sábado, 6 de abril de 2013

Siete de enero




¡Huy, que raro! Tengo la sensación de estar regurgitando unos villancicos. ¡Y ahora un puñado de anuncios de colonia! Vaya malestar, las náuseas me están provocando unas terribles arcadas. Me acerco al baño y abro el inodoro. Mi alma comienza a expeler un pequeño abeto artificial con sus bolas y guirnaldas de colores, un montón de felicitaciones en las que se incluyen personas que apenas conozco, unos niños trajeados torturando mis tímpanos con su interminable cantinela de números a los que no he apostado, el circo de mi ciudad con su carpa, troupe y bestias adiestradas, los leds decorativos y alfombras rojas de decenas de calles y comercios, un pesebre completo con su asno y su buey, el discurso vacuo e inoportuno de un asesino de elefantes, una exagerada cena con la familia, todos los turrones, mazapanes y polvorones que casualmente caducan el próximo mes de Octubre, un gordinflón de barba blanca que vestido con un ridículo traje encarnado fue importado de otras latitudes por puros intereses económicos, los amables pero falsos deseos de famosos y famosillos desde la caja tonta, varios brindis como celebración absurda de un simple cambio de fechas, la insufrible programación televisiva del nuevo día, más comilonas con la familia, tres tipos disfrazados a lomos de otros tantos camellos y tal vez lo peor: la eufórica y disparatada ansia de comprar y regalar objetos, futura basura, algunos de los cuales tal vez no interesen a nadie...

       Creo que por fin he terminado. Acabo de vomitar la Navidad y me queda el regusto amargo de la desesperanza, de la cruda realidad en la que seguiremos luchando por sobrevivir a estos ineptos gobernantes y a sus políticas antipersona. De momento y por si las moscas, me voy a las Rebajas. Ojalá no pille otro empacho.


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