Sueño con una mañana en que todas
esas injusticias que traspasan mi piel y me desangran de odio emprendan un
vuelo hacia el sol y se derritan en el camino. Sueño con unos gobernantes sensibles,
dotados de unos miligramos de honradez, cordura y humanidad, que aprueben
presupuestos con un exagerado superávit de sonrisas y un irrecuperable déficit
de llantos. Sueño con un ejército de paz que bombardee el hambre y la miseria,
que dispare cañonazos de bienestar, que invada los territorios de la tristeza y
conquiste para todos la felicidad. Sueño con una economía pintada por Van Gogh.
Sueño con un mundo libre, sin fronteras ni patrias, sin príncipes azules, sin
ídolos espirituales ni estadistas indispensables, sin rencores ni redentores. Sueño
con un pueblo lúcido, generoso y tolerante, adicto al pensamiento, que valore
la cultura en los museos, en las bibliotecas, en los teatros o en los grafitis
callejeros. Sueño con una sociedad en colores: sin mayorías ni minorías, sin
vencedores ni vencidos. Sueño con un día que contenga ochenta y seis mil
cuatrocientos segundos de puro amor. Sueño con personas que también sueñan. Sueño.
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sábado, 22 de junio de 2013
domingo, 16 de junio de 2013
Cita con el futuro
Mi muy incierto futuro:
Sentado bajo la sombra del ayer, te
escribo desde el umbral del mañana. El mañana, esa jornada desconocida que las
personas intuimos cómo se desarrollará, pero que suele asombrarnos con algún
incidente imprevisible, feliz a veces aunque adverso con frecuencia.
Querido porvenir, soy consciente de
que no puedo pedirte nada porque nada eres excepto un sueño que se va tornando
tangible a medida que pasan los segundos, los minutos, los días, para
desaparecer otra vez convertido en pasado detrás de cada uno de esos espacios
de tiempo. Eres el corredor inalcanzable, el remoto e intocable horizonte. Y
perdona si tal vez equivocadamente sostengo que -excluyendo la muerte- no
existen destinos garantizados, posterioridades inalterables, aunque demasiado a
menudo la cotidiana realidad intente convencerme de lo contrario. Pero como,
repito, hoy no existes, me permitirás que conjeturando con la completa
inseguridad de que me leas y la indudable certeza de que nos esperas, eleve una
plegaria de paz y justicia no por mí, sino por los míos.
Ojalá te pudiéramos revivir, futuro,
como hacemos torpemente con el ayer, pero suena imposible volver a experimentar
lo ignorado, percibir de nuevo lo nunca sentido. Ojalá te pudiésemos reparar,
futuro, como desmañadamente intentamos con el pasado, mas nadie puede
recomponer lo que aún no se ha descompuesto. Inquilinos del presente, jamás
seremos dueños de tus sorpresas, sino víctimas de las mismas, lo cual nos
obliga a confiar en ti a ciegas al tiempo que tu próxima llegada nos sobrecoge hasta
los tuétanos.
Me
despido después de estas necias reflexiones, mi amado y preocupante futuro, advirtiéndote
que ya he comenzado tu persecución. Es innecesario que te asegure que al final coincidiremos;
y el día del encuentro, que absurdamente será también el de la despedida, ambos
nos fundiremos en un abrazo eterno, porque el maldito reloj se habrá detenido
para siempre.
martes, 11 de junio de 2013
El merodeador
Primero
visitó varios colegios de aquel barrio extraño, tan distante del suyo. Luego
escogió a la niña. Procedió después a seguirla sigilosamente durante varios
días a la salida de clase, tomando buena nota de sus movimientos, costumbres,
itinerarios. Por fin, calculó con minucia el momento más oportuno para
abordarla y satisfacer sus ocultas intenciones. Y la tarde de un miércoles,
mientras la menor merendaba a solas en un banco del parque, el desconocido se
sentó de repente a su lado, le leyó el cuento de hadas que había escrito para
ella y desapareció para siempre.
lunes, 10 de junio de 2013
Prematuro inventario
La temperatura en el exterior es de
diecinueve grados y, si los ligamentos de mi rodilla no me engañan, hay una
probabilidad de lluvia en las próximas veinticuatro horas del ochenta y cinco
por ciento. Permanezco atrapado en un embotellamiento de tres pares de narices,
mientras mi mujer está siendo sometida a maniobras de dilatación en el
paritorio de un hospital. No llegar a tiempo de ver nacer a mi primer hijo va a
ser un lunar más a añadir en la larga lista de infortunios que jalonan mi
existencia. Cierto es que la criatura se ha adelantado dos semanas en destrozar
la bolsa del líquido amniótico aunque me imagino que, emulando a su progenitor,
pretenderá inaugurar así su propio registro de descalabros.
martes, 4 de junio de 2013
El Barman
Nadie como yo como para comprender
los motivos que inducen a los solitarios a venir, acodarse en la barra o en la
mesa del rincón como si estuvieran rezando en un reclinatorio y comenzar a beber
sin recato ni medida. Los bares son lo más parecido a santuarios, no en vano a
los clientes se les denomina parroquianos. Y el Alcohol es su dios, su religión.
En esta particular iglesia hay devotos del vino, del coñac, del whisky, del
tequila, otros adoran el orujo y la cazalla y muchos invocan el ron, la ginebra
o el vodka, que suelen atenuar con el añadido de algún refresco dulzón. Si
prestas atención a lo que cuentan, más bien a lo que confiesan, tienes ganada
su confianza. En su bendita ingenuidad ejerces el papel de sacerdote sencillamente
porque eres de los pocos que acceden a conocer sus problemas, el único que se
atreve a prestarles consejo. Consejo que luego, cuando vuelven con expresión
más afligida, y como consecuencia más sedientos, te arrepientes de haberles
dado. Entonces juras no escucharles nunca más, no entrometerte en sus
desgracias, ignorar su naufragio. Pero eres consciente de que en realidad estás
perjurando, porque tu auténtica vocación no es preparar cócteles o poner copas,
sino alimentar esperanzas, reflotar vidas y salvar personas.
lunes, 27 de mayo de 2013
El tiburón y la bicicleta
Hèctor Sendra
tiene cincuenta y un años y es un triunfador. Ninguno de los profesores de su
Instituto hubiese dado un céntimo por su futuro, pues como estudiante fue entre
malo y pésimo. Pero, aunque le disgustaban los libros, era un joven bastante despierto.
A su padre, Damià, Secretario de un pequeño Ayuntamiento cercano a la ciudad de
Valencia, le hubiera gustado que, siguiendo su ejemplo, su único hijo cursara
Derecho y se dedicara a las Leyes. El hombre, que por su cuenta y riesgo ya
fracasó en sucesivas oposiciones, siempre había soñado con poder presumir de un
Sendra fiscal o juez de la Audiencia. Sin embargo, el expediente académico de Hèctor
en Bachillerato le quitó la venda de los ojos, le estrelló contra la cruda realidad.
A través de
los contactos de su progenitor, a principio de los años ochenta se colocó como
oficinista en una empresa constructora. El señor Rocamora, su dueño, lo trató
desde el primer día como al descendiente que nunca tuvo. Rocamora había enviudado
a los treinta y tantos, volviéndose a casar luego con la hermana soltera de su
mujer. Si con la primera esposa no tuvo hijos, tampoco lo consiguió con la
segunda. “Es obvio que arrastran una tara
hereditaria”, le comentó un día un médico, amigo íntimo, que no se atrevía
a confesarle que el único estéril era él.
Tanto cariño
y confianza se granjeó con su jefe, que a mediados de los noventa Hèctor era su
mano derecha, su principal asesor. Nombrado Director General de la compañía,
fue su mandamás hasta el fallecimiento de Rocamora, recién estrenado el siglo.
La viuda del constructor no compartía los sentimientos del finado por su
protegido y, aconsejada por sus sobrinos y para júbilo de éstos, decidió liquidar
el negocio.
Con la gran
experiencia atesorada, algunos ahorros y un capital que Rocamora le dejó en
herencia, Hèctor Sendra parió una nueva empresa a la que bautizó con el
rimbombante nombre de SENDRA INTERHOLDING. Dedicada en principio a la actividad
puramente constructora, su creador pronto vislumbró en la creciente
especulación de terrenos una oportunidad demasiado rentable como para ignorarla
o despreciarla. En muy poco tiempo, muchos de sus contactos habían multiplicado
por diez inversiones millonarias. Volcó pues su ocupación en comprar y vender
solares, sin abandonar la edificación y urbanización de nuevos barrios,
aprovechando los disparatados precios que las viviendas habían alcanzado. En un
tiempo récord, Sendra hizo muchísimo dinero negro en transacciones
especulativas, dinero que puso a su propio nombre y a buen recaudo en el banco
de un paraíso fiscal cercano en el mapa, mas inalcanzable para las zarpas de la
arruinada Hacienda española.
Cuando
sobrevino la crisis, SENDRA INTERHOLDING se vio también muy afectada y despidió
a casi todos sus trabajadores. Al final se declaró en quiebra, pero como el
hábil accionista mayoritario no garantizaba ninguna de las operaciones
societarias, pudo salirse de rositas con toda la facilidad del mundo. Hèctor
siguió y sigue fumando Montecristos, conduciendo Mercedes, cuidando su cuerpo en
un gimnasio de cinco estrellas, pagando mariscadas en efectivo, viviendo a
tutiplén en su mansión situada en plena Sierra Calderona y haciendo esporádicos
viajes a Montecarlo, en donde también dispone de un apartamento de lujo y un
yate.
Este
viernes, en una reunión con muchas langostas y unos cuantos alemanes, Hèctor ha
apalabrado la venta de la vieja masía familiar, al norte de la ciudad. La finca,
compuesta de una enorme casa rodeada de algunas hanegadas de naranjales
actualmente abandonados por su mísero rendimiento económico, la recibió en
herencia de su padre, que a su vez la heredó del suyo y éste de anteriores
generaciones. Los teutones, que quieren instalar allí un centro geriátrico de
alto standing, le han prometido un buen pellizco de millones, más de la mitad
de los cuales irán a parar a la cuenta opaca del banco monegasco con el que
opera.
Al regresar
a casa, Celia, su mujer, ha salido a su encuentro con una amplia sonrisa y le ha
dicho que tiene una sorpresa para él. En el salón hay una gran caja que entregó
una conocida empresa de mensajería. Hèctor inspecciona la etiqueta. Así como
todos sus datos son correctos, no se muestra el nombre del remitente. Toma unas
tijeras y comienza a desgarrar el cartón. Aparece entonces una flamante
bicicleta, una espectacular máquina de devorar kilómetros con un cuerpo de
carbono que quita el sentido. Aunque a Hèctor siempre le encantó, han pasado
más de quince años desde la última vez que rodara por ahí. Conserva una buena
forma gracias al spinning; este regalo de quién sabe qué agradecido amigo le
dará la oportunidad mañana mismo de ponerse a prueba en la carretera.
Sábado por
la mañana. Ha salido un día estupendo. Hèctor ha madrugado. Apenas ha podido pegar
ojo, diseñando la ruta que va a seguir. Completamente equipado se sube a la
bicicleta y, tras despedirse de su esposa e hija que miran a través de la
ventana, la deja rodar cuesta abajo. Después de saludar al guarda, franquea el
puesto de vigilancia de la urbanización y comienza a pedalear. Su intención es
continuar por calzadas locales poco transitadas y subir al Norte hasta Nàquera
para luego atravesar Serra y llegar a Torres-Torres, bajando por la antigua
carretera nacional hasta Puçol y regresar a casa. Una etapa dura al principio,
cómoda al final.
No obstante,
cuando lleva solo unos cientos de metros circulando, Hèctor advierte que la
bicicleta está tomando sus propias decisiones. Cuando quiere doblar a la
derecha, la máquina no se lo permite, sigue moviéndose en línea recta, los
pedales giran sin que él imprima ningún esfuerzo, las marchas cambian solas. Es
una sensación extraña. Intenta detenerse para poder revisar el manillar y
las demás piezas, pero los frenos no responden.
La bici continúa rodando a su albedrío y se dirige a toda pastilla hacia el
Sur, camino de Valencia. Si bien el ciclista está atemorizado, no deja por ello
de sentir extraordinaria curiosidad por el final de la intrigante aventura que
está viviendo.
Otros
fenómenos insólitos se suman al del velocípedo automotor; el paisaje, que
conoce perfectamente, se modifica a medida que lo recorre: desaparecen
construcciones que antes estaban allí, surgen campos y huertas sustituidas hace
años por cemento y asfalto, los pueblos empequeñecen. Además, la gente que se
cruza viste de forma cada vez más anticuada y la ropa empieza a quedarle
grande, siente cómo su pelo ha crecido, que ha recuperado visión, en suma, experimenta
un rejuvenecimiento progresivo al paso de los kilómetros. La bicicleta llega a
las puertas del pueblo de Alboraya y tras recorrer un largo trecho por caminos
rurales, se adentra en la masía familiar. Los árboles están en flor, la esencia
del azahar es revitalizante, los campos están mejor cuidados que nunca, como
antes de que muriese su iaio [1]
Batiste. La casa se ve preciosa, da gusto contemplarla recién pintada de cal.
La
bicicleta va aminorando la velocidad y se para justo al lado del porche, donde,
en una mecedora, descansa Batiste mientras pela unas habas. A sus pies está Trueno, el viejo perro de la familia,
que cuando le ve empieza a mover la cola. Hèctor desciende de la bici y con la
voz atiplada de un niño de trece años pregunta “¿Iaio?”. Batiste gira la cabeza, sonríe y le dice “Xé, xiquet, ¿cóm vas vestit? Acosta’t açí
un moment, rei [2]”.
El tiburón de los negocios, convertido en un chiquillo, se aproxima al anciano,
le acaricia la cara y besa su mejilla. El abuelo, tal vez recordando que al ser
su nuera aragonesa el chaval habla castellano en casa, cambia de lengua y le
propone: “Ven conmigo, Hèctor”. Se levanta de la mecedora y le toma de la mano.
Caminan juntos hacia el huerto de naranjos frente a la casa y cuando llegan, el
patriarca se agacha y coge un montón de tierra en la mano. “¿La ves, Hèctor?
Tócala, tócala, ésta es nuestra tierra. Cuando tu papá tenía tu edad le hice
jurar que nunca dejaría de amarla, que siempre seguirá siendo nuestra. Ahora es
tu turno, bésala y haz el mismo juramento que yo hice a mi iaio y tu padre me hizo a mí”. Hèctor Sendra, un cerebro cincuentón
en un cuerpo púber, rememora ahora claramente aquel olvidado momento, la mañana
en que besó la tierra y prometió al iaio
querer, mantener y preservar los bienes de la familia. La lava de la emoción derrite
su corazón de piedra y abrazándose a Batiste comienza a llorar a moco tendido,
como un inocente niño de trece años.
miércoles, 22 de mayo de 2013
La peste
Mi gran amigo Iván me lo confesó una noche de formidable borrachera:
-David, no te lo vas a creer, esto no se lo he comentado nunca a nadie,
pero desde pequeño huelo los sentimientos de las personas. No tengo olfato para
las cosas materiales, no noto el supuesto aroma de los perfumes, de los
alimentos, de las flores, no advierto la fetidez que atribuyen a la basura y a
las cosas desagradables, de nada que pueda verse o tocarse. Pero sé distinguir perfectamente
el olor de la cobardía, del cariño, de la inseguridad, de cualquier emoción que
el ser humano que tenga delante pueda experimentar. Y te aseguro que es una terrible
maldición, a medida que maduro se acentúa más y más. Ahora mismo percibo el
hedor de tus dudas, quieres creer lo que te estoy diciendo pero tu cerebro se
resiste.
Me quedé de piedra. Acababa de leer
mi mente, como había hecho antes en incontables ocasiones sin que yo hubiera
sabido cómo. Tras procesar la información, entendí al instante por qué había
estudiado Psicología y también por qué abandonó su consultorio después de solo
unos pocos meses de ejercicio profesional. Comprendí que, aunque descifrase los
sentimientos de sus pacientes y pudiera guiarles tal vez mejor que nadie en su
alivio y curación, debía ser espantoso enfrentarse continuamente a la
pestilencia de odios, celos, tristezas, envidias, frustraciones, miedos, de
cualquier tipo de trauma, fobia o manía que todas y cada una de las personas
almacenamos en nuestro interior.
David me aseguró que sus fragancias
preferidas eran las del amor, la amistad y la confianza, pero que cada vez era más
insoportable el tufo que tenía que respirar. La tensión estaba a flor de piel
en cada ciudadano, la podredumbre reinaba sobre cualquier otra cosa, no podía
aguantar más. Había decidido irse a vivir a un alejado pueblecito del interior
con apenas una treintena de ancianos habitantes. Allí, pensaba, el aire sería
más limpio.
Esta mañana me ha llamado el padre
de Iván para comunicarme que ayer, cerca
de la aldea, encontraron su cuerpo sin vida suspendido de un árbol. Con voz
sollozante me ha dicho que llevaba en su bolsillo una nota en la que había
escrito: “Decidle a David que ahí donde
haya una persona, ahí está la peste”.
sábado, 11 de mayo de 2013
Un negro para Ana
Hace unas noches soñé que era
invierno y paseaba por la solitaria playa de La Malvarrosa. Tropecé entonces con
una botella de cristal verde oscuro que las olas habían arrojado a la orilla.
Me fijé que estaba bien lacrada, por lo que procedí a romperla contra una
piedra, extrayendo una cápsula hermética de plástico que contenía. En el interior
de esa vaina transparente, que destapé sin mayor dificultad, se alojaba un
billete de un millón de euros. Sé que en realidad no existe ningún billete de semejante
calibre, pero el protagonista de mi sueño (es decir, yo), aunque nunca antes se
topó con esa clase de documento, no albergaba ninguna sospecha sobre su validez
legal y monetaria. Recuerdo que lo que más reclamó mi atención fue que el papel
estuviese tintado de color negro. En ese momento me asaltaron algunas reflexiones.
Lo primero que consideré es que en
cuestión de cuartos casi todo el mundo es envidiablemente tolerante, y no lo
digo solo por el color de la moneda, también por su procedencia. Hay personas
racistas y xenófobas que preferirán sin duda el dinero negro y fácil, no
importa de dónde se salga o, mejor dicho, a costa de quién se obtenga. También pensé
que casi todas las personas (creyentes, escépticas, incluso ateas) se ponen
tácitamente de acuerdo en adorar el dinero como a un dios todopoderoso. Si bien
al principio relacioné el origen de los apocalípticos mensajes que proclaman
muchas doctrinas con un ente infernal, que no podría ser otro que el maldito
parné, luego deduje que era imposible, pues la mayoría de las jerarquías
religiosas se muestran más interesadas en acumular riquezas que en repartirlas,
contrariamente a las prédicas de todos los libros sagrados, habidos y por haber.
Y solo una especie de teoría del caos podría explicar, intuyo que de forma torticera,
que el bien y el mal son la misma cosa.
Por último, me di cuenta de que debe
haber un incontable número de individuos que matarían por uno de esos billetes.
Con independencia del patrimonio, las necesidades o convicciones que tengan,
siempre habrá un colosal ejército de prójimos que inmolarían a otros seres
humanos a cambio de ese montón de pasta. Fue entonces cuando lo escondí en mi bolsillo
y emprendí el regreso a casa.
Una vez allí, extraje de nuevo el
pedazo de papel y analizándolo con más rigor, pude apreciar que al dorso, en su
borde inferior, llevaba escrita también en tinta negra una nota de caracteres
casi microscópicos. Solo mediante la ayuda de una lupa pude descifrar la
inscripción:
“Ana – Calle Arbergina 15-3”
Desconocía esa dirección, de
entrada pensé que el domicilio correspondía a otra ciudad. Pero mi efervescente
curiosidad me conminó a seguir investigando, por lo que eché mano de una guía y
pude comprobar, no sin sorpresa y aceleración de mi ritmo cardíaco, que la
calle existía. Estaba ubicada al norte, en un barrio de mala reputación
enclavado en un gran suburbio de la periferia.
Como vivía un sueño, me transporté al
instante a ese barrio. Tras preguntar a varios vecinos, la mayoría jóvenes
desempleados con semblante poco amigable, jubilados canijos e inmigrantes con y
sin papeles asimismo desocupados, localicé pronto la calle. Mientras me dirigía
al edificio número 15 pasé por delante de una peluquería, un kiosco y un bar.
Sus cristaleras lucían un póster con el retrato de una niña de unos ocho o
nueve años. “Ayuda a Ana”, rezaba, “Colabora para salvar su vida. Necesitamos
un millón de euros”. Antes de proseguir mi marcha entré en el bar, un
chiringuito sucio y cochambroso curiosamente rotulado como “El Palacio del
Colesterol”. Pedí un café y pregunté al amable barman colombiano por Ana. Me
comentó que era una vecinita que sufría una rara pero terrible enfermedad; su
familia necesitaba con urgencia el dinero para llevarla a Alemania, donde en un
célebre hospital podrían someterla a un costoso tratamiento, el único en el
mundo que se había revelado efectivo. El hombre me informó que el barrio se
había volcado con ella, que incluso los más desfavorecidos, personas que vivían
en la calle de limosnas, habían cooperado. Pero era muchísimo dinero, muy
difícil de reunir y todas las autoridades se habían desentendido del asunto. Pagué,
me despedí y reanudé mi marcha.
Cuando llegué al número 15 percibí
que en la fachada, a cada lado del portal, que permanecía abierto, estaban
pegados los mismos pósters. Me introduje en el patio y vi a la izquierda una mesa
rescatada de la basura, sobre la que reposaba una sencilla caja de cartón, con
una ranura en su parte superior, donde se leía: “Introduzca aquí su aportación. Gracias”. En eso, un hombre entró y
me dijo: “¿Quiere ver a Ana? Suba, suba, soy Mauricio, su padre”. Me
quedé perplejo por la invitación, esa gente no me conocía de nada y sin embargo
me invitaba a su casa. Se me antojaba descortés rehusar el ofrecimiento y,
además, sentía inquietud por ver a la pequeña, así que seguí los pasos de
Mauricio. La puerta número 3, en el primer piso, estaba también abierta de par
en par. Parecía que allí todo el mundo era bienvenido. Atravesando el salón, en
el que varias mujeres platicaban con la madre, el papá de Ana me condujo a su
habitación. La niña, con rostro macilento y el brazo encadenado a un gotero,
reposaba en su cama respirando el oxígeno que le proporcionaba una bombona del
mismo color que la botella escupida por el mar. A su lado, una amiguita le leía
un cuento. “Cariño ¡Mira quién ha venido
a verte!”, le anunció Mauricio. Ana me miró y, con la voz rota y mucho
esfuerzo, me dijo sonriendo: “¡Rafa, eres
tú, te he estado esperando!”. La conmoción que me causó su recibimiento fue
tremenda. Solo pude reprimir el llanto mordiéndome la lengua y los labios,
conteniendo la respiración, pellizcándome los brazos. Cuando recobré un ápice
de serenidad, me acerqué a su cabecera y tras besar su frente, le susurré: “Ana, pronto estarás bien, te lo prometo.”
viernes, 3 de mayo de 2013
El fin de la humanidad
Cuando
la Gran Guerra Terminal concluyó con la destrucción del planeta, solo quedaron
dos hombres vivos que habían sido enemigos desde niños. Uno de ellos pensó que
tal vez convendría olvidar el pasado, enterrar viejos agravios e iniciar una
relación nueva, colaborando primero en conservar la vida y después en localizar
a otros supervivientes. Mientras se consagraba a dicha reflexión, el otro individuo
le partió la cabeza con una piedra.
jueves, 2 de mayo de 2013
Ese trasto inmundo
Ese
puñetero despertador no tiene ni alma ni sentimientos ni conciencia. Estoy
convencido de que el endemoniado artefacto, inventado en Estados Unidos en 1787
por un relojero malnacido, fue patrocinado por los amos de esclavos, los detestables
negreros explotadores de cuerpos y de vidas. Ese trasto inmundo, especializado
en pulverizar nuestros mejores sueños, debería recordarnos cada mañana de
mierda que no nos pertenecemos, que si no reaccionamos estamos condenados a ser
eternos prisioneros de un sistema injusto. A permanecer cautivos en una
perversa organización que, desde que irrumpes con tu primer llanto, te programa
para que te creas (incluso para que te sientas) libre. Porque, si rascas un
poco, descubres enseguida que solo eres un número más en una estructura inhumana,
que solo representas una desdeñable insignificancia y además vegetas en el peldaño
inferior, debajo del cual ya únicamente se oculta el otro infierno, el infierno
hipotético. Lo que no comprendo es que a ese maldito artilugio, que parece que
disfrute jodiéndonos los mejores sueños cada mañana de mierda, le denominen
despertador. En torno a mi solo alcanzo a contemplar prójimos durmientes.
martes, 30 de abril de 2013
Krenz informa
Krenz es mi mejor amigo y vive en
un pequeño y lejano país al que llamaremos W, un lugar cuya actualidad,
sembrada de insignificancias y miserias, ignoran por sistema todos los
noticieros. Krenz no es, ni mucho menos, su verdadero nombre o apellido;
tampoco revelaré cómo nos conocimos ni cuál es su profesión, para evitar
someterle a cualquier tipo de riesgo o peligro. No obstante les aseguro que lo
que narraré a continuación me sucedió hace dos semanas y hasta donde yo sé es rigurosamente
cierto.
Tal y como acostumbramos a hacer
cada seis meses, nos reunimos en un punto intermedio del mapa para disfrutar en
familia un divertido weekend.
Nuestras esposas e hijos siempre se han entendido a las mil maravillas y pasan
excelentes ratos juntos. Mientras ellos se refrescaban en la piscina del hotel,
aprovechamos para compartir unas cervezas en la terraza. Fue entonces cuando Krenz,
con semblante preocupado, comenzó a contarme algo que le había ocurrido desde
nuestro anterior encuentro, algo muy serio que todavía no conocía nadie pero precisaba
relatarme y además, en persona.
Me veo ahora en la necesidad de
puntualizar que conozco a Krenz desde hace veinte años. Aunque es un hombre
equilibrado y sensato en el que confío plenamente, me he tomado la molestia de confirmar
que los hechos que me desveló (al menos los pocos que en estos momentos permiten
su comprobación) son verídicos.
Me contó que un día, hace cuatro meses, estando en el despacho telefoneó a casa para hablar con su mujer y se sorprendió al contestar él mismo, con voz deprimida. Tras varios minutos de conversación surrealista entre
sus dos yos, concluyeron que el Krenz de la oficina llamaba desde el año 2012 y
el Krenz del hogar contestaba en el año 2018. A partir de ese momento, la
charla tomó otros derroteros y se fue alargando. El Krenz actual preguntó por
el ulterior estado de sus parientes y amigos pero el Krenz futuro no quiso
entrar en grandes detalles, si bien le informó que uno de sus hijos, sin
precisar cuál, había muerto recientemente a consecuencia de las políticas
puestas en práctica por el nuevo gobierno del partido A (W es un país en el que
el 80% de los votos se los reparten los partidos A y B). Tras las últimas elecciones,
el partido A, liderado por un voceras llamado X, especialista en cambiar falsas
promesas por votos, desbancó al B del Gobierno y emprendió una interminable serie
de medidas impopulares, antisociales, autoritarias, inhumanas, plutócratas. Una
de tantas fue privar a toda la población del derecho a la sanidad pública y
gratuita. Su hijo tuvo la desdicha de contraer una terrible enfermedad, cuyo
costosísimo tratamiento Krenz, sin recursos después de haber sido despedido por
su empresa, no pudo afrontar. Finalmente el chico falleció. El Krenz del futuro
instó entonces al Krenz del presente que asesinase a X. Eso tal vez no
impediría que el partido A triunfase de todas formas y aprobase después las
mismas leyes, sin embargo, habría en el mundo un embustero menos, un tipo cruel
y sin escrúpulos que de seguir existiendo sería uno de los responsables, más
bien El Responsable, de la muerte de su hijo y a saber de cuántos ciudadanos
más. El Krenz del presente se convenció fácilmente de que debía intentarlo, ya
se sabe que cuando la vida de un hijo está en juego no te paras a pensar en
nada. Comprendió que es más fácil cargarse a un simple politiquillo, como era X
en ese momento, que a un candidato o a un Presidente con toda su parafernalia
de seguridad y guardaespaldas. Maquinó durante días y hasta el último detalle
el atentado, que perpetró eficazmente, sin dejar un solo rastro. X desapareció
del mapa, se multiplicó por cero. Es simple pasto para peces en el fondo de un
embalse.
Pero más tarde, hace alrededor de un
mes, Krenz recibió una llamada de su casa. Era el Krenz del futuro para
informarle que, gracias a su audaz acción, ahora seguía gobernando el partido B.
Lamentablemente el nuevo gabinete había adoptado medidas similares por no decir
peores que las promovidas por el partido A de haber ganado las elecciones.
Ahora no solo su hijo estaba muerto, su mujer agonizaba a la espera de una
vacuna que Krenz tampoco podía pagar. Tendría que acabar también con Y, el Presidente entrante.
lunes, 29 de abril de 2013
O sí
Si
la infiel mujer, entregada sin pudor aparente al sexo con amantes casuales como
consecuencia de una permanente insatisfacción conyugal, hubiera siquiera
intuido que era en realidad su marido quien clandestinamente y por distintos
medios le procuraba esos lascivos encuentros, tal vez no habría sufrido el peso
de la culpa sobre su conciencia y, quizá, no habría acabado suicidándose (o
sí).
domingo, 28 de abril de 2013
Víctimas
- ¡Alto ahí! Dame inmediatamente toda la pasta que lleves encima.
- ¿Cómo? ¡De
eso nada! Si quiere mi dinero habrá de matarme.
- Pero hombre,
¿quién te ha dicho que yo quiera matarte?
- Para quitarme
el dinero antes tendrá usted que usar esa pistola.
- Vale, de
acuerdo. A ver, convénceme de que no debo hacerlo.
- Tengo mujer
y dos hijos.
- Yo parienta,
tres críos y un periquito.
- Estoy desde
hace dos años en el paro, antes trabajaba de contable en una empresa que se
trasladó a Marruecos.
- Joder, ¡qué
casualidad! Hace más de tres años que no tengo curro; yo era albañil.
- Si no
consigo por lo menos cuatro mil euros en el plazo de una semana, nos
desahuciarán. ¡Malditos bancos!
- ¡Hijos de
puta! ¡Me cago en ellos! A nosotros ya nos tiraron a la calle hace seis meses;
ahora vivimos en una caravana robada.
- Mi madre
está muy enferma. No puedo comprar los medicamentos que necesita y que ya no proporciona
la Seguridad Social.
- ¡Qué me vas
tú a contar! Tengo un crío medio ciego, no me dan ninguna ayuda y estamos dos
años en lista de espera. ¡Políticos de mierda!
- Sí, tiene
usted toda la razón, ¡vaya gobernantes inútiles y vendidos! A veces me entran unas
insoportables ganas de suicidarme y mandarlo todo al carajo.
- Bueno, oye,
por favor, tranquilízate, mejor que no sigas. ¿No tendrás un par de euros?, así
nos hacemos unas cañitas y seguimos hablando.
- Hombre, si
solo son dos euros y deja de apuntarme con esa arma…
- Pero bueno,
¿no te has dado cuenta? ¡Si solo es una pistola de juguete que encontré en un contenedor!
Lo siento, perdona, es que estoy desesperado ¿sabes? Me llamo Paco.
- De acuerdo,
encantado, Paco. Le comprendo, pero entienda que me ha dado un susto. Mi nombre
es Eduardo.
- Disculpa
otra vez, Eduardo, mucho gusto. Y háblame de tú, colega. Mira, yo pago la
segunda ronda. Oye, ¿sabes que le tengo echado el ojo a otra caravana? He
pensado que luego te daré mis señas, por si al final os desahucian ¿qué te
parece?
Y los
hombres se encaminaron hablando amigablemente hacia el bar más cercano.
martes, 23 de abril de 2013
Lágrimas colaterales
El pequeño Abdul subió corriendo a la
segunda planta, donde antes había estado el apartamento familiar, incumpliendo
las desesperadas órdenes de su madre. Entre cascotes y escombros penetró en la
maltrecha vivienda con la intención de recuperar aquel muñeco viejo que tanto adoraba.
Pero cuando abrió la puerta de su dormitorio descubrió que ni había armario ni quedaba
pared: en su lugar aparecía un sorprendente mirador, desde el que en primer término
solo se vislumbraba muerte, devastación y miseria; al fondo, cual broma pesada
o presagio inimaginable, un espléndido arco iris. El niño se dejó caer de
bruces y rompió a llorar amargamente.
Canallada útil
A ese insigne político europeo de labia fácil y afición a los improperios
con vocación de gobernante, que pretendía erradicar fulminantemente la
inmigración de baja estofa, le
gastaron una solemne putada, o por mejor decir, le dieron su justo merecido
cuando, una noche y por medios desconocidos, unos sujetos anónimos le
narcotizaron y lo trasladaron a una región del África subsahariana con la que
no existían relaciones diplomáticas y se encontraba en guerra con sus vecinos.
Cuando el hombre despertó al amanecer, se encontró solo y sin recursos en
medio de un barrio mísero de una ciudad y un país desconocidos, en el que la
gente no hablaba su idioma y además le miraba como a un bicho raro. Le habían
dejado allí sin documentación y era incapaz de hacerse entender con los
nativos. Lo intentó con unos policías que le salieron al paso; pero cuando
éstos se percataron de que carecía de papeles, le llevaron a la comisaría y
después de interrogarlo con violencia, le sustrajeron el reloj y el anillo de
oro y lo echaron de allí. Durante semanas deambuló alrededor del lugar donde
diariamente se celebraba un mercado de alimentos, peleando con otros
desahuciados por conseguir los desperdicios de los vendedores al final de su
jornada. Comía pues lo que podía y dormía donde le dejaban, ya que la cantidad
de indigentes era impresionante. Enfermó, probablemente a causa del consumo de
alimentos crudos y en mal estado, y quedó literalmente tirado en la calle hasta
que una familia se apiadó de él y lo acogió en su hogar, si así se puede
denominar a aquella chabola sucia y maloliente. La mujer, una negraza oronda,
culpable con la complicidad de un chatarrero borrachín de la existencia de
cuatro niños y dos niñas, cuidó como mejor supo del hombre blanco hasta su
recuperación. Fue entonces cuando el político, al que hasta hacía poco se le
erizaba el vello cuando oía hablar de la redistribución de la riqueza, empezó a
considerar el verdadero valor de compartir la miseria.
Nadie sabe cómo, pero la noticia de su secuestro y perentoria situación
llegó meses después al máximo responsable del Gobierno de su país, rival
directo en su carrera al Palacio Presidencial, quien puso inmediatamente en
marcha toda la maquinaria jurídica y diplomática a su alcance para, a través de
ministros de terceros estados, lograr la urgente repatriación del candidato.
Éste, de vuelta en casa, decidió abandonar la política y nunca después se supo
más de él.
viernes, 19 de abril de 2013
Un espíritu rebelde
Ha tenido multitud de nombres pero carece
de uno concreto. Los milenarios maestros re-encarnadores saben de su
incontenible propensión a morir pronto para nacer inmediatamente en el cuerpo
de un nuevo prójimo. Aunque esos veteranos artesanos del reciclaje han probado
a enviarlo atrás y adelante en el tiempo, el colega no tiene remedio. Es un
alma inquieta, un culo de mal asiento, un picaflor, como diría un amigo mío.
Desconocen si es que se ha enviciado hasta la adicción con la placentera
sensación de la muerte o si lo que desea es establecer un récord inalcanzable, probar
constantemente inéditas emociones o no perderse ni un ápice de lo que aconteció,
acontece y acontecerá en el mundo material. Siempre crece rápido y muere joven;
en sus planes no entra para nada madurar, envejecer y expirar en la cama de un
frío hospital. Es un espíritu rebelde que cuando vive lo hace a tope, contrayendo
los máximos riesgos, caminando de puntillas y sin red sobre el delgado alambre
de la autodestrucción. Un alambre que invariablemente se acaba rompiendo. Y entonces
el espíritu, otra vez, renace.
jueves, 18 de abril de 2013
El tío Ceba
Enjuto, alto y calvo, con un amable
rostro, su piel está más que tostada por el sol mediterráneo. Sigue vistiendo a
la vieja costumbre de la huerta, con blusón, faja y alpargatas de careta. Sus
amigos dicen que hace las mejores paellas a leña de los alrededores y alaban sus
habilidades en el truc y el dominó, que gusta jugar a diario en el Bar de la
Sociedad Musical. Su nombre es Ramón Casanova, pero casi todos le llaman
Ramonet o Tío “Ceba”. Tiene setenta y
cinco años y es de los últimos labradores de Benimaclet, un popular y
entrañable barrio al norte de Valencia, arrabal de origen musulmán y municipio
independiente hasta finales del siglo XIX, cuando la capital lo engulló con sus
administrativas fauces.
El sobrenombre de “Ceba” (pronunciado seba, cebolla en
lengua valenciana) es por el que siempre se ha conocido a la familia Casanova en
el pueblo. De pequeño era “Cebateta”,
hijo de “Cebeta” y nieto del Tío “Ceba”. A fuerza y medida de los
inevitables mutis generacionales, Ramonet fue ascendiendo en la escala
onomástica. Hace muchos años a su abuelo, que en algún momento llegó a ser teniente-alcalde
pedáneo, el cura de Benimaclet le aseguró que en los libros parroquiales más
antiguos, datados en los años 1600, ya había anotaciones de bodas, bautizos y
entierros de sus antepasados.
La historia familiar cuenta que, como
él, todos sus ascendientes por línea paterna nacieron y vivieron en la misma alquería
que hasta ahora sigue habitando y cuidando: una barraca humilde, a cuyo lado continúa
creciendo un monumental olivo milenario, rodeada por una amplia huerta que es también
de su propiedad.
Ramonet Casanova contrajo nupcias a
principio de los sesenta con Amparito Forment “Pollereta” (pollerita), apodada así por ser hija de un criador de
aves local. En los primeros años de matrimonio Amparito sufrió una grave afección
que la condenó a una esterilidad permanente. Desde que la “Pollereta” muriese, hace ya diez años, el perrillo Miliki es la única compañía de Ramón Casanova, último
eslabón de la dinastía “Ceba” de
Benimaclet.
Ramonet, además de con las paellas,
el truc y el dominó, siempre ha disfrutado dedicándose en cuerpo y alma a sus fértiles
tierras, admiración de los agricultores vecinos. Pero también ha sufrido la creciente amenaza del urbanismo
devorador, que acerca cada vez más los descomunales edificios y las amplias
avenidas a su paraíso particular. En plena burbuja inmobiliaria declinó
reiteradas y sensacionales ofertas por su propiedad. Presumidos y prepotentes
constructores, adictos a los habanos y los descapotables, más que bien
relacionados con el consistorio público, le presionaron durante meses hasta
acabar todos convencidos de que el viejo “Ceba”
está completamente majareta. Aquellos mercaderes del ladrillo, convencidos de
que todo en esta vida, incluso los principios, se puede comprar o vender, por más
empeño que pongan jamás comprenderán que para ese hombre sin responsabilidades
familiares, su patrimonio, lo único que le hace feliz y da sentido a su vida, tiene
el máximo valor pero ningún precio.
Pero hace unas semanas Don Ramón Casanova
Seguí recibió una notificación oficial a tenor de la cual su parcela y el
contenido de la misma quedaban expropiados con la finalidad de construir otro Centro
Comercial, uno más. Se le advertía también que la acequia que suministra el
agua a sus campos quedará cegada hoy viernes a las ocho de la mañana y que en
determinada fecha del mes próximo habrá de franquear la entrada a las primeras
máquinas excavadoras.
Son las siete y empieza a clarear. Portando
un fardo en una mano y una caja de fruta en la otra, el Tío “Ceba” sale de la barraca y se dirige al
olivo, a cuyos pies hay excavado un pequeño foso. En él deposita el bulto, o lo
que es lo mismo, los restos de Miliki,
al que acaba de degollar sin poder contener las lágrimas. Cubre y alisa la
superficie de la pequeña tumba con unos puñados de tierra y del cajón extrae
una soga que lanza al aire y hace pasar a través de una gruesa rama. Se sube al
cajón y anuda firmemente la cuerda en su cuello. Después, al tiempo que deja
caer la base le propina una patada, alejándola unos metros. El cuerpo se
balancea durante unos instantes y luego ya solo se oyen los cantos de los
pájaros.
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P.S. Lo que ya nunca sabrá el bueno
de Ramonet es que el pueblo se movilizó en masa tras su muerte para detener aquellas
obras. Los tribunales reconocieron que el olivo milenario no se debía cortar, arrancar
ni trasplantar, sino antes bien conservarlo siempre cuidado, en el mismo emplazamiento.
Ahora, en la antigua alquería se levanta el Parque
del Tío “Ceba”, con una estatua del hombre y su perro a la sombra del viejo
árbol.
miércoles, 17 de abril de 2013
La teletienda
(Imaginemos una rubia despampanante con
minifalda y escote de infarto agudo de miocardio, junto a un presentador
maduro pero delgado, alto y apuesto, que peina canas y se exhibe más elegante
que George Clooney en un anuncio de Nespresso. Ambos lucen sonrisas de oreja a
oreja y van turnando sus entusiastas comentarios, al tiempo que se proyectan imágenes
fijas y móviles del producto; asimismo se intercalan filmaciones de personas anónimas
mientras leen el periódico, ven los telediarios u observan situaciones de alto dramatismo,
como por ejemplo que se incendia su propia casa, siempre con expresión
sonriente rayana en la estupidez más extrema, también inconcebibles testimonios
de individuos con aspecto entre zombie y extraterrestre).
ZYTE, DE FELIZYTEITOR
La pulsera electromagnética que le proporcionará el equilibrio y la
felicidad
¿Han deseado ustedes alguna vez conseguir
la flema británica, la relajación oriental y el meninfotisme[1]
valenciano? Seguro que la respuesta es sí.
Pues aquí tenemos el placer de
presentarles el producto definitivo para conseguir el estado ideal de cualquier
persona: ZYTE, de FELIZYTEITOR, una pulsera electromagnética de última
generación, diseñada por ingenieros de la NASA y fabricada en Nueva Zelanda con
la tecnología más avanzada a partir de rodio, tolueno, polvo de cuerno de
rinoceronte blanco de Zimbabue y esencia de horchata de chufa con denominación
de origen Alboraya, acabada en un lujoso baño dorado de 24 quilates.
Impulsada por la energía que le
suministra una nano-batería incrustada en su armazón, auto-recargable a través
de un generador catalotermoiónico que no habrá de sustituir jamás, el ZYTE de
FELIZYTEITOR le procurará eterna felicidad y completa ausencia de malestares y
desasosiegos, sin importar cuáles sean su edad, sexo, raza, estado civil y
tampoco sus circunstancias personales y profesionales.
ZYTE, de FELIZYTEITOR, emite unas
ondas invisibles e intangibles que envuelven su cuerpo e invaden sus sentidos
con un aura especial, eliminando de raíz los sentimientos negativos y
reforzando su actitud positiva ante sí mismo, los demás y la sociedad.
¿Discusiones familiares, con
vecinos, compañeros del trabajo? ¿Su pareja le engaña, el jefe le fastidia,
explota y minusvalora, su vecino le tortura aporreando un piano a deshoras? ¿Se
le estropeó el coche y tiene que desplazarse en bicicleta, se suicidó su
mascota, siente una permanente insatisfacción sexual, se le inundó el sótano? ¿Dejó
de fumar y tiene un humor de perros, los niños se vuelven rebeldes y le dan al
botellón, le diagnostican una enfermedad incurable, un camión atropelló a su
bisabuela? ¡Tonterías! Todo eso le parecerán auténticas nimiedades una vez
acomode en su muñeca la pulsera ZYTE de FELIZYTEITOR. El asombroso poder
narcotizante del tolueno disipará todas esas contrariedades y volverá usted a
ser la persona feliz a la que todo el mundo adora.
¡Tampoco se inquiete ya nunca más
por incómodos temas políticos! Con ZYTE, de FELIZYTEITOR, le garantizamos que olvidará
cualquier polémica sobre estafas electorales, corrupción, malversaciones de
fondos, sobornos, tráfico de influencias, robo de dinero público, evasión de
capitales y fraude fiscal. ¿Y por qué no mencionar los salvajes recortes de los
gobiernos en educación, sanidad e investigación? Ninguno de ellos volverá a ser su problema, porque el polvo de
cuerno de rinoceronte blanco de Zimbabue que contiene esta extraordinaria joya
se ha comprobado científicamente que neutraliza en un 97,5% de los casos ese
tipo de inútiles preocupaciones.
¿Y qué me dice usted de los
quebraderos de cabeza que a veces suscitan esos superficiales inconvenientes económicos
que a todos nos incordian y molestan tanto? Esa vivienda que no puede comprar,
ese préstamo que no puede pagar, ese trabajo que no encuentra tras años en el
paro, la subida de las facturas de la luz, el agua, el gas, los incrementos de
precios de los transportes, de la gasolina, de las matrículas universitarias, los
desproporcionados aumentos de impuestos y tasas en general para pagar el
rescate bancario, las obras megalómanas y los aeropuertos sin aviones, la
eliminación de los subsidios y las ayudas, la congelación y suspensión de
nóminas, etc. ¡Hágase un favor y olvide ya todo eso! Deje de pensar en negativo
y concéntrese en la marcha de la Liga y de la Champions, del Mundial de Fórmula
I, en el desarrollo de la nueva temporada de Gran Hermano-24 horas, siga los
mejores culebrones y reality shows… Porque además de sus maravillosos efectos, testados
por laboratorios suizos del mayor prestigio, si usted adquiere ahora una
pulsera ZYTE de FELIZYTEITOR ¡le
regalamos la suscripción por un mes a Canal Imaplus Digital!
¿Qué le parece esta oferta?
¿Increíble, no? Pues eso no es todo: si es usted una de los tres primeros
millones de personas en reservar este fantástico artículo le regalaremos, en
DVD o Blu Ray, los mejores conciertos de Isabel Pantoja y dos discos en alta
definición de los partidos que dieron a La Roja los Campeonatos Mundial y Europeo
de fútbol, con entrevistas a sus protagonistas. Además, si usted es empleado
público o funcionario y nos lo acredita, añadiremos a estos fabulosos regalos
la colección completa de los discursos navideños del Rey.
La exclusiva pulsera ZYTE, de
FELIZYTEITOR, está valorada en 950 euros, pero el Gobierno, velando por el
bienestar y satisfacción del pueblo, desea que ningún español sin excepción se
vea forzado a prescindir de las admirables propiedades de este excelente
producto. Es por eso que ha subvencionado su compra y el precio final,
impuestos y gastos de envío incluidos, es nada menos que de ¡15
EUROS por pulsera!
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oportunidad!
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cuestión de pensarlo más, adquiérala ya por solo 15 euros la unidad, llamando al 806-555555 (3 euros/minuto)
¡ ZYTE DE FELIZYTEITOR !
Y DIGA ADIÓS A SUS PROBLEMAS
Rechace imitaciones
No es necesario que consulte a su farmacéutico
[1]
Meninfotisme es la forma valenciana
de dar a entender la actitud indiferente y sadomasoquista de una persona ante cualquier
cuestión, aunque ésta le afecte gravemente. Es una característica propia de gran parte del pueblo valenciano.
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