Querido diario,
Mañana pondré la
fecha, porque ahora mismo no sé si estamos a 12 de abril o a 15 de septiembre.
Esta mañana he
escuchado en la radio que en Timisoara, o en Filadelfia o en Shangai, ha habido
una explosión (o a lo mejor ha sido un terremoto o un huracán) y han muerto más
de 20 o de 100 personas. Una gran desgracia, vamos.
En la oficina ha
sido una mañana aburrida, como es habitual. Lo único notable es que me he
cabreado porque el jefe, Rodríguez, Gómez o Martínez, como se llame, qué más
da, el jefe, me ha pegado una pequeña bronca al haber olvidado informar el
expediente de CORCHOLIS Y CIA u otra empresa que empieza por CO y acaba en CIA.
Dice que siempre igual, que coma rabos de masa o de pasa, una chorrada de esas
ha dicho. Con la cantidad de faena que me endosa continuamente y el tocapelotas
quiere que lo tenga todo al día, a la hora y al minuto. Es un capullo, ese jefe
cuyo apellido acaba en -ez, como la hez. Ja, ja, ja, me ha salido un chiste.
Qué bueno.
Luego, cuando he
llegado a casa, mi mujer había preparado mi plato favorito, que ahora no me
acuerdo cuál es, pero prometo que estaba para chuparse los dedos. Mientras
comíamos me ha contado que el hijo de la vecina del quinto o del sexto, que se
llama Florencia o Felisa, había encontrado trabajo en una gasolinera de Teruel.
Aunque ahora ya no sé si me ha dicho eso o que se había quedado sin combustible
en Teruel, o que había abandonado a su perro en una estación de servicio en
Teruel. Bueno, para el caso lo mismo da, porque me importan un rábano el hijo de la vecina y su puñetera madre. Ya
se apañará. Aunque el perro que tenía era precioso. No sé si era caniche o
husky siberiano, pero bonito sí que era.
Por la tarde he
visto un partido de tenis en la tele. Jugaba Nadal contra un haitiano, sueco o argentino. Creo que al final ha
ganado Nadal, pero no estoy seguro.
Después he ido a
pasear con mi esposa; vaya manía que tiene de pararse a hablar con gente rara y
desconocida, les cuenta y le cuentan unos rollos... Y yo allí parado, como un
pasmarote, con esa sonrisa de circunstancias que mi mujer califica de
prefabricada, esperando que acaben de cotillear. Luego jura y perjura que son
personas que sí que conozco y además desde hace bastantes años, dice que no
sabe si es que me estoy volviendo idiota o me lo hago. Como si disfrutase yo
haciéndome el idiota, no te digo...
Hemos entrado en el
bar de la esquina y nos hemos tomado un refresco. Me tiene mosqueado el
camarero, no es la primera vez que me llama por mi nombre y de tú, como si hubiéramos
comido antes juntos. Tengo que vigilar a ese tío. No me fío de él ni un pelo.
De regreso a casa
he querido comprar el periódico y mi mujer no me ha dejado, sostenía que ya lo
había comprado esta mañana. Y era cierto, tenía razón, allí estaba, encima de
la mesa camilla. Lo he cogido y al leerlo he sentido una sensación de déjà
vu, como si ya conociese las noticias antes de echarles un vistazo.
Hemos cenado
pescado, pero no me preguntes qué clase, yo de pescado no entiendo mucho. Sé
que iba aderezado con una salsa o unas especias. Estaba sabroso, la verdad.
Para acabar, hemos
visto una película de intriga. Solo hace unos minutos que ha terminado. Del
título ni idea, es en inglés. El argumento, un lío tremendo porque el
protagonista, que parece bueno al principio, luego parece malo y vuelve a ser
bueno al final. Hay unos disparos y no sé si lo hieren o lo matan, a él o al
malo auténtico. De lo único que me acuerdo es que hay una chica que se desnuda
y que hace el amor con alguien en el establo de una granja, o puede ser que
fuera en los baños de un circo, ya te digo que es un lío de tres pares. Al
final me la ha querido explicar mi mujer, pero ha sido peor el remedio que la
enfermedad, ahora la entiendo aún menos. Podrían hacer unas películas más
comprensibles, jolines.
Y antes de
acostarme he venido a contártelo todo, querido diario, porque según mi mujer el
médico recomienda que escriba cada noche todo lo que me sucede durante el día,
que con eso y las pastillas -que la verdad sea dicha me están yendo muy bien-
recuperaré memoria y no me tendrán que operar de la próstata.
Mañana (si me
acuerdo) intentaré registrar el bolso de mi mujer, para averiguar su nombre. Cada vez que le llamo “cariño”, una palabra que siempre he odiado, siento
como si me pegasen un rodillazo en los testículos.
RSC