domingo, 14 de junio de 2015

TAC TAC TAC



Suicide (Shalax - Australia)  http://shalax.deviantart.com/



TAC TAC

El joven apostado en el extremo de un viejo puente peatonal pulsa ese artilugio que permite contar las personas que pasan.

TAC TAC TAC

Mientras ejecuta esa tarea piensa en los días que faltan para cobrar el sueldo de mierda por el que le han contratado.

TAC

Dos horas por la mañana y tres por la tarde, de lunes a viernes.

TAC TAC

Los sábados y los domingos multiplica por dos su horario. A la empresa le interesa especialmente la información de esos días.

TAC TAC TAC TAC

De repente, no lejos de él, ve a una chica encaramarse al pretil y quedar de pie sobre el mismo.

TAC TAC

Se mete el cuenta-personas en el bolsillo y se dirige hacia la muchacha. Le dice que baje o arruinará su conteo, el que lleva semanas realizando. La chica le contesta que se va a tirar al río porque un hijo de puta la ha dejado embarazada. Y qué más da, responde él, nadie merece morir por culpa de un hijo de puta; baja y te invito a un refresco. Pero ella rechaza la invitación, dice que está decidida, que su vida no vale un pimiento. Joder, piensa él, se quiere suicidar y utiliza la expresión “un pimiento”, no lo entiende, no le cuadra. Tu vida vale mucho más que un pimiento, que un campo de pimientos, que un gran país lleno de camiones hasta los topes de pimientos, incluso que un planeta repleto de latifundios dedicados a la explotación del pimiento, baja de ahí, hazme caso.

La gente, curiosa, se va apiñando alrededor de la escena pero mantiene cierta distancia respecto a la aspirante a suicida y a su interlocutor. A lo lejos se oye una sirena.

Si se lo digo a mis padres me matarán, insiste la niña. Nadie te matará, te lo aseguro. Baja, te ayudaré a arreglar las cosas. ¿Y cómo? ¿Quién te crees tú que eres? ¿Qué interés tienes en mi vida? ¿Crees que seguiré siendo el mismo después de hablar con alguien que se ha suicidado? ¿De veras puedes creerlo? ¿Piensas que ese niño que te mira desde el puente de enfrente seguirá siendo el mismo después de ver cómo una muchacha ha acabado con su vida? ¿Crees que tu familia y tus amigos no te echarán de menos? ¿Que tu muerte no dañará a nadie? ¿Vas a causar toda esa infelicidad por culpa de un maldito hijo de puta?

La chica se agacha hasta quedar sentada sobre el pretil. El chaval se sienta junto a ella.

¿Sabes que eres muy guapa? ¿Sabes que eres muy listo?

Le toma una mano y, mientras brotan lágrimas de sus preciosos ojos verdes, comienza a escucharse como música de fondo un interminable TAC TAC TAC TAC TAC...


lunes, 8 de junio de 2015

Tres micros sobre una misma fotografía



LA CAMARERA DEL TITANIC

Siempre quise ser submarinista. Pero no una submarinista cualquiera. Una de esas que se sumerge en las profundidades del océano para buscar tesoros formidables en viejos pecios hundidos. La vida, sin embargo, no me ha ofrecido oportunidades. Cuando naces en un villorrio de Dakota del Sur, a varios miles de kilómetros de la costa más próxima, y te dejan preñada con diecisiete años, es difícil poder alcanzar alguno de tus anhelos juveniles.

Ahora comprenderás, Harry, qué demonios hago en este bar, sirviendo platos combinados, sándwiches, cervezas, café y batidos de fresa o plátano a todos esos granjeros que se acercan con olor a establo inmundo para hablar de la hermosura de sus cerdos o la última cosecha de girasol.

Ahora comprenderás estas ojeras que trato de disimular con maquillaje barato. Porque no consigo dormir por las noches. Tengo miedo de volver a soñar que estoy allí abajo, casi en la zona abisal, acariciando los restos de una muñeca de porcelana rescatada del Titanic, cuando se acaba el oxígeno de mis botellas.


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PRETTY WOMAN

Hoy se cumplen tres años de mi llegada a Los Angeles. Y te puedo asegurar, Sam, que el día de mi éxito está cada vez más próximo.

Desde hace unas semanas tengo un empleo fijo en la Warner. He estado ensayando. Todos los actores y directores que pasan por el bar salen convencidos de que soy una sencilla camarera, cuando en realidad únicamente interpreto ese papel. Las clases en el Actor’s Studio han sido caras pero bien provechosas, te lo garantizo.

Sam, he planeado algo: la próxima vez que Marlon Brando venga acompañado y me pida un café, voy a representar la desatada escena de celos que Tennessee Wiliams escribió para una de sus obras. No es necesario que te diga que quien no arriesga, no gana.

Porque vine a Hollywood para triunfar, y pongo a Dios por testigo de que antes o después lo conseguiré.


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INEXPLICABLE

Juro por Dios que no comprendo qué cojones hago en un solitario snack-bar de Montana a la una de la mañana, y menos con esta pinta. Sobre todo considerando que vivo en Cuenca, me llamo Manolo, soy butanero y no tengo pajolera idea de inglés. Cruzaré los dedos para que no entre ahora Maruja y me reconozca; hace unos días le prometí que había dejado de fumar.

lunes, 1 de junio de 2015

El coleccionista



The dream collector - Hano Deckrsen (Brasil)



A mí, para ser sincero, los coleccionistas me dan grima. Siempre los miro de reojo y procuro mantenerme al margen. Jamás me atrevería a preguntar a ninguno de ellos por su afición, ya que podrían contestarme o, lo que es peor, intentar explicarme algo, entrar en concienzudos detalles sobre alguno de los apasionados productos de los que hacen acopio y que, la verdad sea dicha, me importan un pito. No entiendo cómo a nadie puede entusiasmarle observar lepidópteros muertos, vitolas para habanos desaparecidos, chapas oxidadas de espumosos, monedas nigerianas, escarabajos peloteros o estampillas de la Guayana Holandesa del período de entreguerras. Pero, por favor, no me malinterpreten, eso no significa que un servidor haya perdido el respeto por cualquier tipo y grado de excentricidad. Considero y defiendo que cada cual es muy libre de elegir sus desequilibrios o psicopatías. ¡Faltaría más!

Vengo a decir todo esto porque hoy me he acordado de mi vecino de arriba. Era uno de ellos, un coleccionista. Pero no uno cualquiera. Ese tipo era un crack. Porque en lugar de objetos tangibles, el buen hombre se dedicaba a almacenar sonidos. No, no estoy loco. Cada día era testigo de la extraordinaria y variopinta colección de ruidos, gritos, lloros, silbidos, golpes, ronquidos, voces, susurros, crujidos, músicas, gemidos, etcétera, que ese personaje acaparaba y que no sé dónde guardaba, ni qué pinta tenían, por cierto.

A veces me lo encontraba en el ascensor y comprobaba que le costaba dar los buenos días, decir hola, adiós o hasta luego. Seguramente debía pensar que cada palabra que salía de su boca es una pérdida, un sonido que huía y nunca más podría recuperar. Yo lo entiendo, sé por fuentes serias y solventes que esa gente es muy obsesiva, muy suya. Que no les gusta prestar ni compartir sus preciados objetos de deseo. Son capaces de machacarte con una clase magistral sobre cualquiera de ellos, pero lo que es compartir el más inútil y despreciable, eso ni por asomo.

Tal vez por esa misma razón, aquel sujeto se concentraba en disfrutar su colección en lo que entendía que era la intimidad de su casa y en los momentos más inesperados. Como cuando un domingo a las ocho de la mañana sacaba del baúl el estrépito de una taladradora. Me imagino que, emocionado al contemplar, oler, palpar y escuchar ese sonido, no reparaba en la delgadez de las paredes y los suelos. No era consciente de que estaba compartiendo –verbo maldito como he dicho para cualquier coleccionista- sus valiosos tesoros con extraños, ajenos además a su sacrosanta afición. Igual ocurría algunas noches, cuando difundía los gemidos del placer sexual de una pareja o unos ronquidos temiblemente estertóreos. Nunca llegamos a saber si el habitante de la puerta catorce tenía un canario o solo poseía el sonido de su canto, que amenizó tantos de nuestros amaneceres.

Me hubiera gustado conocer un poco más a aquel taciturno personaje, no tanto por curiosear en sus pertenencias como para poder ahora explicarme el cariño que tenía a la palabra «Maldita», detrás de la cual saltó desde su ventana del quinto piso.


miércoles, 27 de mayo de 2015

Aturdido por tanta felicidad




Para escuchar Almost Blue, de Chet Baker, mientras se lee:


esta noche tuve un sueño
flotaba sobre una colchoneta
en la piscina de mi mansión
contemplando mágicas nubes
desplazarse hacia el noroeste
a veces cerraba los ojos
estaba aturdido por tanta felicidad
a pesar o a propósito de las tristes notas
del «Almost Blue» que sonaba de fondo
interpretado por el mejor Chet Baker
ese que debió reaprender
a tocar la trompeta
después de que le destrozaran
los dientes por asuntos de drogas
la música solo era interrumpida a veces
por el canto de algunos pájaros
o por los gritos de mis queridos hijos
y los alegres ladridos del labrador
con el que jugaban en el jardín trasero
mi mujer tomaba el sol en top-less
recostada en una cómoda hamaca
dando cortos sorbos a un mojito
que le sirvió nuestra asistenta ecuatoriana
estaba aturdido por tanta felicidad
y pensé que sería sencillamente formidable
morir en ese preciso instante
que no me importaría lo más mínimo
que me cayese un meteorito encima
sufrir un infarto fulminante
palmarla en definitiva
en el puñetero cénit de mi vida
pensé que no valía la pena seguir viviendo
que en cualquier momento
podría sonar el teléfono
con las peores noticias de mi asesor financiero
contando por ejemplo que los yihadistas
habían invadido las Seychelles
y ya me podía ir despidiendo
del finiquito de mi contrato blindado
que en cualquier momento
telefoneaba  mi médico particular
para soltarme que las últimas pruebas
revelaban que padecía una enfermedad terminal
que en cualquier momento
llegaba un condenado chantajista
con las fotos del Presidente y un servidor
en la reunión en la que nos repartíamos
una pasta sospechosamente turbia
que en cualquier momento
irrumpían unos delincuentes
violaban a mi mujer y a la criada
secuestraban a mis hijos
y me cortaban las pelotas
estaba aturdido por tanta felicidad
allí flotando en la templada agua de la piscina
mientras mi mujer se untaba protector solar en las tetas
mientras mis hijos mordían al perro
mientras la sirvienta hacía crucigramas
mientras pensaba que quería morirme en ese instante
cuando alguien golpeó la puerta
eran dos policías municipales
que me ordenaron que desalojara
que recogiera los cartones
y saliera cagando leches
del cajero de aquel banco