sábado, 28 de noviembre de 2015

Billy




Me llamaba William Bonney, aunque también me conocían como Henry McCarty. Decían que era un criminal por haber acabado en Lincoln con el sheriff Brady, el malnacido que asesinó cobardemente a mi patrón en una emboscada. Los que me conocieron saben que no fui nada de eso, tan sólo un chico sencillo que en aquel instante pretendió hacer justicia, la misma justicia que un juez, sobornado por los poderosos rancheros de Santa Fe, evitó impartir. Mi madre me pidió hace siete años, antes de morir, que fuera un hombre equilibrado, que hiciera el bien y me alejase del mal. Y siempre lo intenté, juro por Dios que intenté ser sensato, mas esa voz martilleando mi cerebro suplicaba a gritos que, al contrario de lo que ordenan los santos evangelios, nunca pusiera la otra mejilla. Que luchase por lo que creía decente y no permitiera a nadie abusar de mí ni de los míos.

El juez Wallace fue otro traidor: primero me prometió indulgencia a cambio de testificar en unos procesos. Sin embargo, decretó después mi arresto. Me vi obligado a escapar para salvar el pellejo. Si luego me convertí en un vulgar cuatrero, únicamente ese desgraciado tuvo la culpa.

Pusieron precio a mi cabeza y necesité liquidar a varios tipos que imaginaban poder conseguir esa pasta sin ningún tipo de sufrimiento. Al final me capturaron y condenaron a muerte. Tuve mucha suerte al poder evadirme en vísperas de mi ejecución.

Hoy, 14 de julio de 1881, los pasquines y libelos de Nuevo México no publican más noticia que la de mi muerte a manos de Patrick Garrett, el sheriff que hace años fue amigo y después de mi última fuga, que costó la vida a dos de sus ayudantes, se obsesionó por atraparme. Se ha equivocado de persona y para no admitirlo sostendrá su mentira, aunque estoy seguro de que antes o después emprenderá de nuevo mi búsqueda. Lo lamento por el miserable al que harán pasar por mi cadáver, pero en el fondo siento que es un día maravilloso. Ha llegado el momento de cruzar la frontera de Texas y comenzar otra existencia bajo distinto nombre.

Hoy ha muerto Billy el Niño a la edad de 21 años. Todos deberíamos festejarlo. Yo, el primero.


domingo, 1 de noviembre de 2015

Rutina



Imagen de Daniele Gay (Italia) - http://d4n13l3.deviantart.com/


A la hora programada, se conectó el vídeo-despertador y se interrumpió el funcionamiento de las alarmas internas y externas. En techo y paredes se sucedían relajantes imágenes de una playa paradisíaca en ultra-plus-resolution. Mientras, de fondo, procedente del equipo con sonido envolvente 6-D y a un volumen que crecía de forma progresiva, sonaba una bellísima sinfonía de Bach. La parte superior de la cama se incorporó con suavidad hasta alcanzar el ángulo previsto de 22,5 grados y las persianas comenzaron a ascender, en completo silencio, a una velocidad constante de ocho centímetros por minuto. En la cocina, el androide puso en marcha la cafetera y la tostadora. El generador instalado en el garaje empezó a suministrar energía eléctrica al vehículo mega-inteligente allí estacionado. Cuando Luis entró al baño emitió una orden verbal y la ducha comenzó a suministrar agua a 30,2 grados centígrados; ni una décima más, ni una menos.

Tras su aseo personal, se introdujo en la cabina de diagnóstico para obtener un informe de sus constantes vitales, contaminación radiactiva incluida. Se vistió, chequeó el informe, desayunó, consultó la previsión meteorológica exacta para las siguientes seis horas, reprogramó el robot y los electrodomésticos y subió al autoplaneador, deseándose más suerte que los últimos cuatrocientos treinta y seis días. Aunque en todos los medios el Gobierno aseguraba por enésima vez que la tasa de paro seguía reduciéndose a un ritmo trepidante, la realidad es que él no había recibido ni una sola oferta de trabajo desde que se firmó un E.R.E. y perdió su puesto de ingeniero en Domotics Enterprise. A ver si hoy, por lo menos, en la Oficina de Empleo la cola no era tan larga como de costumbre.


NOTA: Este relato está incluido y forma parte de la revista
VALENCIA ESCRIBE de Noviembre-2015, disponible en


viernes, 30 de octubre de 2015

El cazador del cuento




A ese personaje secundario, al que según la leyenda la malvada madrastra encargó que matase a Blancanieves y le llevase su corazón en un cofrecillo como prueba del crimen, mucha gente ha llegado a santificarlo. Pero no. Ya está bien. Es hora de contar la verdad, de acabar con los fraudulentos mitos de los cuentos infantiles. Ese tipo era un auténtico granuja, un psicópata, además de un incompetente supino.

Lo que sucedió en realidad es que Blancanieves no era tan palurda como la pintan, y se olió la tostada. Sabía que aquel malcarado individuo, con barba de varios días y una pestuza a sudor que no se podía aguantar, no le acompañaba precisamente para coger florecillas silvestres. Que lo más probable era que tramase violarla, venderla como esclava sexual, matarla y vender sus órganos (todos menos el corazón, pero eso ella no lo sospechaba). Como consecuencia, en un momento dado la princesa le despistó diciendo que a través de la espesura del bosque acababa de ver un jabalí; el idiota se lo tragó y fue a buscarlo. Hay que tener en cuenta que en aquella época, en la que aún no existía la Organización Mundial de la Salud, un jabalí era un jabalí y el hombre, que iba de sobrado por el encargo que le había hecho la reina, sin saber que había sido elegido por descarte, casi, casi como plan Z, pensó que podía cazar al puerco y luego beneficiarse a la doncella. Pero cuando volvió, ésta ya había desaparecido.

El muy inútil tuvo sin embargo la enorme suerte de que pasara por allí, en ese momento, el octavo enano, el enano pedante, un capullo insufrible que como de costumbre se había escaqueado de su trabajo en la mina y empezó a vacilar con supuestos conocimientos cinegéticos. Mientras el enano soltaba el rollo, el cazador sacó un puñal y le rebanó el pescuezo. Luego extrajo su corazón y se lo llevó a la reina, asegurando que era el de Blancanieves.

Ya conocéis la verdadera historia. El cazador no era ningún bendito, era un maníaco sexual y un homicida (enanicida/pedanticida, para ser rigurosos). Así es que, la próxima vez que queráis poner una medalla a alguien, informaos bien o preguntadme antes.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Poetasesino


Fotografía de Daniel Nahabedian (Francia)
http://eloren.deviantart.com/


Me encantaría parir
versos caníbales
Estrofas salvajes
que una vez escritas
se devorasen
y desapareciesen
El problema estriba
en que siempre habría
una superviviente
sin conciencia kamikaze
a la que no me quedaría
otro remedio que liquidar
Voy a ir practicando

lunes, 12 de octubre de 2015

God bless Argamasilla



Ayer soñé que despertaba en una lujosa habitación. Llevaba puesto un pijama que ya había visto antes en el Carrefour, fabricado en China con una tela imitación de seda, repleta de barras y estrellas. Al incorporarme debieron activarse unos sensores de movimiento porque sonaron unos pitidos y de súbito apareció un tipo engominado que decía ser mi ayuda de cámara, informándome de que enseguida me servirían el desayuno porque en menos de una hora debía embarcar en el Air Force One para desplazarme a un país árabe, para abordar en una cumbre no sé qué crisis internacional. El individuo aquel, que era negro como yo (¡jcoño, no era grasa!), no quiso creer que había un error, que yo no era el puñetero presidente de los Estados Unidos de América, que sólo era Pepe Sánchez, uno de los operarios del taller de mecánica, chapa y pintura “NIKELAO”, en Argamasilla del Ebro. El tío plasta empezó a meterme prisa; que si tiene que desayunar, que si tiene que asearse, que si ha de vestirse y revisar unos papeles. Un tocapelotas de primera. Bañado todo con un café deprimente, tuve que zamparme a contrarreloj el beicon, los huevos y las tortitas untadas de una horrible manteca de cacahuete que no debe gustar ni a los monos más hambrientos. Ya en el baño, vi que había adelgazado unos cuarenta kilos, pero no acababa de gustarme ese nuevo aspecto. Sí, probablemente era más joven y atractivo que antes, pero es que yo nunca le hecho asco a mis michelines ni a mi papada, que lo mío me ha costado conseguirlos y bien que le gustan a mi Manola. Una vez limpio y perfumado, el auxiliar, que por lo visto se llamaba H. Murray (por lo menos eso ponía en la placa que llevaba sobre el pecho), me dio a elegir entre un traje gris o uno negro. Lo prefiero blanco, le dije, más que nada por joder y para resarcirme de lo de la manteca de cacahuete. Eso es imposible, dijo Murray. Puse cara de mala leche y dije pues que sea blanco y además smoking y con pajarita, me cago en tus muertos. Lo dije por joder y por la manteca, pero también porque en mi vida me he puesto un smoking y mira por donde, en ese momento me apetecía, la verdad. Murray se arrodilló delante de mí y se puso pálido, comenzó a sollozar y a implorarme que no insistiera, que ese no era el atuendo que el protocolo exigía. Pues me cago en tus muertos y además en ese maldito protocolo. El ayuda de cámara desenfundó un walkie talkie y dijo algo así como Defcon 4, el presidente se ha vuelto loco. Entraron dos gorilas con gafas oscuras, a los que parecía les iban a reventar las chaquetas por usar dos tallas menos. Me inmovilizaron asiéndome cada uno de un brazo y a través de sus interfonos me pareció que solicitaban instrucciones. A los pocos segundos surgió a través de la puerta un pitecantropus erectus vestido de militar y lleno de galones, insignias y condecoraciones. Tenía pinta de no haber acabado la enseñanza básica obligatoria y además bizqueaba. Señor presidente, me dijo, al gobierno le gustaría que colaborase y no complicara más las cosas, sé que se siente nervioso porque estamos al borde de la tercera guerra mundial, pero su actitud no ayuda para nada. Tómese esta pastillita, si es tan amable. La pastilla se la va a tomar tu puta madre, contesté. Entonces, no sé quién ni cómo, me inyectó alguna droga, dejándome inconsciente en el acto.


Me volví a despertar, pero esta vez iba en un avión, vestido con un traje oscuro y medio agilipollado. Como si me hubiese soplado una botella de aguardiente. Casi todo me daba vueltas. Enfrente tenía a un gafapasta sosteniendo una ristra de papeles. Tiene que leerse este informe en solo veinte minutos, señor presidente. Mira, chico, ahora no tengo el cuerpo para lecturas, cuéntamelo rápido y abreviando. El chaval empezó diciendo no se qué de Chechenia, algo sobre Rusia y Afganistán y nombró a Corea del Norte. Pero no me quedé con la copla de nada, la explicación fue demasiado rápida y me encontraba muy aturdido. En su discurso, lo que usted debe hacer es apoyar las acciones de nuestros aliados, ¿comprende? Y explicar que Estados Unidos jamás firmará pactos de desarme con ninguna potencia virtualmente peligrosa. Oye, chico, pareces espabilado, pero te han comido el tarro, ¿no? ¿A qué se refiere, señor? Pues que, cojones, toda la gente en todas partes quiere la paz y lo único que hacemos continuamente los políticos es tocarles los huevos. En ese discurso lo único que voy a proponer es formar una mesa mundial por la paz, a la que estarán invitados los aliados y los no aliados, los potencialmente peligrosos y los realmente peligrosos, como nosotros. Voy a proponer que el dineral que entre todos nos gastamos en defensa y armamento se emplee en montar empresas decentes en países deprimidos, en llevar agua y comida donde la necesitan y ¿por qué no? en intentar salvar este planeta de toda la mierda que le estamos soltando. Pero señor, ¡no puede hacer eso! ¡Estará traicionando a su país! ¡Pues que se joda mi país! Es lo que me apetece, eso y volver a Argamasilla del Ebro con mi santa esposa. ¿Argamasilla? ¿Usted es de Argamasilla del Ebro? ¿Conoce a la Felisa, de la familia de los Cariocos? ¿Pues no la voy a conocer, desgraciao? ¡Si es mi prima, recontraconjones! Soy José Sánchez, el mecánico. ¡Madre mía, qué casualidad! ¡Si es usted mi tío Pepe! Algo aún recuerdo, que yo era muy chico entonces. Pues yo soy Eustaquio, sobrino de la Felisa, el hijo de su hermano Florencio. ¡Acabáramos, Eustaquín! Pues no hace años que tu padre se piró a América… ¿Y qué cuernos haces tú aquí, asesorando al presidente? Pues mire, que mi padre se hizo íntimo amigo de un concejal de Chicago, que a su vez es como si fuera hermano del Presidente, y aquí que me enchufaron. ¡Qué suerte tienes, Eustaquín, bandido! ¿Y usted qué hace aquí, con esa pinta y tan lejos del pueblo? Pues ¿qué voy a hacer, hijo? Que estoy soñando y mira por donde me ha dado por imaginarme que soy el presidente de los yanquis y me encuentro contigo en este avión tan majo. ¡Hombre, pues haberlo dicho usted antes! Mire, tío, yo lo que no quiero es amargarle el sueño, diga en la conferencia lo que se le antoje, faltaría más. Aunque no le extrañe que cuando acabe la cumbre sea usted víctima de un atentado, ya puede imaginar cómo se gastan aquí según qué cosas... Mira, Eustaquín, que se lo tomen como quieran, tú ahora la boca cerrada para que no entren moscas. Una vez que tengo la oportunidad de arreglar el mundo aunque sea de mentiras, no la voy a desaprovechar. Pues mucha suerte tío, y si vuelve por aquí alguna vez, no deje de visitarme. Y por favor, cuando esté de vuelta dé recuerdos a la tía Felisa y al resto de la familia. Lo haré, muchacho, lo haré. Oye, ahora a ver, ¿dónde están los servicios?, es que me estoy meando encima…

sábado, 3 de octubre de 2015

El timo



Me dejé estafar. En el anuncio decían que con aquellas gafas tan baratas vería con claridad el interior de la gente, pero era una burda mentira. No solo la seguía viendo vestida, sino que detectaba (a través del veloz aunque perceptible movimiento de sus neuronas) cuál era su pensamiento. Como el de aquel policía municipal, que al lado de la puerta de su propia casa multaba un coche bien aparcado, solo porque era propiedad del amante de su mujer, a la que se estaría beneficiando en aquel preciso momento. Como el de la camarera del bar, maldiciendo al cliente que solo había dejado unos céntimos de propina cuando su sueldo no alcanzaba para alimentar a su numerosa prole. Como el del ejecutivo del maletín, que caminaba acobardado por la abultada suma de dinero contante y sonante que transportaba. Como el de la rubia del escote que me crucé mirándome de soslayo, tachándome de viejo sátiro. Como el de mi imagen en el espejo, que repite una y otra vez «Eres un fracasado de mierda»


sábado, 19 de septiembre de 2015

Celebración


Fotografía de Eva Swensen      https://www.flickr.com/photos/evaswensen/


Arrastrando sus pies
el anciano
se acerca
todos los lunes
sin falta
a la administración
de lotería
donde comprueba
in situ
que todo
permanece
armónicamente igual
Donde celebra
que ha vuelto
a ganar
una semana
más a la vida
Por eso
sonríe dichoso
aunque no le haya tocado nada
ni siquiera el maldito reintegro


sábado, 5 de septiembre de 2015

Crac






                          El mundo hace crac
mientras ves la televisión
mientras sacas brillo al coche
mientras pagas tus impuestos
mientras te matas en el gimnasio
mientras olvidas las llaves
                           El mundo hace crac
mientras compras en el súper
mientras recoges la caca del perro
mientras mandas un wasap
mientras miras por la ventana
mientras alcanzas el orgasmo
                          El mundo hace crac
mientras te tuestas en la playa
mientras riñes a tus hijos
mientras lees un libro
mientras te despachas una paella
mientras das el pésame a alguien
                          El mundo hace crac
mientras esperas al médico
mientras lavas los platos
mientras cantas gol
mientras pones el despertador
mientras te tomas una cerveza
                          El mundo hace crac
mientras preparas un informe
mientras juegas a la lotería
mientras asistes a un concierto
mientras pisas un charco
mientras cagas
                         El mundo hace catacrac
Y tú ahí
tan tranquilo/a


miércoles, 2 de septiembre de 2015

La espada de fuego




Soñé que galopaba
en un caballo fantasma
cruzando una densa niebla.
Armado con una espada de fuego
cortaba las cabezas
cercenaba brazos y piernas
atravesaba los corazones
de todos esos desalmados
que se solazan haciendo sufrir
aún más si cabe
a oprimidos y desahuciados.
Era el juez y el verdugo
enviado por Dios
-o por el Diablo-.
Todas las llanuras de este mundo
pronto se atestaron
de cuerpos mutilados
de cadáveres sangrantes
de hienas y buitres voraces.
Pero lo peor sobrevino
cuando de entre los liberados
surgieron nuevos tiranos
y tuve que volver a impartir justicia
una y otra vez
hasta que solo quedaron los niños.
Ojalá que esa pesadilla
no signifique nada.
Ojalá.



miércoles, 19 de agosto de 2015

Memorias



Ilustración de Lucian Stanculescu  http://hypnothalamus.deviantart.com/



Querido diario,

Mañana pondré la fecha, porque ahora mismo no sé si estamos a 12 de abril o a 15 de septiembre.

Esta mañana he escuchado en la radio que en Timisoara, o en Filadelfia o en Shangai, ha habido una explosión (o a lo mejor ha sido un terremoto o un huracán) y han muerto más de 20 o de 100 personas. Una gran desgracia, vamos.

En la oficina ha sido una mañana aburrida, como es habitual. Lo único notable es que me he cabreado porque el jefe, Rodríguez, Gómez o Martínez, como se llame, qué más da, el jefe, me ha pegado una pequeña bronca al haber olvidado informar el expediente de CORCHOLIS Y CIA u otra empresa que empieza por CO y acaba en CIA. Dice que siempre igual, que coma rabos de masa o de pasa, una chorrada de esas ha dicho. Con la cantidad de faena que me endosa continuamente y el tocapelotas quiere que lo tenga todo al día, a la hora y al minuto. Es un capullo, ese jefe cuyo apellido acaba en -ez, como la hez. Ja, ja, ja, me ha salido un chiste. Qué bueno.

Luego, cuando he llegado a casa, mi mujer había preparado mi plato favorito, que ahora no me acuerdo cuál es, pero prometo que estaba para chuparse los dedos. Mientras comíamos me ha contado que el hijo de la vecina del quinto o del sexto, que se llama Florencia o Felisa, había encontrado trabajo en una gasolinera de Teruel. Aunque ahora ya no sé si me ha dicho eso o que se había quedado sin combustible en Teruel, o que había abandonado a su perro en una estación de servicio en Teruel. Bueno, para el caso lo mismo da, porque me importan un rábano el hijo de la vecina y su puñetera madre. Ya se apañará. Aunque el perro que tenía era precioso. No sé si era caniche o husky siberiano, pero bonito sí que era.

Por la tarde he visto un partido de tenis en la tele. Jugaba Nadal contra un haitiano,  sueco o argentino. Creo que al final ha ganado Nadal, pero no estoy seguro.

Después he ido a pasear con mi esposa; vaya manía que tiene de pararse a hablar con gente rara y desconocida, les cuenta y le cuentan unos rollos... Y yo allí parado, como un pasmarote, con esa sonrisa de circunstancias que mi mujer califica de prefabricada, esperando que acaben de cotillear. Luego jura y perjura que son personas que sí que conozco y además desde hace bastantes años, dice que no sabe si es que me estoy volviendo idiota o me lo hago. Como si disfrutase yo haciéndome el idiota, no te digo...

Hemos entrado en el bar de la esquina y nos hemos tomado un refresco. Me tiene mosqueado el camarero, no es la primera vez que me llama por mi nombre y de tú, como si hubiéramos comido antes juntos. Tengo que vigilar a ese tío. No me fío de él ni un pelo.

De regreso a casa he querido comprar el periódico y mi mujer no me ha dejado, sostenía que ya lo había comprado esta mañana. Y era cierto, tenía razón, allí estaba, encima de la mesa camilla. Lo he cogido y al leerlo he sentido una sensación de déjà vu, como si ya conociese las noticias antes de echarles un vistazo.

Hemos cenado pescado, pero no me preguntes qué clase, yo de pescado no entiendo mucho. Sé que iba aderezado con una salsa o unas especias. Estaba sabroso, la verdad.

Para acabar, hemos visto una película de intriga. Solo hace unos minutos que ha terminado. Del título ni idea, es en inglés. El argumento, un lío tremendo porque el protagonista, que parece bueno al principio, luego parece malo y vuelve a ser bueno al final. Hay unos disparos y no sé si lo hieren o lo matan, a él o al malo auténtico. De lo único que me acuerdo es que hay una chica que se desnuda y que hace el amor con alguien en el establo de una granja, o puede ser que fuera en los baños de un circo, ya te digo que es un lío de tres pares. Al final me la ha querido explicar mi mujer, pero ha sido peor el remedio que la enfermedad, ahora la entiendo aún menos. Podrían hacer unas películas más comprensibles, jolines.

Y antes de acostarme he venido a contártelo todo, querido diario, porque según mi mujer el médico recomienda que escriba cada noche todo lo que me sucede durante el día, que con eso y las pastillas -que la verdad sea dicha me están yendo muy bien- recuperaré memoria y no me tendrán que operar de la próstata.

Mañana (si me acuerdo) intentaré registrar el bolso de mi mujer, para averiguar su nombre. Cada vez que le llamo “cariño”, una palabra que siempre he odiado, siento como si me pegasen un rodillazo en los testículos.

RSC

lunes, 27 de julio de 2015

Tarifas





Sonríe con ternura y luego le espeta:
—¿Eres el tipo que ha preguntado a mi compañera cuánto pido por tener sexo, tras asegurarle que mis tetas convalidarían una carrera universitaria y dos máster?
—Afirmativo, muñeca. Puedes llamarme Rick —contesta alegremente el calvo baboso con ojos de batracio.
La camarera coge su bandeja y le asesta un golpe plano y seco en el cráneo. El sapo empieza a sangrar.
—Ese es el precio por preguntar. Ni te imaginas mi tarifa por acostarme contigo, cariño.


jueves, 23 de julio de 2015

En directo





Estoy sentado al borde de un precipicio con las piernas colgando sobre el vacío. Desde cierta distancia y utilizando un megáfono, el imbécil del sheriff intenta convencerme de que permita acercarse a los de emergencias para acompañarme a casa. Esos patanes ignoran que mi actual grado de demencia no contempla el suicidio. Y tampoco lo saben los de las televisiones. Solo espero que, detrás de la pantalla, Linda reconsidere mi invitación al baile del instituto.

domingo, 12 de julio de 2015

¿Sabe usted?




¿Dónde dice usted que vamos? ¿Al Hilton? ¡Ah! Buen hotel debe ser ese, sí señor. No crea, que aunque soy de Carabanchel y vivo allí, a mí lo que de verdad me habría gustado es ser italiano y cantante de ópera, ¿sabe usted? Pero no un cantante cualquiera, un tenor famoso, claro que sí. Tendría una villa en Capri y cuando no estuviera viajando de aquí para allá en mi jet, dando recitales e interpretando a Verdi, Rossini o Puccini (a mí es que los franceses y alemanes no me gustan, ¿sabe usted?), me recluiría en mi mansión recibiendo amigos y practicando submarinismo en una cala privada. Porque todo el mundo asegura que tengo una voz prodigiosa, fíjese que hasta Puri, mi mujer, lo dice, aunque me haya prohibido cantar en el taxi. Según ella, si me pilla un municipal entonando un do de pecho podría empapelarme con una multa de órdago. Yo he repasado mil veces el código de circulación y no he encontrado ningún artículo que lo ponga. Un día le he de preguntar a un agente, a ver qué me cuenta. De todas formas la parienta es muy estricta, y si se entera de que mezclo obligación y devoción es ella la que me canta, pero las cuarenta en bastos, ¿sabe usted? Por eso me tengo que conformar con escuchar cedés para repasar y aprenderme los solos más famosos de la lírica italiana. Igual no se lo cree usted, pero ya he memorizado por lo menos siete arias. ¡Ah! ¡Qué lástima no ser italiano ni saber solfeo! Pero de oído interpreto bien, se lo juro. Imagínese un cartel en la Scala de Milán o en la Ópera de París: «Tosca. Con Renée Fleming y Luigi Marrone». Primero, porque la Fleming además de cantar como los ángeles, es guapa, la condenada. Le tiene un parecido a mi Puri, tanto que a veces le gasto bromas diciéndole «venga, Renée, vamos a cantar un dueto», pero solo consigo que se mosquee conmigo y me mande a freír espárragos, ¿sabe usted? Y luego, lo de Luigi Marrone es porque yo me llamo Luis Castaño y en italiano Luis es Luigi y Castaño, Marrone, ¿a que ahora sí que lo entiende? Natural. Pues eso, imagínese a la Fleming y al Marrone (un servidor) allí en el escenario, atacando esas excepcionales piezas de Puccini. Éxito aclamador. Diez tandas de aplausos. Las mejores críticas. Ramos de rosas a punta de pala. Entrevistas para todas las televisiones nacionales e internacionales. Una locura. El despiporren. Últimamente mis hijos insisten en que estoy obsesionado con esta «manía» (como lo llaman ellos), que me apunte al coro de la parroquia o vaya a un psicólogo antes de que me vuelva majareta del todo; pero yo les digo que me dejen en paz, que soñar es gratis y no hago daño a nadie. De momento ningún vecino se ha quejado porque ensaye en casa, pues será porque no lo hago tan mal ¿no cree usted? Yo les contesto que los únicos que necesitan un médico son ellos, que sí están pero que muy emparrados con el teléfono móvil, el feisbuk, el tuiter y todas esas pamplinas de ahora, ¿sabe usted? Que se dediquen a estudiar y no me den el coñazo. Y es que uno no tiene la culpa de haber nacido en el lugar equivocado, a ver si hay suerte y es verdad eso de la reencarnación y la próxima vez aparezco en el Piamonte, en Lombardía o en el Véneto. Por cierto, ¿dónde me ha dicho usted que vamos? Ah, sí, al Hilton. Perdone, es que se me ha ido el santo al cielo, estaba pensando en que me habría gustado ser italiano y cantante de ópera, ¿sabe usted?


sábado, 11 de julio de 2015

Arrugas



Retrato de Iturrino (1919) – Juan de Echevarría



No le salieron gratis. Ni por generación espontánea. Fueron los golpes que sufrió los que labraron en su cara esos tristes surcos. Después de perder un hijo en la guerra de Cuba y ver fallecer a su mujer de tuberculosis, las lágrimas no derramadas dejaron unas indelebles estelas de dolor en el rostro de Iturrino. Por eso desde entonces es incapaz de  sonreír. Por eso, en lugar de estar posando para un amigo pintor, preferiría estar muerto.


Nota: Micro creado a partir de la imagen sugerida por mi buen amigo Nicolás Jarque en su muro de Facebook.



viernes, 10 de julio de 2015

Disfraces



Sheep's clothing - Steffi Au (Alemania)  http://gloeckchen.deviantart.com/



La oveja se disfrazó de loba y el lobo de cordero. Su cita a ciegas no pudo comenzar mejor, se enamoraron a primera vista.


miércoles, 8 de julio de 2015

MANUAL DEL BUEN MAFIOSO: Cobrar las deudas



Mafia - Thierry (Francia)   http://seandelpack.deviantart.com/


Entre otras cosas, ya explicamos en un anterior capítulo cómo realizar un eficaz análisis coste-beneficio que nos ayude a decidir si podemos prestar dinero a alguien. Ahora intentaremos saber cómo cobrar a los morosillos que irremediablemente se cruzarán en nuestro camino. Aunque parece de Perogrullo, la verdad es que antes de liquidar a un deudor engorroso, deberíamos procurar por todos los medios a nuestro alcance recuperar esa inversión, o la mayor parte de la misma.

Nos sorprendería conocer la cantidad de gente retrasada que sigue empleando el inútil método de la amenaza o el ultimátum («o pagas o te mato»). Este procedimiento está caduco; lo único que consigues es que el tipo ponga pies en polvorosa, huya a la otra punta del mundo, cambie su identidad, se haga la cirugía y no vuelvas a verle el pelo durante el resto de tu existencia.

Sería largo y fatigoso detallar todos los sistemas que a lo largo de la historia de la Cosa Nostra se han venido utilizando para resolver el problema. En este manual solo nos centraremos en describir, lo más esquemáticamente posible, la fórmula que mejores resultados depara en la práctica a tenor de las comprobaciones empíricas y encuestas realizadas en nuestro ámbito. Un método que no tiene una denominación específica, pero al que apetece bautizar como el «método civilizado».

Bien, ya insistimos hasta la saciedad en el apartado dedicado a la usura que a los acreditados hay que tenerlos localizados permanentemente; volvemos a incidir ahora en la necesidad de disponer de una ficha completa, no solo con sus datos (teléfonos, direcciones, costumbres, descripción física y fotografías), sino también con los de sus familiares y conocidos. Porque lo primero que hará un moroso es intentar esconderse y no contestar a nuestras llamadas. Por eso la información es esencial. Imprescindible. Nuestras fichas son como las redes de los pescadores: sin red, olvídate de las sardinas, muchacho.

Empleando dicha información, antes o después, con la colaboración más o menos amistosa de ciertos contactos, conseguiremos comunicarnos con el moroso. En esa primera aproximación es fundamental que le presentemos nuestros respetos y preguntemos por su familia, en un tono que en absoluto pueda interpretarse conminatorio. Pasaremos luego a recordarles con sumo tacto la obligación que tienen de devolvernos lo que es nuestro, con los intereses correspondientes, señalando siempre que nos ponemos en su lugar y comprendemos la dificultad que supone reunir en un corto plazo toda esa pasta. Intentaremos persuadirle de que hemos elaborado un calendario especial de pagos que puede satisfacer a ambas partes, pero que ello exige una reunión para sellar por escrito los pactos que alcancemos. Evitemos las manidas frases cinematográficas «es una oferta que no podrás rechazar» y otras por el estilo, que solo contribuirían a menoscabar la confianza de nuestro cliente y abortar ese fundamental encuentro. Invítale a que acuda con un amigo si así lo prefiere. Algunos de estos morosos son extremadamente suspicaces y prefieren ir siempre acompañados. Adviértele que en lugar de armas lleve una tarta de manzana, que será una conferencia amistosa regada con unos cuantos whiskies de malta. Una vez convencido, dile que le enviarás un taxi a su casa la noche siguiente, pues tus numerosos compromisos te impiden arrebatar otros momentos al día para ese tipo de asuntos.

Hasta aquí hemos tratado la vertiente psicológica, la primera parte de un sistema que, según los estudios realizados, se ha mostrado provechoso en el 83 por cien de las oportunidades. Ahora pasemos al plan en sí.

El taxi ha de ser puntual. Si un adelanto sobre el horario acordado podría interpretarse como una señal de flaqueza por nuestra parte, cualquier innecesario retraso inquietaría al deudor, tentándole a desaparecer transcurridos varios minutos. Es imprescindible que sea un taxi auténtico, pero el conductor no debe ser italoamericano para no levantar sospechas. Es importante que, en sitios visibles, figuren una estampa de San Sebastián, una cinta ancha en la que se pueda leer «Arrepiéntete de tus pecados» y si es posible, también el símbolo universal de paz y amor. Este atrezo es variable, pero, en cualquier caso, su conjunto ha de sugerir emociones adversas, de forma que el pasajero emplee el trayecto en meditar sobre su pasado pero, ante todo, sobre su futuro.

El taxi se detendrá a las afueras de la ciudad, en un local industrial abandonado en cuyo exterior solo será visible un anticuado y polvoriento vehículo particular. En el interior, bajo la iluminación de una débil bombilla, estarás tú esperando, sentado ante una miserable mesa y dos destartaladas sillas: una para el moroso y otra para el posible acompañante. No sería aconsejable que experimenten comodidad durante la entrevista. Sobre la mesa, unos papeles, una pluma, una botella de bourbon y tres vasos. A tu lado, un hombre de confianza, de  dimensiones extraordinarias, que saldrá hasta la entrada para verificar que el visitante no haya cometido la imprudencia de acudir armado. Una vez permitido el acceso, te levantarás saludándole y pidiéndole disculpas por recibirle en un lugar tan apartado y poco acogedor; cualquier excusa es válida (están reformando tu despacho, por ejemplo). Le invitarás a sentarse y le servirás un trago. Si trae la tarta de manzana u otros dulces, no tengas reparos en dar buena cuenta de ellos. Ni ese tipo ni nadie en sus cabales osaría ofrecerte algo envenenado si pretende salir con vida de la reunión.

Acto seguido, vuelve a interesarte por el estado de salud de sus familiares más cercanos, llamándolos por el nombre de pila aunque no sepas la cara que tienen. Intenta intercalar pormenores de la información disponible (a qué colegio van sus hijos, en qué empresa trabaja su hermano…) para que el moroso tome conciencia de que le tienes cogido por los huevos, de que si no paga algún ser querido podría salir perjudicado de una forma u otra. Después le explicas que los negocios son los negocios, que tú también tuviste contratiempos en el pasado pero con buena voluntad y cierta dosis de iniciativa los superaste para llegar hasta donde ahora estás. Intenta que ese hombre no abra demasiado la boca, no te va a interesar nada de lo que diga; sin capacidad económica, su táctica se limitará a ablandarte el corazón en la medida que su labia se lo permita. Exponle que has reconsiderado el calendario de pagos que le comentabas y que deberá apoquinar antes de una semana. En ese instante pueden ocurrir dos cosas, el tipo es un blandengue y se pone a llorar como una patética nenaza, o se levanta irascible y comienza a gritar. Independientemente de cuál sea su reacción, de las sombras han de aparecer en ese instante unos colegas que lo sujeten tanto a él como a su acompañante (si es el caso). Le das a elegir entre una oreja y el dedo meñique de una mano, aunque te adelanto que el 98 por cien prefiere conservar su pabellón auricular. Dile que es un peaje que ha de pagar por haber vulnerado las reglas de un contrato verbal e insiste en que, bajo tu opinión, es un peaje demasiado barato, tal vez ridículo.

Ten a mano un médico que cauterice y cure «in situ» las heridas producidas, no conviene que nadie salga más dañado de lo necesario. Considera que se trata solo de una admonición, no de un auténtico castigo. Sírvele otra copa, ofrécele su dedo en un frasco de formol y luego devuélvelo en el taxi a su casa, pero adviértele con amabilidad antes de irse de que el dinero, contante y sonante, debe obrar en tu poder antes de una semana. Evita amenazas innecesarias, a menos que ese individuo sea un tarado de remate habrá entendido hasta dónde eres capaz de llegar y seguro que sus conclusiones no le gustan nada de nada.

Como decía, este método es altamente efectivo. Lo garantizo. De hecho, tengo un taxi abajo esperando para llevarme a la guarida de Carlo Falconeti. ¡Malditas apuestas! Creo que le gustarán las napolitanas de crema. Espero esta vez poder contener el llanto y, como ya no me quedan meñiques en las manos, elegiré la oreja izquierda, es mi perfil malo.


Crisis



Prison break - Weichuan Liu (China)  http://lwc71.deviantart.com/




      Últimamente, en la penitenciaría reina el silencio. Los internos miran con recelo a los funcionarios, aunque también entre ellos andan buscando un culpable. Porque, como explicación más plausible, solo encuentran la de que alguien haya estado vertiendo en la comida una extraña droga. La intervención de los empleados de la cocina, principales sospechosos, fue descartada tras haberlos sometido a agotadores interrogatorios, polígrafo incluido. A pesar de eso, un representante de los vigilantes y otro de los presos comprueban a diario que no se empleen ingredientes desconocidos en el proceso culinario.

     Nadie sabe cómo ni cuándo acabará todo. Lo único incuestionable es que poco a poco los ánimos van caldeándose, que si la situación persiste –y no hay indicios de solución a corto plazo- la violencia hará acto de presencia más pronto que tarde. Y es que se hace insoportable permanecer allí encerrado, sin poder soñar mientras duermes.


domingo, 5 de julio de 2015

Peppoff y Kampeón



Some orange doggie - Ginger (EUA)  http://spongefox.deviantart.com/



Kampeón con k de kilo no era un futbolista, ni un corredor de Fórmula Uno, ni un piragüista, ni un tenista, ni un lanzador de pértiga. Kampeón con k de kilo era un perro de color naranja, que vivía en un pueblecito de Burgos. Pero no era anaranjado porque sus padres también lo fuesen o porque uno de ellos fuera amarillo y el otro rojo… Tampoco se había caído dentro de un cubo lleno de pintura ni se había comido doscientos kilos de naranjas, cosa que aunque te puede causar un gran dolor de barriga no te vuelve de ese color. Kampeón era naranja por culpa de un experimento de su amigo Pepón Peppoff, un inventor que inventaba de todo, pero rematadamente mal. Pepón era ruso de Rusia y una vez en su país fabricó un cohete para ir a los anillos de Saturno, pero al único sitio al que le llevó aquella nave fue al pueblecito donde vivía Kampeón y allí se quedó a vivir, porque aunque en Burgos hace mucho frío, hace bastante menos que en Rusia. Otro de sus inventos fue el dalmatizador, una máquina en la que metías cualquier chucho, apretabas un botón y tenía que salir un dálmata, que es un perro blanco con manchas de color negro. Probó su artefacto con Kampeón, que era un perrito callejero de color gris que había acogido en su casa y salió igual que era antes, pero todo naranja.

Peppoff también había inventado otras muchas cosas inservibles, como las gafas para ver el arco iris en blanco y negro, una catapulta para lanzar caramelos de limón, la máquina de hacer morcillas con forma de cruasán, una caña para pescar caracoles y un duplicador de cosas. Un día metió a Kampeón, cuando ya era naranja, en un compartimento del duplicador y en lugar de aparecer otro Kampeón naranja en el compartimento de al lado, salió un cómic. Sustituyó al perro anaranjado por el cómic y apareció una lata de anchoas. Puso la lata de anchoas y apareció una caca de gato. Cuando puso la caca de gato consiguió una hamburguesa con doble de queso, lechuga, pepinillos, tomate, kétchup y mostaza. La verdad es que el duplicador no valía para duplicar nada, pero divertido sí que era.

Bueno, pues como los inventos de Peppoff eran bastante inútiles, no encontraba a nadie que los comprara. Por eso no tenía un céntimo y para comer iba por ahí buscando cacas de gato frescas que ponía dentro del duplicador y convertía en hamburguesas. Así, todos los días tenían algo para comer Kampeón y él. Pero al final ya estaban hasta la coronilla de tanta hamburguesa y Peppoff decidió que por fin iba a construir lo que todos los científicos habían intentado durante años y años y ninguno había conseguido hasta entonces: la máquina del tiempo. Una máquina para ir al pasado o al futuro, como irse de excursión pero a otro momento de la historia. A la época de los dinosaurios, a la del Imperio Romano, o a una casa super-mega-moderna llena de robots parlanchines que igual te hacen la cama, que te lavan los calzoncillos o te preparan una paella de marisco mientras tú estás tumbado a la bartola, escuchando música o leyendo un libro de aventuras. Esa máquina sí que sería guay del Paraguay, además de un buen negocio; podría hacerse muchimillonario y ya nunca más tendría que comer hamburguesas aunque fueran con doble queso. Empezó a recoger cosas de los contenedores de basura: unas cajas de cartón, unos cables eléctricos viejos, un hinchador de ruedas de bicis, un botijo, unas perchas rotas, un rodillo para pintar paredes, una vieja radio del año de Maria Castaña, una pandereta y una lavadora estropeada. Con todo ello y otros trastos que tenía por casa, se puso la bata blanca de inventor y al cabo de varios días tenía terminada una flamante máquina del tiempo, que pintó con purpurina dorada y un rayo de color rojo para que molara más. Le puso de nombre «Vchera Zavtra», que en Burgos no significa nada pero en Rusia significa «Ayer y Mañana».

Una vez acabada, antes de meter dentro a Kampeón probó con la pandereta. Programó los mandos de la lavadora y pulsó un botón rojo. Abrió la puerta y la pandereta había desaparecido. Pepón imaginó que había enviado aquel objeto a algún tiempo del futuro o del pasado, no lo podía saber porque la máquina no tenía contador de años. Peppoff ni siquiera pensó que la pandereta podía haberse desintegrado, así es que después de ponerle un pequeño casco de ciclista con una cámara y una antena, y colgarle una bolsa llena de hamburguesas, colocó a su amigo Kampeón allí dentro y volvió a pulsar el botón rojo.

Como ya hemos dicho, Pepón Peppoff era muy torpe, un auténtico manazas. Si ninguna de sus invenciones funcionaba bien, habría sido una extraordinaria casualidad que esta máquina sí lo hiciese. Por eso Kampeón no apareció ni en el pasado ni en el futuro, pero sí en otro lugar del mapa, muy lejos de su casa. Estaba en la Feria de Sevilla, al lado de la pandereta, rodeado de gente tocando la guitarra y cantando y bailando flamenco. Sorprendido por el tremendo jaleo, el perro dijo «¡Guau!», que por cierto es una de las pocas cosas que saben decir los perros, aunque hayan hecho experimentos con ellos. «Dí que sí, quillo, que este cantaor es mú bueno», le contestó un señor que estaba a su lado dando palmas sin parar.

Desde su casa, a través de la televisión y gracias a la cámara instalada en el casco, Peppof se dio cuenta de que le había salido otra chapuza y apretó el botón rojo para que Kampeón volviera con él, pero lo único que consiguió fue trasladarlo a otra parte del globo terráqueo. Ahora estaba en lo alto de la torre Eiffel, en París, viendo cómo pasaban los barquitos por el río Sena. «¡Guau!», volvió a decir nuestro perrito naranja y un francés le replicó: «Oui, tres belle, mon petit chien» que es algo parecido a «sí que es muy bonito, pequeño perro».

Peppof se estaba volviendo tarumba, no sabía qué hacer para recuperar a su amiguito. Después de beber agua fresca del botijo, ajustó los mandos de la vieja lavadora y volvió a pulsar el botón. Kampeón viajó en centésimas de segundo a un poblado de Uganda, que está en África, donde había niños pequeños que jugaban al «pilla pilla». Se acercó a uno de ellos y le dijo «¡Guau!» ofreciéndole la bolsa que llevaba colgada al cuello. El niño tomó la bolsa y se puso muy contento. Llamó a sus compañeros y entre todos se zamparon las hamburguesas.

Mientras, Peppoff cambió unos cables, desatornilló unas piezas que sustituyó por otras y volvió a darle al interruptor. Kampeón apareció de repente en la Cochinchina, una región que pertenece a Vietnam, un país en el que hay muchos bosques, comen siempre arroz y llueve muy a menudo. Se paró en la puerta de un templo y dijo «¡Guau!». Un monje budista salió y como lo vio de color naranja creyó que era un perro sagrado. Cuando lo iba a coger en brazos para presentarlo ante su maestro, desde su pueblecito de Burgos Peppoff volvió a pulsar el botón y Kampeón cruzó en un plis-plas el Océano Pacífico.

Aterrizó en México, en la playa de una ciudad llamada Acapulco. Como nunca había visto el mar, tanta cantidad de agua junta, dijo «¡Guau!» y le entraron ganas de mear. Levantó su pata y meó en la pierna de un guardia muy serio y con bigote que empezó a perseguirlo, primero porque se había enfadado por ensuciarle los pantalones y segundo porque estaban prohibidos los chuchos en la playa. Antes de que el policía pudiese capturarlo, Peppoff apretó nuevamente el interruptor y Kampeón se libró de acabar en la perrera con un montón de chihuahuas.

Los músicos de la escuela de gaiteros de un pueblo de Pontevedra se llevaron un buen susto cuando apareció repentinamente un perrito naranja en el local donde estaban ensayando. Pero como vieron que, aunque no paraba de repetir «¡Guau!», Kampeón era bueno, le dieron de comer y de beber y luego lo llevaron al veterinario. Peppoff intentó hacerlo viajar de nuevo, pero algo falló y la máquina explotó, quedando el inventor un poco chamuscado y muy triste porque ahora no podría recuperar a su amigo.

El veterinario que examinó a Kampeón averiguó por la información de su chip que vivía en un pueblecito de Burgos. Como a los gaiteros les cayó tan simpático, alquilaron un autobús y lo acompañaron a su casa, donde dieron un concierto con sus instrumentos. Peppoff se puso muy alegre; abrazó y besó al perro y prometió no utilizarlo nunca más, ni a él ni a ningún otro animalito, en sus experimentos. Después regaló varios de sus inútiles inventos a los salvadores de Kampeón. Cuando se fueron, volvió a construir otro aparato del tiempo, que en realidad no era del tiempo sino para viajar. Puso una agencia para aventureros, para esa gente que se quisiera meter en la máquina y aparecer en cualquier sitio del mundo, por sorpresa y sin tener que montarse en un barco o un avión. Así se ganó la vida desde entonces Pepón Peppoff, que en lugar de seguir alimentándose de hamburguesas pudo comer mucha ensaladilla rusa y pizzas de lentejas, que eran sus platos favoritos.