¡Huy, que raro! Tengo la
sensación de estar regurgitando unos villancicos. ¡Y ahora un puñado de
anuncios de colonia! Vaya malestar, las náuseas me están provocando unas
terribles arcadas. Me acerco al baño y abro el inodoro. Mi alma comienza a
expeler un pequeño abeto artificial con sus bolas y guirnaldas de colores, un
montón de felicitaciones en las que se incluyen personas que apenas conozco,
unos niños trajeados torturando mis tímpanos con su interminable cantinela de
números a los que no he apostado, el circo de mi ciudad con su carpa, troupe y
bestias adiestradas, los leds decorativos y alfombras rojas de decenas de
calles y comercios, un pesebre completo con su asno y su buey, el discurso
vacuo e inoportuno de un asesino de elefantes, una exagerada cena con la
familia, todos los turrones, mazapanes y polvorones que casualmente caducan el
próximo mes de Octubre, un gordinflón de barba blanca que vestido con un
ridículo traje encarnado fue importado de otras latitudes por puros intereses
económicos, los amables pero falsos deseos de famosos y famosillos desde la
caja tonta, varios brindis como celebración absurda de un simple cambio de
fechas, la insufrible programación televisiva del nuevo día, más comilonas con
la familia, tres tipos disfrazados a lomos de otros tantos camellos y tal vez
lo peor: la eufórica y disparatada ansia de comprar y regalar objetos, futura
basura, algunos de los cuales tal vez no interesen a nadie...
Creo que por fin he terminado. Acabo de vomitar
la Navidad y me queda el regusto amargo de la desesperanza, de la cruda
realidad en la que seguiremos luchando por sobrevivir a estos ineptos
gobernantes y a sus políticas antipersona. De momento y por si las moscas, me
voy a las Rebajas. Ojalá no pille otro empacho.
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