lunes, 30 de diciembre de 2013

Ya estaba muerto



No me quedó otro remedio. De todas formas él ya estaba muerto, nadie volverá a llorarle.

Cuando llegó, lo hizo de madrugada, con una grave hipotermia y vencido por el cansancio. Usando la intuición y los pocos medios a mi alcance, lo cuidé durante días. Con cariño y entusiasmo, como una madre habría cuidado a su recién nacido. Solo gracias a mis esfuerzos fue posible su recuperación.

Después de aquello se mostró amable y colaborador, me ayudó a ordenar nuestra vida en el recóndito rincón del universo en el que yo ya estaba subsistiendo dos largos años. Dividimos las tareas, nos entendíamos bien. Pero a medida que fueron transcurriendo las semanas se fue volviendo hostil, convencido de que su superioridad física e intelectual le otorgaba  derechos definitivos sobre mi persona. Y aunque nunca lo admitió, sentí que pensaba que podía tratarme como a un esclavo, ordenándome lo que debía o no hacer, estableciendo turnos, horarios y raciones siempre en su beneficio.

Harto de sufrir vejaciones, le machaqué el cráneo mientras dormía. No me arrepiento de ello, pues me debía su vida y además, como he dicho, ya estaba muerto.

Hay islas, como ésta, demasiado pequeñas para albergar a dos náufragos.


2 comentarios:

  1. La solución final.
    ¡Que buen relato! lo llevas con parsimonia pero a un final contundente.
    Excelente amigo.
    Te dejo un gran abrazo y un deseo de felicidad.
    Luis.

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    1. Gracias Luis. Yo también te deseo lo mejor: sobredosis de salud suerte y amor para tu 2014. Un abrazo, buen amigo.

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