Cada
31 de octubre, cuando al atardecer sellan las puertas de la necrópolis, los
huesos de Paco emergen de la tumba arrastrando los harapos que aún no han sido
devorados por insectos o gusanos, y se lanza a la calle en busca de juerga. La
gente admira su aspecto, confundiéndolo con los demás mequetrefes
caracterizados para Halloween. Incluso hay quien le invita a una cerveza en
cualquier taberna, líquido que acaba chorreando entre los huecos del esqueleto
y formando un charco a sus pies. En más de una ocasión le han concedido el
premio al mejor disfraz, ignorando que en realidad es ese su auténtico aspecto.
Cansado de acarrear su osamenta y aguantar a tanto gilipollas, antes del alba
vuelve a trepar la valla del cementerio y se instala de nuevo en el sepulcro,
esperando que su familia se acuerde, esta vez sí, de honrar su memoria con
algunas flores.
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viernes, 28 de octubre de 2016
viernes, 30 de septiembre de 2016
Eso verde
Busqué un sustitutivo
un sucedáneo o compatible
aunque no fuera de marca
en unos grandes almacenes
Pregunté en varias secciones
Juguetería Lencería
Parafarmacia Joyería
Electrónica claro
incluso en Menaje del Hogar
y en el Supermercado
Pero ni rastro
Solo ofrecían ilusiones
materiales
o placebos inútiles
Así es que indagué en Google
y en un foro especializado
sugerían probar en Objetos
Perdidos
Comentaban que alguna vez
alguien tuvo suerte
Así que me presenté allí
y le expliqué al funcionario
que la había extraviado
hacía varias semanas
Que era esponjosa y suave
esférica de 20 cm de diámetro
y verde verde muy verde
Me acompañó al almacén
de los objetos verdes
Mire aquí a ver
si por una de aquellas
va y la encuentra me dijo
Aquello era inmenso
Había muñecos de Hulk y Shrek
tréboles de tres y cuatro hojas
paraguas verdes
calcetines verdes
tangas verdes
mojitos aguacates manzanas
esmeraldas céspedes
cientos de trastos enmohecidos
mantis religiosas
elfos de Santa Claus
todo era verde allí dentro
Empecé a revolver nervioso
y a la media hora la encontré
agazapada en un rincón
Estaba escuálida y arrugada
la mitad de su tamaño
Parecía un moco grande
pero la tomé entre mis manos
y comprobé que pese a todo
su interior aún palpitaba
que no estaba muerta
Entonces entró
vestido cómo no de verde
el encargado de esa sala
y preguntó si era mía
Me aseguró que se alegraba
que había intentado alimentarla
con palabras amables y promesas
que se negó a digerir
Y antes de hacerme firmar unos
papeles
me obligó a jurarle
que la cuidaría como se merece
Tenga en cuenta
que lo último que se pierde
es la esperanza
No sea usted tan negligente
por el amor de Dios
lunes, 19 de septiembre de 2016
Las cajas
Claro,
alguno de ustedes se preguntará: «¿A qué santo me vacila una caja de cartón?». Bueno, eso si ha conseguido reponerse del
susto que le habrá producido que un ser como yo le dirija la palabra…
Pero
es que estoy hasta los mismísimos de que el primero que me vea piense: «Mira qué
bien, justo lo que yo necesitaba para guardar unos trastos o para enviar a mi
primo Paco tal o cual gilipollez». Y lo peor no es que lo piense, es que lo
haga. Y nos llenen de porquería las entrañas y después nos lleven de Herodes a
Pilatos o nos almacenen en un polvoriento desván.
Porque,
a ver si se enteran de una vez: que NO somos cajas, que hemos venido aquí a
conquistar su universo, señores. Y que aunque tengamos este aspecto,
superficialmente inofensivo, les garantizo que somos mortíferos; que poseemos y
utilizamos armas de destrucción masiva; que vamos a acabar con todos ustedes,
los humanos, en cuanto recibamos las oportunas órdenes de nuestro Presidente
galáctico en funciones (sí, ustedes no son los únicos, qué le vamos a hacer).
Y
es que ni por asomo se imaginan el enorme daño que las películas de alienígenas
nos han hecho a algunas civilizaciones extraterrestres. Aunque, pensándolo
bien, a lo mejor les han hecho más daño a ustedes, eso el tiempo lo dirá.
sábado, 11 de junio de 2016
Incompatibilidades
He de
confesar que la primera vez que aquello aconteció, nadie en la familia le dio
demasiada importancia; es más, la mayoría nos lo tomamos a guasa. Pero cuando a
las pocas semanas volvió a ocurrir, mi padre empezó a mirar mal a mi madre y
los demás discutimos mientras buscábamos una explicación sensata al extraño suceso.
Ahora estamos intentando acostumbrarnos a que mi hermano pequeño se transforme
en conejo las noches de luna llena. Aunque lo cierto es que cada vez nos resulta
más difícil contener las ganas de atacarlo y merendárnoslo siendo, como somos,
una manada de lobos.
sábado, 16 de abril de 2016
Ultima voluntad
Lo recuerdo con claridad. Comencé a
arder el lunes a las ocho menos cuarto de la tarde mientras aguardaba en la
sala de espera de Madame Foucault, la pitonisa. La espontánea combustión se
inició en la cabeza, concretamente en el cogote, donde aún conservaba algunas
hebras de pelo. Ustedes pensarán que cualquiera en mi lugar habría saltado de
la silla y sofocado con diligencia y pocas dificultades aquel pequeño incendio.
Pero lo cierto, y confío en que me crean, es que la abrasadora sensación me
resultaba placentera en grado sumo. Así es que decidí dejarme quemar por
completo.
Hoy es viernes, son las cuatro y
veinte. Si no ocurre un imprevisto, calculo que para el domingo solo seré
cenizas. Que alguien le diga a mis hijos que ni se les ocurra lanzarlas al mar,
bastante porquería soporta ya el pobre.
sábado, 28 de noviembre de 2015
Billy
Me llamaba
William Bonney, aunque también me conocían como Henry McCarty. Decían que era
un criminal por haber acabado en Lincoln con el sheriff Brady, el malnacido que asesinó cobardemente a mi patrón en
una emboscada. Los que me conocieron saben que no fui nada de eso, tan sólo un chico
sencillo que en aquel instante pretendió hacer justicia, la misma justicia que un
juez, sobornado por los poderosos rancheros de Santa Fe, evitó impartir. Mi
madre me pidió hace siete años, antes de morir, que fuera un hombre
equilibrado, que hiciera el bien y me alejase del mal. Y siempre lo intenté,
juro por Dios que intenté ser sensato, mas esa voz martilleando mi cerebro suplicaba
a gritos que, al contrario de lo que ordenan los santos evangelios, nunca pusiera
la otra mejilla. Que luchase por lo que creía decente y no permitiera a nadie
abusar de mí ni de los míos.
El juez
Wallace fue otro traidor: primero me prometió indulgencia a cambio de
testificar en unos procesos. Sin embargo, decretó después mi arresto. Me vi
obligado a escapar para salvar el pellejo. Si luego me convertí en un vulgar cuatrero,
únicamente ese desgraciado tuvo la culpa.
Pusieron
precio a mi cabeza y necesité liquidar a varios tipos que imaginaban poder
conseguir esa pasta sin ningún tipo de sufrimiento. Al final me capturaron y
condenaron a muerte. Tuve mucha suerte al poder evadirme en vísperas de mi
ejecución.
Hoy, 14 de
julio de 1881, los pasquines y libelos de Nuevo México no publican más noticia
que la de mi muerte a manos de Patrick Garrett, el sheriff que hace años fue amigo y después de mi última fuga, que
costó la vida a dos de sus ayudantes, se obsesionó por atraparme. Se ha
equivocado de persona y para no admitirlo sostendrá su mentira, aunque estoy
seguro de que antes o después emprenderá de nuevo mi búsqueda. Lo lamento por
el miserable al que harán pasar por mi cadáver, pero en el fondo siento que es
un día maravilloso. Ha llegado el momento de cruzar la frontera de Texas y
comenzar otra existencia bajo distinto nombre.
Hoy ha
muerto Billy el Niño a la edad de 21 años. Todos deberíamos festejarlo. Yo, el
primero.
viernes, 30 de octubre de 2015
El cazador del cuento
A ese personaje secundario, al que
según la leyenda la malvada madrastra encargó que matase a Blancanieves y le
llevase su corazón en un cofrecillo como prueba del crimen, mucha gente ha
llegado a santificarlo. Pero no. Ya está bien. Es hora de contar la verdad, de
acabar con los fraudulentos mitos de los cuentos infantiles. Ese tipo era un
auténtico granuja, un psicópata, además de un incompetente supino.
Lo que sucedió en realidad es que
Blancanieves no era tan palurda como la pintan, y se olió la tostada. Sabía que
aquel malcarado individuo, con barba de varios días y una pestuza a sudor que
no se podía aguantar, no le acompañaba precisamente para coger florecillas
silvestres. Que lo más probable era que tramase violarla, venderla como esclava
sexual, matarla y vender sus órganos (todos menos el corazón, pero eso ella no
lo sospechaba). Como consecuencia, en un momento dado la princesa le despistó
diciendo que a través de la espesura del bosque acababa de ver un jabalí; el
idiota se lo tragó y fue a buscarlo. Hay que tener en cuenta que en aquella
época, en la que aún no existía la Organización Mundial de la Salud, un jabalí
era un jabalí y el hombre, que iba de sobrado por el encargo que le había hecho
la reina, sin saber que había sido elegido por descarte, casi, casi como plan
Z, pensó que podía cazar al puerco y luego beneficiarse a la doncella. Pero
cuando volvió, ésta ya había desaparecido.
El muy inútil tuvo sin embargo la
enorme suerte de que pasara por allí, en ese momento, el octavo enano, el enano
pedante, un capullo insufrible que como de costumbre se había escaqueado de su
trabajo en la mina y empezó a vacilar con supuestos conocimientos cinegéticos. Mientras
el enano soltaba el rollo, el cazador sacó un puñal y le rebanó el pescuezo.
Luego extrajo su corazón y se lo llevó a la reina, asegurando que era el de
Blancanieves.
sábado, 3 de octubre de 2015
El timo
Me
dejé estafar. En el anuncio decían que con aquellas gafas tan baratas vería con
claridad el interior de la gente, pero era una burda mentira. No solo la seguía
viendo vestida, sino que detectaba (a través del veloz aunque perceptible
movimiento de sus neuronas) cuál era su pensamiento. Como el de aquel policía
municipal, que al lado de la puerta de su propia casa multaba un coche bien
aparcado, solo porque era propiedad del amante de su mujer, a la que se estaría
beneficiando en aquel preciso momento. Como el de la camarera del bar, maldiciendo
al cliente que solo había dejado unos céntimos de propina cuando su sueldo no alcanzaba
para alimentar a su numerosa prole. Como el del ejecutivo del maletín, que
caminaba acobardado por la abultada suma de dinero contante y sonante que
transportaba. Como el de la rubia del escote que me crucé mirándome de soslayo,
tachándome de viejo sátiro. Como el de mi imagen en el espejo, que repite una y
otra vez «Eres un fracasado de mierda»
miércoles, 8 de julio de 2015
Crisis
Prison break - Weichuan Liu (China) http://lwc71.deviantart.com/
Últimamente, en la penitenciaría
reina el silencio. Los internos miran con recelo a los funcionarios, aunque también entre ellos andan buscando un culpable. Porque, como explicación más
plausible, solo encuentran la de que alguien haya estado vertiendo en la comida
una extraña droga. La intervención de los empleados de la cocina, principales
sospechosos, fue descartada tras haberlos sometido a agotadores interrogatorios,
polígrafo incluido. A pesar de eso, un representante de los vigilantes y otro de
los presos comprueban a diario que no se empleen ingredientes desconocidos en
el proceso culinario.
Nadie sabe cómo ni cuándo acabará
todo. Lo único incuestionable es que poco a poco los ánimos van caldeándose,
que si la situación persiste –y no hay indicios de solución a corto plazo- la
violencia hará acto de presencia más pronto que tarde. Y es que se hace insoportable permanecer
allí encerrado, sin poder soñar mientras duermes.
lunes, 1 de junio de 2015
El coleccionista
The dream collector - Hano Deckrsen (Brasil)
A mí, para
ser sincero, los coleccionistas me dan grima. Siempre los miro de reojo y
procuro mantenerme al margen. Jamás me atrevería a preguntar a ninguno de ellos
por su afición, ya que podrían contestarme o, lo que es peor, intentar explicarme
algo, entrar en concienzudos detalles sobre alguno de los apasionados productos
de los que hacen acopio y que, la verdad sea dicha, me importan un pito. No
entiendo cómo a nadie puede entusiasmarle observar lepidópteros muertos, vitolas
para habanos desaparecidos, chapas oxidadas de espumosos, monedas nigerianas,
escarabajos peloteros o estampillas de la Guayana Holandesa del período de
entreguerras. Pero, por favor, no me malinterpreten, eso no significa que un
servidor haya perdido el respeto por cualquier tipo y grado de excentricidad.
Considero y defiendo que cada cual es muy libre de elegir sus desequilibrios o
psicopatías. ¡Faltaría más!
Vengo a
decir todo esto porque hoy me he acordado de mi vecino de arriba. Era uno de
ellos, un coleccionista. Pero no uno cualquiera. Ese tipo era un crack. Porque
en lugar de objetos tangibles, el buen hombre se dedicaba a almacenar sonidos.
No, no estoy loco. Cada día era testigo de la extraordinaria y variopinta
colección de ruidos, gritos, lloros, silbidos, golpes, ronquidos, voces,
susurros, crujidos, músicas, gemidos, etcétera, que ese personaje acaparaba y
que no sé dónde guardaba, ni qué pinta tenían, por cierto.
A veces me
lo encontraba en el ascensor y comprobaba que le costaba dar los buenos días,
decir hola, adiós o hasta luego. Seguramente debía pensar que cada palabra que
salía de su boca es una pérdida, un sonido que huía y nunca más podría
recuperar. Yo lo entiendo, sé por fuentes serias y solventes que esa gente es
muy obsesiva, muy suya. Que no les gusta prestar ni compartir sus preciados
objetos de deseo. Son capaces de machacarte con una clase magistral sobre
cualquiera de ellos, pero lo que es compartir el más inútil y despreciable, eso
ni por asomo.
Tal vez por
esa misma razón, aquel sujeto se concentraba en disfrutar su colección en lo
que entendía que era la intimidad de su casa y en los momentos más inesperados.
Como cuando un domingo a las ocho de la mañana sacaba del baúl el estrépito de
una taladradora. Me imagino que, emocionado al contemplar, oler, palpar y
escuchar ese sonido, no reparaba en la delgadez de las paredes y los suelos. No
era consciente de que estaba compartiendo –verbo maldito como he dicho para
cualquier coleccionista- sus valiosos tesoros con extraños, ajenos además a su
sacrosanta afición. Igual ocurría algunas noches, cuando difundía los gemidos
del placer sexual de una pareja o unos ronquidos temiblemente estertóreos.
Nunca llegamos a saber si el habitante de la puerta catorce tenía un canario o
solo poseía el sonido de su canto, que amenizó tantos de nuestros amaneceres.
Me hubiera
gustado conocer un poco más a aquel taciturno personaje, no tanto por curiosear
en sus pertenencias como para poder ahora explicarme el cariño que
tenía a la palabra «Maldita», detrás de la cual saltó desde su ventana del
quinto piso.
martes, 14 de abril de 2015
ConsPIGación
Cuando me
dirigía al baño tras la siesta, percibí extraños cuchicheos provenientes del
salón. Me aproximé silenciosamente y asomé parte del rostro. Mientras se
revolcaba en el sofá, el cerdo vietnamita que tenemos por mascota decía a
alguien por teléfono:
—Tranquilo, no sospechan nada. Será esta misma noche.
¡Oink!
lunes, 30 de marzo de 2015
Desengaño
—Me aseguraste que cuidarías de mí,
que nunca me dejarías morir, que yo era tu cielo, tu sol y tus estrellas…
—Sabía que eras viejo y millonario,
pero no me imaginaba que fueses tan gilipollas, Mariano. Anda que…
lunes, 3 de noviembre de 2014
Oklahoma
Querido
mío:
Te echo de
menos cada día que pasa. Los negros vaticinios se han cumplido. Aquellos que
predijeron que nuestro idilio tenía los días contados, reirán ahora
satisfechos. Has desaparecido de mi vida como por arte de magia, sin avisar,
sin mostrar el más leve indicio de que lo harías.
Pero por
más que intento olvidar esta relación, no puedo. Recuerdo bien cómo se forjó
nuestra unión. Sucedió en China, desde donde todavía demasiado jóvenes y junto
a una muchedumbre de camaradas, fuimos embarcados sin contemplaciones rumbo a
Occidente.
Hasta que
me abandonaste, la persona que nos acogió siempre nos trató decentemente. A
cambio de un servicio poco laborioso, nos cuidó y procuró que permaneciésemos
juntos el mayor tiempo posible, respetando nuestra intimidad al proporcionarnos
un lugar oscuro donde compartir secretos y confidencias, donde amarnos en
silencio.
Ahora, sin
ti, me siento incompleto. Como si hubieses sido mi hermano siamés y después de
dividirnos te hubieras quedado la parte más importante, más sensible, de
nuestro corazón. Absorto por tu fuga, el dueño de nuestros cuerpos ha decidido
relegarme a un espacio diferente, lúgubre y habitado solo por almas solitarias,
donde imagino permaneceré en el olvido hasta que me encuentre otra pareja o
decida, sencillamente, deshacerse de algo tan inútil y desclasificado como yo.
Soy
consciente de la futilidad de estas tristes palabras, pero necesito reiterar que
te extraño, declarar al mundo que -porque te amo- yo también quisiera viajar a
Oklahoma, donde dicen que está el Edén de los Calcetines Desaparecidos.
Firmado: El
de rombos amarillos y púrpura del pie izquierdo
domingo, 26 de octubre de 2014
Lluvia inesperada
Fotografía: Cerise Doucède
A la hora
convenientemente anunciada por los medios, la población salió a las calles. Un
importante destacamento de la flota aérea más potente del mundo iba a agasajarles con regalos. Pero sobrevino la sorpresa general cuando, en lugar de las
necesarias cajas con alimentos y medicinas suspendidas de pequeños paracaídas,
comenzaron a llover globos azules. El firmamento se ocultó detrás de enormes
nubes de globos, que caían con lentitud sobre la totalidad del territorio. Y
dentro de cada uno de ellos, lo que parecía un billete de dólar. Los
receptores, a medida que atrapaban esas ligeras esferas, se apresuraban a
reventarlas para guardar su contenido e intentar conseguir más. Ignoraban que a
miles de kilómetros, los amos del universo se frotaban las manos sabiendo que podían
dejar de preocuparse por el llamado “virus de la isla”; con una inversión
ridícula acababan de inocular uno todavía más efectivo, que en cuestión de
horas terminaría con la vida de todos aquellos apestados.
viernes, 11 de julio de 2014
Inmortal
Es complicado vivir en un mundo
construido en tres dimensiones si te faltan dos de ellas. E imposible hacerte
comprender si careces de voz y sentimientos. Pero mientras no me tope con una
goma de borrar seré inmortal, discurrió el garabato que escapó del papel en el
que fue dibujado.
martes, 1 de julio de 2014
Invitación a cenar
Foto de Joe P. - http://500px.com/jopl
¿Champagne, vino, brandy? Creo que
el protocolo exige que sea vino, solo que… ¿blanco, rosado, tinto? Tinto, por
supuesto, pero ¿merlot, syrah, cabernet sauvignon, pinot noir?
La verdad es que al decir “Ya
traerás tú la bebida”, mi nuevo amigo el Conde Drácula me ha puesto en un incómodo
brete.
domingo, 29 de junio de 2014
Fauna
Foto de Gustavo Fernández - http://500px.com/Fluxcapphoto
Me costó convencer a la doctora de
que, pese a mi apariencia humana, soy un oso. Únicamente entró en razón cuando exhibí
mi hirsuto tórax y bramé como un poseso a cinco centímetros de su rostro. Pero
ignoraba que ella era una víbora; su inesperada mordedura provocó mi desmayo
fulminante.
martes, 24 de junio de 2014
Perdonen si les incomodo...
Tras despertar, la cucaracha se
desperezó con dificultad en aquel rincón de la angosta y oscura cueva que frecuentaba.
Enseguida advirtió que le faltaban las antenas y las alas, que había perdido
también un par de patas y su cuerpo, anteriormente membranoso, había crecido de
forma descomunal. Su limitado raciocinio le impidió comprender que -junto a
otros ejemplares de su especie- había mutado en persona, dando lugar en ese
preciso instante al principio del fin de la vida en este planeta.
miércoles, 4 de junio de 2014
La ingobernable energía
Synthesis - Andy Winn (http://500px.com/AndyWinn)
Mucho me temo que vienen a
rescatarme. A través de la oscuridad y el silencio soy capaz de distinguir cómo
descienden la escarpada ladera, cómo se aproximan. Consciente de haber incumplido
el juramento de no enamorarme, alegaré en mi descargo que desconocía la ingobernable
energía de la pasión. Están convencidos de poder salvarme, de que el regreso me
purificará. Pobres idiotas, ignoran que en este vientre crece ya la semilla de
un terrícola.
sábado, 31 de mayo de 2014
Tu idea y la mía
Imagen de Doug Weller
Suena
patético, pero estaba desesperado. Habían transcurrido un par de semanas sin
escribir media docena de renglones mínimamente coherentes. Dos semanas, una
eternidad. O bien la inspiración había muerto o se había trasladado a otro
cerebro. Tenía claro que si se suicidó o huyó, fue en cualquier caso por el
hastío que le provocó mi falta de talento. A través de la red, me dediqué a
ojear esas pequeñas noticias que suelen pasar desapercibidas en los medios, incluso
en los de menos alcance y edición extranjera, decidido a tropezarme con una
idea original que sirviera para forjar un nuevo relato. Llegué incluso a
conectar el televisor, creyendo que en algún instante una imagen o comentario
podría sugerirme algún tema no demasiado trillado. Pero todo fue en vano y mi
angustia crecía exponencialmente con el transcurrir de cada día yermo.
Hasta que una
noche desperté golpeado por una ocurrencia, ingeniosa aunque absurda, que a
partir de ese momento no se apartaría de mi mente. Desconozco la razón (o
sinrazón) que alumbró el despropósito de pedir ayuda a desconocidos. ¿Que cómo
se come eso? Sencillo de explicar, complicado de entender. Pensé en escribir
una misiva de auxilio que repartiría aleatoriamente entre un número determinado
de personas, un escrito en el que les rogaría que me enviasen por correo
electrónico, a un buzón creado al efecto, una oración con la que intentaría
comenzar un relato. Me comprometería a no utilizar su dirección de e-mail para
ningún otro fin y ofrecería, en compensación, remitirles el texto construido a
partir de sus palabras. La idea no tenía ni pies ni cabeza, podría haber extraído
la frase de cualquier libro o periódico, incluso haber escogido unas palabras pescadas al vuelo en la calle, mientras dos personas dialogan o alguien habla por
teléfono. Pero a medida que lo revisaba, el proyecto calaba más y más en mí,
mutando el desatino en un desafío irrenunciable.
Después de
madurar el plan, abrí una cuenta de Outlook, redacté la solicitud, imprimí 25 cartas
que introduje en sus respectivos sobres -sin remite ni destinatario- y me
dispuse a distribuirlas por la barriada. Como no deseaba conocer lo más mínimo
a los receptores, ni que ellos contasen con información mía, las fui
introduciendo al azar en los buzones de otras tantas viviendas, cada una de ellas
en una calle y edificio diferente.
De vuelta a
casa meditaba sobre la oportunidad de haber emprendido esa excéntrica aventura.
Ignoraba qué haría si no obtenía ninguna respuesta y me preguntaba también cómo
reaccionarían quienes llegasen a leer mi súplica. Como de costumbre, cuando
entré en el patio quise comprobar si tenía correspondencia. Encontré un sobre
blanco que enseguida relacioné con la propaganda electoral con la que los
partidos nos bombardean sin piedad en vísperas plebiscitarias como las que vivíamos.
Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando comencé a leer en el ascensor su
contenido. Impresa en un folio también blanco, aparecía la siguiente leyenda:
POR FAVOR, OS ENCAREZCO QUE NO DESTRUYÁIS
ESTA CARTA
SIN HABERLA LEÍDO ANTES
Mi nombre es R. Soy un aspirante a escritor, vecino
del barrio. Suelo redactar cuentos cortos, pero desde hace tiempo tengo un
problema: la imaginación parece haberse esfumado de mi vida. Y os aseguro que
la imaginación lo es todo en la literatura. Sin ideas no importa lo bien o mal
que escribas, eres un auténtico fracaso. Me siento deprimido y necesito
estímulo y ayuda. He pensado que algunos de vosotros podríais echarme una mano
tan solo prestándome unas palabras. Una frase de entre dos y diez vocablos, a
partir de la cual trataré de componer un relato. Si enviáis esa frase a mi
e-mail (relato.vecino@outlook.com), os contestaré tan pronto pueda con el
cuento que he escrito. En ningún caso almacenaré ni utilizaré para fines
distintos vuestra dirección electrónica; es más, cuando termine de contestar a
todos eliminaré esa cuenta de correo y con ella los mensajes que haya podido
cruzar con vosotros. Podéis estar seguros de ello. Gracias por leer esta nota y
por la colaboración, independientemente de la cual os deseo mucha suerte en
vuestras vidas.
Resulta que
había otro tipo en el barrio, con el que compartía inicial, afición y problema.
Un tipo con el que tal vez me había cruzado un montón de veces por la calle o
en el supermercado y que, precisamente ese día, había puesto también en
práctica el mismo disparatado plan. Era increíble, de locos.
Lo bien cierto
es que no me lo pensé dos veces para ofrecer al vecino la ayuda que yo también
precisaba. Me senté, encendí el ordenador, improvisé una brevísima frase y le
di a Enviar. Al cabo de una semana, recibí este relato, que comienza con mis
propias palabras: “Suena patético”.
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