Tras despertar, la cucaracha se
desperezó con dificultad en aquel rincón de la angosta y oscura cueva que frecuentaba.
Enseguida advirtió que le faltaban las antenas y las alas, que había perdido
también un par de patas y su cuerpo, anteriormente membranoso, había crecido de
forma descomunal. Su limitado raciocinio le impidió comprender que -junto a
otros ejemplares de su especie- había mutado en persona, dando lugar en ese
preciso instante al principio del fin de la vida en este planeta.
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