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martes, 1 de diciembre de 2015

Despedida




Papá, necesito contártelo. Es la última oportunidad que tengo para confesar que no me alisté por compartir ese ridículo y enfermizo patriotismo tuyo. Me alisté por ti, papá. Para que te sintieras orgulloso de este mierdecilla, como te gustaba llamarme. Para que en la iglesia exhibieras tu pecho henchido, cada vez que el párroco me nombrase en sus plegarias. Para que los Warren y los Forsyth no siguieran perdiéndote el respeto.

Y cuando se celebre mi funeral y un chupatintas del Pentágono os entregue una condecoración, calificándome de «valiente» o incluso de «héroe», intenta disimular papá, ya que estoy literalmente CAGADO DE MIEDO, así, con mayúsculas. Dentro de unos minutos nos envían a una de esas misiones de las que nadie regresa vivo, porque los guerrilleros del Viet Cong saben aguardar pacientes en la profundidad de la selva para hacernos papilla en cuanto asomamos las narices.

Jamás debimos intervenir en esta maldita guerra, papá; sé que, antes o después, tú también acabarás convencido de ello.

Dile a mamá que la quiero, y que la criatura que Sally Olsen lleva en su vientre es nieto vuestro. Dadle un beso cuando nazca.

Hasta siempre,

Norman


lunes, 20 de abril de 2015

Alea jacta est




El representante designado por la tropa se lo comunicó a un sargento, éste a su capitán, quien a su vez informó al coronel, que llamó enseguida al general en jefe. Cuando el monarca recibió personalmente la noticia de que sus soldados estaban dispuestos a entregar la vida para defender a sus familias y compatriotas, pero no iban a obedecer la orden de atacar a un país vecino, sonrió mientras comentaba:

— Perfecto, ningún problema. Hablaré con mi primo y que sean ellos quienes nos invadan. Porque esta guerra ha de librarse. Y vaya si se va a librar…


miércoles, 11 de febrero de 2015

Campo de batalla




No te dejes embaucar
Ni se te ocurra creerles
Vaya broma llamar vida a esto
A una condenada guerra
Que sabes que perderás

Olvida a tus dioses No reces
Encomiéndate al azar
Acurrúcate en la trinchera
Como hacen los soldados
Durante los bombardeos

Y te lo advierto seriamente
Toma buena nota Por tu bien
Obedece las abyectas órdenes
Solo cuando te interese
Aquí no hay forma de desertar

Tendrás que enfrentar
Cientos de duros combates
Sin un solo héroe en tu bando
Sin un solo enemigo visible
Antes de sonar el primer disparo
Ya somos unas malditas víctimas

Permanece vigilante en las treguas
Cuídate de los daños colaterales
Podrías recibir unas ráfagas
De pobreza De dolor De ausencias
De humillación De Hambre
Porque de injusticia nacemos heridos

Todos caeremos Sin remedio
Tampoco los generales sobrevivirán
Ellos pagarán sus endiabladas felonías
Nosotros la timorata candidez
Que nos empuja a inventar salvadores

El campo de batalla quedará
Atestado de cadáveres desmembrados
No existe final más lógico ni más bello
Para esa horrible película de terror
Que se empeñan en llamar vida


viernes, 23 de mayo de 2014

El corazón de Laila


Konzentrationslager Auschwitz - Yam Amir (http://500px.com/yamamir)


Recorrió conscientemente miles de kilómetros, desoyendo los consejos de sus médicos. Mas cuando llegó a Jerusalén, solo consiguió descargar ochenta y siete penosos años sobre sus rodillas mientras derramaba las lágrimas más amargas de su vida. En contra de lo que dictaba su cabeza, el sabio y longevo corazón de Laila suplicaba a gritos no traspasar las puertas del Yad Vashem[1].



[1] Yad Vashem: Museo del Holocausto, en Jerusalén.


jueves, 27 de febrero de 2014

Valerosos lienzos blancos



Compañeros:
Tomemos el lápiz y afilémoslo,
saquémosle punta
hasta convertirlo en una lanza.
Carguemos la pluma de munición
azul, negra o de color,
se avecina una contienda.
Encendamos el ordenador,
abramos el procesador de textos.
Preparémonos para combatir.
Esa hoja o pantalla vacía
que tenemos delante
nos propone un desafío,
una pugna suicida.
Completamente desarmada,
solo nuestro desánimo
le otorgará una tregua,
ya que jamás podrá vencer.
Su provocadora palidez
acabará ultrajada o destruida.
Está destinada,
por su propia naturaleza,
a encajar balas de tinta,
ser herida por picas de grafito
o profanada por códigos binarios.
Sin embargo
esos valerosos lienzos blancos
adoran su destino
porque están convencidos
de que es rentable el sacrificio,
que aunque su suerte esté echada
nada sería posible sin ellos.


lunes, 21 de octubre de 2013

La carta



Mi queridísimo Jonasz:

Hermano mío del alma, sentí una alegría infinita al enterarme que después de esta trágica guerra sigues vivo. Si he de ser sincera, en la familia habíamos perdido la esperanza de volverte a ver. Y aunque ahora estés preso de los rusos, sabemos que el momento de nuestro reencuentro se acerca. Cada minuto rezamos para que vuestros carceleros os traten bien, os mantengan sanos y, sobre cualquier cosa, que os liberen pronto.

Varios meses después de que abandonases Varsovia para incorporarte al ejército clandestino polaco conseguimos huir al norte, no sin padecer grandes calamidades. Los Pawlak, unos amigos del tío Janek, nos acogieron y ocultaron en su granja durante dos interminables años.

Hemos trabado amistad con unos ancianos a los que les han dicho que su hijo reside en el mismo campo que tú, su nombre es Milek Kowalski. Si lo conoces, pídele que les escriba o busque a alguien que lo haga, su padre está muy enfermo y recibir noticias suyas mitigaría el gran sufrimiento al que está sometido.

Te envío una foto que me hicieron la pasada primavera cerca de la granja Pawlak.

Recibe un amoroso abrazo de tu hermana


Rasia


domingo, 23 de junio de 2013

Zapatones




Un descomunal armario humano de treinta y cinco años encierra el cerebro de un niño de ocho. Se llama Antonio, Toni para la familia, Zapatones para el resto de su reducido universo, esto es, para los demás vecinos del pueblo.

Muchos de quienes le conocen dicen que Zapatones es víctima de las lesiones cerebrales que sufrió durante su nacimiento. Algunos aseguran que ese día Don Ricardo llevaba una copa de más y no anduvo fino con los fórceps. Sin embargo, Tomás y Maruja, los padres, ni acusan ni guardan rencor a nadie. Aman demasiado a Toni como para reprochar nada y sostienen que es una bendición tener un niño grande, todos anhelan hijos que no crezcan y ellos, aunque a medias y sin buscarlo, lo han conseguido.

A Zapatones lo que más le gusta es que su madre le peine y repeine entre caricias cada mañana después de desayunar. Luego marcha al campo con su padre, al que echa una mano bien arando, sembrando, desbrozando...

En el pueblo no tiene amigos. Prácticamente todos aquellos compañeros de juegos de la infancia se casaron, y los que no emigraron andan demasiado ocupados como para prestarle cinco minutos de atención cuando se lo cruzan.

Toni se entretiene dibujando y pintando, enseñando silbidos a su periquito Pancho y escuchando música en la radio que les regaló un hermano de su madre que vive lejos, en la capital. Los fines de semana juega al parchís con su tío Andrés, el viejo carpintero célibe que siempre se deja perder y que no canjea por nada el alegre semblante de su sobrino tras cada victoria.

Una mañana de julio, cuando Zapatones ya se emociona pensando en las fiestas que empiezan la semana siguiente, llega un camión al pueblo con unos tipos armados que dicen que son militares, que ha estallado la guerra y que necesitan soldados para defender a la patria de los traidores. Entran en las casas y sacan a culatazos a todos los varones entre veinte y cuarenta años, obligándolos a subir al camión. Maruja llora, suplica. “No es un hombre, es un niño”, grita. “No se preocupe, señora, que nosotros enseñaremos al grandullón de su hijo a ser un hombre, a matar ratas y a servir a España”.

Lo cierto es que Zapatones ya nunca volverá. A lo único que le enseñará esa podrida guerra es a morir en una trinchera, sin saber nunca por qué.


viernes, 3 de mayo de 2013

El fin de la humanidad





Cuando la Gran Guerra Terminal concluyó con la destrucción del planeta, solo quedaron dos hombres vivos que habían sido enemigos desde niños. Uno de ellos pensó que tal vez convendría olvidar el pasado, enterrar viejos agravios e iniciar una relación nueva, colaborando primero en conservar la vida y después en localizar a otros supervivientes. Mientras se consagraba a dicha reflexión, el otro individuo le partió la cabeza con una piedra.


martes, 23 de abril de 2013

Lágrimas colaterales




El pequeño Abdul subió corriendo a la segunda planta, donde antes había estado el apartamento familiar, incumpliendo las desesperadas órdenes de su madre. Entre cascotes y escombros penetró en la maltrecha vivienda con la intención de recuperar aquel muñeco viejo que tanto adoraba. Pero cuando abrió la puerta de su dormitorio descubrió que ni había armario ni quedaba pared: en su lugar aparecía un sorprendente mirador, desde el que en primer término solo se vislumbraba muerte, devastación y miseria; al fondo, cual broma pesada o presagio inimaginable, un espléndido arco iris. El niño se dejó caer de bruces y rompió a llorar amargamente.


viernes, 15 de marzo de 2013

Semillas envenenadas





Cuando el pequeño Hamid, de doce años, llegó de la escuela y vio su casa destruida y a su madre y hermanita muertas por un misil israelí, prorrumpió en un inconsolable llanto al tiempo que pensaba que ojalá los malditos nazis no hubieran dejado un maldito judío vivo sobre la faz de la tierra. Acababa de quedar sembrado en un niño más el germen del odio eterno.


lunes, 11 de marzo de 2013

Vuelve el héroe




Aparcó el Cadillac junto a la acera. Atravesó la verja del jardín y se cuadró frente a la bandera que ondeaba en la fachada de su preciosa casa, a la que entró silbando la melodía del himno nacional. Abrazó a su mujer, besó a sus hijos y acarició al perro. El experto y reputado lanzador de bombas de racimo regresaba de una exitosa misión; había cosechado unos centenares de míseras vidas en un rincón perdido de Oriente Medio y el Gobierno le había recompensado con un ascenso y la brillante medalla que lucía orgullosamente en su pecho, junto a diversos galones y condecoraciones. Se desabrochó la guerrera y tras untarse una rebanada de pan con manteca de cacahuete, abrió el refrigerador y destapó una cerveza. Se sentó en el sofá frente al televisor y cambió el canal. Estaban jugando los Lakers e iban perdiendo, pero en ese momento Gasol entró en la cancha y las cosas empezaron a cambiar. Repentinamente se suspendió la emisión y un locutor anunció que el vice-secretario de la Embajada americana en Kuwait acababa de morir en un atentado suicida. El militar se levantó vociferando: “¡Malditos cabrones!”


domingo, 10 de marzo de 2013

Fría y gris



La mañana era fría y gris, como otras tantas. Parapetado en la trinchera, el soldado oyó un lejano estruendo y vio claramente cómo el proyectil propulsado desde las líneas enemigas se dirigía a sus posiciones. Gritó “¡Obús!” y sus compañeros se lanzaron al suelo. Mientras los más jóvenes temblaban, protegiendo con las manos sus rostros o hincando éstos en el fango, muchos veteranos apuraban rutinariamente sus cigarros. Sin embargo el vigía permaneció en pié, observando cómo se acercaba la semilla de muerte escupida a unos centenares de metros por el mortero que manejaba otro soldado tal vez semejante a él. Tal vez con mujer e hijos, aficionado a la música, al baile o a la pesca, tal vez creyente, nacido en una remota aldea, tal vez asiduo bebedor de vino, jugador de naipes, analfabeto, tal vez poseedor de un pequeño huerto y una mula. Un hombre muy probablemente detractor de las guerras, de los generales, de los oficiales y de sus órdenes asesinas; pero, con toda seguridad, un hombre ajeno al motivo y alcance de esa batalla y al insignificante valor que su miserable Dios, su miserable Patria y su miserable Rey otorgaban a sus desgraciadas vidas. Un artillero hábil, que no marró el disparo. La mañana era fría y gris y se tiñó de sangre.