
Dobló la esquina. Al otro lado
el silencio era casi total. Esa noche no había luna y Flanagan temblaba como un
watusi en Groenlandia. Si el soplón estaba equivocado o le había traicionado,
no solo podía irse al traste su incipiente carrera de detective, igual lo
convertían en abono para amapolas. Caminó hacia el viejo y oscuro almacén hasta
llegar al portalón de entrada. Pegó su oreja a la fría madera y se sobresaltó
al escuchar el maullido de un gato. Aunque no oyó nada más, su instinto le
advertía de presencia humana en aquel recinto. Notó cómo un sudor helado le
recorría la espalda. Desenfundó, quitó el seguro y amartilló el revólver. Se
santiguó, pateó la puerta y entró como un toro bravo en un coso taurino. Las
luces se encendieron y medio centenar de personas gritó al unísono
«¡¡¡SORPRESAAAAAAA!!!»
(Segundo Premio IV Concurso de Relato Rápido Valencia Escribe - Puerto de Sagunto, 15.06.2019)
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