martes, 1 de diciembre de 2015

Despedida




Papá, necesito contártelo. Es la última oportunidad que tengo para confesar que no me alisté por compartir ese ridículo y enfermizo patriotismo tuyo. Me alisté por ti, papá. Para que te sintieras orgulloso de este mierdecilla, como te gustaba llamarme. Para que en la iglesia exhibieras tu pecho henchido, cada vez que el párroco me nombrase en sus plegarias. Para que los Warren y los Forsyth no siguieran perdiéndote el respeto.

Y cuando se celebre mi funeral y un chupatintas del Pentágono os entregue una condecoración, calificándome de «valiente» o incluso de «héroe», intenta disimular papá, ya que estoy literalmente CAGADO DE MIEDO, así, con mayúsculas. Dentro de unos minutos nos envían a una de esas misiones de las que nadie regresa vivo, porque los guerrilleros del Viet Cong saben aguardar pacientes en la profundidad de la selva para hacernos papilla en cuanto asomamos las narices.

Jamás debimos intervenir en esta maldita guerra, papá; sé que, antes o después, tú también acabarás convencido de ello.

Dile a mamá que la quiero, y que la criatura que Sally Olsen lleva en su vientre es nieto vuestro. Dadle un beso cuando nazca.

Hasta siempre,

Norman


sábado, 28 de noviembre de 2015

Billy




Me llamaba William Bonney, aunque también me conocían como Henry McCarty. Decían que era un criminal por haber acabado en Lincoln con el sheriff Brady, el malnacido que asesinó cobardemente a mi patrón en una emboscada. Los que me conocieron saben que no fui nada de eso, tan sólo un chico sencillo que en aquel instante pretendió hacer justicia, la misma justicia que un juez, sobornado por los poderosos rancheros de Santa Fe, evitó impartir. Mi madre me pidió hace siete años, antes de morir, que fuera un hombre equilibrado, que hiciera el bien y me alejase del mal. Y siempre lo intenté, juro por Dios que intenté ser sensato, mas esa voz martilleando mi cerebro suplicaba a gritos que, al contrario de lo que ordenan los santos evangelios, nunca pusiera la otra mejilla. Que luchase por lo que creía decente y no permitiera a nadie abusar de mí ni de los míos.

El juez Wallace fue otro traidor: primero me prometió indulgencia a cambio de testificar en unos procesos. Sin embargo, decretó después mi arresto. Me vi obligado a escapar para salvar el pellejo. Si luego me convertí en un vulgar cuatrero, únicamente ese desgraciado tuvo la culpa.

Pusieron precio a mi cabeza y necesité liquidar a varios tipos que imaginaban poder conseguir esa pasta sin ningún tipo de sufrimiento. Al final me capturaron y condenaron a muerte. Tuve mucha suerte al poder evadirme en vísperas de mi ejecución.

Hoy, 14 de julio de 1881, los pasquines y libelos de Nuevo México no publican más noticia que la de mi muerte a manos de Patrick Garrett, el sheriff que hace años fue amigo y después de mi última fuga, que costó la vida a dos de sus ayudantes, se obsesionó por atraparme. Se ha equivocado de persona y para no admitirlo sostendrá su mentira, aunque estoy seguro de que antes o después emprenderá de nuevo mi búsqueda. Lo lamento por el miserable al que harán pasar por mi cadáver, pero en el fondo siento que es un día maravilloso. Ha llegado el momento de cruzar la frontera de Texas y comenzar otra existencia bajo distinto nombre.

Hoy ha muerto Billy el Niño a la edad de 21 años. Todos deberíamos festejarlo. Yo, el primero.


domingo, 1 de noviembre de 2015

Rutina



Imagen de Daniele Gay (Italia) - http://d4n13l3.deviantart.com/


A la hora programada, se conectó el vídeo-despertador y se interrumpió el funcionamiento de las alarmas internas y externas. En techo y paredes se sucedían relajantes imágenes de una playa paradisíaca en ultra-plus-resolution. Mientras, de fondo, procedente del equipo con sonido envolvente 6-D y a un volumen que crecía de forma progresiva, sonaba una bellísima sinfonía de Bach. La parte superior de la cama se incorporó con suavidad hasta alcanzar el ángulo previsto de 22,5 grados y las persianas comenzaron a ascender, en completo silencio, a una velocidad constante de ocho centímetros por minuto. En la cocina, el androide puso en marcha la cafetera y la tostadora. El generador instalado en el garaje empezó a suministrar energía eléctrica al vehículo mega-inteligente allí estacionado. Cuando Luis entró al baño emitió una orden verbal y la ducha comenzó a suministrar agua a 30,2 grados centígrados; ni una décima más, ni una menos.

Tras su aseo personal, se introdujo en la cabina de diagnóstico para obtener un informe de sus constantes vitales, contaminación radiactiva incluida. Se vistió, chequeó el informe, desayunó, consultó la previsión meteorológica exacta para las siguientes seis horas, reprogramó el robot y los electrodomésticos y subió al autoplaneador, deseándose más suerte que los últimos cuatrocientos treinta y seis días. Aunque en todos los medios el Gobierno aseguraba por enésima vez que la tasa de paro seguía reduciéndose a un ritmo trepidante, la realidad es que él no había recibido ni una sola oferta de trabajo desde que se firmó un E.R.E. y perdió su puesto de ingeniero en Domotics Enterprise. A ver si hoy, por lo menos, en la Oficina de Empleo la cola no era tan larga como de costumbre.


NOTA: Este relato está incluido y forma parte de la revista
VALENCIA ESCRIBE de Noviembre-2015, disponible en


viernes, 30 de octubre de 2015

El cazador del cuento




A ese personaje secundario, al que según la leyenda la malvada madrastra encargó que matase a Blancanieves y le llevase su corazón en un cofrecillo como prueba del crimen, mucha gente ha llegado a santificarlo. Pero no. Ya está bien. Es hora de contar la verdad, de acabar con los fraudulentos mitos de los cuentos infantiles. Ese tipo era un auténtico granuja, un psicópata, además de un incompetente supino.

Lo que sucedió en realidad es que Blancanieves no era tan palurda como la pintan, y se olió la tostada. Sabía que aquel malcarado individuo, con barba de varios días y una pestuza a sudor que no se podía aguantar, no le acompañaba precisamente para coger florecillas silvestres. Que lo más probable era que tramase violarla, venderla como esclava sexual, matarla y vender sus órganos (todos menos el corazón, pero eso ella no lo sospechaba). Como consecuencia, en un momento dado la princesa le despistó diciendo que a través de la espesura del bosque acababa de ver un jabalí; el idiota se lo tragó y fue a buscarlo. Hay que tener en cuenta que en aquella época, en la que aún no existía la Organización Mundial de la Salud, un jabalí era un jabalí y el hombre, que iba de sobrado por el encargo que le había hecho la reina, sin saber que había sido elegido por descarte, casi, casi como plan Z, pensó que podía cazar al puerco y luego beneficiarse a la doncella. Pero cuando volvió, ésta ya había desaparecido.

El muy inútil tuvo sin embargo la enorme suerte de que pasara por allí, en ese momento, el octavo enano, el enano pedante, un capullo insufrible que como de costumbre se había escaqueado de su trabajo en la mina y empezó a vacilar con supuestos conocimientos cinegéticos. Mientras el enano soltaba el rollo, el cazador sacó un puñal y le rebanó el pescuezo. Luego extrajo su corazón y se lo llevó a la reina, asegurando que era el de Blancanieves.

Ya conocéis la verdadera historia. El cazador no era ningún bendito, era un maníaco sexual y un homicida (enanicida/pedanticida, para ser rigurosos). Así es que, la próxima vez que queráis poner una medalla a alguien, informaos bien o preguntadme antes.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Poetasesino


Fotografía de Daniel Nahabedian (Francia)
http://eloren.deviantart.com/


Me encantaría parir
versos caníbales
Estrofas salvajes
que una vez escritas
se devorasen
y desapareciesen
El problema estriba
en que siempre habría
una superviviente
sin conciencia kamikaze
a la que no me quedaría
otro remedio que liquidar
Voy a ir practicando