He de
confesar que la primera vez que aquello aconteció, nadie en la familia le dio
demasiada importancia; es más, la mayoría nos lo tomamos a guasa. Pero cuando a
las pocas semanas volvió a ocurrir, mi padre empezó a mirar mal a mi madre y
los demás discutimos mientras buscábamos una explicación sensata al extraño suceso.
Ahora estamos intentando acostumbrarnos a que mi hermano pequeño se transforme
en conejo las noches de luna llena. Aunque lo cierto es que cada vez nos resulta
más difícil contener las ganas de atacarlo y merendárnoslo siendo, como somos,
una manada de lobos.
Muy bueno,Rafa. Me gustó mucho. Felicidades y saludos desde Lima- Perú.
ResponderEliminarMuchas gracias, Raúl. Un abrazo.
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