De París
recuerdo la lluvia. Sí, claro, también sus monumentos, los parques, el glamour
de los edificios, la sensación de libertad, los bateaux-mouche sobre el Sena y tantas
otras cosas maravillosas. Pero si hay algo que recuerdo bien, es la lluvia. La
lluvia de aquella precisa tarde. Y a ti, con quien me tropecé resguardándome de
ella bajo la marquesina de un viejo cine, donde proyectaban una película
sesentera de Deneuve y Delon. No sabía francés, pero nos acabamos entendiendo a
base de ese inglés elemental que está al alcance de cualquier hijo de vecino. Permitiste
que te invitase a un café y tras una conversación ligera, insustancial, desapareciste
mientras fui a pagarlo. Cuando más llovía. Lo más extraño de todo es que no
sufrí ninguna decepción. Porque fuiste para mí como una de esas estrellas
fugaces que a veces ves por casualidad y convierte tu noche en una fiesta. Tal
vez por eso me apresuré a pedir un deseo. El deseo de volver a verte.
Si no fuera por la maldita escasez de tiempo, no entendería por qué yo también te abandono. No, no sé por qué abandono a uno de mis escritores preferidos. Estupendo micro Rafa.
ResponderEliminarGracias, Pernando. Intento seguir aprendiendo. Un fuerte abrazo.
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