sábado, 11 de julio de 2015

Arrugas



Retrato de Iturrino (1919) – Juan de Echevarría



No le salieron gratis. Ni por generación espontánea. Fueron los golpes que sufrió los que labraron en su cara esos tristes surcos. Después de perder un hijo en la guerra de Cuba y ver fallecer a su mujer de tuberculosis, las lágrimas no derramadas dejaron unas indelebles estelas de dolor en el rostro de Iturrino. Por eso desde entonces es incapaz de  sonreír. Por eso, en lugar de estar posando para un amigo pintor, preferiría estar muerto.


Nota: Micro creado a partir de la imagen sugerida por mi buen amigo Nicolás Jarque en su muro de Facebook.



viernes, 10 de julio de 2015

Disfraces



Sheep's clothing - Steffi Au (Alemania)  http://gloeckchen.deviantart.com/



La oveja se disfrazó de loba y el lobo de cordero. Su cita a ciegas no pudo comenzar mejor, se enamoraron a primera vista.


miércoles, 8 de julio de 2015

MANUAL DEL BUEN MAFIOSO: Cobrar las deudas



Mafia - Thierry (Francia)   http://seandelpack.deviantart.com/


Entre otras cosas, ya explicamos en un anterior capítulo cómo realizar un eficaz análisis coste-beneficio que nos ayude a decidir si podemos prestar dinero a alguien. Ahora intentaremos saber cómo cobrar a los morosillos que irremediablemente se cruzarán en nuestro camino. Aunque parece de Perogrullo, la verdad es que antes de liquidar a un deudor engorroso, deberíamos procurar por todos los medios a nuestro alcance recuperar esa inversión, o la mayor parte de la misma.

Nos sorprendería conocer la cantidad de gente retrasada que sigue empleando el inútil método de la amenaza o el ultimátum («o pagas o te mato»). Este procedimiento está caduco; lo único que consigues es que el tipo ponga pies en polvorosa, huya a la otra punta del mundo, cambie su identidad, se haga la cirugía y no vuelvas a verle el pelo durante el resto de tu existencia.

Sería largo y fatigoso detallar todos los sistemas que a lo largo de la historia de la Cosa Nostra se han venido utilizando para resolver el problema. En este manual solo nos centraremos en describir, lo más esquemáticamente posible, la fórmula que mejores resultados depara en la práctica a tenor de las comprobaciones empíricas y encuestas realizadas en nuestro ámbito. Un método que no tiene una denominación específica, pero al que apetece bautizar como el «método civilizado».

Bien, ya insistimos hasta la saciedad en el apartado dedicado a la usura que a los acreditados hay que tenerlos localizados permanentemente; volvemos a incidir ahora en la necesidad de disponer de una ficha completa, no solo con sus datos (teléfonos, direcciones, costumbres, descripción física y fotografías), sino también con los de sus familiares y conocidos. Porque lo primero que hará un moroso es intentar esconderse y no contestar a nuestras llamadas. Por eso la información es esencial. Imprescindible. Nuestras fichas son como las redes de los pescadores: sin red, olvídate de las sardinas, muchacho.

Empleando dicha información, antes o después, con la colaboración más o menos amistosa de ciertos contactos, conseguiremos comunicarnos con el moroso. En esa primera aproximación es fundamental que le presentemos nuestros respetos y preguntemos por su familia, en un tono que en absoluto pueda interpretarse conminatorio. Pasaremos luego a recordarles con sumo tacto la obligación que tienen de devolvernos lo que es nuestro, con los intereses correspondientes, señalando siempre que nos ponemos en su lugar y comprendemos la dificultad que supone reunir en un corto plazo toda esa pasta. Intentaremos persuadirle de que hemos elaborado un calendario especial de pagos que puede satisfacer a ambas partes, pero que ello exige una reunión para sellar por escrito los pactos que alcancemos. Evitemos las manidas frases cinematográficas «es una oferta que no podrás rechazar» y otras por el estilo, que solo contribuirían a menoscabar la confianza de nuestro cliente y abortar ese fundamental encuentro. Invítale a que acuda con un amigo si así lo prefiere. Algunos de estos morosos son extremadamente suspicaces y prefieren ir siempre acompañados. Adviértele que en lugar de armas lleve una tarta de manzana, que será una conferencia amistosa regada con unos cuantos whiskies de malta. Una vez convencido, dile que le enviarás un taxi a su casa la noche siguiente, pues tus numerosos compromisos te impiden arrebatar otros momentos al día para ese tipo de asuntos.

Hasta aquí hemos tratado la vertiente psicológica, la primera parte de un sistema que, según los estudios realizados, se ha mostrado provechoso en el 83 por cien de las oportunidades. Ahora pasemos al plan en sí.

El taxi ha de ser puntual. Si un adelanto sobre el horario acordado podría interpretarse como una señal de flaqueza por nuestra parte, cualquier innecesario retraso inquietaría al deudor, tentándole a desaparecer transcurridos varios minutos. Es imprescindible que sea un taxi auténtico, pero el conductor no debe ser italoamericano para no levantar sospechas. Es importante que, en sitios visibles, figuren una estampa de San Sebastián, una cinta ancha en la que se pueda leer «Arrepiéntete de tus pecados» y si es posible, también el símbolo universal de paz y amor. Este atrezo es variable, pero, en cualquier caso, su conjunto ha de sugerir emociones adversas, de forma que el pasajero emplee el trayecto en meditar sobre su pasado pero, ante todo, sobre su futuro.

El taxi se detendrá a las afueras de la ciudad, en un local industrial abandonado en cuyo exterior solo será visible un anticuado y polvoriento vehículo particular. En el interior, bajo la iluminación de una débil bombilla, estarás tú esperando, sentado ante una miserable mesa y dos destartaladas sillas: una para el moroso y otra para el posible acompañante. No sería aconsejable que experimenten comodidad durante la entrevista. Sobre la mesa, unos papeles, una pluma, una botella de bourbon y tres vasos. A tu lado, un hombre de confianza, de  dimensiones extraordinarias, que saldrá hasta la entrada para verificar que el visitante no haya cometido la imprudencia de acudir armado. Una vez permitido el acceso, te levantarás saludándole y pidiéndole disculpas por recibirle en un lugar tan apartado y poco acogedor; cualquier excusa es válida (están reformando tu despacho, por ejemplo). Le invitarás a sentarse y le servirás un trago. Si trae la tarta de manzana u otros dulces, no tengas reparos en dar buena cuenta de ellos. Ni ese tipo ni nadie en sus cabales osaría ofrecerte algo envenenado si pretende salir con vida de la reunión.

Acto seguido, vuelve a interesarte por el estado de salud de sus familiares más cercanos, llamándolos por el nombre de pila aunque no sepas la cara que tienen. Intenta intercalar pormenores de la información disponible (a qué colegio van sus hijos, en qué empresa trabaja su hermano…) para que el moroso tome conciencia de que le tienes cogido por los huevos, de que si no paga algún ser querido podría salir perjudicado de una forma u otra. Después le explicas que los negocios son los negocios, que tú también tuviste contratiempos en el pasado pero con buena voluntad y cierta dosis de iniciativa los superaste para llegar hasta donde ahora estás. Intenta que ese hombre no abra demasiado la boca, no te va a interesar nada de lo que diga; sin capacidad económica, su táctica se limitará a ablandarte el corazón en la medida que su labia se lo permita. Exponle que has reconsiderado el calendario de pagos que le comentabas y que deberá apoquinar antes de una semana. En ese instante pueden ocurrir dos cosas, el tipo es un blandengue y se pone a llorar como una patética nenaza, o se levanta irascible y comienza a gritar. Independientemente de cuál sea su reacción, de las sombras han de aparecer en ese instante unos colegas que lo sujeten tanto a él como a su acompañante (si es el caso). Le das a elegir entre una oreja y el dedo meñique de una mano, aunque te adelanto que el 98 por cien prefiere conservar su pabellón auricular. Dile que es un peaje que ha de pagar por haber vulnerado las reglas de un contrato verbal e insiste en que, bajo tu opinión, es un peaje demasiado barato, tal vez ridículo.

Ten a mano un médico que cauterice y cure «in situ» las heridas producidas, no conviene que nadie salga más dañado de lo necesario. Considera que se trata solo de una admonición, no de un auténtico castigo. Sírvele otra copa, ofrécele su dedo en un frasco de formol y luego devuélvelo en el taxi a su casa, pero adviértele con amabilidad antes de irse de que el dinero, contante y sonante, debe obrar en tu poder antes de una semana. Evita amenazas innecesarias, a menos que ese individuo sea un tarado de remate habrá entendido hasta dónde eres capaz de llegar y seguro que sus conclusiones no le gustan nada de nada.

Como decía, este método es altamente efectivo. Lo garantizo. De hecho, tengo un taxi abajo esperando para llevarme a la guarida de Carlo Falconeti. ¡Malditas apuestas! Creo que le gustarán las napolitanas de crema. Espero esta vez poder contener el llanto y, como ya no me quedan meñiques en las manos, elegiré la oreja izquierda, es mi perfil malo.


Crisis



Prison break - Weichuan Liu (China)  http://lwc71.deviantart.com/




      Últimamente, en la penitenciaría reina el silencio. Los internos miran con recelo a los funcionarios, aunque también entre ellos andan buscando un culpable. Porque, como explicación más plausible, solo encuentran la de que alguien haya estado vertiendo en la comida una extraña droga. La intervención de los empleados de la cocina, principales sospechosos, fue descartada tras haberlos sometido a agotadores interrogatorios, polígrafo incluido. A pesar de eso, un representante de los vigilantes y otro de los presos comprueban a diario que no se empleen ingredientes desconocidos en el proceso culinario.

     Nadie sabe cómo ni cuándo acabará todo. Lo único incuestionable es que poco a poco los ánimos van caldeándose, que si la situación persiste –y no hay indicios de solución a corto plazo- la violencia hará acto de presencia más pronto que tarde. Y es que se hace insoportable permanecer allí encerrado, sin poder soñar mientras duermes.


domingo, 5 de julio de 2015

Peppoff y Kampeón



Some orange doggie - Ginger (EUA)  http://spongefox.deviantart.com/



Kampeón con k de kilo no era un futbolista, ni un corredor de Fórmula Uno, ni un piragüista, ni un tenista, ni un lanzador de pértiga. Kampeón con k de kilo era un perro de color naranja, que vivía en un pueblecito de Burgos. Pero no era anaranjado porque sus padres también lo fuesen o porque uno de ellos fuera amarillo y el otro rojo… Tampoco se había caído dentro de un cubo lleno de pintura ni se había comido doscientos kilos de naranjas, cosa que aunque te puede causar un gran dolor de barriga no te vuelve de ese color. Kampeón era naranja por culpa de un experimento de su amigo Pepón Peppoff, un inventor que inventaba de todo, pero rematadamente mal. Pepón era ruso de Rusia y una vez en su país fabricó un cohete para ir a los anillos de Saturno, pero al único sitio al que le llevó aquella nave fue al pueblecito donde vivía Kampeón y allí se quedó a vivir, porque aunque en Burgos hace mucho frío, hace bastante menos que en Rusia. Otro de sus inventos fue el dalmatizador, una máquina en la que metías cualquier chucho, apretabas un botón y tenía que salir un dálmata, que es un perro blanco con manchas de color negro. Probó su artefacto con Kampeón, que era un perrito callejero de color gris que había acogido en su casa y salió igual que era antes, pero todo naranja.

Peppoff también había inventado otras muchas cosas inservibles, como las gafas para ver el arco iris en blanco y negro, una catapulta para lanzar caramelos de limón, la máquina de hacer morcillas con forma de cruasán, una caña para pescar caracoles y un duplicador de cosas. Un día metió a Kampeón, cuando ya era naranja, en un compartimento del duplicador y en lugar de aparecer otro Kampeón naranja en el compartimento de al lado, salió un cómic. Sustituyó al perro anaranjado por el cómic y apareció una lata de anchoas. Puso la lata de anchoas y apareció una caca de gato. Cuando puso la caca de gato consiguió una hamburguesa con doble de queso, lechuga, pepinillos, tomate, kétchup y mostaza. La verdad es que el duplicador no valía para duplicar nada, pero divertido sí que era.

Bueno, pues como los inventos de Peppoff eran bastante inútiles, no encontraba a nadie que los comprara. Por eso no tenía un céntimo y para comer iba por ahí buscando cacas de gato frescas que ponía dentro del duplicador y convertía en hamburguesas. Así, todos los días tenían algo para comer Kampeón y él. Pero al final ya estaban hasta la coronilla de tanta hamburguesa y Peppoff decidió que por fin iba a construir lo que todos los científicos habían intentado durante años y años y ninguno había conseguido hasta entonces: la máquina del tiempo. Una máquina para ir al pasado o al futuro, como irse de excursión pero a otro momento de la historia. A la época de los dinosaurios, a la del Imperio Romano, o a una casa super-mega-moderna llena de robots parlanchines que igual te hacen la cama, que te lavan los calzoncillos o te preparan una paella de marisco mientras tú estás tumbado a la bartola, escuchando música o leyendo un libro de aventuras. Esa máquina sí que sería guay del Paraguay, además de un buen negocio; podría hacerse muchimillonario y ya nunca más tendría que comer hamburguesas aunque fueran con doble queso. Empezó a recoger cosas de los contenedores de basura: unas cajas de cartón, unos cables eléctricos viejos, un hinchador de ruedas de bicis, un botijo, unas perchas rotas, un rodillo para pintar paredes, una vieja radio del año de Maria Castaña, una pandereta y una lavadora estropeada. Con todo ello y otros trastos que tenía por casa, se puso la bata blanca de inventor y al cabo de varios días tenía terminada una flamante máquina del tiempo, que pintó con purpurina dorada y un rayo de color rojo para que molara más. Le puso de nombre «Vchera Zavtra», que en Burgos no significa nada pero en Rusia significa «Ayer y Mañana».

Una vez acabada, antes de meter dentro a Kampeón probó con la pandereta. Programó los mandos de la lavadora y pulsó un botón rojo. Abrió la puerta y la pandereta había desaparecido. Pepón imaginó que había enviado aquel objeto a algún tiempo del futuro o del pasado, no lo podía saber porque la máquina no tenía contador de años. Peppoff ni siquiera pensó que la pandereta podía haberse desintegrado, así es que después de ponerle un pequeño casco de ciclista con una cámara y una antena, y colgarle una bolsa llena de hamburguesas, colocó a su amigo Kampeón allí dentro y volvió a pulsar el botón rojo.

Como ya hemos dicho, Pepón Peppoff era muy torpe, un auténtico manazas. Si ninguna de sus invenciones funcionaba bien, habría sido una extraordinaria casualidad que esta máquina sí lo hiciese. Por eso Kampeón no apareció ni en el pasado ni en el futuro, pero sí en otro lugar del mapa, muy lejos de su casa. Estaba en la Feria de Sevilla, al lado de la pandereta, rodeado de gente tocando la guitarra y cantando y bailando flamenco. Sorprendido por el tremendo jaleo, el perro dijo «¡Guau!», que por cierto es una de las pocas cosas que saben decir los perros, aunque hayan hecho experimentos con ellos. «Dí que sí, quillo, que este cantaor es mú bueno», le contestó un señor que estaba a su lado dando palmas sin parar.

Desde su casa, a través de la televisión y gracias a la cámara instalada en el casco, Peppof se dio cuenta de que le había salido otra chapuza y apretó el botón rojo para que Kampeón volviera con él, pero lo único que consiguió fue trasladarlo a otra parte del globo terráqueo. Ahora estaba en lo alto de la torre Eiffel, en París, viendo cómo pasaban los barquitos por el río Sena. «¡Guau!», volvió a decir nuestro perrito naranja y un francés le replicó: «Oui, tres belle, mon petit chien» que es algo parecido a «sí que es muy bonito, pequeño perro».

Peppof se estaba volviendo tarumba, no sabía qué hacer para recuperar a su amiguito. Después de beber agua fresca del botijo, ajustó los mandos de la vieja lavadora y volvió a pulsar el botón. Kampeón viajó en centésimas de segundo a un poblado de Uganda, que está en África, donde había niños pequeños que jugaban al «pilla pilla». Se acercó a uno de ellos y le dijo «¡Guau!» ofreciéndole la bolsa que llevaba colgada al cuello. El niño tomó la bolsa y se puso muy contento. Llamó a sus compañeros y entre todos se zamparon las hamburguesas.

Mientras, Peppoff cambió unos cables, desatornilló unas piezas que sustituyó por otras y volvió a darle al interruptor. Kampeón apareció de repente en la Cochinchina, una región que pertenece a Vietnam, un país en el que hay muchos bosques, comen siempre arroz y llueve muy a menudo. Se paró en la puerta de un templo y dijo «¡Guau!». Un monje budista salió y como lo vio de color naranja creyó que era un perro sagrado. Cuando lo iba a coger en brazos para presentarlo ante su maestro, desde su pueblecito de Burgos Peppoff volvió a pulsar el botón y Kampeón cruzó en un plis-plas el Océano Pacífico.

Aterrizó en México, en la playa de una ciudad llamada Acapulco. Como nunca había visto el mar, tanta cantidad de agua junta, dijo «¡Guau!» y le entraron ganas de mear. Levantó su pata y meó en la pierna de un guardia muy serio y con bigote que empezó a perseguirlo, primero porque se había enfadado por ensuciarle los pantalones y segundo porque estaban prohibidos los chuchos en la playa. Antes de que el policía pudiese capturarlo, Peppoff apretó nuevamente el interruptor y Kampeón se libró de acabar en la perrera con un montón de chihuahuas.

Los músicos de la escuela de gaiteros de un pueblo de Pontevedra se llevaron un buen susto cuando apareció repentinamente un perrito naranja en el local donde estaban ensayando. Pero como vieron que, aunque no paraba de repetir «¡Guau!», Kampeón era bueno, le dieron de comer y de beber y luego lo llevaron al veterinario. Peppoff intentó hacerlo viajar de nuevo, pero algo falló y la máquina explotó, quedando el inventor un poco chamuscado y muy triste porque ahora no podría recuperar a su amigo.

El veterinario que examinó a Kampeón averiguó por la información de su chip que vivía en un pueblecito de Burgos. Como a los gaiteros les cayó tan simpático, alquilaron un autobús y lo acompañaron a su casa, donde dieron un concierto con sus instrumentos. Peppoff se puso muy alegre; abrazó y besó al perro y prometió no utilizarlo nunca más, ni a él ni a ningún otro animalito, en sus experimentos. Después regaló varios de sus inútiles inventos a los salvadores de Kampeón. Cuando se fueron, volvió a construir otro aparato del tiempo, que en realidad no era del tiempo sino para viajar. Puso una agencia para aventureros, para esa gente que se quisiera meter en la máquina y aparecer en cualquier sitio del mundo, por sorpresa y sin tener que montarse en un barco o un avión. Así se ganó la vida desde entonces Pepón Peppoff, que en lugar de seguir alimentándose de hamburguesas pudo comer mucha ensaladilla rusa y pizzas de lentejas, que eran sus platos favoritos.