¿Dónde dice usted que vamos? ¿Al
Hilton? ¡Ah! Buen hotel debe ser ese, sí señor. No crea, que aunque soy de
Carabanchel y vivo allí, a mí lo que de verdad me habría gustado es ser
italiano y cantante de ópera, ¿sabe usted? Pero no un cantante cualquiera, un
tenor famoso, claro que sí. Tendría una villa en Capri y cuando no estuviera
viajando de aquí para allá en mi jet, dando recitales e interpretando a Verdi,
Rossini o Puccini (a mí es que los franceses y alemanes no me gustan, ¿sabe
usted?), me recluiría en mi mansión recibiendo amigos y practicando submarinismo
en una cala privada. Porque todo el mundo asegura que tengo una voz prodigiosa,
fíjese que hasta Puri, mi mujer, lo dice, aunque me haya prohibido cantar en
el taxi. Según ella, si me pilla un municipal entonando un do de pecho podría empapelarme
con una multa de órdago. Yo he repasado mil veces el código de circulación y no
he encontrado ningún artículo que lo ponga. Un día le he de preguntar a un
agente, a ver qué me cuenta. De todas formas la parienta es muy
estricta, y si se entera de que mezclo obligación y devoción es ella la que me
canta, pero las cuarenta en bastos, ¿sabe usted? Por eso me tengo que conformar
con escuchar cedés para repasar y aprenderme los solos más famosos de la lírica italiana. Igual no se lo cree usted, pero ya he memorizado por lo
menos siete arias. ¡Ah! ¡Qué lástima no ser italiano ni saber solfeo! Pero de
oído interpreto bien, se lo juro. Imagínese un cartel en la Scala de Milán o
en la Ópera de París: «Tosca. Con Renée Fleming y Luigi Marrone». Primero,
porque la Fleming además de cantar como los ángeles, es guapa, la condenada. Le
tiene un parecido a mi Puri, tanto que a veces le gasto bromas diciéndole
«venga, Renée, vamos a cantar un dueto», pero solo consigo que se mosquee conmigo
y me mande a freír espárragos, ¿sabe usted? Y luego, lo de Luigi Marrone es
porque yo me llamo Luis Castaño y en italiano Luis es Luigi y Castaño, Marrone,
¿a que ahora sí que lo entiende? Natural. Pues eso, imagínese a la Fleming y al
Marrone (un servidor) allí en el escenario, atacando esas excepcionales piezas
de Puccini. Éxito aclamador. Diez tandas de aplausos. Las mejores críticas. Ramos de rosas a punta de
pala. Entrevistas para todas las televisiones nacionales e internacionales. Una
locura. El despiporren. Últimamente mis hijos insisten en que estoy obsesionado
con esta «manía» (como lo llaman ellos), que me apunte al coro de la parroquia
o vaya a un psicólogo antes de que me vuelva majareta del todo; pero yo les
digo que me dejen en paz, que soñar es gratis y no hago daño a nadie. De
momento ningún vecino se ha quejado porque ensaye en casa, pues será porque no
lo hago tan mal ¿no cree usted? Yo les contesto que los únicos que necesitan un médico son ellos, que sí están pero que muy emparrados con el teléfono
móvil, el feisbuk, el tuiter y todas esas pamplinas de ahora, ¿sabe usted? Que
se dediquen a estudiar y no me den el coñazo. Y es que uno no tiene la culpa de
haber nacido en el lugar equivocado, a ver si hay suerte y es verdad eso de la
reencarnación y la próxima vez aparezco en el Piamonte, en Lombardía o en el
Véneto. Por cierto, ¿dónde me ha dicho usted que vamos? Ah, sí, al Hilton.
Perdone, es que se me ha ido el santo al cielo, estaba pensando en que me
habría gustado ser italiano y cantante de ópera, ¿sabe usted?
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domingo, 12 de julio de 2015
miércoles, 15 de octubre de 2014
Lírica in extremis
Steampunk sax - Darkshines42 (http://darkshines42.deviantart.com/)
Siempre
fue devota de las metáforas. Recuerdo claramente sus palabras antes de
abandonarme: “Eres tan patético como un viejo saxo sin el músico capaz de
sacarle alguna nota”
miércoles, 12 de marzo de 2014
El ocaso del crooner
Son cerca de las dos de la mañana
en Las Vegas y Bobby Martino está llorando. Llora sentado frente al iluminado
espejo, en un pequeño camerino del Four Aces
Casino. Al lado de una botella vacía de JB y un cenicero repleto de
colillas. Vestido de riguroso smoking, su número será presentado dentro de pocos
minutos. Pero Bobby sabe que está acabado, presiente que su vida ha sido un
completo fracaso. Exceptuando, por supuesto, aquellas temporadas en las que recorrió
el país con las big bands de Vinnie
Gilmore y Paul Roswell. Entonces, las emisoras de radio y televisión se lo
rifaban; grabó el álbum titulado “Clown’s
Tears” –vaya ironía-, que fue éxito de ventas en la primavera del 64 y del
cual sigue recibiendo de forma esporádica algún insignificante royalty. Su voz
era prodigiosa, los entendidos llegaron a compararle con Frank Sinatra y Tony
Bennett. Aunque hace tanto tiempo de eso…
Ahora, con cuarenta y dos años, transporta
el hígado y los pulmones de un anciano. Tras dilapidar una pequeña fortuna ha
de conformarse con cantar, acompañado por un miserable teclado electrónico, ante
cuatro borrachos de su misma guisa a unas horas sencillamente indecentes. Y aún
así, ha de estar agradecido a su viejo amigo Regis Farina, el dueño del casino.
Nadie en sus cabales le habría contratado, la decadencia del crooner es más que palpable. Ha necesitado
renunciar a temas algo exigentes, un repaso a su actual repertorio provocaría arcadas
a cualquier principiante.
Tuvo tres esposas y cinco hijos, de
los que no sabe nada. Renunció al amor tras el último divorcio. Ahora escoge,
como compañía eventual, pedazos de carne con el talento de zorras veteranas y analfabetas.
No necesita nada más. Jóvenes guapas y cariñosas, obsesionadas por salir sonriendo
y luciendo escote junto a un muerto viviente en las fotos que suelen publicar
todos esos semanarios para gente ociosa y descerebrada.
Bobby
se enjuga las lágrimas con la manga y, como ha venido haciendo durante las dos últimas
semanas, saca de su bolsillo un viejo dólar de plata. Si al lanzarlo aparece
cara, saldrá al escenario para continuar exhibiendo su patética decrepitud. Si es
cruz se acercará al abrigo, extraerá el revólver y hará feliz a Brenda, su pareja
actual, que podrá ofrecer entrevistas exclusivas sobre los horrores de la convivencia
de una sencilla muchacha de Ohio con un cantante lascivo, alcohólico y suicida.
La única diferencia es que esta vez ha decidido no hacer trampas.
lunes, 23 de septiembre de 2013
El viejo músico
El
viejo músico se queda mirando, pasmado, la portada de ese antiguo disco de
vinilo en la que aparecen sonriendo un hombre blanco y otro de color. El
primero de ellos sujeta una trompeta, el segundo un saxo. El fan, que adora esa
grabación y se moría por un autógrafo, desconocía que su ídolo, con el brazo
derecho paralizado y la mente en otro universo, baila el último vals sobre la
silla de ruedas que conducen las enfermeras de un geriátrico en un apartado
pueblo del medio oeste. El artista sigue observando en silencio la cubierta de
esa joya imperecedera y comienza a acariciar con su mano izquierda el que hace
décadas fue su propio rostro. En la otra, en la mano muerta, los dedos
resucitan un instante: sus yemas tamborilean sobre el pantalón del pijama, como
si quisieran pulsar unos pistones invisibles. De repente gira la cabeza y,
dirigiéndose a su admirador, le pregunta: “¿Dónde
está mi trompeta, Harry?”. El visitante, que ni se llama Harry ni tiene la
más remota idea del paradero del instrumento aunque daría todo lo que posee por
averiguarlo, no consigue reprimir una lágrima. Con la voz entrecortada le
responde: “Mañana te la traigo, Buck”.
Entonces el anciano sonríe, tal y como hacía el joven de la foto cincuenta y
cinco años atrás. El buen samaritano le abraza y se aleja apesadumbrado. Sabe
cabalmente que dentro de diez minutos Buck ya no recordará nada.
lunes, 5 de agosto de 2013
Blue
Excepto el barman, que seca los
vasos en silencio al otro lado del mostrador, ya no queda nadie más en el club.
En un rincón, mientras desgrana en su saxo las notas de una triste balada con el
deje más hiriente que se pueda imaginar, el solista afloja unas lágrimas. Escribió
ese tema para el gran amor de su vida, la mujer que traicionó todos sus sueños
pero a la que, sin embargo, aún quiere y añora. Vibran, la caña en su boca y el
corazón en su pecho. Finalmente, la melodía se desvanece como el hielo en un
desierto. Como el estertor de un moribundo. Como un alma rota en un callejón
sin salida.
domingo, 28 de julio de 2013
Mi Rat Pack (1)
Me llamo Frank y en mi casa tengo
el nuevo y actualizado Rat Pack. Mi gato se llama Martin, es blanco con una
mancha oscura en forma de pajarita bajo el cuello. Es un felino seductor, que maúlla
y ronronea tentadoramente a las hembras que recorren el tejado. Por otro lado,
a mi perro le puse Sammy; lo encontré un día sentado a la salida de casa, como
esperando que me hiciese cargo de él. Es negro y tampoco pertenece a ninguna
raza cotizada, más bien parece un vulgar chucho callejero, pero enseguida me
robó el corazón con sus zalamerías. Al pobre le faltaba el ojo izquierdo, es
posible que un gamberro se lo sacara de una paliza. El veterinario le colocó en
el hueco uno de cristal, de ahí su apelativo.
Lo alucinante de Sammy es que en
multitud de ocasiones se planta delante, mirándome fijamente. Entonces observo
en su ojo sano mi reflejo pero en el de cristal se reproducen imágenes de esas
actividades que aparco de forma indefinida y que debería haber hecho o estar
haciendo en ese momento: visitar a mis padres o a un amigo enfermo, pintar el
salón, escribir una carta a mi hermana que vive en un lejano país, reparar los
desagües, reemprender la escritura de la novela que empecé hace años y duerme
en un cajón, invitar a los vecinos a una barbacoa, volver a colaborar con
aquella organización humanitaria, telefonear a Grace y hacer las paces… Es como
si el ojo de cristal de Sammy intentase convencerme con sus películas de
ficción que valore y emplee mi vida, que
no malgaste el tiempo en idioteces. Que hay personas que me quieren, tal vez
que me necesitan, y todavía confían en mí.
Cualquier día de estos me pillará
en la hora tonta y atenderé alguna de las súplicas de Sammy. Mientras tanto,
seguiré viviendo “a mi manera”.
(1) Rat Pack (Pandilla de ratas) fue el nombre con el que se
conoció a un grupo de actores y músicos estadounidenses que, reunidos como
amigos, se generó alrededor primero de Humphrey Bogart y, a su muerte, alrededor de Frank Sinatra, y que trabajaron juntos en películas, conciertos, espectáculos,
incluso en eventos políticos. Activo entre mediados de la década de 1950 y mediados de la de 1960, sus miembros más conocidos fueron, aparte de Sinatra, Dean Martin, Sammy
Davis Jr., Peter
Lawford y Joey
Bishop, como núcleo principal.
domingo, 9 de junio de 2013
En clave de jazz
El flechazo nació en el escenario.
La cantante se prendó de aquel tipo del bigotito que, luciendo un clavel blanco
en la solapa de su oscuro traje a rayas, bebía y le sonreía desde el mostrador
a través del velo que tejía el humo de los cigarros. Por su aspecto cualquiera
hubiera opinado que se trataba de un granuja, de un perdonavidas, pero la
muñeca del micrófono lo presintió como un magnífico rayo de sol que traspasaba
los tristes nubarrones de su existencia para iluminar su alma, como la
invitación a proyectar algún futuro sobre los cimientos de varios terremotos.
Sin apartar la vista de aquellos fascinantes ojos, atacó el tema Let’s fall in love con tal ímpetu que la
entusiasmada concurrencia moderó sus caladas, apartó los labios de las copas y
en ciertos instantes incluso contuvo la respiración.
Let's
fall in love,
Why shouldn't we fall in love?
Our hearts are made of it, let's take a chance.
Why be afraid of it…
Why shouldn't we fall in love?
Our hearts are made of it, let's take a chance.
Why be afraid of it…
Cuando
terminó la canción la joven se acercó pausadamente al hombre. Éste, tras acomodar
la flor en su pelo, le susurró unas misteriosas palabras al oído, se puso el
sombrero y se largó, desatando así la enésima tormenta en un corazón resquebrajado.
sábado, 1 de junio de 2013
Bakalao ! (2.0)
El
hortera del descapotable negro que circulaba por el centro de Madrid vomitando
un ruido infernal (denominar ‘música’ a aquel sonido deleznable constituiría -culturalmente hablando- un sacrilegio), se detuvo en un semáforo de la Gran
Vía observando con placer desafiante cómo la mayoría de los transeúntes le
dirigía miradas de asco y reprobación. De repente se hizo una enorme sombra
alrededor del vehículo y el jovenzuelo elevó la vista al cielo; a unos
doscientos metros de altura, justo en su vertical, se cernía en inexplicable
silencio una mastodóntica y extraña aeronave, que en cuestión de décimas de
segundo succionó por su ombligo automóvil y ocupante, para desaparecer acto
seguido a una velocidad supersónica. La gente, una vez repuesta del lógico
sobresalto inicial, prorrumpió en espontánea ovación y luego reanudó su marcha.
viernes, 31 de mayo de 2013
Bakalao ! (1.0)
El hortera del descapotable negro que circulaba por Madrid vomitando un ruido infernal (llamar ‘música’ a aquel sonido deleznable constituiría -culturalmente hablando- un sacrilegio), se detuvo en un semáforo de la Gran Vía observando con placer desafiante cómo la mayoría de los transeúntes le dirigía miradas de asco y reprobación. De repente se bajó una de las ventanillas traseras del elegante coche parado a su lado, por la que asomó un tipo canoso y trajeado, con aspecto de monarca, que le gritó: “¿Pog qué no te callas?”
viernes, 15 de marzo de 2013
Mozart, el mono
Toca jotas, señorito; y toca tangos, boleros, y
cha-cha-chás… Se lo juro, señorito. Este
mono es mú listo y zalamero. Me lo trajo una parienta de Gibraltar y mi marío
con mucha pacencia, señorito, le enseñó a tocar el pianico. Ahí que se iban los
dos con la cabra tós los días mú temprano a ganarse unos duros pa comer. Pero
primero se nos fue la cabra, señorito, cogió una pulmonía, y después a mi Juan
le dio un telele y criando malvas está el pobre. Cómpreme el mono, señorito, no
se arrepentirá. Verá qué contentos se ponen sus niños.
miércoles, 13 de marzo de 2013
I'm your man
Callada, descuidadamente ataviada y
con el cadencioso ritmo de una vieja balada de Leonard Cohen, la mujer madura
deambula por el barrio de bar en bar. Dicen que bebe para olvidar a su marido, el
cual la abandonó por oscuras razones. Cuando la observo, sus afligidos ojos me
revelan que el cabrón era un insolvente sentimental, que la dejó porque no toleraba
que ella le amase tanto. Hay individuos que aborrecen las deudas intangibles,
que son por cierto las deudas más cardinales y ese sujeto, al que no conozco
pero me gustaría partir la cara, debía sufrir un déficit irreparable.
Cada vez que me cruzo con esa mujer,
y sostengo lo de cada vez, me asaltan unos instintivos deseos de abrazarla
entrañablemente e intentar transmitirle que hay cariño más allá de las
rupturas, que existe vida después del desamor y que algún día, porque lo
necesita y porque se lo merece, encontrará un compañero que le dirá, como hace
cantando Leonard Cohen, “I’m your man”.
domingo, 10 de marzo de 2013
Jazzesinato
Finalmente,
la policía dedujo que había sido el trompetista negro quien esa madrugada
arrancó el alma a una dulce balada titulada My
Funny Valentine. Ni el abigarrado atuendo, ni los ostentosos abalorios que
lucía el afroamericano consiguieron desorientar al perspicaz detective, que
pronto descubrió la ceguera que el bandman
ocultaba tras unas oscuras lentes. “Hermano,
¿de veras pensaste en algún momento que el mero hecho de exhibir ante ti una
partitura serviría para despistarnos? Quedas detenido y desde este momento
tienes derecho a permanecer en silencio”; y olvidando por un instante su
minusvalía, señaló la vieja trompeta plateada para añadir fríamente: “Cualquier nota que emita ese instrumento
podrá ser utilizada en tu contra”.
El sueño de Helen More
Cuando despertó, el revólver
todavía estaba allí.
Helen había vuelto a soñar que Lee
le traicionaba sin cesar con otras mujeres, que nació infiel, vivía infiel y
merecía morir siendo infiel y no de otra forma.
Introdujo el arma en su bolso, se
puso el abrigo y salió a la fría noche de New York. El taxi no tardó en llegar
al Slug’s, donde el portero, al reconocerla, le franqueó el paso. Lee, entre
pase y pase, estaba en la barra fumando y apurando una copa, mientras comentaba
amenamente a unos admiradores la historia del tema “Lover Man” con el que había concluido su anterior actuación. Helen
se acercó, sin mediar palabra apartó a los demás tertulianos y descerrajó un
certero tiro sobre su hombre. Cuando
Lee cayó al suelo Helen soltó el arma, se arrodilló ante él y con lágrimas en
sus ojos le susurró: “Esto ha sido por
nuestro bien, Lee. Te lo juro, lo he hecho porque te amo”.
LEE MORGAN (10.07.1938 – 19.02.1972) - In Memoriam
Edward Lee Morgan fue uno de los más
talentosos trompetistas de la historia del jazz. Nacido en Filadelfia el 10 de
julio de 1938, fue asesinado por su pareja
de hecho Helen More el día 19 de febrero de 1972. Solo tenía treinta y tres
años de edad. Helen, trece años mayor, le disparó mortalmente en el interior
del Slugs’ Saloon (situado en el East Village de Manhattan), donde estaba
actuando, por una cuestión de celos. Lee murió desangrado mientras esperaba la
llegada de un servicio de ambulancia reacio a entrar en aquel peligroso barrio.
Helen fue ingresada en un sanatorio
mental y murió de un ataque cardíaco en 1996.
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