lunes, 11 de marzo de 2013

Domingo por la mañana




Una paloma descansa apaciblemente sobre el retrovisor de una reluciente Vespa. Mientras, a veinte metros, en la terraza del bar regentado por unos chinos, dos adictos a la nicotina enfundados en trenkas siberianas toman café y charlan del catastrófico partido de ayer. En la acera opuesta, el farmacéutico de guardia observa a través de los cristales a varias adolescentes que, ajenas a este frío de diciembre, lucen unos mini-shorts explosivos; vuelven sin duda de una fiesta recién acabada, en la que no se ha escatimado el alcohol y quizás otro tipo de sustancias. Más allá, el párroco del barrio abre las puertas de la iglesia, en cuya esquina alguien relajó sus tripas. Otro hombre entrado en años adecenta con esmero un utilitario enfangado por las últimas lluvias. El kiosquero atiende al inquieto coleccionista de bobadas, que por nada del mundo se perdería la sacrosanta entrega semanal. Un vecino pasea resignado a su insulsa mascota, con la que sostiene un monólogo  completamente absurdo. La madrugadora espía de la finca de enfrente ya hace rato que descorrió los visillos y por misteriosas razones escudriña a conciencia, sin descanso, el paisaje y sus figuras. Atestado de reyes latinos pasa un veloz coche negro con las ventanillas bajadas, expeliendo quién sabe si una música infernal a un volumen insoportable o una música insoportable a un volumen infernal.

Yo sigo aquí sentado, pegado a la pared de tu portal, aguardando que bajes para darte una sorpresa. Tal vez he llegado demasiado pronto, pero no me importa esperar; hoy te he traído flores.


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