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domingo, 12 de julio de 2015

¿Sabe usted?




¿Dónde dice usted que vamos? ¿Al Hilton? ¡Ah! Buen hotel debe ser ese, sí señor. No crea, que aunque soy de Carabanchel y vivo allí, a mí lo que de verdad me habría gustado es ser italiano y cantante de ópera, ¿sabe usted? Pero no un cantante cualquiera, un tenor famoso, claro que sí. Tendría una villa en Capri y cuando no estuviera viajando de aquí para allá en mi jet, dando recitales e interpretando a Verdi, Rossini o Puccini (a mí es que los franceses y alemanes no me gustan, ¿sabe usted?), me recluiría en mi mansión recibiendo amigos y practicando submarinismo en una cala privada. Porque todo el mundo asegura que tengo una voz prodigiosa, fíjese que hasta Puri, mi mujer, lo dice, aunque me haya prohibido cantar en el taxi. Según ella, si me pilla un municipal entonando un do de pecho podría empapelarme con una multa de órdago. Yo he repasado mil veces el código de circulación y no he encontrado ningún artículo que lo ponga. Un día le he de preguntar a un agente, a ver qué me cuenta. De todas formas la parienta es muy estricta, y si se entera de que mezclo obligación y devoción es ella la que me canta, pero las cuarenta en bastos, ¿sabe usted? Por eso me tengo que conformar con escuchar cedés para repasar y aprenderme los solos más famosos de la lírica italiana. Igual no se lo cree usted, pero ya he memorizado por lo menos siete arias. ¡Ah! ¡Qué lástima no ser italiano ni saber solfeo! Pero de oído interpreto bien, se lo juro. Imagínese un cartel en la Scala de Milán o en la Ópera de París: «Tosca. Con Renée Fleming y Luigi Marrone». Primero, porque la Fleming además de cantar como los ángeles, es guapa, la condenada. Le tiene un parecido a mi Puri, tanto que a veces le gasto bromas diciéndole «venga, Renée, vamos a cantar un dueto», pero solo consigo que se mosquee conmigo y me mande a freír espárragos, ¿sabe usted? Y luego, lo de Luigi Marrone es porque yo me llamo Luis Castaño y en italiano Luis es Luigi y Castaño, Marrone, ¿a que ahora sí que lo entiende? Natural. Pues eso, imagínese a la Fleming y al Marrone (un servidor) allí en el escenario, atacando esas excepcionales piezas de Puccini. Éxito aclamador. Diez tandas de aplausos. Las mejores críticas. Ramos de rosas a punta de pala. Entrevistas para todas las televisiones nacionales e internacionales. Una locura. El despiporren. Últimamente mis hijos insisten en que estoy obsesionado con esta «manía» (como lo llaman ellos), que me apunte al coro de la parroquia o vaya a un psicólogo antes de que me vuelva majareta del todo; pero yo les digo que me dejen en paz, que soñar es gratis y no hago daño a nadie. De momento ningún vecino se ha quejado porque ensaye en casa, pues será porque no lo hago tan mal ¿no cree usted? Yo les contesto que los únicos que necesitan un médico son ellos, que sí están pero que muy emparrados con el teléfono móvil, el feisbuk, el tuiter y todas esas pamplinas de ahora, ¿sabe usted? Que se dediquen a estudiar y no me den el coñazo. Y es que uno no tiene la culpa de haber nacido en el lugar equivocado, a ver si hay suerte y es verdad eso de la reencarnación y la próxima vez aparezco en el Piamonte, en Lombardía o en el Véneto. Por cierto, ¿dónde me ha dicho usted que vamos? Ah, sí, al Hilton. Perdone, es que se me ha ido el santo al cielo, estaba pensando en que me habría gustado ser italiano y cantante de ópera, ¿sabe usted?


miércoles, 15 de octubre de 2014

Lírica in extremis



Steampunk sax - Darkshines42 (http://darkshines42.deviantart.com/)

Siempre fue devota de las metáforas. Recuerdo claramente sus palabras antes de abandonarme: “Eres tan patético como un viejo saxo sin el músico capaz de sacarle alguna nota”


miércoles, 12 de marzo de 2014

El ocaso del crooner



Son cerca de las dos de la mañana en Las Vegas y Bobby Martino está llorando. Llora sentado frente al iluminado espejo, en un pequeño camerino del Four Aces Casino. Al lado de una botella vacía de JB y un cenicero repleto de colillas. Vestido de riguroso smoking, su número será presentado dentro de pocos minutos. Pero Bobby sabe que está acabado, presiente que su vida ha sido un completo fracaso. Exceptuando, por supuesto, aquellas temporadas en las que recorrió el país con las big bands de Vinnie Gilmore y Paul Roswell. Entonces, las emisoras de radio y televisión se lo rifaban; grabó el álbum titulado “Clown’s Tears” –vaya ironía-, que fue éxito de ventas en la primavera del 64 y del cual sigue recibiendo de forma esporádica algún insignificante royalty. Su voz era prodigiosa, los entendidos llegaron a compararle con Frank Sinatra y Tony Bennett. Aunque hace tanto tiempo de eso…

Ahora, con cuarenta y dos años, transporta el hígado y los pulmones de un anciano. Tras dilapidar una pequeña fortuna ha de conformarse con cantar, acompañado por un miserable teclado electrónico, ante cuatro borrachos de su misma guisa a unas horas sencillamente indecentes. Y aún así, ha de estar agradecido a su viejo amigo Regis Farina, el dueño del casino. Nadie en sus cabales le habría contratado, la decadencia del crooner es más que palpable. Ha necesitado renunciar a temas algo exigentes, un repaso a su actual repertorio provocaría arcadas a cualquier principiante.

Tuvo tres esposas y cinco hijos, de los que no sabe nada. Renunció al amor tras el último divorcio. Ahora escoge, como compañía eventual, pedazos de carne con el talento de zorras veteranas y analfabetas. No necesita nada más. Jóvenes guapas y cariñosas, obsesionadas por salir sonriendo y luciendo escote junto a un muerto viviente en las fotos que suelen publicar todos esos semanarios para gente ociosa y descerebrada.

Bobby se enjuga las lágrimas con la manga y, como ha venido haciendo durante las dos últimas semanas, saca de su bolsillo un viejo dólar de plata. Si al lanzarlo aparece cara, saldrá al escenario para continuar exhibiendo su patética decrepitud. Si es cruz se acercará al abrigo, extraerá el revólver y hará feliz a Brenda, su pareja actual, que podrá ofrecer entrevistas exclusivas sobre los horrores de la convivencia de una sencilla muchacha de Ohio con un cantante lascivo, alcohólico y suicida. La única diferencia es que esta vez ha decidido no hacer trampas.


lunes, 23 de septiembre de 2013

El viejo músico





El viejo músico se queda mirando, pasmado, la portada de ese antiguo disco de vinilo en la que aparecen sonriendo un hombre blanco y otro de color. El primero de ellos sujeta una trompeta, el segundo un saxo. El fan, que adora esa grabación y se moría por un autógrafo, desconocía que su ídolo, con el brazo derecho paralizado y la mente en otro universo, baila el último vals sobre la silla de ruedas que conducen las enfermeras de un geriátrico en un apartado pueblo del medio oeste. El artista sigue observando en silencio la cubierta de esa joya imperecedera y comienza a acariciar con su mano izquierda el que hace décadas fue su propio rostro. En la otra, en la mano muerta, los dedos resucitan un instante: sus yemas tamborilean sobre el pantalón del pijama, como si quisieran pulsar unos pistones invisibles. De repente gira la cabeza y, dirigiéndose a su admirador, le pregunta: “¿Dónde está mi trompeta, Harry?”. El visitante, que ni se llama Harry ni tiene la más remota idea del paradero del instrumento aunque daría todo lo que posee por averiguarlo, no consigue reprimir una lágrima. Con la voz entrecortada le responde: “Mañana te la traigo, Buck”. Entonces el anciano sonríe, tal y como hacía el joven de la foto cincuenta y cinco años atrás. El buen samaritano le abraza y se aleja apesadumbrado. Sabe cabalmente que dentro de diez minutos Buck ya no recordará nada.


lunes, 5 de agosto de 2013

Blue




Excepto el barman, que seca los vasos en silencio al otro lado del mostrador, ya no queda nadie más en el club. En un rincón, mientras desgrana en su saxo las notas de una triste balada con el deje más hiriente que se pueda imaginar, el solista afloja unas lágrimas. Escribió ese tema para el gran amor de su vida, la mujer que traicionó todos sus sueños pero a la que, sin embargo, aún quiere y añora. Vibran, la caña en su boca y el corazón en su pecho. Finalmente, la melodía se desvanece como el hielo en un desierto. Como el estertor de un moribundo. Como un alma rota en un callejón sin salida.


domingo, 28 de julio de 2013

Mi Rat Pack (1)




Me llamo Frank y en mi casa tengo el nuevo y actualizado Rat Pack. Mi gato se llama Martin, es blanco con una mancha oscura en forma de pajarita bajo el cuello. Es un felino seductor, que maúlla y ronronea tentadoramente a las hembras que recorren el tejado. Por otro lado, a mi perro le puse Sammy; lo encontré un día sentado a la salida de casa, como esperando que me hiciese cargo de él. Es negro y tampoco pertenece a ninguna raza cotizada, más bien parece un vulgar chucho callejero, pero enseguida me robó el corazón con sus zalamerías. Al pobre le faltaba el ojo izquierdo, es posible que un gamberro se lo sacara de una paliza. El veterinario le colocó en el hueco uno de cristal, de ahí su apelativo.

Lo alucinante de Sammy es que en multitud de ocasiones se planta delante, mirándome fijamente. Entonces observo en su ojo sano mi reflejo pero en el de cristal se reproducen imágenes de esas actividades que aparco de forma indefinida y que debería haber hecho o estar haciendo en ese momento: visitar a mis padres o a un amigo enfermo, pintar el salón, escribir una carta a mi hermana que vive en un lejano país, reparar los desagües, reemprender la escritura de la novela que empecé hace años y duerme en un cajón, invitar a los vecinos a una barbacoa, volver a colaborar con aquella organización humanitaria, telefonear a Grace y hacer las paces… Es como si el ojo de cristal de Sammy intentase convencerme con sus películas de ficción que valore y emplee mi vida,  que no malgaste el tiempo en idioteces. Que hay personas que me quieren, tal vez que me necesitan, y todavía confían en mí.

Cualquier día de estos me pillará en la hora tonta y atenderé alguna de las súplicas de Sammy. Mientras tanto, seguiré viviendo “a mi manera”.

(1) Rat Pack (Pandilla de ratas) fue el nombre con el que se conoció a un grupo de actores y músicos estadounidenses que, reunidos como amigos, se generó alrededor primero de Humphrey Bogart y, a su muerte, alrededor de Frank Sinatra, y que trabajaron juntos en películas, conciertos, espectáculos, incluso en eventos políticos. Activo entre mediados de la década de 1950 y mediados de la de 1960, sus miembros más conocidos fueron, aparte de Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop, como núcleo principal.


domingo, 9 de junio de 2013

En clave de jazz



El flechazo nació en el escenario. La cantante se prendó de aquel tipo del bigotito que, luciendo un clavel blanco en la solapa de su oscuro traje a rayas, bebía y le sonreía desde el mostrador a través del velo que tejía el humo de los cigarros. Por su aspecto cualquiera hubiera opinado que se trataba de un granuja, de un perdonavidas, pero la muñeca del micrófono lo presintió como un magnífico rayo de sol que traspasaba los tristes nubarrones de su existencia para iluminar su alma, como la invitación a proyectar algún futuro sobre los cimientos de varios terremotos. Sin apartar la vista de aquellos fascinantes ojos, atacó el tema Let’s fall in love con tal ímpetu que la entusiasmada concurrencia moderó sus caladas, apartó los labios de las copas y en ciertos instantes incluso contuvo la respiración.

Let's fall in love,
Why shouldn't we fall in love?
Our hearts are made of it, let's take a chance.
Why be afraid of it…

Cuando terminó la canción la joven se acercó pausadamente al hombre. Éste, tras acomodar la flor en su pelo, le susurró unas misteriosas palabras al oído, se puso el sombrero y se largó, desatando así la enésima tormenta en un corazón resquebrajado.




sábado, 1 de junio de 2013

Bakalao ! (2.0)



El hortera del descapotable negro que circulaba por el centro de Madrid vomitando un ruido infernal (denominar ‘música’ a aquel sonido deleznable constituiría -culturalmente hablando- un sacrilegio), se detuvo en un semáforo de la Gran Vía observando con placer desafiante cómo la mayoría de los transeúntes le dirigía miradas de asco y reprobación. De repente se hizo una enorme sombra alrededor del vehículo y el jovenzuelo elevó la vista al cielo; a unos doscientos metros de altura, justo en su vertical, se cernía en inexplicable silencio una mastodóntica y extraña aeronave, que en cuestión de décimas de segundo succionó por su ombligo automóvil y ocupante, para desaparecer acto seguido a una velocidad supersónica. La gente, una vez repuesta del lógico sobresalto inicial, prorrumpió en espontánea ovación y luego reanudó su marcha.


viernes, 31 de mayo de 2013

Bakalao ! (1.0)




El hortera del descapotable negro que circulaba por Madrid vomitando un ruido infernal (llamar ‘música’ a aquel sonido deleznable constituiría -culturalmente hablando- un sacrilegio), se detuvo en un semáforo de la Gran Vía observando con placer desafiante cómo la mayoría de los transeúntes le dirigía miradas de asco y reprobación. De repente se bajó una de las ventanillas traseras del elegante coche parado a su lado, por la que asomó un tipo canoso y trajeado, con aspecto de monarca, que le gritó: “¿Pog qué no te callas?”



viernes, 15 de marzo de 2013

Mozart, el mono






Toca jotas, señorito; y toca tangos, boleros, y cha-cha-chás…  Se lo juro, señorito. Este mono es mú listo y zalamero. Me lo trajo una parienta de Gibraltar y mi marío con mucha pacencia, señorito, le enseñó a tocar el pianico. Ahí que se iban los dos con la cabra tós los días mú temprano a ganarse unos duros pa comer. Pero primero se nos fue la cabra, señorito, cogió una pulmonía, y después a mi Juan le dio un telele y criando malvas está el pobre. Cómpreme el mono, señorito, no se arrepentirá. Verá qué contentos se ponen sus niños.



miércoles, 13 de marzo de 2013

I'm your man




Callada, descuidadamente ataviada y con el cadencioso ritmo de una vieja balada de Leonard Cohen, la mujer madura deambula por el barrio de bar en bar. Dicen que bebe para olvidar a su marido, el cual la abandonó por oscuras razones. Cuando la observo, sus afligidos ojos me revelan que el cabrón era un insolvente sentimental, que la dejó porque no toleraba que ella le amase tanto. Hay individuos que aborrecen las deudas intangibles, que son por cierto las deudas más cardinales y ese sujeto, al que no conozco pero me gustaría partir la cara, debía sufrir un déficit irreparable.

Cada vez que me cruzo con esa mujer, y sostengo lo de cada vez, me asaltan unos instintivos deseos de abrazarla entrañablemente e intentar transmitirle que hay cariño más allá de las rupturas, que existe vida después del desamor y que algún día, porque lo necesita y porque se lo merece, encontrará un compañero que le dirá, como hace cantando Leonard Cohen, “I’m your man”.


domingo, 10 de marzo de 2013

Jazzesinato



Finalmente, la policía dedujo que había sido el trompetista negro quien esa madrugada arrancó el alma a una dulce balada titulada My Funny Valentine. Ni el abigarrado atuendo, ni los ostentosos abalorios que lucía el afroamericano consiguieron desorientar al perspicaz detective, que pronto descubrió la ceguera que el bandman ocultaba tras unas oscuras lentes. “Hermano, ¿de veras pensaste en algún momento que el mero hecho de exhibir ante ti una partitura serviría para despistarnos? Quedas detenido y desde este momento tienes derecho a permanecer en silencio”; y olvidando por un instante su minusvalía, señaló la vieja trompeta plateada para añadir fríamente: “Cualquier nota que emita ese instrumento podrá ser utilizada en tu contra”.


El sueño de Helen More



Cuando despertó, el revólver todavía estaba allí.
Helen había vuelto a soñar que Lee le traicionaba sin cesar con otras mujeres, que nació infiel, vivía infiel y merecía morir siendo infiel y no de otra forma.
Introdujo el arma en su bolso, se puso el abrigo y salió a la fría noche de New York. El taxi no tardó en llegar al Slug’s, donde el portero, al reconocerla, le franqueó el paso. Lee, entre pase y pase, estaba en la barra fumando y apurando una copa, mientras comentaba amenamente a unos admiradores la historia del tema “Lover Man” con el que había concluido su anterior actuación. Helen se acercó, sin mediar palabra apartó a los demás tertulianos y descerrajó un certero tiro sobre su hombre. Cuando Lee cayó al suelo Helen soltó el arma, se arrodilló ante él y con lágrimas en sus ojos le susurró: “Esto ha sido por nuestro bien, Lee. Te lo juro, lo he hecho porque te amo”.

LEE MORGAN (10.07.1938 – 19.02.1972) - In Memoriam

Edward Lee Morgan fue uno de los más talentosos trompetistas de la historia del jazz. Nacido en Filadelfia el 10 de julio de 1938, fue asesinado por su  pareja de hecho Helen More el día 19 de febrero de 1972. Solo tenía treinta y tres años de edad. Helen, trece años mayor, le disparó mortalmente en el interior del Slugs’ Saloon (situado en el East Village de Manhattan), donde estaba actuando, por una cuestión de celos. Lee murió desangrado mientras esperaba la llegada de un servicio de ambulancia reacio a entrar en aquel peligroso barrio.
Helen fue ingresada en un sanatorio mental y murió de un ataque cardíaco en 1996.