Son cerca de las dos de la mañana
en Las Vegas y Bobby Martino está llorando. Llora sentado frente al iluminado
espejo, en un pequeño camerino del Four Aces
Casino. Al lado de una botella vacía de JB y un cenicero repleto de
colillas. Vestido de riguroso smoking, su número será presentado dentro de pocos
minutos. Pero Bobby sabe que está acabado, presiente que su vida ha sido un
completo fracaso. Exceptuando, por supuesto, aquellas temporadas en las que recorrió
el país con las big bands de Vinnie
Gilmore y Paul Roswell. Entonces, las emisoras de radio y televisión se lo
rifaban; grabó el álbum titulado “Clown’s
Tears” –vaya ironía-, que fue éxito de ventas en la primavera del 64 y del
cual sigue recibiendo de forma esporádica algún insignificante royalty. Su voz
era prodigiosa, los entendidos llegaron a compararle con Frank Sinatra y Tony
Bennett. Aunque hace tanto tiempo de eso…
Ahora, con cuarenta y dos años, transporta
el hígado y los pulmones de un anciano. Tras dilapidar una pequeña fortuna ha
de conformarse con cantar, acompañado por un miserable teclado electrónico, ante
cuatro borrachos de su misma guisa a unas horas sencillamente indecentes. Y aún
así, ha de estar agradecido a su viejo amigo Regis Farina, el dueño del casino.
Nadie en sus cabales le habría contratado, la decadencia del crooner es más que palpable. Ha necesitado
renunciar a temas algo exigentes, un repaso a su actual repertorio provocaría arcadas
a cualquier principiante.
Tuvo tres esposas y cinco hijos, de
los que no sabe nada. Renunció al amor tras el último divorcio. Ahora escoge,
como compañía eventual, pedazos de carne con el talento de zorras veteranas y analfabetas.
No necesita nada más. Jóvenes guapas y cariñosas, obsesionadas por salir sonriendo
y luciendo escote junto a un muerto viviente en las fotos que suelen publicar
todos esos semanarios para gente ociosa y descerebrada.
Bobby
se enjuga las lágrimas con la manga y, como ha venido haciendo durante las dos últimas
semanas, saca de su bolsillo un viejo dólar de plata. Si al lanzarlo aparece
cara, saldrá al escenario para continuar exhibiendo su patética decrepitud. Si es
cruz se acercará al abrigo, extraerá el revólver y hará feliz a Brenda, su pareja
actual, que podrá ofrecer entrevistas exclusivas sobre los horrores de la convivencia
de una sencilla muchacha de Ohio con un cantante lascivo, alcohólico y suicida.
La única diferencia es que esta vez ha decidido no hacer trampas.
La última frase es maravillosa " La única diferencia es que esta vez ha decidido no hacer trampas". Soberbio lo que transmites en las últimas cinco líneas. Es que ahora justo estoy leyendo la última parte "Bobby se enjuga ...." y ya es por sí sola un micro brutal y lleno de sentido.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues no lo había pensado, David, pero tienes razón en que el último párrafo podría constituir en sí mismo un micro. Gracias por leer y por tus comentarios tan amables siempre. Un abrazo.
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