miércoles, 8 de julio de 2015

Crisis



Prison break - Weichuan Liu (China)  http://lwc71.deviantart.com/




      Últimamente, en la penitenciaría reina el silencio. Los internos miran con recelo a los funcionarios, aunque también entre ellos andan buscando un culpable. Porque, como explicación más plausible, solo encuentran la de que alguien haya estado vertiendo en la comida una extraña droga. La intervención de los empleados de la cocina, principales sospechosos, fue descartada tras haberlos sometido a agotadores interrogatorios, polígrafo incluido. A pesar de eso, un representante de los vigilantes y otro de los presos comprueban a diario que no se empleen ingredientes desconocidos en el proceso culinario.

     Nadie sabe cómo ni cuándo acabará todo. Lo único incuestionable es que poco a poco los ánimos van caldeándose, que si la situación persiste –y no hay indicios de solución a corto plazo- la violencia hará acto de presencia más pronto que tarde. Y es que se hace insoportable permanecer allí encerrado, sin poder soñar mientras duermes.


domingo, 5 de julio de 2015

Peppoff y Kampeón



Some orange doggie - Ginger (EUA)  http://spongefox.deviantart.com/



Kampeón con k de kilo no era un futbolista, ni un corredor de Fórmula Uno, ni un piragüista, ni un tenista, ni un lanzador de pértiga. Kampeón con k de kilo era un perro de color naranja, que vivía en un pueblecito de Burgos. Pero no era anaranjado porque sus padres también lo fuesen o porque uno de ellos fuera amarillo y el otro rojo… Tampoco se había caído dentro de un cubo lleno de pintura ni se había comido doscientos kilos de naranjas, cosa que aunque te puede causar un gran dolor de barriga no te vuelve de ese color. Kampeón era naranja por culpa de un experimento de su amigo Pepón Peppoff, un inventor que inventaba de todo, pero rematadamente mal. Pepón era ruso de Rusia y una vez en su país fabricó un cohete para ir a los anillos de Saturno, pero al único sitio al que le llevó aquella nave fue al pueblecito donde vivía Kampeón y allí se quedó a vivir, porque aunque en Burgos hace mucho frío, hace bastante menos que en Rusia. Otro de sus inventos fue el dalmatizador, una máquina en la que metías cualquier chucho, apretabas un botón y tenía que salir un dálmata, que es un perro blanco con manchas de color negro. Probó su artefacto con Kampeón, que era un perrito callejero de color gris que había acogido en su casa y salió igual que era antes, pero todo naranja.

Peppoff también había inventado otras muchas cosas inservibles, como las gafas para ver el arco iris en blanco y negro, una catapulta para lanzar caramelos de limón, la máquina de hacer morcillas con forma de cruasán, una caña para pescar caracoles y un duplicador de cosas. Un día metió a Kampeón, cuando ya era naranja, en un compartimento del duplicador y en lugar de aparecer otro Kampeón naranja en el compartimento de al lado, salió un cómic. Sustituyó al perro anaranjado por el cómic y apareció una lata de anchoas. Puso la lata de anchoas y apareció una caca de gato. Cuando puso la caca de gato consiguió una hamburguesa con doble de queso, lechuga, pepinillos, tomate, kétchup y mostaza. La verdad es que el duplicador no valía para duplicar nada, pero divertido sí que era.

Bueno, pues como los inventos de Peppoff eran bastante inútiles, no encontraba a nadie que los comprara. Por eso no tenía un céntimo y para comer iba por ahí buscando cacas de gato frescas que ponía dentro del duplicador y convertía en hamburguesas. Así, todos los días tenían algo para comer Kampeón y él. Pero al final ya estaban hasta la coronilla de tanta hamburguesa y Peppoff decidió que por fin iba a construir lo que todos los científicos habían intentado durante años y años y ninguno había conseguido hasta entonces: la máquina del tiempo. Una máquina para ir al pasado o al futuro, como irse de excursión pero a otro momento de la historia. A la época de los dinosaurios, a la del Imperio Romano, o a una casa super-mega-moderna llena de robots parlanchines que igual te hacen la cama, que te lavan los calzoncillos o te preparan una paella de marisco mientras tú estás tumbado a la bartola, escuchando música o leyendo un libro de aventuras. Esa máquina sí que sería guay del Paraguay, además de un buen negocio; podría hacerse muchimillonario y ya nunca más tendría que comer hamburguesas aunque fueran con doble queso. Empezó a recoger cosas de los contenedores de basura: unas cajas de cartón, unos cables eléctricos viejos, un hinchador de ruedas de bicis, un botijo, unas perchas rotas, un rodillo para pintar paredes, una vieja radio del año de Maria Castaña, una pandereta y una lavadora estropeada. Con todo ello y otros trastos que tenía por casa, se puso la bata blanca de inventor y al cabo de varios días tenía terminada una flamante máquina del tiempo, que pintó con purpurina dorada y un rayo de color rojo para que molara más. Le puso de nombre «Vchera Zavtra», que en Burgos no significa nada pero en Rusia significa «Ayer y Mañana».

Una vez acabada, antes de meter dentro a Kampeón probó con la pandereta. Programó los mandos de la lavadora y pulsó un botón rojo. Abrió la puerta y la pandereta había desaparecido. Pepón imaginó que había enviado aquel objeto a algún tiempo del futuro o del pasado, no lo podía saber porque la máquina no tenía contador de años. Peppoff ni siquiera pensó que la pandereta podía haberse desintegrado, así es que después de ponerle un pequeño casco de ciclista con una cámara y una antena, y colgarle una bolsa llena de hamburguesas, colocó a su amigo Kampeón allí dentro y volvió a pulsar el botón rojo.

Como ya hemos dicho, Pepón Peppoff era muy torpe, un auténtico manazas. Si ninguna de sus invenciones funcionaba bien, habría sido una extraordinaria casualidad que esta máquina sí lo hiciese. Por eso Kampeón no apareció ni en el pasado ni en el futuro, pero sí en otro lugar del mapa, muy lejos de su casa. Estaba en la Feria de Sevilla, al lado de la pandereta, rodeado de gente tocando la guitarra y cantando y bailando flamenco. Sorprendido por el tremendo jaleo, el perro dijo «¡Guau!», que por cierto es una de las pocas cosas que saben decir los perros, aunque hayan hecho experimentos con ellos. «Dí que sí, quillo, que este cantaor es mú bueno», le contestó un señor que estaba a su lado dando palmas sin parar.

Desde su casa, a través de la televisión y gracias a la cámara instalada en el casco, Peppof se dio cuenta de que le había salido otra chapuza y apretó el botón rojo para que Kampeón volviera con él, pero lo único que consiguió fue trasladarlo a otra parte del globo terráqueo. Ahora estaba en lo alto de la torre Eiffel, en París, viendo cómo pasaban los barquitos por el río Sena. «¡Guau!», volvió a decir nuestro perrito naranja y un francés le replicó: «Oui, tres belle, mon petit chien» que es algo parecido a «sí que es muy bonito, pequeño perro».

Peppof se estaba volviendo tarumba, no sabía qué hacer para recuperar a su amiguito. Después de beber agua fresca del botijo, ajustó los mandos de la vieja lavadora y volvió a pulsar el botón. Kampeón viajó en centésimas de segundo a un poblado de Uganda, que está en África, donde había niños pequeños que jugaban al «pilla pilla». Se acercó a uno de ellos y le dijo «¡Guau!» ofreciéndole la bolsa que llevaba colgada al cuello. El niño tomó la bolsa y se puso muy contento. Llamó a sus compañeros y entre todos se zamparon las hamburguesas.

Mientras, Peppoff cambió unos cables, desatornilló unas piezas que sustituyó por otras y volvió a darle al interruptor. Kampeón apareció de repente en la Cochinchina, una región que pertenece a Vietnam, un país en el que hay muchos bosques, comen siempre arroz y llueve muy a menudo. Se paró en la puerta de un templo y dijo «¡Guau!». Un monje budista salió y como lo vio de color naranja creyó que era un perro sagrado. Cuando lo iba a coger en brazos para presentarlo ante su maestro, desde su pueblecito de Burgos Peppoff volvió a pulsar el botón y Kampeón cruzó en un plis-plas el Océano Pacífico.

Aterrizó en México, en la playa de una ciudad llamada Acapulco. Como nunca había visto el mar, tanta cantidad de agua junta, dijo «¡Guau!» y le entraron ganas de mear. Levantó su pata y meó en la pierna de un guardia muy serio y con bigote que empezó a perseguirlo, primero porque se había enfadado por ensuciarle los pantalones y segundo porque estaban prohibidos los chuchos en la playa. Antes de que el policía pudiese capturarlo, Peppoff apretó nuevamente el interruptor y Kampeón se libró de acabar en la perrera con un montón de chihuahuas.

Los músicos de la escuela de gaiteros de un pueblo de Pontevedra se llevaron un buen susto cuando apareció repentinamente un perrito naranja en el local donde estaban ensayando. Pero como vieron que, aunque no paraba de repetir «¡Guau!», Kampeón era bueno, le dieron de comer y de beber y luego lo llevaron al veterinario. Peppoff intentó hacerlo viajar de nuevo, pero algo falló y la máquina explotó, quedando el inventor un poco chamuscado y muy triste porque ahora no podría recuperar a su amigo.

El veterinario que examinó a Kampeón averiguó por la información de su chip que vivía en un pueblecito de Burgos. Como a los gaiteros les cayó tan simpático, alquilaron un autobús y lo acompañaron a su casa, donde dieron un concierto con sus instrumentos. Peppoff se puso muy alegre; abrazó y besó al perro y prometió no utilizarlo nunca más, ni a él ni a ningún otro animalito, en sus experimentos. Después regaló varios de sus inútiles inventos a los salvadores de Kampeón. Cuando se fueron, volvió a construir otro aparato del tiempo, que en realidad no era del tiempo sino para viajar. Puso una agencia para aventureros, para esa gente que se quisiera meter en la máquina y aparecer en cualquier sitio del mundo, por sorpresa y sin tener que montarse en un barco o un avión. Así se ganó la vida desde entonces Pepón Peppoff, que en lugar de seguir alimentándose de hamburguesas pudo comer mucha ensaladilla rusa y pizzas de lentejas, que eran sus platos favoritos.


viernes, 3 de julio de 2015

Todos menos uno



Get away - Deonta Wheeler (EUA)  http://dmaabsta.deviantart.com/



Aquella gente estaba al borde de una crisis cardíaca. Faltaban cinco minutos y no aparecía. Llamaban a su móvil y no había respuesta. ¿Y si no acudía? ¿Qué hacer? ¿Cómo solventar el trance? Impacientes, confusos, preocupados, intercambiaban miradas inquisitivas en medio de un silencio sobrecogedor. Cuando comenzaron a sonar las seis, se abrió la puerta y entró con un maletín gris en su mano. Todos, menos uno, sonrieron aliviados; el verdugo llegó puntual.

lunes, 29 de junio de 2015

La claridad del whisky



A detective story - Mick Triel (Holanda)  http://zillion.deviantart.com/


Cuando la citó dos horas más tarde en su despacho, Jack sabía que no tenía nada nuevo que contar, que la investigación estaba en punto muerto. Pero necesitaba volver a verla. La belleza de aquella mujer le obsesionaba; no conseguía quitársela de la cabeza ni de noche ni de día, incluso llegó a admitir que podía haberse enamorado. Después de un par de tragos decidió mentirle, explicarle que su marido la engañaba con otra para, a continuación, proponerle que huyese con él.


martes, 23 de junio de 2015

Encuentro en La Cuarta Fase



Voy a ser sincero:
entré en aquel bar de pijos
que se llamaba La Cuarta Fase
por una razón muy sencilla
Me estaba meando encima
necesitaba orinar y rápido
Por eso pedí un café
y corrí a aliviarme al baño
Cuando regresé
solo había un sitio libre
así es que pagué la consumición
y me instalé allí
En la mesa de al lado otro cliente
uno con pinta de enteradillo
con el pelo engominado
un piluco de tres kilos de peso
gafas de sol de marca
y traje gris marengo
parloteaba por su iphone
como un perfecto imbécil
Que si el índice Nikkei
que si el PIB de Rusia
que si una OPA del Desdner Bank
que si el LIBOR de los cojones
Total gilipolleces de esas
gracias a las cuales
unos pocos incrementan sus riquezas
y la mayoría nos hundimos más en la miseria
Cuando estaba diciendo algo
acerca de comprar un millón de acciones
de no sé qué sociedad luxemburguesa
al tío se le muere el teléfono
debía estar hasta los cátodos
de aquel impresentable
El tío se gira y me pregunta
si llevo una batería externa
Como le contesto que no
hace un respingo
propone comprarme el móvil
Si tiene suficiente energía
te doy mil euros tío
pago al contado
me dice en plan arrogante
Es una oferta tentadora
pero ese individuo me cae mal
rematadamente mal
muchísimo más que mal
Le abriría el cráneo gratis
antes que prestarle un kleenex usado
Así es que me pongo serio
en plan interesante
y le digo que no
que lo siento pero no
que estoy esperando una llamada
muy importante de las Bahamas
(que no sé dónde carajo están)
Una llamada trascendental
para el futuro le digo
de la humanidad en este planeta
Porque y ahora le ruego que sea discreto
la hora de la invasión extraterrestre ha llegado

domingo, 21 de junio de 2015

Tu vida


Esa película
sin productor
sin director
sin guionista
sin encargado de casting
ni de localizaciones
pero en la que eres
involuntariamente
protagonista principal
No tienes ni idea
de arte dramático
No hay segundas tomas
ni estrenos
ni alfombra roja
No ganarás un Oscar
ni tendrás una estrella
en Sunset Boulevard
Procura elegir bien
a los secundarios
Porque a los extras
te los vas encontrando
por el camino
Como atrezzo
ten siempre a mano
un bonito revólver
nunca se sabe
si surgirá una escena
en la que debas mostrarlo
Y ensaya bien esos besos
pero sobre todo
tu propia agonía
antes del The End


martes, 16 de junio de 2015

Abducción


A little bit of Orange - Adrian D. (Polonia)  http://rekokros.deviantart.com/


He de reconocer que aquellos seres, a simple vista y pese a utilizar un lenguaje incomprensible, tenían un aspecto ligeramente inteligente. La nave que utilizaron para abducirme era algo cutre, presentaba varias abolladuras en su chasis y el interior exhibía zonas oxidadas; su equipamiento, además, parecía anticuado en comparación con la tecnología a la que estamos acostumbrados. No dejaban de parlotear entre ellos en un volumen demasiado alto, molesto, utilizando inflexiones tanto graves como agudas. Me amarraron a una mesa para proceder a examinarme de arriba abajo, haciendo uso de unos vetustos escáneres. Intentaron que ingiriese unos líquidos desagradables, que escupí nada más probarlos. Luego me ofrecieron unas sospechosas viandas de extraños olores y colores, que también me negué a deglutir. A continuación inyectaron algún producto en mi cuerpo, que primero me provocó unas intensas náuseas y luego el desvanecimiento. Durante el mismo soñé contigo, mi amor, los dos paseando juntos por un extenso prado azul bajo un precioso cielo anaranjado. Y justo en el momento en el que te iba a besar, un estrépito me despertó. Eran nuestros congéneres, que llegaban para rescatarme. ¡Malditos terrícolas! ¿Qué les hemos hecho nosotros para que vengan a fastidiarnos?


domingo, 14 de junio de 2015

TAC TAC TAC



Suicide (Shalax - Australia)  http://shalax.deviantart.com/



TAC TAC

El joven apostado en el extremo de un viejo puente peatonal pulsa ese artilugio que permite contar las personas que pasan.

TAC TAC TAC

Mientras ejecuta esa tarea piensa en los días que faltan para cobrar el sueldo de mierda por el que le han contratado.

TAC

Dos horas por la mañana y tres por la tarde, de lunes a viernes.

TAC TAC

Los sábados y los domingos multiplica por dos su horario. A la empresa le interesa especialmente la información de esos días.

TAC TAC TAC TAC

De repente, no lejos de él, ve a una chica encaramarse al pretil y quedar de pie sobre el mismo.

TAC TAC

Se mete el cuenta-personas en el bolsillo y se dirige hacia la muchacha. Le dice que baje o arruinará su conteo, el que lleva semanas realizando. La chica le contesta que se va a tirar al río porque un hijo de puta la ha dejado embarazada. Y qué más da, responde él, nadie merece morir por culpa de un hijo de puta; baja y te invito a un refresco. Pero ella rechaza la invitación, dice que está decidida, que su vida no vale un pimiento. Joder, piensa él, se quiere suicidar y utiliza la expresión “un pimiento”, no lo entiende, no le cuadra. Tu vida vale mucho más que un pimiento, que un campo de pimientos, que un gran país lleno de camiones hasta los topes de pimientos, incluso que un planeta repleto de latifundios dedicados a la explotación del pimiento, baja de ahí, hazme caso.

La gente, curiosa, se va apiñando alrededor de la escena pero mantiene cierta distancia respecto a la aspirante a suicida y a su interlocutor. A lo lejos se oye una sirena.

Si se lo digo a mis padres me matarán, insiste la niña. Nadie te matará, te lo aseguro. Baja, te ayudaré a arreglar las cosas. ¿Y cómo? ¿Quién te crees tú que eres? ¿Qué interés tienes en mi vida? ¿Crees que seguiré siendo el mismo después de hablar con alguien que se ha suicidado? ¿De veras puedes creerlo? ¿Piensas que ese niño que te mira desde el puente de enfrente seguirá siendo el mismo después de ver cómo una muchacha ha acabado con su vida? ¿Crees que tu familia y tus amigos no te echarán de menos? ¿Que tu muerte no dañará a nadie? ¿Vas a causar toda esa infelicidad por culpa de un maldito hijo de puta?

La chica se agacha hasta quedar sentada sobre el pretil. El chaval se sienta junto a ella.

¿Sabes que eres muy guapa? ¿Sabes que eres muy listo?

Le toma una mano y, mientras brotan lágrimas de sus preciosos ojos verdes, comienza a escucharse como música de fondo un interminable TAC TAC TAC TAC TAC...


lunes, 8 de junio de 2015

Tres micros sobre una misma fotografía



LA CAMARERA DEL TITANIC

Siempre quise ser submarinista. Pero no una submarinista cualquiera. Una de esas que se sumerge en las profundidades del océano para buscar tesoros formidables en viejos pecios hundidos. La vida, sin embargo, no me ha ofrecido oportunidades. Cuando naces en un villorrio de Dakota del Sur, a varios miles de kilómetros de la costa más próxima, y te dejan preñada con diecisiete años, es difícil poder alcanzar alguno de tus anhelos juveniles.

Ahora comprenderás, Harry, qué demonios hago en este bar, sirviendo platos combinados, sándwiches, cervezas, café y batidos de fresa o plátano a todos esos granjeros que se acercan con olor a establo inmundo para hablar de la hermosura de sus cerdos o la última cosecha de girasol.

Ahora comprenderás estas ojeras que trato de disimular con maquillaje barato. Porque no consigo dormir por las noches. Tengo miedo de volver a soñar que estoy allí abajo, casi en la zona abisal, acariciando los restos de una muñeca de porcelana rescatada del Titanic, cuando se acaba el oxígeno de mis botellas.


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PRETTY WOMAN

Hoy se cumplen tres años de mi llegada a Los Angeles. Y te puedo asegurar, Sam, que el día de mi éxito está cada vez más próximo.

Desde hace unas semanas tengo un empleo fijo en la Warner. He estado ensayando. Todos los actores y directores que pasan por el bar salen convencidos de que soy una sencilla camarera, cuando en realidad únicamente interpreto ese papel. Las clases en el Actor’s Studio han sido caras pero bien provechosas, te lo garantizo.

Sam, he planeado algo: la próxima vez que Marlon Brando venga acompañado y me pida un café, voy a representar la desatada escena de celos que Tennessee Wiliams escribió para una de sus obras. No es necesario que te diga que quien no arriesga, no gana.

Porque vine a Hollywood para triunfar, y pongo a Dios por testigo de que antes o después lo conseguiré.


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INEXPLICABLE

Juro por Dios que no comprendo qué cojones hago en un solitario snack-bar de Montana a la una de la mañana, y menos con esta pinta. Sobre todo considerando que vivo en Cuenca, me llamo Manolo, soy butanero y no tengo pajolera idea de inglés. Cruzaré los dedos para que no entre ahora Maruja y me reconozca; hace unos días le prometí que había dejado de fumar.

lunes, 1 de junio de 2015

El coleccionista



The dream collector - Hano Deckrsen (Brasil)



A mí, para ser sincero, los coleccionistas me dan grima. Siempre los miro de reojo y procuro mantenerme al margen. Jamás me atrevería a preguntar a ninguno de ellos por su afición, ya que podrían contestarme o, lo que es peor, intentar explicarme algo, entrar en concienzudos detalles sobre alguno de los apasionados productos de los que hacen acopio y que, la verdad sea dicha, me importan un pito. No entiendo cómo a nadie puede entusiasmarle observar lepidópteros muertos, vitolas para habanos desaparecidos, chapas oxidadas de espumosos, monedas nigerianas, escarabajos peloteros o estampillas de la Guayana Holandesa del período de entreguerras. Pero, por favor, no me malinterpreten, eso no significa que un servidor haya perdido el respeto por cualquier tipo y grado de excentricidad. Considero y defiendo que cada cual es muy libre de elegir sus desequilibrios o psicopatías. ¡Faltaría más!

Vengo a decir todo esto porque hoy me he acordado de mi vecino de arriba. Era uno de ellos, un coleccionista. Pero no uno cualquiera. Ese tipo era un crack. Porque en lugar de objetos tangibles, el buen hombre se dedicaba a almacenar sonidos. No, no estoy loco. Cada día era testigo de la extraordinaria y variopinta colección de ruidos, gritos, lloros, silbidos, golpes, ronquidos, voces, susurros, crujidos, músicas, gemidos, etcétera, que ese personaje acaparaba y que no sé dónde guardaba, ni qué pinta tenían, por cierto.

A veces me lo encontraba en el ascensor y comprobaba que le costaba dar los buenos días, decir hola, adiós o hasta luego. Seguramente debía pensar que cada palabra que salía de su boca es una pérdida, un sonido que huía y nunca más podría recuperar. Yo lo entiendo, sé por fuentes serias y solventes que esa gente es muy obsesiva, muy suya. Que no les gusta prestar ni compartir sus preciados objetos de deseo. Son capaces de machacarte con una clase magistral sobre cualquiera de ellos, pero lo que es compartir el más inútil y despreciable, eso ni por asomo.

Tal vez por esa misma razón, aquel sujeto se concentraba en disfrutar su colección en lo que entendía que era la intimidad de su casa y en los momentos más inesperados. Como cuando un domingo a las ocho de la mañana sacaba del baúl el estrépito de una taladradora. Me imagino que, emocionado al contemplar, oler, palpar y escuchar ese sonido, no reparaba en la delgadez de las paredes y los suelos. No era consciente de que estaba compartiendo –verbo maldito como he dicho para cualquier coleccionista- sus valiosos tesoros con extraños, ajenos además a su sacrosanta afición. Igual ocurría algunas noches, cuando difundía los gemidos del placer sexual de una pareja o unos ronquidos temiblemente estertóreos. Nunca llegamos a saber si el habitante de la puerta catorce tenía un canario o solo poseía el sonido de su canto, que amenizó tantos de nuestros amaneceres.

Me hubiera gustado conocer un poco más a aquel taciturno personaje, no tanto por curiosear en sus pertenencias como para poder ahora explicarme el cariño que tenía a la palabra «Maldita», detrás de la cual saltó desde su ventana del quinto piso.


miércoles, 27 de mayo de 2015

Aturdido por tanta felicidad




Para escuchar Almost Blue, de Chet Baker, mientras se lee:


esta noche tuve un sueño
flotaba sobre una colchoneta
en la piscina de mi mansión
contemplando mágicas nubes
desplazarse hacia el noroeste
a veces cerraba los ojos
estaba aturdido por tanta felicidad
a pesar o a propósito de las tristes notas
del «Almost Blue» que sonaba de fondo
interpretado por el mejor Chet Baker
ese que debió reaprender
a tocar la trompeta
después de que le destrozaran
los dientes por asuntos de drogas
la música solo era interrumpida a veces
por el canto de algunos pájaros
o por los gritos de mis queridos hijos
y los alegres ladridos del labrador
con el que jugaban en el jardín trasero
mi mujer tomaba el sol en top-less
recostada en una cómoda hamaca
dando cortos sorbos a un mojito
que le sirvió nuestra asistenta ecuatoriana
estaba aturdido por tanta felicidad
y pensé que sería sencillamente formidable
morir en ese preciso instante
que no me importaría lo más mínimo
que me cayese un meteorito encima
sufrir un infarto fulminante
palmarla en definitiva
en el puñetero cénit de mi vida
pensé que no valía la pena seguir viviendo
que en cualquier momento
podría sonar el teléfono
con las peores noticias de mi asesor financiero
contando por ejemplo que los yihadistas
habían invadido las Seychelles
y ya me podía ir despidiendo
del finiquito de mi contrato blindado
que en cualquier momento
telefoneaba  mi médico particular
para soltarme que las últimas pruebas
revelaban que padecía una enfermedad terminal
que en cualquier momento
llegaba un condenado chantajista
con las fotos del Presidente y un servidor
en la reunión en la que nos repartíamos
una pasta sospechosamente turbia
que en cualquier momento
irrumpían unos delincuentes
violaban a mi mujer y a la criada
secuestraban a mis hijos
y me cortaban las pelotas
estaba aturdido por tanta felicidad
allí flotando en la templada agua de la piscina
mientras mi mujer se untaba protector solar en las tetas
mientras mis hijos mordían al perro
mientras la sirvienta hacía crucigramas
mientras pensaba que quería morirme en ese instante
cuando alguien golpeó la puerta
eran dos policías municipales
que me ordenaron que desalojara
que recogiera los cartones
y saliera cagando leches
del cajero de aquel banco


martes, 5 de mayo de 2015

El Cabanyal y los sentidos



Recorrer el Cabanyal, compuesto por una red de calles de un trazado más que moderno si consideramos su remoto origen, supone aceptar el reto de someterse a una experiencia sensorial extraordinaria.

Porque en este poblado huele, sobre todo, a ausencias. A ausencias cruciales, por cierto. Si agudizas tu olfato, más que el salitre proveniente del mar que le dio la vida acabarás respirando olvido, abandono, deserción…

También en este distrito puedes escuchar el penoso rumor de la derrota. De existir barrios triunfantes y barrios perdedores, el Cabanyal sería uno de estos últimos. Ya son veinticinco años de agotadora resistencia, de lucha desigual contra un poder aliado del capital y la burocracia que, como una metástasis, ha intentado destruir poco a poco sus órganos vitales, pasando las facturas más amargas.

Aquí puedes contemplar fantasmas sin demasiada dificultad. Porque es un camposanto de solares y casas muertas; otras agonizan, próximas al último estertor. Muchas calles, que se postulan para desiertos, solo registran un ánimo relativo a la salida de los colegios y los días de fiesta o mercado. Afinando la vista cualquier tarde de invierno, los espíritus de la gente que se rindió y acabó desahuciándose a sí misma son tan perceptibles como el aire de levante.

En el Cabanyal tampoco necesitas ser un consumado gourmet para paladear los efectos de la artera revancha urdida por los hijos putativos de Goliat. Al lado de éstos, aguardando en el banquillo su oportunidad, se frotan las manos las demoliciones programadas, los ladrillos y el cemento, el negocio fácil, las comisiones por cobrar. En suma, una codicia cruel e insaciable que no envejece, que tiene el tiempo de su parte.

Pero en este entrañable barrio no todo es triste, no todo es ruindad o ruina. Un sentimiento de humanidad rotura los corazones. Produce hondas caricias que estigmatizan tus recuerdos. Porque en el fondo de su tambaleante alma, en el Cabanyal aún resta la energía de viejos vecinos, comerciantes, cofrades, hosteleros y okupas unidos por un espacio, por un afecto. Ellos son los cimientos sobre los que se levantará un futuro incierto; amable o devastador, quién sabe. Los visitantes, tanto los que se acercan en verano a la arena para tostarse, como los domingueros adictos a la gastronomía autóctona y jóvenes perseguidores de diversiones nocturnas, constituyen una mera anécdota. Efímeros transeúntes, cuya fidelidad nunca estará garantizada.

        Si fuera posible, me gustaría viajar en una máquina del tiempo. Al menos una vez. Solo para tener la ocasión de preguntar a Blasco Ibáñez y a Sorolla qué es lo que sentían ellos cuando paseaban por el Cabanyal. Para conocer qué sensaciones les transmitían el poblado y sus habitantes. Y también para contarles, de paso, la historia de una infamia.


sábado, 2 de mayo de 2015

JAZZESINATO


Advertencia a toda la población:
El viernes día 30 de abril se consumó el nacimiento de mi primer monstruo
El producto está debidamente testado y, mientras no se ingiera, no produce efectos secundarios




Es una colección de microrelatos y textos hiperbreves, serios y cómicos,
ambientados (en general) en el mundo del crimen y el jazz
Pequeños tragos con esencia de nicotina y ritmo de swing
Podéis conseguirlo en papel o en formato digital (epub o mobi) en el siguiente enlace:








lunes, 20 de abril de 2015

Alea jacta est




El representante designado por la tropa se lo comunicó a un sargento, éste a su capitán, quien a su vez informó al coronel, que llamó enseguida al general en jefe. Cuando el monarca recibió personalmente la noticia de que sus soldados estaban dispuestos a entregar la vida para defender a sus familias y compatriotas, pero no iban a obedecer la orden de atacar a un país vecino, sonrió mientras comentaba:

— Perfecto, ningún problema. Hablaré con mi primo y que sean ellos quienes nos invadan. Porque esta guerra ha de librarse. Y vaya si se va a librar…