domingo, 27 de abril de 2014

Ajuste de cuentas



De súbito, despiertas. Abres los ojos, acostado al lado de una mujer desnuda a la que no conoces. Sobre un colchón que tortura tus vértebras. En la infame habitación de un mísero motel. Te levantas con dificultad, encogiéndote de dolor. Descorres las cortinas. Fuera, bajo el sol naciente, un paisaje árido en tonos ocres. Estás en medio del desierto que a lo lejos atraviesa una carretera solitaria. Te vuelves y reparas en la insólita belleza de esa misteriosa mujer. También en su palidez extrema. Te acercas y cuando compruebas que no reacciona a tus llamadas, que parece no respirar, la abofeteas. Nada. Verificas su pulso y decides que está muerta. Te entra el canguelo. No hay sangre, tampoco marcas de violencia en ningún rincón de su preciosa anatomía. Pero te acobardas porque, además, no logras recordar. No sabes dónde te hallas ni cómo has podido llegar allí. Ignoras quién es la diosa muerta. Lo ocurrido durante las anteriores veinticuatro horas sencillamente se ha desvanecido, ya no forma parte de tu vida, de tu historia. Entonces observas alrededor. Sobre una pequeña mesa, tumbada y vacía, descansa una botella de bourbon; a su lado, un cenicero repleto de colillas. En el suelo una vieja máquina de escribir, destrozada. Y la papelera, llena de folios estrujados. Tomas uno de ellos y lees la única línea que hay mecanografiada en él. A continuación despliegas otro que muestra la misma leyenda. Y luego otro y otro más, hasta vaciar la cubeta. Comienzas a temblar. En todos aquellos papeles, las mismas palabras: “Hoy encontré a mi musa; va a pagar por todo lo que no hizo”


2 comentarios:

  1. Hola Rafa.
    ¡¡¡Qué alegría reencontrarte.
    En que líos te has metido.
    Me ha encantado.
    Un abrazo

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  2. Y tanto que canguelo! Me ha parecido bastante intrigante.

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