Cada
31 de octubre, cuando al atardecer sellan las puertas de la necrópolis, los
huesos de Paco emergen de la tumba arrastrando los harapos que aún no han sido
devorados por insectos o gusanos, y se lanza a la calle en busca de juerga. La
gente admira su aspecto, confundiéndolo con los demás mequetrefes
caracterizados para Halloween. Incluso hay quien le invita a una cerveza en
cualquier taberna, líquido que acaba chorreando entre los huecos del esqueleto
y formando un charco a sus pies. En más de una ocasión le han concedido el
premio al mejor disfraz, ignorando que en realidad es ese su auténtico aspecto.
Cansado de acarrear su osamenta y aguantar a tanto gilipollas, antes del alba
vuelve a trepar la valla del cementerio y se instala de nuevo en el sepulcro,
esperando que su familia se acuerde, esta vez sí, de honrar su memoria con
algunas flores.
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