Habían atravesado la
capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión; aunque era
un sol extraño, su luz parecía blanca. Las simpáticas azafatas invitaban a que
los cinturones fuesen desabrochados tras la prolongada y en momentos terrorífica
fase de turbulencias. Sin embargo, los pasajeros no podían dejar de mirarse con
expresiones desconfiadas. Las últimas palabras del comandante difundidas por la
megafonía interior habían sido: “Tengo el
placer de informarles que ha sido una colisión perfecta, afortunadamente
ninguno de nosotros ha sobrevivido. Comiencen a olvidar cualquiera de sus
problemas, pronto llegaremos a destino”.
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