Lo recuerdo con claridad. Comencé a
arder el lunes a las ocho menos cuarto de la tarde mientras aguardaba en la
sala de espera de Madame Foucault, la pitonisa. La espontánea combustión se
inició en la cabeza, concretamente en el cogote, donde aún conservaba algunas
hebras de pelo. Ustedes pensarán que cualquiera en mi lugar habría saltado de
la silla y sofocado con diligencia y pocas dificultades aquel pequeño incendio.
Pero lo cierto, y confío en que me crean, es que la abrasadora sensación me
resultaba placentera en grado sumo. Así es que decidí dejarme quemar por
completo.
Hoy es viernes, son las cuatro y
veinte. Si no ocurre un imprevisto, calculo que para el domingo solo seré
cenizas. Que alguien le diga a mis hijos que ni se les ocurra lanzarlas al mar,
bastante porquería soporta ya el pobre.
Me has hecho entrar en calor, con el frío intenso que hace por aquí. Y he reflexionado sobre las cenizas... a mi me gustaba el mar, pero está bien, mejor alimentar árboles y flores.
ResponderEliminarun abrazo (Cas)