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viernes, 23 de mayo de 2014

El corazón de Laila


Konzentrationslager Auschwitz - Yam Amir (http://500px.com/yamamir)


Recorrió conscientemente miles de kilómetros, desoyendo los consejos de sus médicos. Mas cuando llegó a Jerusalén, solo consiguió descargar ochenta y siete penosos años sobre sus rodillas mientras derramaba las lágrimas más amargas de su vida. En contra de lo que dictaba su cabeza, el sabio y longevo corazón de Laila suplicaba a gritos no traspasar las puertas del Yad Vashem[1].



[1] Yad Vashem: Museo del Holocausto, en Jerusalén.


martes, 10 de diciembre de 2013

Los amos del mundo



Es sorprendente que casi nadie se pregunte
por qué los amos del mundo no creen en Dios.
Alguien dirá y qué sabes tú, cernícalo.
Yo, como la mayoría, no conozco a esa gente
y no pienses que me arrepiento,
si bien no es necesario ser demasiado perspicaz
para comprender que solo creen en sí mismos
y en la riqueza que les proporciona su poder.
Aunque financien iglesias y sectas,
aunque promuevan fes y religiones
con sus severas leyes y su podrido dinero.
Nos necesitan dóciles, creyentes y piadosos,
pobres, ignorantes y cobardes.
Sus portavoces te prometen la gloria
solo si mueres miserablemente sometido,
humillado, ofendido, derrotado,
aunque satisfecho de sentirte un mártir.
No pequéis, exigen, no robéis
pero si robáis hacedlo entre vosotros,
ya os indicaremos cómo, a quién y cuánto.
No pequéis, ordenan, no matéis
pero si matáis que sea entre vosotros,
ya decretaremos dónde, a quién y cuándo.
Es curioso que casi nadie repare
en que los amos del mundo, esos canallas,
son los únicos y verdaderos dioses.
Hasta un puñetero cernícalo se daría cuenta.


jueves, 6 de junio de 2013

Vida y muerte de Fulano


Nunca sintió reparos en asegurar que no tenía miedo a morir porque había leído estudios médicos sobre experiencias cercanas a la muerte que demostraban, con poca cancha para la duda, que existía otra vida tras el bastidor del último suspiro. Y cada vez que lo mencionaba, ninguno de los presentes –muchos de ellos personas (en apariencia y al contrario de él) creyentes y profundamente fieles a su religión- dejaba de ocultar expresiones de asombro y desconfianza, eso cuando no iniciaban un airado ataque definiendo de absurdos e irracionales los argumentos empleados, que por otra parte y como hemos indicado no eran propios, sino de reconocidos científicos.

Pero pasó el tiempo y tanto él como sus conocidos fueron creciendo en años, en canas (aquellos que podían permitirse ese lujo) y en dolencias. Y entonces algunos que rememoraban sus palabras se atrevían a pensar “A lo mejor Fulano tenía razón…”, sin acabar de comprender, maldita sea, y perdonen ustedes la reiteración, que Fulano únicamente se había limitado a exponer hipótesis ajenas, conclusiones basadas en métodos de investigación empírico-analíticos.

A Fulano lo enterraron ayer. En su sepelio todavía hubo alguien que apostilló: “Pobrecillo, qué chasco se habrá llevado”.


Puedes  escuchar la narración de este microrrelato en la revista digital La Esfera Cultural:




jueves, 25 de abril de 2013

Obsequio mortal




Un buen día aquel extraño individuo, al que le faltaba una costilla y  que estaba unido por capricho divino a una mujer llamada Eva, que correteaba desnuda por el jardín y en ocasiones hablaba con serpientes, comenzó injustificadamente una exclusiva dieta de manzanas que mantendría toda su vida. A su primogénito lo nombró Caín, y en su decimoquinto cumpleaños le regaló una quijada de asno que éste empleó años después para golpear a su hermano menor hasta la muerte.



martes, 9 de abril de 2013

Nostalgia de los perdedores




Se entrenaban para estar muertos cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo de su condenada existencia. Aunque unos fuesen arrancados de las tetas de la madre para aprovechar la ternura de sus carnes, la mayoría eran esmeradamente adiestrados en las artes más prosaicas: comer, beber, copular, dormir…

Nunca conocieron la libertad, ni falta que les hizo. Los expertos aseguraban que constituían una de las especies más inteligentes, lo cual no evitó que poderosas religiones entrasen en juego para prohibir primero su comercio, su crianza después.

 ¡ Y pensar que a mí me gustaban hasta sus andares !


martes, 12 de marzo de 2013

De todo lo visible e invisible




El arcángel abordó a Dios en un callejón del cielo y le comentó, apesadumbrado, que no podía soportar más la carga de las enormes alas con las que había tenido la excelsa gracia de dotarle. Ese tremendo lastre le causaba unos dolores de espalda terribles, que a menudo se irradiaban a sus hombros y cuello. El Creador de todo lo visible e invisible respondió, con tono amable y dulce, que no había concebido aquel paraíso para que ninguna de sus criaturas sufriese sino, muy al contrario, para que todas allí fuesen eternamente felices, por lo que iba a solucionarlo de inmediato. Mientras el ser celestial sonreía aliviado, Dios chasqueó sus dedos y las alas comenzaron a desaparecer.

Últimas noticias:
Las autoridades mexicanas aún ignoran el origen e identidad del cadáver de una persona sin sexo, vestida apenas con una ligera túnica, que fue descubierto ayer en el desierto de San Rafael, en Coahuila. La ausencia total de huellas alrededor del cuerpo (a excepción de unas extrañas plumas que los biólogos están analizando) y el hallazgo de insólitas marcas en sus omóplatos, son circunstancias que contribuyen a alimentar aún más el misterio. Seguiremos informando.


lunes, 11 de marzo de 2013

Salvadores




Primero vinieron a visitarme los salvadores de patrias. Antes de que pudieran abrir la boca les dejé cristalinamente claro que yo tengo tres: el Mundo, el Fútbol Club Barcelona y mi familia. En cuanto al Mundo, les comenté, es evidente que no hay quien lo salve y si existiese ese superhéroe ya se encargarían los poderes fácticos de eliminarlo por la vía rápida. Respecto al Barça no necesita salvación, es precisamente ese equipo el que cada semana nos conmuta la pena del aburrimiento a los aficionados al balompié. Y por lo que atañe a la familia, que es mi única patria verdadera, nos vamos apañando, gracias. Estos vendedores de banderas y donantes de conflictos se miraron entre perplejos y contritos, me ofrecieron un panfletillo (que terminó en el cubo de la basura) y se largaron con viento fresco.

Luego aparecieron los salvadores de almas. Inmediatamente les rogué, en su calidad de especialistas, ayuda urgente para encontrar a la mía, que me había abandonado el miércoles de la semana anterior llevándose una maleta repleta de amores, odios, rencores, frustraciones, anhelos… Precisaba recuperar mi espíritu y todos sus sentimientos, pues ahora solo era un vagabundo sin memoria y con la mente plana. Pero no debían ser unos especialistas demasiado competentes, el único paliativo que me ofrecieron fue la tarjeta de su puñetera cofradía con un número de teléfono en el que aseguraban recibiría la asistencia anímica necesaria (tarjeta que por supuesto también acabó en la basura). Como vendedores de humo que eran, se desvanecieron silenciosamente.

Al cabo llegaron los salvadores de los salvadores. Me cayeron simpáticos desde el principio y les invité a pasar. Después de unos tragos no tuvieron reparos en confesar que ellos tampoco salvan a nadie de nada, pero que disfrutan esparciendo su mensaje de la trascendencia del individualismo, de la imprescindible deserción del rebaño, de la relevancia y significación de la diversidad y del formidable peligro del pensamiento único. ¡Estos sí eran buenos vendedores! Tan buenos eran que les compré su máquina de elaborar ideas, me arremangué y me puse a escribir este cuento.


domingo, 10 de marzo de 2013

Llamémosle Pérez



Es un mendigo más, un vagabundo más, otro indigente cualquiera. Es una persona muy mayor, que arrastra su patrimonio por las calles de la ciudad empacado en una desvencijada maleta de ruedas. He visto muchas veces a ese transeúnte habitual por los barrios del centro y siempre he estado tentado de hablarle. Hoy, ese prójimo ha aceptado charlar conmigo cuando le he ofrecido un bocadillo y un cartón de vino barato.

El señor Pérez, llamémosle así, me ha contado que nació en la aldea de un remoto y frío lugar de la meseta, un lugar sin pasado, sin presente y, por supuesto, sin futuro. Sus padres explotaban (espero que los  verdaderos explotadores no se enojen si utilizo ese vocablo) una pequeña granja de animales; no vivían, simplemente sobrevivían y a muy durísimas penas. Pérez solo pudo asistir unos pocos años a la escuela, en la que, además de los números y las letras, le inculcaron una rudimentaria educación religiosa. Pero el señor Pérez me asegura que si hubiese un Dios y ese Dios fuese justo, no podría haber pronunciado esa frase que le atribuyen, más propia del presidente de la patronal, esa que dice “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Porque, argumenta, hay mucha gente que acapara demasiado pan, más del que nunca podrá consumir, sin haber transpirado una puñetera gota en su regalada vida, gente que se sabe aprovechar, ¡y cómo!, de las transpiraciones ajenas. Al propio tiempo existen cientos de millones de personas que, por más que suden y se esfuercen, incluso por mucho que recen, jamás alcanzarán a obtener una insignificante y dura migaja. Según Pérez, si hubiese un Dios y ese Dios fuese justo, premiaría a los buenos y castigaría a los malos precisamente en esta vida, no en la hipotética que ha (o no) de venir. Y dice que eso es lo que todos los poderosos desean que los pueblos crean: que cuanto más suframos ahora, cuanto más dolor nos dejemos infligir, más ración de gloria nos tocará después de muertos.

A raíz de la inesperada muerte de su padre, Pérez abandonó el colegio. Su madre, muy enferma, necesitaba ayuda y él era el único hijo del matrimonio, el gran heredero de la ingente miseria familiar. Se afanó lo indecible en sustituir el trabajo de su progenitor mientras vivió su madre,  apenas unos años más. Después, decidió vender los pocos animales que le quedaban y emigró a la gran ciudad.

Si bien ese hombre, al que denominamos Pérez, reconoce que es un ignorante en cuestiones políticas, lo cual interpreta como una bendición, también afirma que nunca le ha gustado el sistema y que al sistema nunca le ha gustado él. Me ha comentado que, cuando llegó a la capital, se empleó en el comercio de un tío suyo como recadero y asistente, pero, tras una década de solemne fidelidad a cambio de exigua comida e incómodo catre en un recóndito rincón de la trastienda, a la muerte del viejo sus primos le dieron boleta.

El sinsabor del abuso y la injusticia hizo mella en el joven Pérez, que juró por su vida no volver a trabajar para nadie más. Si sus propios familiares le habían tratado peor que a un perro, odiaba imaginar qué tipo de consideraciones tendría contra él cualquier desconocido.

Con los pocos ahorros que guardaba inició una serie de pequeños trapicheos, comprando y revendiendo artículos usados y baratijas con ganancias raquíticas, ínfimas, despreciables. Hasta que hace unos años las autoridades empezaron a perseguir el mercadeo ambulante ilegal (o sea, el que no pasa por la santa Caja Municipal y por ello carece del sagrado Permiso Administrativo urbi et orbi con sus doce timbres y siete autorizaciones), Pérez fue un popular buhonero, asiduo de los rastros itinerantes y del cambalache encubierto. Igual te vendía una radio estropeada que un vetusto disco de Eydie Gorme y Los Panchos o un grifo de segunda mano para el lavabo o el bidet. Aunque malvivía, se sentía libre y, sobre todo, dichoso por no permitir que nadie se lucrara a su costa. Pero cuando la policía empezó a empapelar a los vendedores furtivos como él, que tantos y tan graves perjuicios ocasionan a la balanza de pagos nacional, tuvo que abandonar la actividad y su vida se vino abajo.

Desde entonces, el ser humano al que llamamos Pérez carga a todas partes con su artrosis y su maleta llena de recuerdos y trastos, viviendo de la caridad. Sostiene que los que más comparten son los que disponen de menos medios, que hay personas maravillosas en el flanco oscuro de la sociedad, en ese lado menos cool, que solo aparece en la sección de sucesos de los noticieros y jamás en los glamourosos reality-shows. El inframundo de los desamparados, los solitarios y los olvidados. El gran ejército de los condenados, que ojalá en la otra vida (si existe y porque en ésta es ya imposible) alcancen el pedazo de gloria que alguien, algún día y por interesados motivos, les prometió.


Cuestión de dogmas



Poseo la prueba definitiva e irrefutable de la inexistencia de Dios. Sin embargo, no me arriesgaré a divulgarla; estoy convencido de que el Diablo tomaría duras represalias.