sábado, 23 de marzo de 2013

La telaraña




Paul fuma tendido en la cama, mirando fijamente la telaraña que cuelga de la lámpara de techo de su habitación. Sostiene una nota en su mano, la que le entregó el sudoroso conserje del sórdido hotel de la miserable ciudad donde se encuentra. Esa nota contiene la única respuesta que no esperaba: “Paul, déjame en paz, olvídame, no quiero volver a verte nunca más”.

Paul sigue mirando la telaraña y empieza a envidiar al insecto que la habita. Si él hubiese dispuesto de una red tan perfecta como ésa, Sandra nunca podría haber escapado y él no habría iniciado aquel inútil éxodo tras ella. Luego comprende que cada ser humano es libre de elegir y que, por mucho que la ame, Sandra no le aceptará jamás. Es hora de barajar de nuevo los naipes de la vida, tal vez en la siguiente mano haya más suerte.


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