Al cierre de cada jornada en la
oficina, Arturo se despedía siempre con la expresión “Un día menos de vida, compañeros. Hasta mañana”. Sus colegas nunca
dejaban de sonreír, pues la declaración era regularmente acompañada de distinto
tono según el día que fuese; no era igual la inflexión utilizada los lunes que
la modulación de los jueves y así ocurría también los días intermedios y los
viernes, cuando la despedida era “Una
semana menos de vida, amigos. Hasta la semana que viene”. Al coincidir con
final de mes, la primera parte de su adiós se modificaba por “Un mes menos de vida” y la entonación
sonaba de lo más lúgubre. Los fines de año Arturo obsequiaba a los colegas con
un minúsculo espectáculo, consistente en maquillar ligeramente su rostro con
polvos de talco, tumbarse en el suelo con los ojos cerrados y las manos
cruzadas sobre su pecho y, tras tararear las primeras notas de la Marcha
Fúnebre de Chopin, declamar con voz de ultratumba: “Un año menos de vida, camaradas. Hasta la muerte que viene”.
Una tarde de invierno el pobre Arturo
se despidió silenciosa y definitivamente a causa de un derrame cerebral, acaecido
mientras despachaba con su jefe. En la oficina siempre será recordado como un
tipo simpático y optimista.
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