Cuando se
abrió la puerta del templo en mitad de la ceremonia y vi al bueno de Pancracio
el porquero, con una maleta y dos lechones, mi primera reacción fue mirar a
Rober, mi prometido. ¡Pero qué feo y rancio es el condenado! Me pregunté entonces a
santo de qué una veterinaria como yo había aceptado semejante propuesta de
matrimonio; tal vez los incontables latifundios de su padre y su cargo
de Chairman en la TBC -Transnational Bellota Company- tenían algo que ver en
el asunto.
Volví la
vista de nuevo y Pancracio me guiñó un ojo. Luego ya se pueden imaginar lo que
pasó.
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