viernes, 5 de abril de 2013

El cuadro que mira a un hombre




Nunca le ha interesado el arte, tampoco ahora, pero desde hace tres años Juan acude todos los días al Museo. Su recorrido es invariable: entra, saluda con amabilidad al conserje, sube lentamente al primer piso y accede a la sala 5, donde se sienta, siempre frente al mismo cuadro. Los celadores ya no se sorprenden, todos conocen la historia del anciano visitante; la mujer del óleo, recreada hace más de cuarenta años por un pintor excelente aunque poco conocido, era su esposa. En la tela se la ve sentada en una mecedora, con un libro en su regazo, mirando de soslayo al espectador. Los ojos y el semblante de la joven, enmarcados en un bello rostro latino, evocan una sensación de paz y sosiego que no pasa desapercibida al observador. Cada día, el hombre llega a las doce y permanece quince minutos ante la pintura, despidiéndose con un “Hasta mañana, Isabel”. Una vez alguien le preguntó por qué seguía viniendo. “Maldito idiota”, pensó entonces la mujer del cuadro sin mudar su dulce expresión, “cualquiera entendería que Juan necesita transmitirme que me seguirá  amando hasta el final”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario