El
calendario era el principal obstáculo. Belafonte había descubierto serios
indicios sobre el perjurio cometido por Elizabeth, pero las pruebas definitivas
que permitirían reclamar la celebración de una nueva vista se resistían a aparecer.
La inexplicable obstinación de la fiscal impidiendo el acceso del letrado al
informe de los forenses, entorpecía también el avance de las investigaciones. Mientras,
el tiempo transcurría inexorable y Alfred, bajo su uniforme naranja, perdía la
paciencia hasta el punto de manifestar propósitos suicidas que nunca tomaron en
cuenta las autoridades penitenciarias. Cuando todo se antojaba definitivamente
perdido, cuando la muerte se aprestaba a doblar la esquina para llevarse a
Alfred no con su guadaña, sino con una jeringuilla hipodérmica, la suerte o el
destino dictaron una prórroga. El diario de la tarde informaba del hallazgo de otra
víctima asesinada con el mismo ritual diabólico, con idéntica malicia criminal.
Y la ejecución fue suspendida.
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