Mi amadísimo
Venancio:
Ignoro por
qué no has contestado mis catorce cartas anteriores. Sospecho que no te las han
dado, que pretenden mantenerte incomunicado, de otra forma no entiendo tu
silencio, cariño mío.
En esta
ocasión me he asegurado de que leas mi misiva. Evaristo, el funcionario que
trabaja en tu galería, es paisano del pueblo y debe varios favores a mi
familia, así es que le he encomendado que te entregue la nota personalmente.
Además, contrariaría nuestros planes que el contenido de este escrito
trascendiera a las autoridades carcelarias. Porque te aseguro que estoy
decidida a sacarte de ahí como sea, cielo; te echo de menos cada segundo que
pasa. No puedo vivir sin ti, solo con pensarte me estremezco, ¡tienes bonito
hasta el nombre, Venancio! ¿Qué decir de
tus cabellos de azabache, de una barba tan varonil, de la poderosa voz, aterciopelada
por el brandy y el tabaco? ¿Cómo describir ese atlético y tupido torso que me
enloquece solo con evocarlo? ¡Y cómo golpeas de bien, Venancio! Cada vez que
rememoro el impacto de tu dulce mano sobre mi boca, deseo que me saltes dos
dientes más, sueño con ello hasta despierta.
Mis padres,
los marqueses, dicen que estoy chalada, que eres un criminal muy peligroso, que
no sientes nada por mí. Pero yo sé que eso no es cierto, que en cada una de tus
patadas me estabas entregando amor. Porque no eres como los demás, Venancio, tú
no eres un ñoño ni un pusilánime, sabes ocultar profundamente todos tus
sentimientos, tan nobles y admirables como los de cualquiera. Y estoy deseando
que nos reunamos de nuevo para huir de esta sociedad mentirosa, para que me ates
de nuevo a un radiador y me amordaces con el ímpetu de tu secreta ternura.
El
psiquiatra que me visita, al que abrí mi corazón, diagnosticó un mal
escandinavo y me recetó unas píldoras que nadie sabe que estoy lanzando al retrete.
Porque ni puedo ni deseo olvidarte, porque te necesito.
No
desesperes, querido, se aproxima el día en el que apareceré en esa prisión
vestida de enfermera y acompañada de dos ametralladoras, una para ti y otra
para mí. Si salimos con vida exigiré que me secuestres de nuevo, pero esta vez que
sea para siempre, Venancio, que nada ni nadie nos vuelva a separar jamás. Y si
morimos, lo haremos juntos, abrazados, como los amantes de la mejor de las
novelas.
Te adoro
con pasión, mi ángel, mi príncipe, mi amor.
Marga (Margarita
Jacinta de las Finas Hierbas)
La extrema dulzura de ser víctima!! Genial!
ResponderEliminarQuería relatar, de una forma exagerada y cómica, el denominado "síndrome de Estocolmo" (de ahí el título) que se dice suelen sufrir los secuestrados respecto a secuestrador. Gracias, Lidia. Un beso.
Eliminar