañeros. Hasta mañana”. Sus colegas nunca dejaban de sonreír, pues la declaración era regularmente acompañada de distinto tono según el día que fuese; no era igual la inflexión utilizada los lunes que la modulación de los jueves y así ocurría también los días intermedios y los viernes, cuando la despedida era “Una semana menos de vida, amigos. Hasta la semana que viene”. Al coincidir con final de mes, la primera parte de su adiós se modificaba por “Un mes menos de vida” y la entonación sonaba de lo más lúgubre. Los fines de año Arturo obsequiaba a los colegas con un minúsculo espectáculo, consistente en maquillar ligeramente su rostro con polvos de talco, tumbarse en el suelo con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre su pecho y, tras tararear las primeras notas de la Marcha Fúnebre de Chopin, declamar con voz de ultratumba: “Un año menos de vida, camaradas. Hasta la muerte que viene”.

Una tarde de invierno el pobre Arturo se despidió silenciosa y definitivamente a causa de un derrame cerebral, acaecido mientras despachaba con su jefe. En la oficina siempre será recordado como un tipo simpático y optimista.


sábado, 6 de abril de 2013

Siete de enero




¡Huy, que raro! Tengo la sensación de estar regurgitando unos villancicos. ¡Y ahora un puñado de anuncios de colonia! Vaya malestar, las náuseas me están provocando unas terribles arcadas. Me acerco al baño y abro el inodoro. Mi alma comienza a expeler un pequeño abeto artificial con sus bolas y guirnaldas de colores, un montón de felicitaciones en las que se incluyen personas que apenas conozco, unos niños trajeados torturando mis tímpanos con su interminable cantinela de números a los que no he apostado, el circo de mi ciudad con su carpa, troupe y bestias adiestradas, los leds decorativos y alfombras rojas de decenas de calles y comercios, un pesebre completo con su asno y su buey, el discurso vacuo e inoportuno de un asesino de elefantes, una exagerada cena con la familia, todos los turrones, mazapanes y polvorones que casualmente caducan el próximo mes de Octubre, un gordinflón de barba blanca que vestido con un ridículo traje encarnado fue importado de otras latitudes por puros intereses económicos, los amables pero falsos deseos de famosos y famosillos desde la caja tonta, varios brindis como celebración absurda de un simple cambio de fechas, la insufrible programación televisiva del nuevo día, más comilonas con la familia, tres tipos disfrazados a lomos de otros tantos camellos y tal vez lo peor: la eufórica y disparatada ansia de comprar y regalar objetos, futura basura, algunos de los cuales tal vez no interesen a nadie...

       Creo que por fin he terminado. Acabo de vomitar la Navidad y me queda el regusto amargo de la desesperanza, de la cruda realidad en la que seguiremos luchando por sobrevivir a estos ineptos gobernantes y a sus políticas antipersona. De momento y por si las moscas, me voy a las Rebajas. Ojalá no pille otro empacho.


Muertes justificadas




Son las dos de la mañana en Albuquerque. Un hombre de mediana edad…

-Perdona, me revientan los literatos como tú, que evitan nombrar a sus personajes, que los tratan de “un joven”, “un hombre de mediana edad”, “un anciano”, “el individuo”, “ese tipo”, etc. Tengo nombre y apellido, me llamo Gregory Stewart y mis conocidos me llaman Greg…

Gregory Stewart, un hombre de mediana edad, sale de un tugurio…

-Oye, amigo, ¿te gustaría que te llamasen escritorzuelo? Soy Spencer, el barman del Diamonds Club y esto no es un tugurio, es un reconocido bar de copas. Hacemos los mejores combinados a esta parte del Mississippi, ¿de acuerdo? A propósito, para los que lo lean, estamos en la Avenida Lincoln, recuérdenlo.

Gregory Stewart, un hombre de mediana edad, sale del prestigioso Diamonds Club, en la Avenida Lincoln. No puede disimular que está medio pedo…

-Te estás pasando, colega. Apenas he tomado un whisky con hielo.

-Soy Spencer de nuevo. Lo siento Greg, recuerdo haberte servido, por este orden, un gin tonic, un whisky y un tequila. A propósito, está todo anotado en tu cuenta, recuerda traer pasta el próximo día.

-Bueno, admitamos que bebí un poco, pero no me gusta la expresión medio pedo, cámbiala por otra menos malsonante, por favor.

No puede disimular los efectos del alcohol. Camina apesadumbrado porque esta mañana el cartero…

-Oiga, caballero, ¿en lugar de “cartero” podría indicar “repartidor postal”? Es solo que suena mejor. Gracias.

Camina apesadumbrado porque esta mañana el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta de su primera ex-esposa, Sally…

-Soy Sally, ¿me recibe? Yo no he dirigido ninguna carta de amenazas al gilipollas de  Greg, ¿vale?

-Eh, Sally, ¿por qué me llamas gilipollas?

-Yo no te he llamado gilipollas, eso lo ha escrito el tarado este que me acusa de no sé qué amenazas…

…el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta de su segunda ex-esposa, Margaret…

-Soy Maggie y ni he escrito ni pienso escribir una puñetera letra a ese gilipollas, repito, gilipollas, lo suscribo.

-Maggie, vete a la mierda…

…el repartidor postal depositó en su buzón una amenazadora carta.

-Oye, céntrate, yo no he recibido ninguna carta de amenazas.

-Vale Greg, stop, para ya, desde la primera línea me estás fastidiando este relato. Voy a leerte la carta y verás cómo luego sí estás apesadumbrado:

“Greg, soy tu creador, el que está intentando hace rato construir una historia contigo de protagonista. Me tenéis hasta las pelotas tú, el barman, el cartero y tus ex-esposas. Vas a palmar en las próximas líneas y comenzaré otro cuento con unos personajes normales, unos personajes que no incordien tanto. Te voy a matar, repito. Y ojalá acabes en el puñetero infierno.”

-Joder, macho, te has pasado cuatro pueblos, por unas sencillas objeciones que hemos hecho…

Greg no puede disimular los efectos de alcohol y tropieza con una boca de agua contra incendios, pierde el equilibrio y cae al asfalto, donde muere en el acto atropellado por un Cadillac del 64.

-Soy Bernard, el conductor de la berlina, quiero que sepan que frené, pero ese borracho se me había tirado encima, no pude hacer nada por evitarlo…

A consecuencia del accidente, el tipo que atropelló a Greg sufrió un súbito ataque al corazón y también pereció.

Descansen en paz y que les den.


viernes, 5 de abril de 2013

Las ratas




El flautista, contratado por el pueblo para limpiar de ratas el país, comenzó a hacer sonar su instrumento. De repente, las calles se inundaron de diputados, senadores, consejeros, ministros, familias reales, alcaldes, secretarios, vicesecretarios, directores generales, presidentes de aquí y vicepresidentes de allí, delegados de esto y de lo otro, asesores, sindicalistas podridos y demás roedores del dinero público. El mágico intérprete guió a estas decenas de miles de parásitos ineptos hasta la boca de un activo volcán, en el que se fueron lanzando de manera autómata.

Cuando regresó para cobrar la correspondiente factura, como la crisis ya había terminado, los ciudadanos, agradecidos, obsequiaron al flautista con un plus de productividad. Y todos fueron felices y comieron perdices.

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.


Fundido en negro




Hace unas noches tuve un sueño. Sucedía en enero, comenzaba a nevar y eran las cuatro de la tarde. Sé que era enero porque aquí únicamente nieva durante ese mes, y sé que eran las cuatro de la tarde porque empezaba mi programa favorito en Radio 3. Regresaba del trabajo en mi zapatilla con ruedas por una carretera vecinal muy poco transitada. De repente, en el exterior del vehículo se hizo de noche, oscuridad total durante un par de segundos, sucedió como un fundido en negro cinematográfico. Cuando volvieron la luz y el paisaje frente a mí, me encontré con el coche traqueteando en un agreste y estrecho camino, rodeado de altos y extraños árboles, entre los cuales vi saltar algunos simios. Paré y oí que la radio siseaba, no conseguí sintonizar ninguna emisora; la apagué. Mi teléfono móvil no tenía cobertura y marcaba las doce del mediodía. Conmocionado, decidí seguir conduciendo a baja velocidad por aquella angosta vereda, siendo testigo de cómo coloridas aves se cruzaban en mi recorrido. La senda fue ensanchándose poco a poco hasta que alcancé la plaza de una aldea compuesta por diez o doce chozas, de donde salieron, gritando y amenazándome con palos y lanzas, un montón de negros en taparrabos, con sus caras pintadas. Lo primero que hice fue activar el seguro del coche y ponerme a temblar. Las mujeres y los niños se asomaban al umbral de sus cabañas, mirándome con gestos de temor y sobresalto. De la choza más grande surgió el que parecía el caudillo de la tribu quien, cosa que me sorprendió, era un tipo blanco con gafas de sol que andaba contoneándose exageradamente. A medida que se acercó pude reconocer su cara: era Don Pascual, el jefe del departamento de administración de mi empresa, es decir, mi jefe, solo que como allí no debían usar tintes baratos, lucía su pelo cano y una inusual barba del mismo color. Don Pascual atravesó el pasillo que le fueron abriendo los nativos, se plantó ante mi coche y tras calmar a los guerreros extendiendo sus brazos, comenzó a hablarme con su misma voz pero en distinta lengua:

-¡Ranga tukala kun senjeli!, lo cual no supe si traducir como un “buenos días, ya era hora de que llegaras”, “joder, has vuelto a descuadrar el balance” o, incluso, “estás despedido, a la puta calle”.

Ver a Don Pascual me permitió salir de mi inicial estado de shock, pues el pánico fue sustituido por la rabia, y al advertir que el comité de recepción había dejado caer sus armas al suelo, detuve el motor, me guardé las llaves en el bolsillo y desbloqueé las puertas. A continuación bajé del coche y después de comprobar que el aire era achicharrante para estar en enero, me dirigí al jerarca blanco y con el máximo énfasis, a voz en grito y señalándole repetidamente con mi índice, le solté:

-¡Ya tenía ganas de decirte un par de cosas, Pascual! Sí, te tuteo y si no te gusta, te fastidias. Mira: eres un gilipollas y un engreído incompetente. Estás treinta años en la empresa jodiendo al personal y no sabes hacer la “o” con un canuto. Yo tengo una carrera universitaria y dos masters y tú no acabaste el puñetero bachillerato, mamón. Te pasas el día leyendo el periódico, hablando con tu familia y tus amistades por teléfono o cotilleando por Internet, mientras los demás nos dejamos el hígado currando y encima hemos de soportar tus injustas broncas. Eres un inaguantable tocapelotas, que en lo único que destacas es en lamer el culo a los superiores para que no te boten de la compañía. Y además, te tiñes el pelo como una patética nenaza. Cualquiera de estos palurdos sería mejor jefe que tú,  ¡cretino!

Largué todo de carrerilla, fue sencillo porque lo tenía ensayado hace meses, aunque en este caso no procedía mentar el tinte y tal vez me excedí al improvisar el último reproche, tachando de palurdos a los indígenas, a los que ruego me perdonen si les ofendí o se sintieron heridos por mi desacertado calificativo.

Yo no sé si Don Pascual o su sosias comprendió algo de lo que le dije, pero cuando acabé la perorata se arrodilló solemnemente ante mí, descolgó los collares que llevaba alrededor de su cuello y me los ofreció en silencio, con amabilidad y agachando su cabeza, lo cual interpreté como un traspaso de poderes.

La tribu entera emitió un entusiasta grito de júbilo (por lo visto estaban también hasta los huevos de Don Pascual) y entre algunos hombres me alzaron, dándome varias vueltas a la plaza. Mientras, las mujeres y los niños salieron de los chamizos y comenzaron a entonar alegres canciones nativas.

En ese momento me entraron ganas de mear y me desperté.

Ni sé ni me importa lo que le pasaría después a Don Pascual, de lo único que estoy seguro es que en ocasiones los sueños nos señalan el camino que hemos de tomar en la vida. Por eso, la próxima vez que ese inútil me llame la atención le voy a aflojar el mismo discurso. Aunque me abran un expediente. Aunque me cueste el puesto. Yo con las ganas no me voy a quedar.


Super Mario




Es cierto que algunas personas tienen y cumplen sueños semejantes, pero cuando Mario planteó su reto sumaba setenta y un años y ocho nietos. Y con esa edad no solo su mujer, también sus hijos estaban persuadidos de que debían tutelar estrechamente al otrora director y mentor del clan. Al final, un orgulloso Mario aseguró que no permitiría que nadie forzase su santa voluntad, interponiéndose en un proyecto innegociable nacido de un juicio cuerdo y cabal como el suyo.

El domingo siguiente se lanzó en paracaídas en la provincia de Guadalajara y los equipos de rescate todavía lo están buscando. La familia gratificará a quien proporcione cualquier indicio sobre su paradero.


miércoles, 27 de marzo de 2013

Muertes súbitas



 ·        Punto para el servicio

“Oye, nena, he de hacerte una pregunta”, dijo el hombre.
“¡Dispara!”, respondió ella.
Entonces Bob sacó una Smith & Wesson del 38, la apoyó en el pecho de Kate y apretó el gatillo dos veces.
Mientras observaba el cadáver, Bob pensó: “¡Joder, que perspicaz era, tenía la respuesta preparada!”

 ·        Punto para el resto

“¡Ya no soporto más que siempre te salgas con la tuya, Susan!” exclamó Pete nerviosamente.
“¡Muérete, saco de mierda!”, contestó la mujer.
Pete abrió la ventana y se lanzó desde el decimonoveno piso de un edificio en el Bronx.

  • Set point

“Cariño, este bourbon que me has servido es puro veneno”, farfulló Sam con una mueca de profunda repugnancia.
“¿Y quién dijo que ‘eso’ fuera whisky, desgraciado?” preguntó la rubia platino, recostada en el sofá.
Sam se incorporó a duras penas, tambaleándose ligeramente durante unos segundos y vino a caer pesadamente sobre la mesa de centro, destrozando también el cenicero de cristal y un jarrón chino de dudoso gusto.

·        Match point
“¡Estoy más que harta, Bill! ¡Te juro que la próxima vez que me mientas lo nuestro habrá acabado para siempre!”
“No dramatices, pequeña”, susurró Bill tras separar el pitillo de sus labios. “¡Esto no es el fin del mundo!”
En ese preciso instante, un meteorito de extraordinarias dimensiones impactó con nuestro planeta, y la Tierra y todos sus habitantes se fueron a hacer puñetas.



Consumir preferentemente antes de morir



“Ya son tres las víctimas. Y las autoridades aún desconocen las causas”, manifiesta el periodista a la cámara en el lugar de los hechos, mientras con una mano sostiene el micrófono y con la otra una humeante taza.

“Muchísimas gracias, señora. Le aseguro que es el mejor chocolate que he probado nunca”, había afirmado satisfecho el inspector, antes de examinar los cadáveres de los testigos de Jehová que yacían en el zaguán.

“Pobrecillos míos… ¡Con este frío y los dos sin abrigo! No se vayan todavía, que enseguida les preparo algo calentito”, sugirió la venerable anciana esbozando una extraña sonrisa.


viernes, 15 de marzo de 2013

La suerte de algunas primas segundas




Después de muchos años de tenaz esfuerzo pero continuos fracasos académicos, Calixto abandonó la Carrera de Derecho. Dado que su exiguo currículum limitaba mucho las opciones laborales a su alcance, se vio abocado a probar suerte en tareas de muy variada índole.

Primeramente fue contratado como peón albañil en una gran obra, mas nunca consiguió que fraguase el hormigón que le ordenaban preparar.
A continuación lo intentó como ayudante de un carnicero y el segundo día se rebanó la falange superior de su meñique izquierdo.

Como taxista tampoco tuvo demasiada fortuna, pues se extraviaba constantemente en las calles de la gran ciudad a pesar de la ayuda que le proporcionaba un GPS de última generación.

Tras su renuncia forzada, en la Biblioteca Municipal tuvieron que contratar tres eventuales durante dos meses para volver a clasificar todas las colecciones que Calixto había desordenado.

Pero nuestro amigo no se amilanó; afrontó positivamente todos esos duros reveses y resolvió seguir un cursillo intensivo de Finanzas Avanzadas por Internet. Con su diploma en el bolsillo, encontró un puesto de broker en la delegación local de una importante Consultoría de Inversiones con sede en Filadelfia y en pocas semanas consiguió arruinar a miles de personas. Ahora es Vicepresidente Ejecutivo de la Compañía y está forrado; vive en Londres, conduce un Ferrari Testarossa y está prometido con una prima segunda de Paris Hilton.



Mozart, el mono






Toca jotas, señorito; y toca tangos, boleros, y cha-cha-chás…  Se lo juro, señorito. Este mono es mú listo y zalamero. Me lo trajo una parienta de Gibraltar y mi marío con mucha pacencia, señorito, le enseñó a tocar el pianico. Ahí que se iban los dos con la cabra tós los días mú temprano a ganarse unos duros pa comer. Pero primero se nos fue la cabra, señorito, cogió una pulmonía, y después a mi Juan le dio un telele y criando malvas está el pobre. Cómpreme el mono, señorito, no se arrepentirá. Verá qué contentos se ponen sus niños.



miércoles, 13 de marzo de 2013

Gorilas en la niebla




Estaba agazapado detrás de unos malditos arbustos en una noche oscura y brumosa de invierno, pasando el frío de mil millones de demonios. Preso de un furioso ataque de celos, había seguido a mi esposa cuando dijo que iba a cenar con sus amigas a un restaurante del centro. Pero, o su automóvil se equivocó, o me había sometido a un burdo engaño. No pasó por el centro de la ciudad ni se dirigió a ningún restaurante. Había entrado en un edificio que parecía el club social de una lujosa urbanización en las afueras. Cuando mis pupilas se acostumbraron a la tenebrosa negrura, pude descifrar a través de la niebla  las letras que adornaban el rótulo instalado en la puerta del local: “Institución Psiquiátrica Valle del Oro”. En ese mismo instante, mi mujer salió corriendo junto a dos gorilas vestidos de blanco. “Es aquél, el del pijama que se esconde tras los matorrales”, le oí gritar. Después de eso, solo recuerdo a los primates asiéndome fuertemente y un pinchazo en mi brazo.

Puedes  escuchar la narración de este microrrelato en la revista digital La Esfera Cultural:

http://www.ivoox.com/gorilas-niebla-rafael-sastre-carpena-audios-mp3_rf_2181805_1.html

martes, 12 de marzo de 2013

Las desventuras del hombre con un perro llamado Beckenbauer




Un hombre profundamente deprimido decidió acabar con su vida. Como era persona miedica y crédula, cuya religión le había inculcado que si se suicidaba su alma jamás dejaría de arder en el  infierno, ideó una estrategia para desencadenar la calamidad que facilitase un tránsito imprevisto y justificado.

Empezó pasando por debajo de la escalera de un operario de Telefónica; sólo consiguió un esguince de grado II en el tobillo derecho, al trastabillarse cuando bajaba de la acera.

Compró un precioso gato negro, pero el animalito no sobrevivió las violentas dentelladas que le infligió el doberman del hombre nada más traspasar la puerta de su vivienda.

Torció todos los cuadros del piso y estuvo una semana levantándose con el pie izquierdo, a consecuencia de lo cual un tío-abuelo suyo, de 87 años de edad y residente en Salamanca, sufrió una embolia.

Otro día rompió una luna del armario y a las pocas horas el tren Granada-Barcelona descarriló a su paso por Alcázar de San Juan.

Derramó quince kilos de sal, repartidos por todas las habitaciones, y aunque dimitieron dos ministros en Argentina, lo único que ocurrió es que se averió el aspirador.

Otra mañana subió de la tienda de los chinos con veinte paraguas negros y los dejó todos abiertos dentro del salón; de aquel día podemos reseñar que: a) no llovió, b) el perro se escondió acobardado debajo del sofá y c) se registró un importante movimiento sísmico en Kazajistán.

Y un martes 13, en el que el hombre tenía planeado tomar el autobús de la línea 13 para ir a pasar la jornada en el apartamento número 13 que había alquilado en el 13 de la Decimotercera Avenida, ese día, precisamente a las 13 horas y 13 minutos, un marido despechado lo confundió con el amante de su mujer y le pegó 13 tiros en el portal de su casa.

Asunto resuelto. Por cierto, ¿a alguien le interesa un doberman?


lunes, 11 de marzo de 2013

Salvadores




Primero vinieron a visitarme los salvadores de patrias. Antes de que pudieran abrir la boca les dejé cristalinamente claro que yo tengo tres: el Mundo, el Fútbol Club Barcelona y mi familia. En cuanto al Mundo, les comenté, es evidente que no hay quien lo salve y si existiese ese superhéroe ya se encargarían los poderes fácticos de eliminarlo por la vía rápida. Respecto al Barça no necesita salvación, es precisamente ese equipo el que cada semana nos conmuta la pena del aburrimiento a los aficionados al balompié. Y por lo que atañe a la familia, que es mi única patria verdadera, nos vamos apañando, gracias. Estos vendedores de banderas y donantes de conflictos se miraron entre perplejos y contritos, me ofrecieron un panfletillo (que terminó en el cubo de la basura) y se largaron con viento fresco.

Luego aparecieron los salvadores de almas. Inmediatamente les rogué, en su calidad de especialistas, ayuda urgente para encontrar a la mía, que me había abandonado el miércoles de la semana anterior llevándose una maleta repleta de amores, odios, rencores, frustraciones, anhelos… Precisaba recuperar mi espíritu y todos sus sentimientos, pues ahora solo era un vagabundo sin memoria y con la mente plana. Pero no debían ser unos especialistas demasiado competentes, el único paliativo que me ofrecieron fue la tarjeta de su puñetera cofradía con un número de teléfono en el que aseguraban recibiría la asistencia anímica necesaria (tarjeta que por supuesto también acabó en la basura). Como vendedores de humo que eran, se desvanecieron silenciosamente.

Al cabo llegaron los salvadores de los salvadores. Me cayeron simpáticos desde el principio y les invité a pasar. Después de unos tragos no tuvieron reparos en confesar que ellos tampoco salvan a nadie de nada, pero que disfrutan esparciendo su mensaje de la trascendencia del individualismo, de la imprescindible deserción del rebaño, de la relevancia y significación de la diversidad y del formidable peligro del pensamiento único. ¡Estos sí eran buenos vendedores! Tan buenos eran que les compré su máquina de elaborar ideas, me arremangué y me puse a escribir este cuento.


Deseo cumplido



“Cari, sonríe y pide un deseo mientras capto este glorioso momento”. La mujer hizo una mueca, se inclinó ante las 50 velas pulcramente colocadas sobre una apetitosa tarta de chocolate y, cerrando los ojos, sopló con potencia. De repente la cámara fotográfica cayó, estrellándose contra el suelo; su marido se había evaporado.


domingo, 10 de marzo de 2013

Jazzesinato



Finalmente, la policía dedujo que había sido el trompetista negro quien esa madrugada arrancó el alma a una dulce balada titulada My Funny Valentine. Ni el abigarrado atuendo, ni los ostentosos abalorios que lucía el afroamericano consiguieron desorientar al perspicaz detective, que pronto descubrió la ceguera que el bandman ocultaba tras unas oscuras lentes. “Hermano, ¿de veras pensaste en algún momento que el mero hecho de exhibir ante ti una partitura serviría para despistarnos? Quedas detenido y desde este momento tienes derecho a permanecer en silencio”; y olvidando por un instante su minusvalía, señaló la vieja trompeta plateada para añadir fríamente: “Cualquier nota que emita ese instrumento podrá ser utilizada en tu contra”.


El primer trabajo



Mi nombre es Jesse Stark, pero mis amigos me llaman Jessie El Salchichas, porque se supone que soy muy aficionado a las barbacoas, aunque si a algo soy adicto de verdad es al póker y a los caballos. Estoy aquí en las afueras de Charleston (Missouri) a las cuatro de la mañana apoyado en mi coche a la puerta de un bazar 24 horas, con la estúpida expresión que el frío y la adrenalina han dejado en mi cara. Es mi primer atraco. Bueno, en rigor es nuestro primer atraco. Dentro están mis colegas Jerry Triquiñuelas Coltrane y Chuck Gomina Zielinsky. La semana pasada nos desplumaron en una timba y se nos ocurrió hacer este trabajito. Espero que salga bien, sobre todo considerando que nos han soplado que Duquesa ganará mañana en la cuarta carrera. Ojalá que el dependiente no sea demasiado guapo; precisamente hoy, a Chuck le ha dado por salir del armario. Joder, si que tardan…


Malditos recortes



Nadie hubiera sospechado que aquel hombre de mediana edad, bien rasurado y correctamente vestido que paseaba por el interior de El Corte Inglés curioseando vitrinas de joyas, estuviese tramando la comisión de un delito. Mientras la sonriente dependienta le mostraba un valioso anillo de diamantes, que según dijo quería obsequiar a su novia como regalo de pedida, lo cogió, lo introdujo en su bolsillo y salió a toda leche, quebrando ágil y velozmente cual Messi cuarentón al grueso custodio que intentó capturarle. Una vez franqueada la salida se detuvo y esperó en el exterior, con las manos en la nuca, a los vigilantes que habían iniciado su persecución cuando se activaron las alarmas. El ladrón les solicitó muy educadamente que llamasen a la Policía, pues quería que le sometieran a un juicio rápido y le enchironasen; estaba ya dos años en el paro, no encontraba empleo y le habían desalojado por impago del piso que tenía alquilado. Prefería ir a la cárcel, donde al menos dispondría de alojamiento gratis y comería de caliente. Se trataba, en definitiva, de que la sociedad y sus representantes le devolvieran lo que le habían quitado, directa o indirectamente.

Lo que no sabía el pobre desgraciado, porque no estaba al día de las últimas noticias, es que ya no había Policía, ni Juzgados, ni Prisiones. El Gobierno había suprimido todos esos servicios, por deficitarios. Tendría pues que conformarse con una buena paliza.


La sonrisa carmesí




El rostro del cadáver aún conservaba la sonrisa carmesí pintada alrededor de su boca. El payaso pagó caro el error de galantear a la bella contorsionista, amante del lanzador de cuchillos.


Bro'





Mi hermano mayor se llama Stanislav y es un cocodrilo; un cocodrilo americano, para más señas. Sí, parece absurdo, alucinante, un chiste, pero es la verdad. Os contaré la historia: mis papás son biólogos y aunque suene mal que yo lo diga, están un poco majaretas. Hace unos diez años se fueron a trabajar a Florida, concretamente a una zona que llaman Everglades y allí, entre zonas pantanosas, encontraron el huevo de uno de esos saurios. Como no localizaron a la madre, ni cortos ni perezosos se encargaron de incubarlo ellos mismos. Cuando nació Stanislav se acogieron a una de esas demenciales disposiciones yanquis que aún perduran en los condados de algunos estados, por la cual la gente puede ahijarse legalmente a cualquier ser vivo. Cuatro años después nací yo, cosa que les entusiasmó porque así ya tenían “la parejita”. Yo a Stanislav le quiero mucho pero le llamo Bro’ (de “brother”, hermano en inglés; vamos, como si aquí dijeras “tete”), pues no me gusta ese nombre tan raro que le pusieron mis papás. Nos llevamos muy bien aunque, la verdad, resulta un poco limitado para la mayoría de juegos y siempre lo tengo encima pidiéndome comida. En resumen, es buen chaval, lo único que me fastidia es que cada vez que salimos a pasear tenemos que utilizar las escaleras porque, como aún no ha aprendido a caminar a dos patas, no cabe en el ascensor y la puerta le pilla la cola. ¡A ver si le enseñan de una vez en el Colegio!


viernes, 8 de marzo de 2013

Anti-cuento




El Príncipe Azul descendió del brioso corcel blanco, se descubrió, se inclinó con elegancia ante la Bella Durmiente y depositó un dulce beso en sus labios. Ésta abrió los párpados y con mirada airada, le increpó: “Acabas de fastidiarme el mejor sueño de mi vida, hermoso”.