Imaginas.
Imaginas que vas caminando por la ciudad. Por tu ciudad. De repente sientes un
mareo. Estás junto a la puerta de una iglesia. Decides entrar y sentarte un
rato, a ver si se te pasa. Hay mucha gente. Se va a celebrar una boda. Y allí,
al pie del altar, junto a un atleta metrosexual, Lola, la chica de tu vida
vestida de blanco. Esa novia que te dejó hace meses a consecuencia de una nimia
discusión, esa mujer a la que nunca dejaste de adorar. Tu corazón se acelera. En el último banco comienzas a llorar, primero en silencio, luego ruidosamente.
No puedes contener el llanto. Todos te miran. Lola se vuelve y te reconoce. Se
queda inmóvil y, a pesar de la distancia, divisas una triste sonrisa y varias lágrimas
deslizándose por su mejilla. Luego ves cómo corre hacia ti, te toma del brazo y
salís juntos del templo hacia cualquier parte, como en la escena final de “El
graduado”.
Despiertas.
Despiertas sobre tu propio vómito, tirado en un callejón. Al lado de un contenedor
de basura. Tu vientre brama de dolor, sangras por la boca. No sin dificultad, empiezas
a recordar. Lola te acaba de dejar por una tontería y te has puesto hasta el
culo de alcohol. Borracho como estás, entras en la iglesia donde una pareja se
está casando. El novio es Guti. Toni Gutiérrez, vestido de chaqué. El malnacido
que siempre te llamaba imbécil y cada dos por tres, sin venir a cuento, te zurraba
en el instituto. El bravucón que te rajó una cazadora nueva. El cerdo que te
birló Cien años de soledad y luego le prendió fuego en el patio. Ese hijo de
perra al lado de una joven preciosa, de un verdadero ángel. Tú, desde la
valentía que proporciona la embriaguez, gritas al cafre que deje en paz a esa muchacha,
que no siga, que la hará una desgraciada. Y Gutiérrez que se acerca, agarrándote
de las solapas te saca al exterior y, de sendos puñetazos, primero te desordena
las tripas en recuerdo de los viejos tiempos y después parte tu boca como
recompensa a esa imprudente audacia.
Te incorporas un poco y observas cómo, encabezados
por la novia, desfilan ante ti numerosos invitados. Parece que la ceremonia se
ha suspendido. Tu inconsciencia ha conseguido desenmascarar el auténtico perfil
de Guti. Ya no podrá dañar a esa pobre chica, ya no arruinará su vida. Te
sientes bien, muy bien, como un héroe destrozado, sin dientes y con resaca. Sentado
en el suelo, desenfundas entonces el móvil y marcas un número. Entre sollozos le
pides perdón a Lola, le dices que la quieres, que no puedes vivir sin ella y
acabas suplicándole que te acompañe a un médico.
¡Qué burrada de micro Rafa! en el buen sentido por supuesto. Es potente, potente. Saludos
ResponderEliminarGracias, David, buen amigo. Tú sí sabes cómo alimentar mi autoestima. Un fuerte abrazo.
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