sábado, 26 de enero de 2019

Jódete, Bukowski



Estaba yo comiéndome una ensalada en el bar del polígono. Comiéndome una insípida y monótona ensalada, cuando de repente me sobrevino el deseo de abandonarlo todo. Dejar mi trabajo. Dejar mi familia, mis amigos. Dejar mi casa. Dejar mi ciudad, con su mierda de edificios, su mierda de tráfico y su mierda de polución, que nos mata a todos poco a poco, en silencio. Huir. Huir al sitio más remoto de este mundo inmundo. A algún rincón donde hubiese poca gente o ninguna, donde la civilización estuviese a una distancia saludablemente lejana. Porque, como dijo Bukowski, «se empieza a salvar al mundo salvando a un hombre», y yo, con una triste ensalada delante, necesitaba en ese instante salvarme a mí mismo para empezar a salvar a la humanidad.

En estas llegó Juan, el camarero, y me sirvió el segundo plato. Al contacto del contenido de la primera cucharada con mi paladar, experimenté un orgasmo de sabores, mientras un coro de ángeles iniciaba un fascinante concierto dentro de mi cabeza. Aquello no era paella, en absoluto. Aquello no respondía a la típica combinación de arroz, pollo, conejo y verduras. Aquello era un auténtico maná celestial, Aleluya. ¡Aleluya! Tuve que reprimir las ganas que me entraron de correr hacia la cocina, postrarme ante Amparo y ensalzarla con una retahíla de hosannas y clamar «bendita seas entre todas las cocineras y benditos sean los frutos de tus fogones». En lugar de ello seguí comiendo. Lenta, pausadamente, con los ojos cerrados para concentrarme en las mágicas sensaciones que aquel guiso me proporcionaba mientras gruesos lagrimones rodaban por mis mejillas. 

Cuando terminé, solo deseaba regresar a la fábrica, colocarme las gafas de seguridad y continuar soldando una inacabable colección de tubos de acero cuya finalidad me importaba un comino. Fichar a las seis, arrancar el coche y volver a mi ciudad, con su mierda de edificios, su mierda de tráfico y su mierda de polución. Volver a mi casa, con mi familia y mis amigos. Buscar los libros de Bukowski y tirarlos a la basura, mientras le decía a ese tío: «Te creías muy listo, pero nadie puede salvar al mundo, capullo, y yo menos que nadie».

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