Papá, necesito contártelo. Es la última oportunidad
que tengo para confesar que no me alisté por compartir ese ridículo y enfermizo
patriotismo tuyo. Me alisté por ti, papá. Para que te sintieras orgulloso de
este mierdecilla, como te gustaba llamarme. Para que en la iglesia exhibieras
tu pecho henchido, cada vez que el párroco me nombrase en sus plegarias. Para
que los Warren y los Forsyth no siguieran perdiéndote el respeto.
Y cuando se celebre mi funeral y un chupatintas del
Pentágono os entregue una condecoración, calificándome de «valiente» o incluso
de «héroe», intenta disimular papá, ya que estoy literalmente CAGADO DE MIEDO,
así, con mayúsculas. Dentro de unos minutos nos envían a una de esas misiones
de las que nadie regresa vivo, porque los guerrilleros del Viet Cong saben aguardar
pacientes en la profundidad de la selva para hacernos papilla en cuanto asomamos
las narices.
Jamás debimos intervenir en esta maldita guerra,
papá; sé que, antes o después, tú también acabarás convencido de ello.
Dile a mamá que la quiero, y que la criatura que
Sally Olsen lleva en su vientre es nieto vuestro. Dadle un beso cuando nazca.
Hasta siempre,
Norman
Muy bueno.
ResponderEliminarQue fuerte amigo, este relato es escalofriante, dado que nos deja un sabor amargo además del mensaje que conlleva.
ResponderEliminarExcelente.
Un abrazo.
Hola, Rafa, creo que alguna vez pasé por aquí, pero esta vez lo hice animado por Luis Molina, de Rosario, Argentina, quien me invitó a hacerlo.
ResponderEliminarLo que cuentas es duro como una pared de concreto, pero así también es real.
Te dejo un fuerte abrazo.
HD