Fotografía: Cerise Doucède
A la hora
convenientemente anunciada por los medios, la población salió a las calles. Un
importante destacamento de la flota aérea más potente del mundo iba a agasajarles con regalos. Pero sobrevino la sorpresa general cuando, en lugar de las
necesarias cajas con alimentos y medicinas suspendidas de pequeños paracaídas,
comenzaron a llover globos azules. El firmamento se ocultó detrás de enormes
nubes de globos, que caían con lentitud sobre la totalidad del territorio. Y
dentro de cada uno de ellos, lo que parecía un billete de dólar. Los
receptores, a medida que atrapaban esas ligeras esferas, se apresuraban a
reventarlas para guardar su contenido e intentar conseguir más. Ignoraban que a
miles de kilómetros, los amos del universo se frotaban las manos sabiendo que podían
dejar de preocuparse por el llamado “virus de la isla”; con una inversión
ridícula acababan de inocular uno todavía más efectivo, que en cuestión de
horas terminaría con la vida de todos aquellos apestados.
Inquietante micro Rafa.
ResponderEliminarEs muy bueno, entrega mucho a la imaginación del lector.
Abrazo amigo.