En un rincón de la cocina, sentada
en el suelo junto a la lavadora, la mujer llora silenciosamente. Mientras,
frente a ella, los pétreos ojos del cadáver de un criminal no dejan de apuntar
a su cara. Es la última tortura. Su querido hijo dictaminó y ejecutó la
sentencia del caso que los tribunales habían decidido rechazar. El juez, por
fin, fue juzgado y condenado.
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