miércoles, 12 de marzo de 2014

El ocaso del crooner



Son cerca de las dos de la mañana en Las Vegas y Bobby Martino está llorando. Llora sentado frente al iluminado espejo, en un pequeño camerino del Four Aces Casino. Al lado de una botella vacía de JB y un cenicero repleto de colillas. Vestido de riguroso smoking, su número será presentado dentro de pocos minutos. Pero Bobby sabe que está acabado, presiente que su vida ha sido un completo fracaso. Exceptuando, por supuesto, aquellas temporadas en las que recorrió el país con las big bands de Vinnie Gilmore y Paul Roswell. Entonces, las emisoras de radio y televisión se lo rifaban; grabó el álbum titulado “Clown’s Tears” –vaya ironía-, que fue éxito de ventas en la primavera del 64 y del cual sigue recibiendo de forma esporádica algún insignificante royalty. Su voz era prodigiosa, los entendidos llegaron a compararle con Frank Sinatra y Tony Bennett. Aunque hace tanto tiempo de eso…

Ahora, con cuarenta y dos años, transporta el hígado y los pulmones de un anciano. Tras dilapidar una pequeña fortuna ha de conformarse con cantar, acompañado por un miserable teclado electrónico, ante cuatro borrachos de su misma guisa a unas horas sencillamente indecentes. Y aún así, ha de estar agradecido a su viejo amigo Regis Farina, el dueño del casino. Nadie en sus cabales le habría contratado, la decadencia del crooner es más que palpable. Ha necesitado renunciar a temas algo exigentes, un repaso a su actual repertorio provocaría arcadas a cualquier principiante.

Tuvo tres esposas y cinco hijos, de los que no sabe nada. Renunció al amor tras el último divorcio. Ahora escoge, como compañía eventual, pedazos de carne con el talento de zorras veteranas y analfabetas. No necesita nada más. Jóvenes guapas y cariñosas, obsesionadas por salir sonriendo y luciendo escote junto a un muerto viviente en las fotos que suelen publicar todos esos semanarios para gente ociosa y descerebrada.

Bobby se enjuga las lágrimas con la manga y, como ha venido haciendo durante las dos últimas semanas, saca de su bolsillo un viejo dólar de plata. Si al lanzarlo aparece cara, saldrá al escenario para continuar exhibiendo su patética decrepitud. Si es cruz se acercará al abrigo, extraerá el revólver y hará feliz a Brenda, su pareja actual, que podrá ofrecer entrevistas exclusivas sobre los horrores de la convivencia de una sencilla muchacha de Ohio con un cantante lascivo, alcohólico y suicida. La única diferencia es que esta vez ha decidido no hacer trampas.


2 comentarios:

  1. La última frase es maravillosa " La única diferencia es que esta vez ha decidido no hacer trampas". Soberbio lo que transmites en las últimas cinco líneas. Es que ahora justo estoy leyendo la última parte "Bobby se enjuga ...." y ya es por sí sola un micro brutal y lleno de sentido.
    Un abrazo

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    1. Pues no lo había pensado, David, pero tienes razón en que el último párrafo podría constituir en sí mismo un micro. Gracias por leer y por tus comentarios tan amables siempre. Un abrazo.

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