Hacía una noche perruna. Llovían
chuzos de punta y Santa Bárbara, San Pedro o quien coño fuese soltaba unos
pedos monumentales allá arriba. Crucé corriendo el parking, subí al coche y
puse la radio. Comenzaba Strangers in the
night cuando sentí en el cogote el duro y frío cañón de un revólver.
-Estate quietecito y evitarás que
te fría los sesos, dijo una voz cavernosa a través de un pasamontañas.
-¿Quién eres y qué cojones quieres?
-Calla y obedece, mamón. Hay un
fiambre y una pala en tu maletero. Conduce hasta el bosque de Tinkerville. Allí
abrirás una fosa y lo enterrarás.
-¡Ah! Pensaba que con esta música te
apetecía un bailecito…
-¡Cierra el pico, idiota!. Y mueve el
culo, ¡rápido!
Puse el auto en marcha y tomé la
federal. A medio camino rompí el silencio.
-Acabo de decidir que va a excavar
tu condenada madre.
-Pero ¿qué dices, capullo?
-No hay ningún cadáver. Piensas liquidarme,
pero pretendes que antes cave mi propia tumba. Un encarguito de Floyd, supongo.
-¡Bingo! No eres tan gilipollas
como pensaba, Buchanan.
-Pues infórmate primero de quién te
pagará este recado, listillo, porque hace una hora que obsequié a tu patrón con
unos tickets de plomo y está de viaje en el otro mundo.
El
fulano enmudeció y me pidió que le dejase en el primer área de servicio.
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